Noemí Ferráez Calderón.

 

De mi madre aprendí el valor de los quehaceres domésticos y su importancia para la formación del carácter y las responsabilidades cotidianas y futuras, aprendí también, que el mundo estaba lleno de otras madres como la mía que disciplinaban y educaban con el regaño a todo pulmón, las amenazas y maldiciones catastróficas, cuasi bíblicas y el ejercicio irrestricto del manotazo, el chancletazo, el escobazo, etc.

 

 Nadie como mi madre para mentármela y exhibirme su florido lenguaje vernáculo y bravío; pero también supe del amor incondicional cuando el corazón se le asomaba a través de los ojos llenos de lágrimas, aprisionado por el temor de una desgracia cuando el crío se iba de pinta a las playas que abundaban en la isla y regresaba al hogar empezando la noche, en vez de entrar a la escuela y volver al mediodía; o de la tolerancia solidaria cuando me aparecía en la casa con un perro callejero adoptado, porque pensaba que merecía mejor suerte que la de morir atropellado en la calle. También supe de la fortaleza y del carácter para luchar por un miembro de una familia, cuando junto con un grupo de aventureros e irresponsables adolescentes, nos decidimos darle la vuelta a la isla por nuestro propio pie y con nuestros propios recursos, en un mal calculado periplo de 3 días que se prolongó más de una semana sin que se supiera o tuviera la más mínima señal nuestra en 8 días aproximadamente, de esa manera un grupo de angustiadas madres movían cielo mar y tierra y de paso a las autoridades marítimas, para salir al encuentro de lo que quedara de sus hijos extraviados en la laguna, en el golfo, o en cualquier otro lugar.

 

 Del mismo modo el GPS materno me encontraba a las 8 de la noche en el segundo piso de madera en uno de los dos cines que habían en mi isla, porque “Una semana en el circo” que había ido a ver en la matinée me había cautivado tanto, que decidí ver todas las funciones del día por el mismo boleto, o en un rudimentario, salitroso y alejado parque de béisbol donde jugábamos ese deporte un nutrido grupo de niños descalzos, descamisados, flacos y curtidos por el sol marino de mi terruño, soñándonos las futuras estrellas de las grandes ligas, todo ello antes de que retumbaran los sonoros gritos maternos localizándome y describiendo gráficamente el castigo que me esperaba por esa aventura deportiva sin permiso y sobre todo sin informar por donde andarían mis inquietudes de niño.

 

Por supuesto que también supe del orgullo exhibicionista de mi progenitora, cuando su tesorito era reconocido por ser el mejor de su clase durante toda la primaria; hasta que llegaron con la adolescencia las espinillas y con ellas el vuelo de la imaginación y los primeros rubores que inauguraban el siguiente ciclo de mi vida, dejando atrás los juegos infantiles en aquellas viejas calles de arena, postes alquitranados, casa de madera y techos de tejas, aquellas tejas que llegaban como lastre de los barcos europeos que atracaban en los muelles de la isla del Carmen hace cientos de años, para llevarse de vuelta la preciosa madera que existía por estos litorales.

 

MI madre me enseñó también que era un feliz afortunado por tener tantas madres sustitutas, lo fueron mi bisabuela y mis dos abuelas en primer término y las únicas con la autoridad moral y valor, para plantársele a esa enfurecida leona y suspenderme el castigo que ya resonaba en toda mi humanidad, junto con sus advertencias de pitonisa isleña, oráculo guanaleño, o sibila campechana.

 

Mi lista de tareas domésticas era larga y tediosa, y lo era porque me robaba tiempo para la calle, el parque y las playas, todos ellos a tiro de piedra en mi pequeña y añorada islita; por supuesto que nosotros aprendíamos a nadar casi al mismo tiempo que aprendíamos a caminar, lo hacíamos porque era un seguro de vida gratis y obligado, ya que el mar imponente de la isla que tanto disfrutábamos, se habían llevado a compañeritos nuestros en ese injusto y adelantado viaje definitivo, enlutando el corazón de jóvenes madres inconsolables y desoladas y a nosotros llenos de un miedo seco, frío, que se instalaba en la médula durante mucho tiempo, particularmente cuando en el pase de lista en la escuela todos volteábamos a ver la silla vacía de nuestro ausente, por ello, todas las madres del barrio se habían agrupado como las actuales autodefensas michoacanas y entre todas ellas nos cuidaban y tenían su sistema de comunicación efectiva a través de nuestras hermanas…dile a ”Mimí Carajo” que su hijo anda en el muelle de los dragaminas, o en el arroyo de los franceses, o en el muelle del aserradero, o en la playa fulanita, eso significaba peligro de luto en ese o cualquier hogar y hacia allá se encaminaban nuestras madres con todo y el mandil puesto a rescatar a sus vagos del alma.

