La mañana sabatina --15 de junio de 1991--,
lucía radiante en las inmediaciones de Kohunlich, la ciudad maya descubierta en
1968, para asombro del mundo por sus grandes mascarones de estuco y la majestuosidad
de un entorno solitario, como suele encontrarse el paraje, aumenta con ello su
misterioso atractivo para el visitante moderno. Ese día fue visitada por un
personaje poco común: Eduardo del Río, conocido mundialmente como Rius, gracias
a su talento como dibujante, escritor e historietista, quien disfrutó de
principio a fin un extenso recorrido. Su guía para tal efecto, era otro pintor
y caricaturista también nacido en Michoacán, muy cerca en cuanto al lugar y al
año: Francisco Bautista Pérez, a quien Rius acababa de honrar inaugurando su
primera exposición de pintura en Chetumal.
El sol tenía el esplendor de los últimos días
de la primavera, sin duda como aquel en que se inspira para plasmarlo al inicio
de su historieta de Los Agachados. El ambiente también era inmejorable, con la
selva al natural, interrumpida tan sólo por la vereda de césped bien podado que
conduce a las terrazas y a los edificios monumentales representativos del
periodo clásico tardío, enclavados en la cuenca poco perceptible del río Hondo.
Las palmas de corozo y las copas de los
árboles emitían un cadencioso susurro, dejando ver un fondo azul de sugestiva
serenidad. Pequeñas mariposas, doradas en su mayoría, revoloteaban en todas
direcciones besando las flores y dando pinceladas de almagre y añil al lienzo
verde que se extendía ante la vista de los viajeros. Pero en la selva de los
mayas todo es mutante, el tiempo en especial: fueron primero unas gotas que
luego se convirtieron en chubasco, las que modificaron de repente el paisaje
apacible, obligando a los paseantes a trotar hasta un cobertizo de guano, muy a
propósito para estas emergencias, pero que esa mañana se transformó en algo
más: una especie de pódium reservado para los amantes de la naturaleza, la que
a su vez tenía programado un espectáculo fantástico, forjado a base de
elementos sencillos, novedosos y dignos de admiración.
De las amplias terrazas de color esmeralda
comenzó a emanar el sutil aroma de la tierra mojada, como introito de una
sinfonía ejecutada dentro de una inmensa acuarela, que sin alarde ni
artificios, se improvisaba en algún rincón del cosmos, para recordar a dos
mortales su insignificancia en el espacio y en el tiempo.
La lluvia caía copiosamente, pero el cielo
mantenía toda su luminosidad. Sólo a lo lejos, sobre el horizonte por el
oriente, justo encima de la pirámide de los mascarones, había grandes nubes
oscuras acompañadas de tronadas que se dejaban llevar por el viento hacia la
ciudad maya. Rius miraba absorto la sucesión de cuadros irrepetibles, al mismo
tiempo que meditaba, sentado en un cubo de piedra caliza, labrada por los mayas
cuando ya su asombrosa cultura declinaba.
En la superficie la brisa se mantenía suave y
fresca, pero a mayores alturas las nubes eran empujadas por vientos rápidos del
Este. Más atrás podía verse un resplandor, como señal inequívoca para quien
esté familiarizado con los fenómenos atmosféricos de la región; esto es, que la
tormenta habría de pasar muy pronto, y que a ésta sucedería otro lapso soleado
y una nueva tormenta, como corresponde al inestable tiempo de verano.
Todo este juego de luces y sombras desde lo
profundo, la cortina liquida que seguía cayendo en todas las direcciones y la
sobriedad de los edificios y las escalinatas, contemplados desde un punto de privilegio
para el observador, daba un encanto temporal al escenario, desde las espaciosas
explanadas cercanas hasta el suave declive que configura el sistema hidráulico
de la ciudad, en la base del edificio principal. La visión era memorable y
hermosa.
Y como siguiendo un guión programado para
aquella fecha, el temporal pasó, y brilló de nuevo el sol, muy a tiempo para
que los pintores michoacanos --programados a su vez para la contemplación
ecológica--, emprendieran la marcha hacia la colina de los mascarones,
acompañados de Primitivo, el chofer asignado por el Sistema Quintanarroense de
Comunicación Social para los desplazamientos del visitante.
Con agilidad y notable condición física, el
autor de exitosos libros sobre naturismo, se movió, por la zona arqueológica;
subió escalinatas y recorrió largos trechos con la naturalidad de un andarín
cualquiera que al aire libre se halla en su elemento, cosa por demás lógica,
para quien ha hecho de la ecología su mística dedicando largos años a su
estudio y difusión. Ya en su libro “Como suicidarse sin maestro”, escrito y
dibujado en 1972, nos alertaba sobre los riesgos que corríamos al envenenar el
aire, destrozar la tierra y contaminar los mares.
