Proponer
alguna definición del amor, además de ser autoritario, necesariamente resulta
una opinión relativa y contaminada de la propia experiencia, de la posición que
cada cual asuma en la vida. Resulta más creativo intentar comprender nuestras
creencias al respecto, e indagar las diferentes manifestaciones acerca de eso
que llamamos las relaciones "amorosas”. Ante todo, cabe hacer notar que la
palabra amor ha sido motivo de fragmentaciones y de interpretaciones muy
diversas; podemos decir que en realidad no tenemos claro que queremos decir
cuando afirmamos que “amamos” a alguna persona, causa o idea.
Para ciertas personas “te amo” puede más bien
significar te necesito o bien, necesito que me necesites, mientras que para
otras puede ser deseo tú aprobación o tal vez, deseo controlarte. De la
misma manera, la palabra amor puede entenderse como necesito ser dependiente de
ti, quiero que seas dependiente de mí, te deseo sexualmente, me gustaría
tenerte para mi nada más, etcétera. Esta idea del amor entendido como tener y
explotar al otro, como utilizar y poseer, excluye otras posibilidades que
hablarían de una idea del amor mucho más creativa.
En las
expresiones de eso que llamamos "amor" es posible encontrar
reflejadas nuestras propias necesidades disfrazadas de entrega, abnegación y
demás términos con los que decoramos nuestras carencias proyectadas en las
relaciones afectivas. Detrás de una imagen muy "amorosa" puede haber
posesión, celos, control y para decirlo de manera más clara: agresión. Sin
embargo, nos fascina maquillar nuestra imagen social y presentarnos con una
gran capacidad de “amar”, cuando que en realidad es muy factible que estemos
ansiosos de recibir afecto, apoyo, cariño, comprensión y todo eso que conforma
nuestro enorme inventario de necesidades.
Eso que
llamamos “amor” es un producto más de esta sociedad consumista que entre todos
creamos a diario. El ejemplo a la mano es el “Día del Amor”, en donde nos desvivimos
por demostrar que amamos, exhibimos nuestras partes agradables que al día
siguiente desaparecen y de nuevo nos mostramos como realmente somos. Esta
mercadotecnia no es casual, obedece a nuestras necesidades que son captadas
para ser mercantilizadas. Un espíritu rebelde explora y reflexiona frente a
estos juegos y se decide a indagar qué es eso que llamamos “amar”.
El amor
clásicamente descrito en la literatura, poesía y telenovelas en términos de
agonía y éxtasis es lo que habitualmente llamamos “amor romántico”. A pesar de
todo lo que se ha dicho y escrito sobre el tema, muchas personas continúan
preguntándose qué es el “amor romántico”, ese estar “locamente enamorado” y
sobre todo, si esto puede durar toda la vida. Estas dudas radican especialmente
en los jóvenes quienes observan el ardor de una pareja de solteros que, al
casarse, se tornan en una relación aburrida, monótona, desilusionada, hostil,
carente de pasión, de sexualidad y de atenciones. Algunos adolescentes se preguntan
si sus padres, a quienes perciben rutinarios y aburridos, alguna vez se amaron
con pasión.
Una pareja que
se sumerge en una relación larga y duradera como en el caso del matrimonio, se
encuentra rodeada de responsabilidades , tensiones y frustraciones de la vida
cotidiana, particularmente económicas. Con desilusión observan como
gradualmente se van perdiendo la seducción, las miradas coquetas y las sonrisas
encantadoras. Entonces cabe preguntarse ¿Es ese el destino obligado de todas
las parejas, necesariamente una relación de pareja de larga duración como el
matrimonio camina, lenta e inexorablemente hacia la monotonía e indiferencia?
¿Qué sucede en ciertas parejas que gradualmente extinguen el interés, el
cuidado, la atención y la pasión por el otro?
El amor es
atractivo y placentero pero es también un asunto serio y delicado y, a menudo,
fuente de decepciones que derivan en agresividad ya sea hacia uno mismo (como
es el caso del suicidio) o hacia otros: celos, posesividad, control, ofensas o
un crimen.
