TEMAS DE REFLEXIÓN:

 

EL DOLOR INTERIOR.

 

Todos hemos experimentado alguna forma de dolor. Desde el momento mismo del nacimiento lo hacemos en una atmósfera dolorosa. Nacemos en medio el dolor físico y tal vez moriremos envueltos en una vivencia dolorosa. El dolor físico es una de las fuentes más impactantes de sufrimiento cotidiano. Tal vez por ello se ha desarrollado un impresionante arsenal farmacológico para abatir las sensaciones dolorosas que interfieren en nuestro bienestar. Es precisamente a partir de la investigación y del desarrollo de medicamentos para abatir el dolor como se han consolidado verdaderos imperios en la industria farmacéutica. Es indudable el beneficio que ha traído el desarrollo de las sustancias encaminadas a suprimir el dolor. Es también extraordinaria la difusión que han tenido estos fármacos ya que la mayoría de nosotros conoce cuando menos, alguna forma de suprimir el dolor cuando nos sorprende de manera inesperada. Por ser un acompañante casi obligado conocemos bastante del dolor físico y también, desde tiempos remotos, hemos encontrado alguna manera de aliviarlo.

Sin embargo, no podemos decir lo mismo de otra forma de dolor que arruina nuestras ansias de felicidad: el dolor interior. Hablar de dolor físico y de dolor interior o psicológico es ciertamente una forma de fragmentación porque en realidad, ambos caminan de la mano y, las más de las veces, se funden en un abrazo que agrava nuestro sufrimiento. De la misma manera que lo psicológico (el "alma") y lo físico (la "materia") son fragmentaciones ficticias de un proceso dinámico e indivisible, el dolor es, al final de cuentas, uno sólo. Cuando enfermamos y experimentamos dolor no lo hacemos únicamente con el "cuerpo”. Todo nuestro ser enferma es decir, sufrimos en nuestra totalidad. Por ejemplo, cuando sentimos el aguijón de una caries dental esa sensación invade nuestro estado de ánimo interfiriendo en nuestra vida cotidiana, al grado que nos incapacita para relacionarnos con los demás en el trabajo, en la escuela, con la familia o con los amigos.

¿Qué es el dolor?

Somos una unidad indivisible y el dolor también lo es. ¿Por qué hablar entonces de "dolor interior"? Es únicamente con la intención de poner énfasis en las necesidades psicológicas y en las luchas que emprendemos con el fin de libramos del sufrimiento que experimentamos cuando algo nos frustra, angustia o entristece. A pesar de ello, las referencias al dolor físico son inevitables pero se insiste, el dolor es indivisible. El dolor es un proceso que involucra a toda nuestra persona. Pongamos atención momentánea en eso que arbitrariamente llamamos "dolor psicológico". Si estamos interesados en nuestra existencia total y plena preguntémonos si puede haber alguna forma de que cese todo ese dolor interior. Más que una cuestión teórica, en lugar de una comprensión de algo alejado de nuestro vivir cotidiano, el análisis del dolor psicológico requiere de una acción drástica: despojarse de ideologías y creencias.

El dolor puede convertirse en sufrimiento, esa vivencia devastadora que colapsa nuestro espíritu y puede arruinar nuestra vida. En la raíz del sufrimiento hay autocompasión. Pongamos por ejemplo la muerte de un ser querido que es, sin duda una situación dolorosa. ¿Cuándo y cómo la transformamos en sufrimiento? Probablemente cuando comenzamos a llorar por nosotros mismos y el difunto pasa a un segundo o hasta tercer plano. Ahora nos preguntamos incesantemente por qué y para ser precisos, nos preguntamos ¿por qué a mí me suceden estas cosas? No somos capaces de reflexionar y respondernos, ¿por qué a mí no? Ya no hay dolor, hay sufrimiento. La comprensión de lo que nos hace sufrir requiere que intentemos otra manera de aproximarnos al dolor. Si intentamos comprender el dolor a partir de alguna teoría, libro o autor, lo más probable es que además de no resolverlo terminemos con mayor sufrimiento. Ahora sufriremos también una desilusión, Para comprender el dolor hay que librarse de todo aquello que nos ata hacia creencias o autoridades. Las ideologías son ilusiones peligrosas tanto si son políticas, sociales religiosas o personales. Toda forma de ideología es al final de cuentas un acto de autoritarismo y de condicionamiento. Si decimos que, por ejemplo, somos budistas, cristianos o socialistas, eso implica la aceptación, el seguimiento y la obediencia hacia determinados mandatos o preceptos. Detrás de la etiqueta hay control Si decimos que no creemos en nada, nuestra no creencia es también una forma de creer.