Y a fin de mantenerse sano, proponía fórmulas
y tratados que en las últimas décadas vinieron a cambiar radicalmente los
hábitos alimenticios de incontables seguidores, con base en los libros “El
Yerberito ilustrado”. “No consulte a su médico” y “La panza es primero”. En
abril del 78, este ya iba en su edición XIII, de 5000 ejemplares, convirtiendo
a Rius al autor mexicano más leído de todos los tiempos.
No obstante Eduardo del Río es el hombre más
sencillo que uno pueda imaginar. Para decirlo pronto, no hay a la mano un punto
de referencia, porque sus contemporáneos, a su lado parecen fieles seguidores
de Aristipo, aquel filósofo griego, jefe de la escuela cirenaica, que fundaba
la felicidad en el placer. Rius por el contrario nos recuerda a Diógenes el
cínico, que alcanzó celebridad por su desprecio a la riqueza y a las
convenciones sociales. Fue el mismo que criticó con mordaz ingenio las
costumbres y creencias de su tiempo. Rius al igual que Diógenes tiene esta
doctrina: “Vivir conforme a la naturaleza” .Escuchando a Rius, se advierte que
éste piensa como Epicuro y como Séneca: “Si vives conforme a la naturaleza,
nunca serás pobre; si vives según las opiniones, nunca serás rico”.
La sabiduría de Rius es extraordinaria como lo
es toda su obra, la cual está hecha para profanos y sin pretensiones de
erudición; de modo que mediante sus investigaciones, lecturas y sobre todo, de
ilustrativos viajes, lo mismo elaboró “Dominó para principiantes”, que “Marx
para principiantes”. Por otra parte, su honestidad ideológica ha quedado fuera
de toda duda y si alguien la objetó cuando escribió “Cuba Libre” y “Cuba para
principiantes”, por ejemplo, ahora tiene oportunidad de leer “La Perestroika
según Rius”, en la que reconoce con toda modestia que su alejamiento de la
caricatura política obedeció a una crisis y el caudal de dudas en que se vio
atrapado, al dejar que el Partido Comunista y los marxistas pensaran por él,
como lo hicieron muchos “compañeros de viajes, idiotas útiles y demás fauna de
ilusionados en el socialismo”.
La lluvia amenazaba con volver y hubo que
apresurar la marcha; pero de cualquier modo fue posible acercarse a todos los
edificios y admirar los mascarones, así como captar numerosas escenas con la
máquina fotográfica, mientras el sol lucía radiante sobre la recién bañada
floresta. Todavía hubo tiempo para que el humorista se tomara una foto en el
letrero del estacionamiento, que con una gran E, una flecha de izquierda a
derecha y el mismo Rius al lado, hacían una composición obvia, pero que no
obstante sólo el observador profesional la capta en el acto.
Ya para abordar la camioneta, una perra
ordinaria se acercó tímidamente al grupo. Rius la advirtió y la llamó al tiempo
que le alargaba la mano, lo cual dio confianza al animal que ahora movía
alegremente cola y caderas. Rius le pidió la pata, se la sostuvo unos momentos
y luego le acarició la quijada. La perra no era una belleza ni mucho menos, más
bien era del tipo que muchos humanos eluden. “Está llena de garrapatas”, diría
Primitivo el chofer, mientras que Bautista observaba pensativo. El encuentro
terminó cuando el dibujante, quien con mucha frecuencia incluye canes en sus
historietas, abordó el vehículo para el regreso hacia Chetumal. La perra
“malish” mostró en silencio, pero con elocuentes movimientos, algo que bien
podría interpretarse como desencanto, para dar paso enseguida a un alarido
lastimero, como si llorara, mientras trotaba detrás de la vagoneta.
Kohunlich quedó atrás, solitario y hermoso,
esperando algún otro visitante que de manera esporádica llegue hasta sus
enigmáticas edificaciones para saber más del misterioso mundo de los mayas.
Queda a la espera de hombres cultos o famosos, como los que le visitaron en el
pasado como Javier Rojo Gómez, Agustín Llañez, Luis Echeverría, Daniel Odúber,
los arqueólogos Víctor Segovia Pinto y Enrique Nalda…o de las grandes
celebraciones como aquella de julio del 76 cuando el atleta Juan Rojas sostuvo
una antorcha para que fuera encendida por el anciano maya Ignacio Ek,
valiéndose de dos piedras llamadas tortunich… o la no
menos fastuosa actuación de la Orquesta Sinfónica Nacional, que José López
Portillo hizo traer para alagar a su musa sexenal, Rosa Luz Alegría. En fin la
Revolución da para esto y mucho más.
Autor: Francisco
Bautista Pérez. Chetumal, Quintana Roo, México.