Entrevista al poeta y ensayista Agustín Labrada Aguilera, residente en México.

 

“Los escritores necesitamos poco del universo exterior”


Agustín Labrada Aguilera (Holguín, Cuba, 1964). Estudió literatura y español en el Instituto Superior Pedagógico Enrique José Varona de Cuba y ciencias de la comunicación en la Universidad Interamericana para el Desarrollo de México. Desde 1992 reside en México, donde (durante quince años) coordinó el Premio Internacional de Poesía Nicolás Guillén y se ha dedicado al periodismo, la radio, la docencia y la promoción cultural.

 

Es autor de los poemarios La soledad se hizo relámpago (1987, 2013), Viajero del asombro (1991, 1995, 1997) y La vasta lejanía (2000, 2005); la antología poética Jugando a juegos prohibidos (1992); los libros de periodismo cultural Palabra de la frontera (1995), Más se perdió en la guerra (1999), Un paseo por el Paraíso (2006), Seis caminos (2012) y Ellas están de paso (2013); y el haz de ensayos críticos Teje sus voces la memoria (2011).

Poemas de Labrada figuran en más de 50 antologías publicadas en Europa, América Latina y Estados Unidos; así como en los discos Un lugar para la poesía (1986, 2006), Guerra y literatura del siglo XX (2003),Los ángeles también cantan (2006) y Milonga para Isa (2012). Ha ofrecido lecturas en Cuba, México, Nicaragua, Bulgaria, España, Uruguay, Panamá, Estados Unidos y Francia. Textos suyos aparecen en publicaciones del mundo.

 

CUBAENCUENTRO conversó con Labrada Aguilera sobre poesía, el valor de la literatura y otros temas.

 

¿En qué momento decidiste que querías escribir?

 

Agustín Labrada Aguilera (ALA): A los dieciocho años. Vivía en Holguín, trabajaba en una fábrica y era miembro de un grupo de aficionados al teatro. El teatro era una experiencia en colectivo, insuficiente para el mundo que yo quería expresar. Entonces la poesía vino a mí, sola, y empecé a escribir mis primeros versos, sin oficio alguno, guiado por la emoción y la inocencia; y con la certidumbre de sentirme en contacto con la vida artística de la ciudad.

¿Qué te aporta la escritura y la literatura, piensas que vale todo en la literatura?

ALA: La literatura me aporta satisfacción: leerla y escribirla. Es también una terapia y una manera de entrever el entorno, el pretérito y el ser humano desde ángulos disímiles y a veces inauditos. Se vale todo lo que la torne más intensa, interesante y trascendente, al margen criterios dogmáticos y más allá de la moda. De una buena novela, un buen poema o buen un cuento… aprendo más que de muchos tratados de sicología e historia.

¿Qué es necesario para que una novela interese a los lectores?

ALA: Depende del tipo de lector. Hay muchas variedades de lectores y novelistas. En mi opinión, debe estar bien hecha con personajes definidos y situaciones que fascinen, con una sucesión de tramas que despierte interés y una fábula que entronque con las vivencias, los referentes culturales o algunos sueños de esos lectores. A veces, la argucia publicitaria seduce y otras veces se imponen el buen gusto y la calidad.

¿Cuáles son tus géneros favoritos en la lectura, sus autores, y quiénes le han influido más?

ALA: Mis géneros o formas genéricas favoritos son la poesía y la novela y, en menor medida, el cuento, el ensayo y el periodismo cultural. Nombrar autores que me han influenciado sería muy subjetivo. Nombro autores cuyas obras disfruto: Borges, Eliseo Diego, Machado, Eliot, García Márquez, Rulfo, Salinger, Kafka, Pavese, Pound, Perse, Vargas Llosa, Kundera, Guillén, Hemingway, Paz, Fuentes, Pessoa, Vallejo, Neruda, Martí…

¿A qué te dedicas cuando no escribes?

 

ALA: A ganarme el pan, escriba o no. Lo he hecho desde que tengo diecisiete años en diferentes oficios y ciudades. A darle amor a mi hijo Alex y a mi novia Isa. Leo, observo, dialogo con la gente y la escucho con sus léxicos e historias, reflexiono, veo películas, me meto en problemas, sueño, me entristezco, vuelvo a ser feliz, viajo, depuro mis textos, le digo a mi familia cuánto la quiero, oigo música, tomo fotos, bebo vino…

¿Cuál es tu método de escritura, anotas lo que se te ocurre?

 

ALA: Escribo a partir de impulsos que generan una emoción, una frase o una imagen. Los textos van saliendo a tono con mis latidos como catarsis o desahogo, aunque luego viene un proceso de depuraciones y autocríticas, donde pienso sobre lo escrito. Cuando estoy creando, no acudo a un método. Cuando organizo un texto, procuro que tenga una estructura geométrica, que traiga a sus páginas un poco de ritmo, alma y armonía.

