REDEFINICIONES.
Desde el punto de vista
lingüístico y filosófico podíamos considerar el pensamiento como una
abstracción de la realidad, de manera que al ser expresado aquél por medio de la
palabra, ésta en su linealidad significativa, se convierte en un instrumento
vital a la hora de expresar sentimientos y emociones, de divulgar conceptos, de
hablar, de comunicar, de explicar y exponer temas diversos en definitiva.
He aquí el gran poder de la
palabra considerada hoy, en la amplitud del lenguaje, como un activísimo agente
liberador y, al mismo tiempo, poderoso opresor del individuo. En efecto, ese
esencial medio cuyo fin es la comunicación puede en muchos casos impedirla, por
eso es conveniente “desconfiar” del lenguaje que frecuentemente sirve de
vehículo a ideas falsas, dando lugar a las “palabras sin sentido” –muy
aplicables y aplicadas en política-; de esta manera el que domina el lenguaje
ejerce una enorme influencia sobre los demás. Interesantísimo en la temática
expuesta, acceder a la tesis planteada al respecto por el llamado “teatro del
absurdo” del gran escritor rumano-francés Ionescu.
Por cierto que entre los
vocablos sin sentido se encuentra el popular “fistro” que una cierta ministra
de no sé qué –me da igual-, ha querido por su cuenta y riesgo elevar a la
categoría de norma.
Pero no, no deseo referirme
a la tontería de “miembro” o “miembra”, “joven” o “jóvena” –he estado dudando
si ponerla la dichosa tilde de esdrújula a tamaño engendro, porque al no
existir, creo que “igual da”- y otras lindezas por el estilo, hechas con la
presunta intención de provocar o agitar el cotarro nacional para así, desviar
el debate hacia otros derroteros menos transcendentes que los graves problemas que
nos aquejan.
Quisiera plantear un debate
más conceptual. A ver si me explico. Me gustaría llamar la atención sobre la
palabra definitoria de conceptos y su natural relación con el pensamiento.
Palabra/pensamiento, pensamiento/palabra. Imposible el uno sin la otra. ¿Tiene
o no importancia el uso correcto de la misma en el habla?
Desde siempre el acudir al
Diccionario de la Real Academia Española de la Lengua- que precisamente dentro
de cinco años cumplirá 300 de vida-, ha sido la pauta seguida en cualquier
circunstancia para aclarar dudas semánticas. Sus definiciones fueron y son
tenidas en cuenta por tribunales, políticos, intelectuales…”Academia dixit…”.
¿Qué ocurre ahora?, ¿qué
hace la Academia? Parece indudable, conveniente y necesario que la docta Casa
tenga que redefinir conceptos. ¿Cuáles? Pues, por ejemplo: “matrimonio”. No
entro en disquisiciones legales, políticas, de derechos humanos, etc., aunque
vaya por delante mi convencimiento de que era absolutamente necesario dar una
respuesta satisfactoria y convincente a la urgente demanda de reconocimiento de
derechos para las parejas homosexuales. En eso pongo todo el énfasis. Sin
embargo, el dardo de estas palabras va dirigido a la imprescindible
redefinición de dicho término para adecuarlo a las actuales disposiciones
legislativas. Igual ocurre con las voces “padre” y “madre” en el contexto de
adopciones efectuadas por parejas del mismo sexo.
Hay que conformar
expresiones para que esa maravillosa convención humana que llamamos lenguaje,
no nos conduzca a la esquizofrenia pues la palabra
que es el medio de expresión del pensamiento, debe de estar de acuerdo con él.
De lo contrario….
Autor: José
Mª Dabrio Pérez. Huelva,
Andalucía, España.