Bacalar en la historia.
Quienes tenemos el gran privilegio de habitar sobre la
cuenca compartida por el río Hondo, la bahía de Chetumal y la laguna de
Bacalar, debemos estar orgullosos de ocupar el mismo suelo donde el hombre dejó
su primera huella 9,000 años antes de Cristo.
En la oscuridad de los tiempos ha quedado perdida la llegada
de avanzadas nómadas en busca de las tierras más propicias para forjar en ellas
un futuro promisorio. Fue así que se asentaron en el centro—este de la gran
península, hasta entonces un mundo desierto y pleno de riquezas naturales en
todos sus confines: un océano exuberante hacia la salida del Sol; tierras
fértiles de selvas milenarias; caza y pesca inagotables y el verdor perenne de
la selva tropical, muy lejos de los volcanes y las montañas boscosas del Sur y
del bosque seco y las marismas del Norte.
Sin una historia propia, ni una leyenda, se conocían a sí
mismos como “los hijos del tiempo”, y dedicaron alrededor de siete mil años en
sobrevivir tomando de la selva todo cuanto necesitaban, para lo cual solo
requerían de las puntas de flecha forjadas con rocas que hallaban en la margen
derecha del río Hondo. Y cuando decidieron poner fin a la precaria
colonización, hacia el año 2,800 a.C., dieron inicio al cultivo del maíz, e
hicieron otro tanto con el algodón y el chile once siglos más tarde, cerca ya
de superar la edad de piedra. Esta llegó a su fin con la elaboración de
cerámica, el cultivo de yuca y mandioca, y la fundación de Cuello, a menos de cien
kilómetros al sur de Bacalar, y que es el más antiguo asentamiento maya
estudiado por los modernos arqueólogos. Tal prodigio de la historia se sitúa en
el año 1,200 A.c. Para entonces ya los mayas se denominaban entre ellos, como
“los hombres de maíz”.
A partir de entonces
y hasta el año 400 de la era cristiana, hubo un incremento considerable de la
población, se erigieron portentosas ciudades con el río Hondo como su eje desde
la bahía de Chetumal hasta el Petén: Tikal, El Mirador, San Bartolo, Calakmul,
Altun Ha, Dzibanché, y más tarde Chacchoben y Kohunlich, todas ellas a partir
de la laguna de Bacalar como punto concéntrico, y conocida desde el Preclásico
por el sugestivo nombre de “Laguna cercada de cañas”. A la estratégica
ubicación del territorio unificado del cacicazgo de Uaymil y el señorío de
Chactemal debió la región su preponderancia política y comercial.
Las similitudes en el florecimiento de la cultura maya con
otras del continente americano, así como la súbita desaparición de todas ellas,
nunca han obtenido el consenso de los especialistas, pero es innegable que aun
siendo eventos aislados, prepararon un escenario propicio para los
conquistadores europeos. El primer acercamiento a la costa peninsular lo
realizó Cristóbal Colón durante su cuarto y último viaje, sin percatarse de
haberla recorrido en paralelo desde Cozumel hasta Xcalak y el Golfo de
Honduras. Algo más cerca lo hicieron Pinzón y Solís navegando de Sur a Norte, y
directa, aunque involuntariamente, los náufragos de la nave de Valdivia, entre
los que se hallaban Gonzalo Guerrero y Jerónimo de Aguilar.
Enseguida Hernández de Córdoba, Juan de Grijalva y Hernán
Cortés. Este, sabiendo de la presencia de españoles en Chactemal, los invitó a
unírsele en la conquista del Anahuac, pero Guerrero no aceptó, convirtiéndose
por ello en enemigo de sus compatriotas. Cortés envió entonces a Alonso Dávila
a la conquista de Uaymil-Chactemal, cuya defensa había encomendado el cacique
Nachancán a Gonzalo Guerrero, entregándole también a su hija en matrimonio.
Dávila apenas tuvo tiempo de fundar la Villa Real de Chetumal, con un cabildo
improvisado y una iglesia a medio construir, cuando las huestes de Guerrero lo
obligaron a abandonar el lugar y a huir hacia el Sur. Cinco años más tarde el
náufrago europeo, ya asimilado a la cultura local y con hijos de sangre maya y
española, fue asesinado a traición en tierras hondureñas el 13 de agosto de
1536.
Iniciado el periodo colonial, Francisco de Montejo envió
desde Mérida a Gaspar y Melchor Pacheco, padre e hijo, en otro intento de
someter a la región. Para tal fin, emplearon los métodos más crueles e
inhumanos, como jamás se había visto en el mundo maya. Dieron por nombre a la
nueva fundación el de Salamanca de Bacalar, en tanto que los indígenas huyeron,
en su mayoría, hacia lo profundo de la selva. Cinco décadas más tarde, el
encomendero Pero García dijo en su informe a la corona española, que la villa
de Bacalar contaba con doce vecinos, por cuarenta de Valladolid y cerca de
veinte para Campeche.