Si pudieses ser un libro, ¿cuál serías?

ALA: La historia interminable o El guardián en el centeno.

¿En qué proyecto te encuentras sumergido en estos momentos?

ALA: Intento, lentamente, darle forma de relatos a fragmentos de novelas que empecé sin saber a dónde iban y perdieron su rumbo. Trabajo en ello y a la vez recompongo algunos poemas en estrofas japonesas para un posible cuaderno, rescato de mi quehacer periodístico un nuevo libro de entrevistas culturales e imagino la escritura de un libro futuro, donde se fusionen muchos géneros y convivan ficción y testimonio.

¿Se escribe por placer o también por dinero y reconocimiento?

ALA: Por todo eso y por nada. El dinero que he ganado ha venido casi siempre de una prosa pragmática y no estética. El placer solo llega cuando uno se encuentra satisfecho con unas hojas escritas y luego halla complicidad en otros lectores, en otras almas. El reconocimiento es etéreo. Uno escribe porque fue maldecido y no hay formas de huir de esa maldición, porque su imán es más intenso que cualquier luz sobre la Tierra.

¿Dominas los recursos de estilo, las figuras literarias o escribes con estilo propio y sigues experimentando y aprendiendo?

ALA: Se va aprendiendo en el camino y en el camino estoy, se aprende de la tradición y de la contemporaneidad literarias, de tropiezos y experimentaciones, de lecturas y hallazgos. El estilo es la manera en que uno acomoda pensamientos, palabras e imágenes con su trasfondo emocional, su cadencia y su arquitectura. En esa búsqueda es posible descubrir enfoques originales o al menos decir algo que dure un poco en el tiempo.

Se habla que los escritores deben cuidar y ofrecer obras depuradas utilizando recursos narrativos, ¿o encuentras bien que lo que se cuenta se limite a contar como se cuenta en la sobremesa?

ALA: Prefiero la estilización que entra en los códigos del arte, aunque se nutra de personajes, situaciones y escenas de ese entramado que se admite como realidad. No todos los narradores de sobremesa tienen la misma magia. La mayoría acude al humor pedestre, al costumbrismo básico o el lugar común de los mitos populares. La narrativa es una disciplina especializada que requiere de sabiduría, trabajo y rigor estético.

¿Regalas libros en alguna ocasión?

 

ALA: Sí, le regalo libros incluso a personas que no tienen el hábito de leer. Es buen un regalo y cuando me toca recibirlo lo agradezco. Nunca sabremos cuál es la suerte última de un libro, a qué latitudes llegará, con los ojos de qué generaciones será leído, qué impacto ha de tener a través de los años… Desgraciadamente, pocos aprecian la riqueza de esas líneas donde se traslucen dolor y sueño, amor y muerte, la vida que se nos va

¿Crees que la literatura cubana está de moda y que el escritor, en tanto figura pública, tiene responsabilidad social?

ALA: Están de moda sus espectros exóticos y seudopolíticos en determinados círculos y editoriales, que no siempre buscan la obra mejor escrita, sino la que provoque morbo en los lectores frívolos y, en ocasiones, estériles polémicas y propaganda oscura. La única responsabilidad pública de un escritor consiste en escribir bien y en compartir sus obras bien concebidas con los lectores más allá de las presiones extraliterarias y el dinero.

¿Cómo te ha cambiado el mundo de la tecnología y el e-book?

ALA: Para bien, porque son alternativas que ensanchan la promoción y el intercambio de la literatura con personas del orbe de un modo más eficaz, abarcador y rápido que en las praxis tradicionales. No creo que desaparezcan las ediciones de papel, sino que ambas maneras de publicación seguirán existiendo y abriendo puertas en nombre del arte. Hasta Homero y Shakespeare pueden encontrarse en Internet y eso es maravilloso.

¿Sentías que habías nacido con vocación literaria?, ¿cuáles son tus verdaderos orígenes en ese sentido?

ALA: Tal vez de un modo inconsciente, pues de niño hacía historietas en viejos cuadernos: diálogos y dibujos inspirados en series de aventuras que veía en la televisión, pero alteraba los conflictos y las acciones. También escribí décimas, salían solas, para burlarme de mis compañeros de aula y de los maestros, y un relato fallido sobre un naufragio, pero no tuve certeza de mi vocación hasta que entré en el grupo teatral.

¿Lamentas que tu vida literaria no se hubiera desarrollado en otro medio más propicio?

 

ALA: No. A diferencia de otros artistas, los escritores necesitamos poco del universo exterior. Basta con buenos libros, hojas y lápices y, si los orishas lo permiten, algo de talento. Tanto en Holguín como en La Habana tuve acceso a libros, revistas, talleres, seminarios, cursos, recitales, conferencias, lecturas, publicaciones… y el privilegio de pertenecer a una comunidad de escritores, casi dispersa hoy por todo el mundo.

¿Crees que la literatura cubana a veces tiene serios altibajos?