Más que creer o no creer, el asunto de fondo es indagar y dudar de todo; investigar a fondo todo, pero especialmente, explorar la más profunda de las ignorancias: el desconocimiento de nosotros mismos. Vivir de acuerdo con una ideología (creyendo o no) implica vivir a partir de conclusiones acabadas ¿Por qué deseamos vivir de esta manera? Tal vez para intentar escapar del dolor. Sin embargo la búsqueda, la lucha y las frustraciones consiguientes en la obediencia de una creencia son dolorosas. Es, al final de cuentas, fuente de sufrimiento. Si no alcanzamos lo que creemos sufrimos, si no logramos aquellas cosas que impone la ideología que hemos abrazado experimentamos dolor, si nos sentimos desprotegidos por nuestro "guía espiritual" o terapeuta sufrimos.

Control

El poder a través de sus diferentes instancias nos obliga a tener alguna ideología. Quien no profesa alguna es marginado porque es potencialmente peligroso. Es alguien que podría construir su libertad y, por lo mismo, percibe la trampa que encierra el vivir apegado hacia alguna idea, tradición o creencia autoritaria. El poder necesita creyentes para administrar el dolor como una estrategia de control social. Si vivimos apegados a personas, ideologías o creencias somos vulnerables, susceptibles de sufrir y fácilmente manipulables por quien conoce nuestras necesidades. Quien nos controla conoce nuestro dolor. Quien conoce nuestras necesidades sabe de nuestro dolor, lo administra y ejerce autoridad y control sobre nosotros. Esto es particularmente evidente en las relaciones de pareja, en eso que llamamos “amor”.

Cuando queremos investigar el dolor es común que volteemos la mirada hacia otra ficción que gobierna nuestra vida: la "felicidad" A pesar que no sabemos a ciencia cierta qué queremos decir con eso, todos queremos ser felices. Cada uno de nosotros imaginará la felicidad según sus necesidades, pero para la mayoría de nosotros la '”felicidad" es frecuentemente imaginada como la terminación del dolor tanto físico como psicológico. Es no sufrir. Sin embargo, si intentamos comprender el dolor psicológico como lo opuesto a la felicidad corremos el riesgo de entrar a un círculo vicioso. El dolor interior no es simplemente la ausencia o el opuesto de la felicidad. Si nos decidimos a investigar al dolor en sí mismo nos percataremos que es creado por nuestras necesidades y apegos y que no es solamente el opuesto de la felicidad. Dolor psicológico, sufrimiento y felicidad son partes inseparables de un mismo proceso pues ambos son creaciones mentales. El dolor interior no existe por sí mismo, es resultado de nuestras imágenes mentales enraizadas en ideologías, dogmas, creencias, supersticiones o religiones autoritarias. El dolor es esencialmente un acto de sumisión y de obediencia hacia personas o ideas: el amante sufre porque teme ser abandonado y el creyente porque teme ser excluido de la "salvación eterna". Entonces, si sufrimos por el aprisionamiento mental en el que vivimos ¿Seremos capaces de liberarnos de toda atadura y de vivir con plenitud hoy, aquí y ahora?

La raíz del sufrimiento

El sufrimiento se manifiesta de diferentes maneras: el sufrimiento de quien carece de trabajo, de quien vive comparándose con los demás, del que es perseguido por el color de su piel, de quien no puede entrar a los lugares a los que va la gente "importante”, de quien se siente incomprendido y frustrado por no lograr un ascenso, de quien entierra a un hijo. Si queremos comprender el sufrimiento ¿tendríamos que analizar las sus numerosas expresiones fragmento por fragmento? ¿Es posible encarar la raíz del sufrimiento como un todo? Dicho de otra manera, en lugar de ocuparnos de cada manifestación del dolor ¿Es posible ir directo a la raíz del mismo? Si nos dedicamos a cada una de las múltiples ramas del dolor podríamos entrar a una tarea interminable y agotadora. Si por ejemplo, nos enfrascamos en la idea del cómo dejar de sufrir por “el qué dirán", estamos dejando de lado un sinfín de expresiones dolorosas no menos importantes en nuestra vida. Uno pudiera tal vez disminuir el sufrimiento por el qué dirán pero habrá más dolor. Muy pronto sentiremos que nuestra tarea ha sido incompleta pues seguimos sufriendo, en esta ocasión, por otra cosa. Si no terminamos de tajo y radicalmente con el dolor podemos entrar a una cabeza de medusa de la mitología griega con sus interminables y mortíferas serpientes.

¿Qué es el dolor, por qué sufrimos? Tal vez sufrimos por haber perdido algo, porque no nos han cumplido lo prometido, porque creímos en alguien que nos oferta "felicidad”, o tal vez sufrimos por autocompasión disfrazada por el dolor de la separación de alguien que decimos “amar”, pero que en realidad necesitamos. La dimensión de nuestro dolor lo dan nuestras expectativas, ¿podemos vivir sin esperar nada? Expectativas y necesidades pueden ser la punta de la madeja para comprender la raíz de nuestro sufrimiento.

