Poemas de Antonio Martín Figueroa.

 

LA CAJA DE ARITMÉTICA

 

(Impresiones, evocaciones y aspectos fónicos de estas dos palabras)

 

 

I

Entre tantas papeletas

Que la tómbola expendía,

Cada quien apetecía

Lograr el premio mayor.

Una caja de aritmética

Con los números de plomo,

Aplicada a aquel asomo

Del infante buscador.

 

Cuando me entregan la caja

En la vetusta taquilla,

Mientras la fila se humilla

Ante mi fortuna audaz,

Salta mi pecho de gozo

Con este hermoso regalo.

Rasgo el envoltorio ralo

Y lo muestro contumaz.

 

La impaciencia por hurtarle

La magia del contenido,

Burla al instante atrevido,

Mientras dura la emoción.

Ya muestra el novel artista,

recién concluida su obra,

Ya la expectación le cobra

Su aplauso más tentador.

 

¡Ésta es mía! ¡Me ha tocado!

¡Qué tacto suave! ¡Qué nueva!

¡Huele a barniz! ¡Mirad, lleva

Aún el broche sin romper!

Las del aula son de todos.

De ésta soy yo el propietario.

Me la esconderé en mi armario,

Y en el pueblo la usaré.

 

Se la enseñaré a Balbino,

A Tomás, a la Marcela.

Haré sumas a la abuela.

Y cuentas en Navidad.

Y en verano, mientras brilla

La multicolor serpiente,

Buscaré resto y cociente

En la mesa del corral.

 

Asimétricos vocablos

De dispar hagiografía

Se ensamblan en armonía

Sobre el fónico tapiz.

El primero ya se tiende

Bajo la yema del dedo.

El otro enhebra un enredo

De nácar y de marfil.

 

Como la novela rosa,

mudando empaque y glosario,

unen en el mismo osario

A la sierva y al marqués,

Vocablo vulgar y llano,

Sin estilo ni opulencia,

Atrae a la esdrújula ciencia

Con eufónico través.

 

Este airoso pentasílabo,

Como catedral se alza,

Perla de jazmín, y ensalza

Al vetusto caserón.

Y al descuido y abandono,

Tal presencia restituye,

Y en su derredor confluyen

Recuerdo, gracia y blasón.

 

Sobre el gutural rompiente

Que, desde el piélago inmenso

Arroja espumante denso

Al acantilado gris,

Del arpa se alza sonora,

Rítmica sonata explosiva,

En mitad aclamativa,

Atenuada inicio y fin.

 

Caja llamamos a cosas

De texturas desiguales,

De formas y materiales

De diversa magnitud.

Añadimos complementos

Que el significado esconde,

A lo que guardan responden

ansiosos de plenitud.

 

¿Qué es una caja vacía,

sin asa ni tapadera,

de cartón o de madera,

sin algo que contener?

¿Una caja de pinturas,

una caja de bombones,

metal, madera, cartones

por desechar y romper?

 

En la caja de sorpresas,

O la caja de los hilos,

Mil cosas hayan asilo

En mezcolanza total.

Todo aquí ocupa su espacio,

Tiene su estancia y su cuna,

Del cinco a la media luna,

Del cero hasta la unidad.

 

En los diez compartimentos

A las cifras destinados,

Se olvidan de los dictados

Acumulando vigor,

Batallones de guerreros

Dispuestos para la lucha.

En la campa ya se escucha

El redoble del tambor.

 

Y los otros nueve acogen

Estandartes y banderas,

Que preceden en hilera

A la militancia fiel.

Sobre el campo de batalla,

En correctas formaciones,

Lanzan sus operaciones

Según la estrategia y ley.

 

Dos centenares de hoyuelos

Excavados en la tapa

Van dibujando amplio mapa

Hasta extrema latitud.

Mientras, del otro hemisferio,

Surcado por anchos mares,

Los islotes a millares

Emergen en la quietud.

 

Un terrible maremoto

Lanza sobre el continente

De rocas la masa ingente

Por una vasta extensión.

Y en el sublime sosiego,

Pesar y dolor le afligen.

Y se arrepiente. Y corrige

Tan desnortada pasión.

 

Cifras y signos difunden

La solemne profecía,

Disonando la armonía

Del amplio giro orbital.

¿Quién deshará sortilegios,

acomodando la esfera,

con habilidad primera,

cada cosa a su lugar?

 

 

II

Llamaron un domingo

A mi puerta, a las diez de la mañana.

Solté leve respingo.

Dejé la palangana,

Donde echaba terrones con mi hermana.

 

Ya la voz varonil,

Entreabriendo el postigo, me apremiaba,

Con expresión sutil,

Mientras yo progresaba,

Llegándome al portal, me aseveraba:

 

“Un señor invidente,

de un pueblo muy cercano, te saluda.

Es muy inteligente.

Te resuelve sin duda

Cualquier operación, grande o menuda”

 

Nos trae un instrumento

Con la numeración muy repetida.

Harás sumas sin cuento

Y restas sin medida,

Y ya estas cosas lleves bien sabidas”.

 

Con interés observo

Sus manos construyendo empalizadas.

En fabuloso acervo

Constituyen miríadas

De formas, para el tacto rescatadas.

 

Después de largo rato,

Sobre el estrado de la cocina umbría

Donde reposa un plato,

Calla la sinfonía

De la batuta que la dirigía.

 

Yo me aplico, y me enredo

A descubrir afanes con presteza.

Afirmo con denuedo

La atávica rudeza

Ante la pitagórica destreza.