La soledad es
una amenaza permanente al grado que llegamos a extremos increíbles para
intentar disolverla, pues estamos dispuestos a pagar lo que sea con tal de no
sufrir por ella. Es tan grande nuestro miedo a la soledad que compramos afecto
y compañía aunque en esta operación comercial entreguemos nuestra independencia
y libertad. No dudamos en entregar todo eso con tal de sentir el bálsamo de la
compañía porque es tan grande la confusión en la que vivimos, que no logramos percibir
la diferencia entre estar sólo y sentirse sólo. Estar sólo puede ser el
principio de una conciencia liberadora, creativa y social que nos une con los
demás. Sentirse sólo es un acto de autocompasión. La forma más espontánea e
inmediata que se nos ocurre para evitar la soledad es la idea de la
“intimidad”. Pero esta "solución" es mucho más complicada de lo que
parece, ya que el sendero a la intimidad está atestado de múltiples barreras
que han surgido del fondo cultural del individuo, de sus necesidades personales
y de sus temores individuales.
Percatarnos de
que estamos solos es un acto de profunda percepción de que en realidad,
nosotros y el mundo que nos rodea somos la misma cosa. Esta percepción permite
captar la totalidad, sin fragmentaciones ficticias. Percatarse de que estamos
solos puede ser el principio de una perspectiva diferente en la manera de
imaginarnos a nosotros mismos y a los demás, dejando atrás formas y actitudes
de relación cargadas de necesidades y apegos. La conciencia de que estamos
solos puede, paradójicamente, crear en nosotros la conciencia de unidad con lo
que nos rodea sin tener que recurrir a mitos como la “intimidad”.
Muchas parejas
lo que en realidad llevan a cabo en nombre del “amor” es una unión angustiante,
en donde cada cual alimenta las necesidades del otro. El llenar los vacíos de
uno a través de otra persona en lugar de desarrollar los recursos propios, es
colocar a la otra persona en un nexo esclavizante en donde finalmente ambos
resultan atrapados. Este tipo de dependencia es tan tóxica como las drogas y
asfixia cualquier de intento de creatividad.
En las
relaciones matizadas por la productividad, la sensibilidad a las necesidades y
preocupaciones del otro se comunican, analizan y se ponen sobre el camino de la
resolución. Para ello la comunicación es pieza clave y, por esto, más que el
simple hablar, hay que entender la capacidad de abrirse al otro sin reservas ni
temores sino más bien, como un compartir las diversas experiencias del vivir cotidiano.
El miedo y la desconfianza son la tumba de las relaciones de pareja y, en las
relaciones de calidad, los amantes no son enemigos potenciales sino que al
contrario, pueden llegar a ser los mejores amigos.
Nuestros
sentimientos de desconfianza y soledad provienen de varias fuentes erosionando
y desgastando por igual a personas y a estructuras sociales: sentimos que nos
ha fallado el sistema de gobierno al prometer un futuro mejor económica y
socialmente. Duele ver que los que hablaban de cambio, son ahora los más
interesados en que todo siga igual. Los que hablan de honestidad viven de la
simulación. Sentimos también que nos han fallado aquellos que nos vendían la
“felicidad” bajo la forma del Tener más que del Ser: consumismo, "roce"
social, clubes, fiestas exclusivas, carros, cigarros y ropa para "gente
bonita". Duele también observar que también nos han fallado los que
hablaban en nombre de Dios porque han convertido los templos en sucursales de
partidos políticos. Quienes se ostentan como los representantes de la divinidad
tienen ahora como estrategia “evangelizar lo político”. Descubrimos que los que
decían que el reino de Dios "está en los cielos", cuando hablaban de
la felicidad, en realidad se referían a las ofertas del Poder en sus alianzas
con las religiones autoritarias.