Libertad

La cultura que entre todos creamos a diario nos hace sufrir. Las ideas que gobiernan y controlan nuestra vida se centran en la posesión, en Tener más que en Ser. La cultura con sus trucos de la "identidad regional” y de la tradición es una camisa de fuerza ideológica. Nos aísla de los demás al compararnos con otros. La cultura con sus creencias que la conforman, norman y uniforman nuestra vida. Quien se siente sin "identidad" sufre, quien decide no pertenecer a nada ni a nadie sufre, quien renuncia a la militancia de cualquier índole es excluido y sufre. El poder se afana por exaltar la tradición, los "valores" de nuestra identidad, la importancia de ser "legítimo", todo eso se vive con gran orgullo. En este proceso de domesticación participan las diversas “instancias del saber” o de la “cultura” promoviendo estudios e investigaciones para enraizarnos más y más en nuestra "identidad", es decir, en la sujeción ¿Puede haber libertad si estamos atados a alguna ideología o creencia? ¿Hay libertad en la obediencia hacia alguna forma de autoridad?

En la raíz del dolor interior se encuentra la pérdida de la libertad. A pesar de todas nuestras declaraciones demagógicas, de las marchas de apoyo y demás manifestaciones, en realidad no querernos ser libres. Deseamos la sujeción de algo o de alguien que mitigue o resuelva nuestro dolor. En el fondo de nuestras adhesiones hay una desesperada súplica para dejar de sufrir. El dolor psicológico parece desaparecer cuando oramos junto con otros, cuando gritamos con los demás en una manifestación, cuando nos tomamos de la mano con los demás en alguna ceremonia. Pero al rato, el dolor regresa con más intensidad y arruina nuestro bienestar.

El dolor físico es inteligente, el interior ignorante

En el dolor físico hay inteligencia: si nos duele la muela es porque hay caries y se nos hincha la mejilla para detener una infección que puede complicar nuestra salud. En el dolor psicológico hay ignorancia, sufrimos porque desconocemos nuestros apegos y necesidades. En nuestra ignorancia interior creamos imágenes y sufrimos. Corremos de un lado a otro buscando “amor”, la pertenencia a clubes, partidos políticos, religiones e ideologías diversas pidiendo la autoridad que proporcione seguridad. No importa qué tan sumisos seamos porque la oferta de la "felicidad", es decir, la terminación del dolor es sumamente atractiva. Sin embargo, a pesar de todos los "anestésicos" espirituales que tomemos el dolor retornará. Si no acudimos al dentista y ponemos una solución definitiva al dolor, llegará un momento en que la muela creará un sufrimiento insoportable, resistente a altas dosis de analgésicos.

De manera similar, si no trabajamos a profundidad explorando nuestras necesidades y apegos, cada día necesitaremos mayores "dosis" de creencias, de promesas, de entretenimientos, de ofertas de felicidad hasta que reviente el pus de nuestro espíritu por no tolerar más sufrimiento. Aquí está precisamente una de las puntas de la madeja del suicidio. El dolor interior es un asunto desatendido, no queremos hablar de él. A toda costa evitamos profundizar en sus raíces y preferimos conformarnos con paños tibios, con remedios, con engaños. Tememos ser libres porque intuimos que eso implicaría un alto grado de responsabilidad individual y social. Preferimos los brebajes y a los charlatanes y merolicos que prometen aliviar nuestro dolor porque de esa manera reafirmamos la ficción en la que vivimos. El espíritu rebelde se decide a indagar y explorar a profundidad las raíces de su dolor mediante un trabajo de la más alta calidad, encaminado a la transformación individual y colectiva. El conocimiento de nosotros mismos, el análisis de nuestros apegos, dependencias y necesidades, es una forma directa y contundente de encarar nuestro dolor interior. Para enfrentar nuestro dolor necesitamos dar inicio a la revolución interior que puede hacernos vislumbrar nuestra libertad. La raíz del dolor es la profunda ignorancia de los distintos apegos y necesidades que nos encadenan hacia alguna forma de ideología que oferte “felicidad”. El espíritu inconforme y rebelde profundiza en las fantasías que conforman nuestra forma de vida en busca de la revolución interior que puede liberarnos del dolor psicológico que, de manera implacable, nos persigue día y noche.

(Disponible en Internet http:www.drbaquedano.com)

 

Autor: Dr. Gaspar Baquedano López. Mérida, Yucatán. México.

baquedano@yahoo.com

 

 

 

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