 

Y voy logrando aplomo

Al distinguir los rasgos y estructuras.

De su casilla tomo

La arábiga figura,

Y voy colmando el peso de la hondura.

 

Dispuesto este arsenal

Sin método ni orden, sigue el juego.

Y torna cada cual,

Mediante el trajín lego,

A ocupar un lugar según su apego.

 

Distribuir lo llaman

A esta tarea ardua y laboriosa.

Con ella bien proclaman

Que esconde cada cosa

Su propio espacio, siendo así ortodoxa.

 

¡Qué tierna evocación

rebosa en mi interior, serenamente,

tal cuando el corazón

reclina mansamente

su afán, y aspira libre un gran deleite!

 

Sonaba monocorde

La plática escolar, ajena andanza.

Plantéme yo en el borde

De la jocosa chanza,

Mutando la tarea por la holganza.

 

Como en velado sueño,

Brinca mi nombre del estrado, y choca

Con ardoroso empeño,

De la algarada loca

Que aguarda necedades de mi boca.

 

Al venial deterioro

Penitencia y castigo le apareja,

Pues no sufre desdoro

Andar por la calleja,

Si al importuno hallazgo alumbra queja.

 

Mas algo insospechado

El magistral observa, y se recluye

En un silencio alado.

“Ahora distribuye;

verás tu travesura lo que incluye”.

 

Se apresta el aula toda

A discernir la pena de la falta.

¡En el pupitre hay boda!

La vocería es alta.

Al murmullo anterior, ahora se exalta.

 

Los cientos de invitados

Se hacinan en la campa deleitosa.

Conversan animados,

Mientras la ley celosa

Del protocolo ya ordena toda cosa.

 

Con tan feliz vocablo

Nombramos a la par los colegiales

La acción, que trama el diablo:

Volcar los numerales,

Montones en la tapa desiguales.

 

 

III

Se anuncia la aurora.

Los mirlos ya cantan.

El patio celebra

Bautismo de plata.

Termina la Misa.

A Dios demos gracias.

 

Dormita el pasillo,

Desiertas las aulas.

En los dormitorios

Despiertan las palmas.

Bien remolonean

O bien se levantan.

 

A mí, que he escuchado

La Fiesta Sagrada,

Me resta una hora.

Voy a aprovecharla.

Germán ya ha ocupado

La mesa encerada.

Prolonga el silencio

De la madrugada.

Aún guardo en mi boca

Comida preciada:

El sabor redondo

De la Forma Santa.

 

Sentados en torno,

Abrimos la caja.

Poblamos el campo

Con figuras máximas.

De las porterías,

Concebida táctica,

Jugadores ávidos

Brindan la batalla.

Flanquean el cuadrado

Dos recias pilastras.

En el centro, franco,

El portero aguarda.

 

Siguen tres zagueros

Controlando el área.

Luego dos volantes

Divisan jugada.

Cinco delanteros

Ocupan la cancha,

Recibiendo el cuero

Según se lo mandan.

 

Ambos, los extremos,

Que el balón reclaman

A los interiores,

Sin tardar lo pasan.

Y ellos, con el nueve,

Oteando el área,

Disparan al centro,

Y a menudo, marcan.

 

Un número sirve

De balón, que lanzan

Con su pierna buena,

Con su pierna mala,

Cuantos se alinearon

Para las jugadas.

 

Se resiente a veces

La hierba pisada,

Y se agrandan hoyos

Hiriendo la cancha.

Si el balón se apoya

En la espesa zaga,

El árbitro pita

La máxima falta.

La lid se decide

Cuando la campana

Toca a desayuno.

Seguimos mañana.

 

Tú con los Promesas,

Yo con la de España.

Ya distribuyamos,

Pues la leche aguarda.

Metamos las sillas.

Cerremos la caja,

Que el silencio inunda

La fila ordenada.

 

 

IV

Hoy, que está en pleno apogeo

La vuelta ciclista España,

Aprovecho mis recreos

Con esta versátil caja.

 

Formo arrollador equipo

Con las diez cifras contadas

Enfundando sus dorsales

Al afrontar la batalla.

Tomo otro grupo de diez

Para efectuar tiradas,

Y se apelotonan todos

En salida controlada.

 

Al extremo noroeste,

El control de firma aguardan.

Mi mano agita los números

Y uno cae sobre la tapa.

 

El número resultante

Con el del dorsal se engarza,

Y recorre tantos cuadros

Como su valor delata.

 

Así sucesivamente,

De norte a sur se desplazan,

Cada cual según le toque

La cifra que en suerte caiga.

 

Y se llegará a la meta

Dando la vuelta a la tapa.

Unos forman pelotón;

Otros montan la escapada.

 

Brindan el mismo registro

El tenis y la canasta:

Rectángulo circundante,

Un cuadro desde el cual lanza

La pelota el contrincante,

Situado en su celada.

 

Y una red central, dispuesta

Para acercarse y saltarla

Con la pelota que vuela.

Y ha de conseguir la hazaña.

 

¿Cuánto estudio y diversión

Este artilugio amalgama!

Profusa imaginación

Que mueve a loca algazara.

 

Casillas y cajetines,

Signos y cifras sin tasa,

Miles de combinaciones

Dan rienda suelta a la infancia.

 

Yo quería que la tómbola

Con la caja me obsequiara.

Nunca de una papeleta

Brotóme alegría tanta.

 

Autor: Antonio Martín Figueroa. Zaragoza, España.

samarobriva52@gmail.com

 

 

 

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