Todo eso ha
fallado y ahora que nos encontramos solos con nuestras frustraciones ¿Qué es lo
que hacemos?: recurrimos a la mágica idea del "amor", que todo lo
puede y todo alivia. Al crear a un nuevo Dios, el Dios amor, depositamos en él
expectativas, anhelos, respuestas, pero ante todo, buscamos el alivio de
nuestra soledad. Ante tanta falta de credibilidad y confianza es posible
enroscarse alrededor de alguien como parte de nuestra fantasía de que no
estamos solos o que al menos, viajamos juntos rumbo a la enajenación, la
destrucción y la soledad. Ante el fracaso de tantas promesas que nos pintaban
un mundo de fantasía, creamos otras en torno a eso que confusamente llamamos
“amor”. Creemos que la cercanía "íntima" con alguien (cualquiera que
sea nuestro concepto de intimidad) va a resolver nuestra soledad y los miedos
que en ella habitan.
En medio de
toda esta sed es muy fácil producir el espejismo de un oasis prometedor que
calme nuestras necesidades profundas, insatisfacciones y complejos; y así,
aturdidos y perplejos, es muy cómodo que fabriquemos la fantasía de estar
acompañados, de que ahora sí, en esa persona encontramos lo que buscábamos.
Nuestras búsquedas son la proyección de lo que necesitamos; quien se encuentra
en paz no busca porque puede mirar de frente sus carencias, las asimila y
trabaja en ellas sin recurrir el mito de la "intimidad" y del “amor”.
Sin embargo, dejar de buscar es una afirmación atrevida en esta cultura
automatizada.
Como antídoto para el veneno
de la soledad recurrimos a la idea de la “intimidad”. Una manera de intentar
evitar los escalofríos que produce el veneno de la soledad es recurriendo a la
magia de la palabra "intimidad". Esta palabra es comúnmente manejada
como una gran proximidad hacia alguien ( física y sexual) dejando de lado otros
aspectos no menos importantes de las relaciones humanas. De hecho, cuando
decimos que se tienen relaciones sexuales, nos referimos a ellas como
"relaciones íntimas". La intimidad, al ser reducida a un mero
contacto corporal, puede producir una intensificación del sentimiento de
soledad porque como popularmente se dice, en ocasiones no hay peor soledad que
cuando se está acompañado. La soledad se incrementa no solamente cuando hay
escasas posibilidades de otras formas de acercamiento, sino cuando buscamos en
el otro la satisfacción del Ego personal y la resolución de nuestras
frustraciones.
En la intimidad se encuentra la posibilidad de desarrollar un trabajo de alta calidad en la construcción de la confiabilidad, reciprocidad, mutualidad y gozo. Con la confiabilidad la intimidad deja de ser uno asunto individualista y se expande, pero más que invadir al otro, se realiza un acercamiento de calidad pues a pesar de ser dos, se percibe la totalidad sin fragmentaciones. Sin perder la identidad individual se es al mismo tiempo parte del otro. En la reciprocidad se rompe la barrera de lo "mío" para dar paso a lo "nuestro". Ya no se piensa en términos exclusivamente individuales pero no se renuncia a la conciencia individual. En la mutualidad, más que pararse en el mismo pedazo de la realidad y pensar engañosamente que coincidir en todo significa “amor”, se reconoce la diferencia con el otro y se comparte la inquietud por lograr la unidad que existe en la diversidad. El gozo surge cuando se descubre que el otro no es uno mismo y que uno no es el otro. El reconocer la propia individualidad en la compañía del otro y, al mismo tiempo, la intimidad del otro en nuestra compañía es altamente placentero. La dimensión de lo íntimo es mucho más que un aferrarse para poseer y controlar, buscando con ello la satisfacción de los apegos. Desde esta perspectiva, lo íntimo es un placer de alta calidad que emerge de la serenidad y de la confianza, de la transformación de uno mismo en la
manera de
relacionarse con otro.
Autor: Dr. Gaspar Baquedano López. Mérida, Yucatán. México.