El primo Tadeo.
Cuento
Supongo que tendría que tener cargos de conciencia por el
pobre primo Tadeo pero lejos de sentirlos, cuando recuerdo la llamada de
Margarita me invade una sensación de alegría.
Yo se que ella no quería comunicarse conmigo pero Tadeo la
convenció.
La invitación para que los visitara a su casa de campo era
algo extraño si tomamos en cuenta que se había casado con mi novia y que a mi
perro guía Chester, le decía saco de pulgas.
Los argumentos con que me había despojado de Margarita
fueron tan ruines que es mejor ni mencionarlos y de todas formas, al Primo
nunca le caí bien y debo confesarlo, él tampoco a mí.
Mientras escuchaba a Margarita, se me fue olvidando el enojo
y solo pregunté si podía ir Chester a lo que me respondió que ambos seríamos
bien venidos.
Tomé el bus el lunes por la mañana y varios kilómetros antes
de mi destino, Margarita me gritó por la ventana que bajara.
De casualidad me vieron y terminamos el recorrido en su
auto.
Solo me quedaría hasta el miércoles, así que ese lunes, me
quedé en casa del primo quien se mostraba solícito con migo y a Chester no
sabía donde ponerlo con tantas comodidades como procuraba ofrecerle.
Las horas pasaron muy amenas aunque me costaba creerlo, como
habían cambiado, todo era camaradería y seguro era yo el de los prejuicios. Por
la noche, quedamos en recorrer el pueblo desde temprano porque según Margarita,
el campo me encantaría.
A las seis de la mañana, me levanté y al prepararme para el
baño, Me saludó Margarita indicándome que Tadeo tuvo que salir de emergencia.
Lo lamenté y luego de la ducha, llamé a chéster pero no me
respondía.
Luego llegó pero su comportamiento era extraño.
Al servirle la comida, se arrojó sobre ella para devorarla,
lo detuve para que se comportara en forma adecuada y además de gruñirme, uno de
sus colmillos rasgó levemente mi mano.
Con el agua pasó lo mismo y rehúya a mis caricias.
Seguro se siente extraño decía Margarita y lo acariciaba.
Al colocarle el arnés no sin mucho esfuerzo y salir a los
alrededores, me dio un tirón que me lanzó en una zanja mal oliente mientras
corría tras un perro que ladraba sin cesar.
Margarita curó mis heridas y lavó mi ropa sucia y decidí
adelantar el viaje a casa para acudir al veterinario porque esta situación no
era normal.
Un rato más tarde Llegó Tadeo muy alegre y cuando le
contamos mis percances, nos dijo que no era nada, que ya se le pasaría y que
nos alistáramos para irnos de paseo.
Chester se le lanzó enzima y dándole dos palmadas me dijo
que seguro estaba estresado que le daría una vuelta y ya vendrían.
De regreso chéster vino como siempre, era de nuevo el perro
cariñoso y disciplinado por lo que nos fuimos de paseo y lo disfrutamos
muchísimo.
Al caer la tarde, regresamos a la casa para que chéster
comiera y bebiera y lo hizo como de costumbre.
Tadeo pretextó algunos compromisos y se alejó del hogar.
Me senté en la sala y ella me llamó al comedor, mientras me
servía el chocolate y las galletas horneadas por ella, sentí su aroma, sus
cabellos y pecho rosar mi espalda.
Me tomó la mano para indicarme donde estaba la taza y al
inclinarse un poco, depositó un beso en mis labios.
Ya no pude conservar la calma, mi ser vibraba, regresé a la
sala y se sentó a mi lado.
Unos minutos más tarde, disfrutábamos en la cama fundidos en
un solo ser.
Al otro día, me fueron a dejar al bus pero como el lunes, no
fue en la estación más lejana del pueblo donde lo tomé si no unos kilómetros
adelante aunque ya no me extrañó.
Quedamos de vernos para vacaciones y nos despedimos.
Ahora luego de cuatro años de visitas, somos grandes amigos,
primos o hermanos.
Tadeo no sabrá que Margarita me contó su secreto.
Un día en el pueblo, apareció un perro labrador y al
quererlo acariciar, lo mordió.
Para no darse por menos, dijo que lo educaría en un mes.
Todos se rieron de él y como es tan testa dura, apostó la
casa y el dinero que tenía y claro, le aceptaron la apuesta y ahí mismo
firmaron un documento con el notario que en este negocio se asoció al dueño de
la cantina.
Hizo todo lo asible por educar al perro sin resultados
aragüeños hasta que vio un reportaje en el periódico donde chéster y yo
aconsejábamos la mejor manera de tratar a un perro lazarillo mientras trabaja
con su amo.
Eran iguales y se le ocurrió invitarme sin que en el pueblo
vieran a Chester y por la mañana hizo el cambio tan desafortunado y que ahora
mientras me alisto para tomar el bus hacia el pueblo, pienso porqué no tengo
cargos de conciencia y si debo repetir la historia de Tadeo que me entrenó a
chéster para que me ayudara.
Autor: Roberto Sancho Álvarez. San José, Costa
Rica.