De cuando los escritores nacieron.
En 1940 y los años subsecuentes, el territorio federal de
Quintana Roo estaba mucho muy lejos de lo que es hoy en día; específicamente,
en lo referente a población y cultura: En una superficie de más de 50 mil kilómetros
cuadrados, apenas habitaban 18,752 personas (26, 967 diez años después) en
tanto que la población escolar registraba cifras que ahora pueden parecer
increíbles: para el año escolar 48-49, primero en la historia de la enseñanza
secundaria, apenas se inscribieron 30 alumnos. Lo que ocurría a nivel primaria,
una década antes, era peor aún, como más adelante se verá.
Lógicamente, en un escenario así era imposible que la
entidad contara con sus propios escritores, de modo que las escasas referencias
sobre Quintana Roo se hallaban sumamente dispersas en libros, revistas y
periódicos de otros estados. Pues bien: visto ahora a través de la óptica del
pragmatismo, en los registros de nacimientos entre 1946 y 1948, salta a la
vista el nombre de cinco varones que a través del tiempo se convirtieron en la
primera generación de escritores al servicio de su estado.
Encabeza esta honrosa relación, Artemio Kaamal Hernández,
quien nació en 1946, en el corazón de la península maya (Tixméhuac, Yucatán),
se trasladó a Quintana Roo en su juventud y se forjó una exitosa trayectoria
como maestro, legislador estatal y federal, activista indígena y como poeta. En
noviembre de 2013 falleció prematuramente. Dejó a la posteridad una decena de
poemarios inspirados en la cultura maya y en las ciudades más representativas
del estado.
En 1946 nacieron en Chetumal Jorge Carlos Dacak y Héctor
Aguilar Camín, y al siguiente año, lo hizo Primitivo Alonso Alcocer. La obra
literaria de ellos tres, nos habla amorosamente de su ciudad natal, como se
verá más adelante.
El quinto y más joven del grupo es Fidel Villanueva Madrid,
también nacido en Chetumal “con las primeras luces del día, el 21 de octubre de
1948”. Desde 1980 radica en Isla Mujeres, donde ha logrado armonizar muy
diversas tareas, principalmente como técnico hidráulico, servidor público y
cronista del propio municipio. Su obra más trascendente será sin duda, la
investigación, redacción y edición de “Isla Mujeres a través del tiempo”, de la
cual han salido a la luz pública los dos primeros tomos y ya trabaja en el
tercero.
Congreso del Estado
Jueves 27 de noviembre de 2014
La vocación literaria de Primitivo Alonso Alcocer,
forjada durante su más tierna edad en la vieja ciudad de madera; en el hermoso
paisaje del Chetumal de antaño, tan lleno de luz y solidaridades, hoy se
manifiesta nuevamente ante sus paisanos y amigos, aquí convocados en nombre de
la luz.
Una vocación ya reconocida, desde que en 1992 escribió
“Cuando Quintana Roo fue desmembrado, obra con la cual daría un nuevo rumbo a
su pasado reciente como poeta y fogoso declamador. Publicó entonces su primera
novela histórico-imaginativa –antes había hecho dos libros de poemas--, y con
ella saldó una cuenta que los quintanarroenses tenían por más de medio siglo,
con aquella gallarda generación que luchó denodadamente hasta recuperar la
dignidad y su amado territorio federal.
Del mismo corte novelesco e histórico, Alonso Alcocer hizo
un nuevo aporte en 1993 a la cultura de la ciudad y del estado con la obra: La
tierra disputada. En ella pueden leerse hechos prodigiosos de personajes
reales, como fueron la extraña enfermedad de Rosendo Álvarez Marín, muerto tras
beber una copa con vidrio molido que le dio una mujer despechada, y la vida de
Rogelio Castán, aquel capataz chiclero, admirado y respetado en todos los
hatos, que se forjó una leyenda al recolectar 99 quintales de resina en una
temporada, cuando otros apenas alcanzaban 30 o poco más.
