Implorante

 

 

Dios se reclina en un rincón;

Él, que no sabe de fatigas.

Dios se adormece en el sopor

De esta tediosa melodía.

 

Yo le quisiera despertar,

Mas no sé si me atrevería.

Tal vez precise descansar

Para aliviar tanta agonía.

 

Quisiera hablarle en un rumor;

¿Pero es que acaso aprendería

a implorar toda su atención,

sin olvidarme de la mía?

 

Dudo si recuperaré

La confianza que tenía

Cuando le hablaba en mi niñez,

Y Él, de inmediato, respondía.

 

¿Y si te cansas de escuchar?

¿Quién puede darme la alegría?

Te volveré a suplicar.

Tu voluntad, que no la mía.

 

 

 

SONETO

 

 

Oh Dios, jamás dudé de tu existencia.

De tu alba universal y creadora.

De que tras este ocaso habrá la aurora

Perpetua, al esplendor de tu presencia.

 

Jamás quise anidar la inconsistencia

De un tedio en el cáliz de las horas.

De un mundo que se asfixia o se devora

Errante, sin la luz de las creencias.

 

Yo sé que Tú conduces y sostienes

Inquieta, todo el peso de esta nave.

Y en cada pasajero te detienes.

 

Mas, ay dolor, si en tal certeza cabe

A tu llamada, mi respuesta tenue,

Exigua, ante el umbral que pronto se abre.

 

 

 

 

ORACIÓN

 

 

Qué de oscuros silencios aceptamos,

Y cuántas omisiones consentimos.

Qué de palabras huecas nos decimos.

Cuántas frases insólitas albergamos.

 

Qué de esperanzas ciertas desterramos.

Cuántos juicios ajenos emitimos.

Cuánta alegría y fe no compartimos.

Cuánto tiempo, sin más, desperdiciamos.

 

Me apresuro, Señor, a desmarcarme

Del sonar colectivo. Me presento

Como humilde criatura, irrepetible.

 

Gracias por la ocasión de renovarme.

Tu bondad salve mi arrepentimiento.

Llámame; hazme tu voz audible.

 

 

 

PAZ INTERIOR

 

 

Cuando mi paz disfruto, declinante el día,

Desde la fortaleza donde me sostienes,

Pongo en Tus santas manos, rotas armonías,

Y a Tu mirada clara, agravios y vaivenes.

 

Yo traigo a Tu presencia, personal acervo

De mi actitud, mis luchas e infidelidades.

Miras benevolente mis debilidades

Y el paternal abrazo ya siento y observo.

 

Yo soy quien me examino. Y escojo y separo

Mis flaquecitas obras. Y mis omisiones.

Y humildemente aparto mis valoraciones,

A Tu prudente juicio y en mi filial amparo.

 

Tus sentencias no temo. Sé que Tú me amas

Porque así me has creado. Mis ingratitudes

Tú disuelves siempre, arrastrando aludes

De infinita paciencia. Nada me reclamas.

 

Al fin, sobre mi almohada, la oración ferviente

Misericordia implora en el anochecer.

Mientras plácido el sueño me quiere acoger,

En la serenidad de Tu abrazo ardiente.

 

 

Autor: Antonio Martín Figueroa. Zaragoza, España.

samarobriva52@gmail.com

 

 

 

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