ALA: Tiene altibajos como toda creación humana, pero yo no diría que serios, pues siempre ha habido una suerte de pudor y de respeto por lo que se escribe y se publica dentro y fuera de la Isla, y todo eso conforma el corpus de lo que llamamos literatura cubana. Le corresponde a la crítica cumplir más a fondo su rol y también a los editores, a los promotores literarios y al público lector, y dividir el oro de la paja. Ello es posible.

¿Qué libros han cambiado tu vida?

ALA: Cien años de soledad, de Gabriel García Márquez; y Cuentos completos, de Guy de Maupassant. Me los regaló en Holguín el promotor Joaquín Osorio, cuando yo era un adolescente, y mi brújula lectora, acostumbrada a las novelas de aventuras, dio un giro inmenso al acercarme a esas creaciones artísticas. Asimismo, Lo cubano en la poesía, de Cintio Vitier, que me puso ante una dimensión más honda de nuestra identidad.

El regreso, la nostalgia, el sufrimiento causado por el deseo incumplido de regresar. ¿Tienes la obsesión del regreso a tenor de los nuevos cambios?

ALA: Nadie me obligó a establecerme fuera de la Isla. Fue mi decisión y la he pagado con desgarramiento, soledad y nostalgia. Parte de eso está en mi libro La vasta lejanía. Ya ha transcurrido algún tiempo y con él viene cierto equilibrio, cierto acomodo al nuevo país que nos acoge. No sé si regrese algún día a vivir en Cuba, a fin de cuentas todas las noches la siento dentro de mí, en el lado izquierdo, muy cerca del corazón.

¿Has tenido que esquivar la censura en tus escritos?

ALA: Esquivar no. Cuando trabajaba en el diario Por Esto de Quintana Roo, me censuraron abiertamente tres o cuatro textos, no por motivos políticos o de crítica mal entendida, sino por la más elemental rapiña, ya que los encargados entendieron que en esas notas y artículos había publicidad de producciones artísticas que no generaban ganancias a los dueños del periódico, quienes siempre abrazaron las banderas de la izquierda.

¿Hay algún género más eficaz para trascribir la realidad cubana?

ALA: Sí, la literatura testimonial con los enfoques del Nuevo Periodismo: exponer las realidades (sin ficción) con un tratamiento artístico; y la narrativa del realismo sucio. Estas dos opciones, con sus libertades, son perfectas para penetrar en submundos marginales, en la microhistoria, en el recuerdo novelado…; y para hacer un registro de diferentes voces y lecturas más profundas y heterogéneas sobre nuestra isla.

¿Crees que la cultura cubana tiene déficit de monografías, memorias históricas que den profundidad a esta cultura?; ¿cómo se puede suplir este vacío?

ALA: No tengo información suficiente para responder esta pregunta.

¿Sin memoria histórica no hay imaginación?

ALA: Los hombres primitivos del Paleolítico no tenían memoria histórica, pues la humanidad pensante era un fenómeno reciente en la evolución, pero imaginaron seres sobrenaturales y otras fantasías. Ayuda que exista cierto pasado, pero si no lo hay se inventa como hicieron los poetas “siboneyistas” del siglo XIX cubano respecto de la cultura aborigen que supuestamente existió en la Isla: invenciones fabuladas con gracia.

¿Qué significado tiene para ti la ciudad dónde has vivido la mayor parte de tu vida?

ALA: En Holguín se hallan mis raíces, mis primeros afectos, mis primeros rencores y el descubrimiento del mundo con sus luces y sombras. Es mi panteón y mi memoria y donde vive parte de la familia. En el fondo sé que no me ido, que en cada amanecer oigo la música y me llegan los olores de sus barrios. Nunca fue tan certero Cavafis al decir que adonde quiera que uno vaya va con uno, como un sello de origen, su ciudad.

¿Qué objetivo persiguen sus libros?

 

ALA: Los libros solos no persiguen ningún objetivo. Como autor de ellos aspiro a que dialoguen con espíritus afines y que esos espíritus encuentren ahí algún interés de índole humanística o histórica, la cercanía de cierta vivencia sublimada que los identifique o un entretenimiento. Si eso no llegara a ocurrir no me sentiría frustrado, porque ya cumplieron su papel: me han servido para desahogarme y estar en paz con su lectura.

¿Qué mensaje desea transmitirles a los cubanos y a sus lectores?

 

ALA: Que no deserten de la lectura literaria seducidos por el lado oscuro de las redes sociales y otros cauces mal usados de la Internet, donde se destroza el idioma español y se exalta hasta el infinito la banalidad; que conviertan a lo más depurado de la literatura cubana en parte de su patrimonio cultural intangible y de sus recuerdos más entrañables; que sigan leyendo y en ese gozo y ese aprendizaje se acerquen a la utopía de ser felices.

 

Autor: Juan Carlos Romero.

Girona| 09/10/2014 10:48 pm

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