LA BODEGA.

 

Hace poco me dio por releer. Creo que esto de la relectura es buena cosa para refrescar ideas, lo que bien pensado tiene su utilidad a la hora de comparar épocas y comportamientos. Y miren por donde, rebuscando, cayó en mis manos “La Bodega” de Vicente Blasco Ibáñez, probablemente una de las novelas menos conocidas por el gran público del genial autor valenciano muy leído en tiempos pasados. De particularísimas ideas políticas, fundó el blasquismo, su propio partido, se instaló en Argentina donde constituyó a partir de 1909 dos colonias utópicas, la Cervantes y la Nueva Valencia que fracasaron a pesar de la esperanza que en ellas puso el gobierno argentino, clarísima influencia en Blasco del decimonónico “socialismo utópico” de Owen, Saint-Simon y Fourier, aquellos de la “nueva armonía”, el también fracasado utopismo norteamericano. Literariamente él mismo reconoció su deuda hacia el naturalismo de Emile Zola, aunque lo más destacable de su producción recae en el intenso realismo que llevó a cabo en la descripción de ambientes, tanto de sus novelas regionales (Arroz y tartana, la Barraca Cañas y Barro…), las más leídas; como de las sociales (La Catedral, El Intruso, La Bodega…), folclóricas (Sangre y Arena) e históricas (Los cuatro jinetes del Apocalipsis…).

Cuando Blasco Ibáñez escribe la Bodega, durante los años que siguieron al desastre de 1898, en La Palma, (pueblo en el que nací y en el que vivo), se vivían momentos de rápido crecimiento económico, expansión y fama del pueblo, precisamente por la reciente y progresiva instalación de Bodegas en la todavía villa y el paso del ferrocarril por la misma. Consolidadas las empresas de Morales y Pichardo y, aún bajo la influencia de firmas francesas como los Verdier, Estenave y Paganos, que abandonaron su país debido a las pérdidas producidas en sus viñedos por la “filoxera”, el terreno estaba abonado para la sucesiva fundación de otras industrias vitivinícolas como Espinosa y Salas, por citar tan solo a las más importantes. Con, aproximadamente, unos seis mil quinientos habitantes, en nuestro pueblo se vivía un ambiente de incipiente prosperidad, animado por ciertas inquietudes culturales a las que no era ajeno Manuel Siurot, quien con veintiséis años de edad se vislumbraba ya como personaje influyente en la Huelva finisecular decimonónica.

El contraste socio-económico de La Palma con el todopoderoso y conflictivo marco jerezano es evidente, porque la Bodega es, ante todo, la narrativa del proletariado jerezano, la historia novelada e   n que los de “abajo”, cuando se rebelaban, como en Jerez de 1892, pasaban por tremendas dificultades o eran aniquilados; al contrar               io de lo que ocurría a los de “arriba”: “D. Pablo DuPont            ”, su sobrino Luis; Dª Elvira San Dionisio, madre del primero; Lola y Mercedes….Del otro lado “Fermín Montenegro”, aperador del cortijo de Marchamalo y sus hijos “Fermín” y “María Luz”; los gañanes, los empleados…; pero, principalmente el importante personaje “Fermín Salvatierra”, inspirado en el histórico Fermín Salvochea, revolucionario gaditano, hijo de familia acaudalada, cuya estancia en Inglaterra le permitió el conocimiento del citado Owen, el internacionalista utópico. Tras participar en la revolución de 1868 y sufrir varias prisiones, fue elegido Alcalde de Cádiz en 1871. Escrita y publicada entre 1904 y 1905, la Bodega significa la ruptura de Blasco con sus novelas valencianas, porque, a partir de ahí el autor se convierte en ciudadano del mundo. Un mundo, el de 1904, instalado, desde una perspectiva europea, en plenitud de desarrollo económico industrial, la “belle époque” de los décadas anteriores al estallido de la “Gran Guerra”, en que las potencias se van posicionando y rivalizando en su búsqueda de espacios y expansión territorial para sus mercados, mientras en España, que ha perdido el tren de la revolución industrial por la pervivencia de viejas estructuras organizativas agrarias, se viven además momentos particularmente graves como consecuencia de la pérdida colonial de 1898, además de la falta de respuesta del régimen de la restauración a la “cuestión social”. Todo ello tuvo una gran repercusión en las zonas deprimidas del latifundismo andaluz, cual era el caso de Jerez.

El rabioso realismo de la obra da auténtica vida a unos hechos basados en la certeza histórica de trágicas y complejas circunstancias, que dieron lugar al surgimiento de un potente movimiento anarquista en la comarca jerezana, algunos de cuyos partidarios se vieron envueltos en el famoso proceso de la “Mano Negra” -1882/83- , en cuyo ambiente Salvochea encontró una gran audiencia entre los braceros.

En definitiva, en La Bodega, Blasco Ibáñez se plantea el problema de la “cuestión social” –en el que la Iglesia acabó entrando mediante la encíclica “Rerum Novarum” del gran León XIII-, del doble proletariado: urbano y campesino; del latifundismo…Pone de manifiesto la situación de una España finisecular que pugna por entrar en la modernidad, por sacudirse a duras penas viejas estructuras en las que, al mismo tiempo que se sientan bases de futuro, siguen subsistiendo vestigios del pasado y aparecen nuevos problemas, todavía no resueltos, que continúan rezumando rabiosa actualidad: el regionalismo, exacerbado tras la crisis de 1898, radicalizado por la supresión de los fueron vascos a consecuencia de las Guerras Carlistas; el cuestionamiento de instituciones, sagradas hasta entonces, como la Corona, la Iglesia o el ejército… Todo ello, salvando la distancia del tiempo, marca un claro paralelismo con los problemas actuales en la mente de cualquier persona bien informada.

Mientras estas cosas ocurrían en España y en la proximidad de una tierra vinícola como la jerezana, en La Palma se estaba, por aquel entonces, en el inicio de su despegue bodeguero. Real y espléndido, pero verdaderamente efímero.

                                                                          

Autor: José Mª Dabrio Pérez. Huelva, Andalucía, España.

jmdabrio@gmail.com

 

 

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