Un lustro más tarde, en enero de 2009 salió a la luz su
tercera novela: El saldo de la tormenta. Ciencia-ficción, aventuras, intriga
internacional, alta política, esoterismo, misterio… en fin, una amalgama de
ingredientes que giran en torno a los huracanes y cuyo epicentro
logístico-literario es la propia Chetumal. Tales son las andanzas por el
mundillo de las letras del autor que ahora nos obsequia su nueva creación: En
nombre de la luz, una sugestiva colección de doce textos impregnados de
nostalgia, sentimiento y devoción por el Chetumal de ayer y de siempre.
En este libro, Primitivo Alonso hace el obligado tornaviaje
que, sea tarde o sea pronto, todos realizamos alguna vez en busca de nuestra
naturaleza profunda y del sentido de la propia vida. Es el retorno al pasado, a
la memoria que guarda los sentimientos más entrañables de la niñez, siempre
nítidos y amables, hasta los que es preciso volver para nutrirse de la fe y la
esperanza que ahora nos niega la modernidad.
Es el viaje recurrente que muchos escritores suelen
compartir con quienes leen sus páginas más sentidas; que a su vez hacen suyas,
porque les hace sentir con ternura su paso por la niñez, haya sido feliz o
penosa. Así recreaba su infancia Mika Waltari, encarnada en Sinuhé el egipcio:
“Por la tarde, cuando la barca dorada de Amón descendía hacia las colinas de
occidente, de todas las terrazas y de todas las cabañas salía el olor a pescado
frito que se mezclaba con los efluvios del pan fresco. Este olor de barrio pobre
de Tebas, aprendí a amarlo desde mi infancia y no lo he olvidado jamás”. Y
Primitivo nos dice: Cierro los ojos para que desfilen mis evocaciones y con
ello parte de lo que transcurrió durante los años más tiernos de mi vida.
Otro escritor consagrado—Gabriel García Márquez--,
reflexionaba: “Hasta la adolescencia, la memoria tiene más interés en el futuro
que en el pasado, así que mis recuerdos del pueblo no estaban todavía
idealizados por la nostalgia”. De cualquier manera recordaba su pueblo natal como
“un lugar bueno para vivir, donde se conocía todo el mundo, a la orilla de un
río de aguas diáfanas que se precipitaban por un lecho de piedras pulidas,
blancas y enormes como huevos prehistóricos”. Sobre este asunto de la vecindad,
Primitivo ha escrito: “El hecho de que toda la gente se conociera, permitía
responder al infante a la pregunta normal que se formulaba con sinceridad en
aquel entonces; ¿Quién es tu papá? o ¿Cuál es tu familia?” Este sigue siendo un
rasgo distintivo del chetumaleño.
Otras añoranzas recientemente reveladas fueron estas: “Si
tengo que elegir una escena que cifre el sentido de aquellos años de Emma y
Héctor ha de ser el recuerdo de una fiesta. Ese recuerdo agrupa en mi cabeza
todas las fiestas de mi casa de Chetumal, siempre abierta a la fiesta. Es una
buena metáfora. Una encarnación imaginaria, por eso mismo exacta, del modo como
fue trasmitida la felicidad esencial de aquellos años buenos… Hay un patio
enorme donde sucede la fiesta...”. El recuerdo de aquel Chetumal fiestero pertenece
a Héctor Aguilar Camín, mientras que Primitivo Alonso Alcocer así lo guardó:
“En una casa inmensa de mampostería, la de la familia Muñoz Argáez, “Escuchamos
por primera vez el timbre cantarino de la marimba, novedad en Chetumal, que
deleitó a los concurrentes durante una fiesta de cumpleaños con el ‘Chiviri
chirivi chivirico’ que era la melodía de moda en los bailes de la ciudad”.