 

Pero habían madres mas precavidas y responsables que asumiendo el papel de cuidadora profesional caminaban hasta la punta del muelle y nos gritaban como si tuvieran megáfono, Chato salte de ahí inmediatamente que ya le dije a “Pato” (su hijo) que te vaya acusar con tu mamá, y como el cabrón “Pato” seguramente estaba castigado, porque de no estarlo estaría con nosotros remojado, se iba velozmente a ejercer su papel de fiscal chismoso con mi madre y ahí venía mi madre con el pinche “Pato” a dar una exhibición de poderío y control de la situación, mientras el maldito “Pato” ya imaginaba su versión corregida y aumentada para la escuela el día siguiente, igualito de chismoso como lo hacen mis actuales amigos hoy día cuando de joder se trata.

 

Entre estos regaños, amenazas y amorosas golpizas, nos despedimos de la irrepetible y breve niñez, nos creció el pantalón y en algún momento nos graduamos de hombres. Mis verdaderos amigos con quienes compartí el mar, la escuela, las calles, los parques y el despertar a la hombría acreditada; lo siguieron siendo a pesar de las distancias que se nos atravesaron, poniendo a prueba coincidencias y recuerdos cuando nos marchamos de la islita querida por las carreras universitarias; y así se fue consolidando el lazo indisoluble de los afectos verdaderos, en razón de que compartíamos todo, de manera particular el hambre, las carencias, el frío, la soledad, la nostalgia y las angustias del futuro incierto en tierras foráneas, pero nos reconfortábamos recíprocamente con largas y descriptivas cartas manuscritas, donde nos relatábamos nuestras peripecias y aventuras y nos expresábamos nuestros deseos de triunfo y los consabidos besos y bendiciones a las madres, porque cobrábamos conciencia de todos aquellos esfuerzos y sacrificios que habían realizado por hacernos hombres de bien, responsables y agradecidos con la vida y con Dios, ya que sabíamos con toda certeza que estábamos a nuestra suerte y que aquellas leonas isleñas nada podían hacer por nosotros a cientos de kilómetros y sólo teníamos como escudo protector sus bendiciones, consejos y enseñanzas, que entraron con palos y jalones de pelo, aunque sabíamos también que la incertidumbre era mayor en el corazón materno que en nuestras aún irresponsables decisiones; por ello creció el cariño de otras madres hacia nosotros y nos fueron adoptando como miembros de sus propias familias a las que hoy, 40 años después sigo perteneciendo con cariñosa y eterna gratitud.

 

 Ese amplísimo mundo de las madres sustitutas incluían a mis tías y a las generosas madres de mis amigos, que iban fraguando los valores fundamentales, para que sus propias hijas llegaran a ostentar llena de blasones propios el título de MADRE en función de los intachables ejemplos recibidos, y nos daba a nosotros una especie de red protectora y reafirmaba nuestra autoestima y la fe en la humanidad.

 Siempre he pensado que si al mundo lo gobernaran en vez de los perversos sátrapas que conozco y padezco, madres como las que he conocido, el planeta sería un lugar más apacible, seguro y lleno de justicia y de bondad.

 

El paso inexorable del tiempo fue cobrando su factura y así fueron partiendo en forma de ángeles hacia los cielos muchas de aquellas madres que conocí y traté, el mundo sufrió bajas superlativas e incualificables con estas significativas ausencias, afortunadamente esos ángeles dejaron su semilla terrenal y entregaron su estafeta a las mejores manos, de manera que la generación de relevo llegó preparada para asumir esa nuevas responsabilidades y encomiendas, para hacer del planeta un mundo mejor para todos nosotros, y de esta forma es que se fue reforestando la isla y el planeta con esa camada de nuevas y hermosas madres contemporáneas mías, mi hermana, mis primas, mis vecinas, mis amigas, mis compañeras de escuela y de trabajo; y volvió a crecer la familia adoptada con las nuevas madres que con su patente de comadre hicieron con mis hijos una amorosa sucursal de los suyos...y al revés volteado, diríamos en mi isla para señalar lo recíproco.

 

El ejemplo de estas nuevas madres que eran el fruto de aquellas santas y abnegadas mujeres que hicieron de mis amigas madres fiel ejemplo de sacrificio, valor, amor incondicional y muchas más virtudes, nos hicieron a la generación de hombres a la que pertenezco, tener la oportunidad de poder elegir casi con los ojos cerrados a una buena mujer de compañera, esposa y madre de nuestros hijos.

 

Afortunado como lo he sido en muchos aspectos de mi vida, dos mujeres bendijeron mi destino con el fruto de sus entrañas, así llegaron a este mundo Alfredo, Alberto, Alejandro y Arantxa.