Cien años después el Caribe y la Península se habían
convertido en un vasto campo de batalla para las potencias europeas, en el que
todas las iniquidades se dejaban sentir: piratas ingleses y holandeses al acoso
de navíos del comercio triangulado, que en un circuito sin fin transportaban
oro, plata y materias primas para Europa, artículos manufacturados hacia África
y seres humanos para sus colonias del continente americano. Y para que las
cosas marchara bien, Carlos II de España, le recordaba a sus socios: “la obligación
que tenéis de introducir a mis provincias 10,000 toneladas de esclavos negros”.
Bacalar ganó, entonces, como punto estratégico: Antonio de
Figueroa hizo construir el Fuerte de San Felipe, muy semejante al que 30 años
antes se erigió en Nueva York. Desde esta fortaleza a orillas de la laguna, el
gobierno colonial de Mérida pretendía tener el control de la colonia inglesa,
pero las acciones militares no siempre fueron afortunadas. La exitosa incursión
de José de Palma en 1751, fue empequeñecida por la derrota infligida a Arturo
O’Neill, 47 años más tarde, en la célebre Batalla de San Jorge, que no pasó de
ser una escaramuza, pero que dio a los beliceños la ocasión de proclamar su
independencia de España. Para entonces, a la población española de la villa, se
habían sumado cerca de 200 esclavos de la corona inglesa que en Bacalar se
convertían en hombres libres, pudiendo moverse por la península sin mayor
dificultad, como fue el caso de Manuel Bolio y otros, que habían nacido en El
Congo y vivieron en Mérida sus últimos días.
Para colmo, un huracán destruyó la villa la noche del 31 de
agosto de 1785, siendo el primero debidamente documentado en las antiguas
crónicas en cuanto a sus efectos, pero sin que sus víctimas hayan tenido la
menor idea de las características del fenómeno, pese a que sobre ellos cruzó el
ojo del meteoro.
Los mayas recapturaron Bacalar en plena Guerra de Castas en
la noche más dolorosa de su historia. Mataron, torturaron, incendiaron y
retuvieron a dos niñas y cuatro chicos, José María Rosado, uno de estos. Unos
pocos sobrevivientes se refugiaron en Corozal. Luego vinieron cuatro décadas de
abandono y el gobierno yucateco decretó la desaparición del partido de Bacalar
con sus pueblos Bacalar y Chichanhá. Y cuando Porfirio Díaz decidió ocupar
nuevamente la plaza, envió sus tropas desde Xcalak y Payo Obispo, pero donde se
esperaba encontrar a cientos o miles de mayas defendiéndola, solo hallaron a un
indio solitario custodiando la imagen de San Joaquín, el santo patrono. El
fuerte se habilitó como prisión, pero los presos políticos se las ingeniaban
para escapar de ella, como hicieron el tlaxcalteca Trinidad Sánchez Vargas y
Tiburcio Alcántara.
Con la llegada del siglo XX Bacalar vivió días lo mismo
felices que aciagos, pero su futuro seguía siendo promisorio. El gobernador
Amado Aguirre la visitó en 1924 y así la halló: En los alrededores hay restos
de un cafetal como de cinco hectáreas, cuatro kilómetros al Sur y otro de diez,
al Noreste, que entre la selva virgen fructifican todavía, sin que nadie
aproveche un solo grano. La ciudad está en ruinas, pero en los patios hay
huertas de frutales en producción, como cidra, naranja, toronja, mamey,
guayaba, plátano, guanábana, chirimoya y papaya que se han conservado después
de 73 años. Hay numerosas casas que mediante una inversión de $ 5,000 podrían
ser habitadas y su valor sería diez veces mayor.
Otro general, Lázaro Cárdenas, voló sobre la laguna el 19 de
marzo de 1934, cuando vino a Payo Obispo, Campeche, para dar a los habitantes
del ex territorio la jornada más memorable de su vida. A bordo del aeroplano
escribió, a las 8:47: Cruzamos sobre la laguna de Bacalar. Y en el tornaviaje,
a las 13:10 anotó: Volamos sobre Bacalar, pequeño pueblo situado a la orilla de
la laguna. Hay campo de emergencia.
Para nadie era un secreto el temor del entonces candidato a
la presidencia, cuando de volar en avión se trataba. De hecho, se fijaba más en
los espacios para aterrizar que en el mismo paisaje. Pero en esa
oportunidad lo más importante fue que, entre vuelo y vuelo, empeñó su palabra a
los payobispenses. Y que la cumplió, dándoles nuevamente su amado territorio de
Quintana Roo; este mismo que, el 8 de octubre del año en curso, cumple 40 años
de haber alcanzado la categoría de estado libre y soberano.
Autor: Francisco Bautista Pérez. Chetumal, Quintana
Roo, México.