A todo esto, la generación infantil a la que perteneció
Primitivo, ha de tenerse por privilegiada: una década atrás la vida en Payo
Obispo era ciertamente muy dura. Recién terminada, la escuela Belisario
Domínguez, tenía cupo para 400 alumnos pero únicamente asistían 98. “El
problema educativo es aterrador”, reportaba José Pavía Crespo, comisionado de
la Secretaría de Gobernación. Los niños menores de 15 años que no acudían a la
escuela sumaban 94, que eran: 16 vendedores ambulantes, 14 boleros, 18
aprendices, 2 voceadores, 3 carreteros, 12 trabajadores en obras de gobierno, 8
sirvientes o mozos, 6 dependientes, 3 mozos de cantinas o cervecerías y 12
peones. Además de cinco niños de la calle.
Luego de esta digresión y volviendo a los dulces años de la
infancia, no debe pasarse por alto el protagonismo de los maestros… incluso si
eran dados al lanzamiento de borradores, varazos en las piernas y jalones de
patillas, claro, bajo la premisa de que “la letra con sangre entra”. Así lo
cree Primitivo, y como cada quien tiene su maestro inolvidable, para el autor
de En nombre de la luz, lo fue la profesora Gloria. Cada fin de cursos se
repetía la inevitable y sentida separación, y aquella escena emotiva ya
descrita cien años antes por Edmundo de Amicis en su libro clásico Corazón,
diario de un niño. En ella el maestro expresaba: “Siento separarme de vosotros,
queridos hijos. Si alguna vez me ha faltado la paciencia, si alguna vez, sin
querer, he sido injusto o demasiado severo, perdonadme”.
Al hablarnos de las vacaciones de su niñez, nos advierte
Primitivo Alonso, que no intenta hacer una autobiografía o una semblanza
personal. Tiene razón al decirlo, porque son sentimientos que afloran
espontáneamente desde lo más hondo. Y si, por otra parte, resultan tan
semejantes a los de otros autores aquí recordados, ninguno de éstos podría ser
acusado de plagio, puesto que un texto autobiográfico, es el único campo de la
literatura donde no es posible recurrir a esa práctica.
Empero, en las vacaciones del autor tal vez haya una
omisión, porque el niño Primitivo no aprendió sus primeras letras en la
Belisario, sino en la Obregón, o lo que es igual, en el mismo sitio donde ahora
nos encontramos. Aquí, en la desaparecida escuela Álvaro Obregón cursó el
primer año y aún se le recuerda recitando los lunes por la mañana el Juramento
a la bandera. Un condiscípulo, llamado Jorge Carlos Dacak Vela, es quien nunca
lo ha olvidado.
Jorge Carlos nació en Chetumal en mayo de 1946, dos meses
antes que Héctor Aguilar Camín, y once antes de Primitivo Alonso. Siete décadas
después, ellos tres han venido a entregar a su ciudad los recuerdos más
sentidos, impresos en sendos libros que ahora a todos nos pertenecen. No
importa ahora quien tenga mayor o menor mérito, de modo que de los tres
escritores debemos sentirnos orgullosos y con los tres hemos de estar
agradecidos.
Mención aparte merece Jorge Dacak, quien presentó en el
Festival de Cultura del Caribe sus obras Sisimite y La ruta del misterio. Para
ello vino manejando desde Ensenada, Baja California, donde reside. (4,191
kilómetros y otro tanto de regreso, según Google). Para su presentación, sus
paisanos no fueron lo recíproco que era de esperarse: sólo vendió 12 libros, y
de los cuatro hermanos que viven en Chetumal ninguno estuvo presente. Aun así,
Jorge Carlos ama a su ciudad y recuerda a sus amigos de la Obregón.
A Primitivo Alonso, a quien no ha vuelto a ver en muchos
años, le hace llegar un mensaje especial para la ocasión: Te deseo todo el
éxito del mundo en la presentación de tu libro En nombre de la luz. Y te
recuerdo que siempre tendrás mi respeto y mi cariño.