 

Gracias Anna Karina por Arantxa y por todo lo que esta hermosa joven ha significado en mi vida, entre otras cosas porque fue el factor que puso a prueba mi entorno descubriendo a corazones llenos de amor, bondad y de generosidad, poniendo de manifiesto quienes nos amaban realmente mas allá de mis errores y miserias; he asumido con responsabilidad, gratitud, un enorme amor y una paciente espera, el privilegio de la conducción de mi muchacha y así será hasta el último de mis días, sigue durmiendo tranquila porque está en las mejores manos y en la mejor familia, ya la nena te habrá dado cuenta de ello en sus cotidianas charlas telefónicas que sostienen.

 

Pero especialmente gracias a ti Magdalena que me pariste 3 hijos y me ayudas amorosamente y sin distingos a educar, conducir y mantener a 4.

4 chicos que saben lo que es tener siempre el respaldo incondicional y el amoroso consejo de una madre honesta e intachable, de una mujer de excepcionales valores y absoluto desprendimiento personal en aras de la felicidad de los suyos, de irreprochable conducta y férrea e inquebrantable lealtad conyugal; solidaria en los peores momentos cuando la vida ha puesto a prueba mis capacidades y enterezas oscureciéndome el futuro con negros nubarrones y pintando de incertidumbre el destino familiar; no hay forma de pagarte esa conducta y no hay forma que tus 4 hijos no valoren tus esfuerzos y traten de ser igual de correctos y honorables como tú.

 

Gracias; humilde y eternamente gracias.

 

Este acto tan excepcional de la reproducción de las especies, a veces pasa de lo excepcional, a lo normal o cotidiano y por ende la gratitud y la responsabilidad que conllevan hechos de esta naturaleza, pasan a la ingratitud y a la indiferencia de los méritos maternos y sobre la lealtad a los hijos; y es este lamentable hecho exclusivamente masculino, lo que propicia que de ese triste modo, la nobleza femenina se encarne en una nueva especie de heroína que desempeña gallardamente su nuevo rol de madre y padre simultáneamente, mujeres únicas, solas, valientes, decididas, irrepetibles, arrojadas, incansables, abnegadas, emancipadas y a veces desesperadas y agobiadas por las angustias de la soledad, los apremios y los acosos por su expuesta vulnerabilidad; personalmente conocí y traté a varias de estas aguerridas amazonas hasta que el destino lo dispuso, con otras sigo ligado con los sólidos lazos de la amistad, pero con todas me unen cálidos recuerdos de tiempos idos y no puedo más que admirarme y reconocer sus invaluables méritos y su apasionada entrega con su descendencia.

 

He querido desde mi modesta perspectiva y con estas honestas líneas, reconocer en términos personales el apostolado que la mujer mexicana hace con la maternidad, dignificando a la familia y a los disímbolos miembros que la integran, si la biblia nos dice que… por sus frutos los conoceréis; yo podría enmendarle la plana a esa expresión y decir que… por sus madres los conoceréis; porque efectivamente es gracias al denodado esfuerzo de mi autora, que me convertí en el hombre que hoy soy y en el padre que me esfuerzo por ser todos los días.

 

Como si fuera ayer, me veo en el regazo de mi madre mesándome los cabellos y consolándome después de los métodos correctivos empleados. Veo y agradezco la recia personalidad de esta señora, porque me enseñó a no temerle a nada, ni a mi padre, y mantener la verticalidad en mis actos de hombre bien parido y a ser siempre agradecido con Dios.

 

Ojalá mamá de algún modo pudieras enterarte que te recuerdo todos los días, que valoro y agradezco cada enseñanza y consejo recibidos, que cuando me faltan capacidades para sobrellevar algunas tristezas, angustias y todas aquellas emociones que nos oprimen el pecho, recuerdo tu temple, tu coraje, tu arrojo y me vuelves a inspirar como en el primer día que cobré conciencia de tus fortalezas y supe que jamás estaría desvalido estando cerca de ti; y de ahí vuelven a salir las fuerzas para mi brega diaria y conducir la familia que encabezo. Gracias a ti mamá he conseguido mantener la unidad familiar y los chicos siempre me han encontrado a mano, cerca de ellos, con la palabra adecuada, el consejo justo y la correspondencia amorosa, por amor a ellos y porque siempre he querido ser digno de ti Madre.

 

 Mis hijos le dieron sentido a mi vida y me enseñaron a valorar y entender tus sacrificios, hoy comparten tiempo y vida con mi padre y juntos todos; evocamos aquellos tiempos contigo cuando con todos mis hermanos fuimos aquella familia que el destino nos desbaratara prematuramente.

 

Todos mis hermanos, tus nietos, tus bisnietas y yo, tenemos mucho de ti en nuestras personalidades y actos, sigues viva en cada uno de nosotros y cada quien a su manera tiene su propia expresión de tus enseñanzas y consejos, de la misma manera que tienen su personal forma de reconocer tu valía y el enorme amor que te guardan; aquí estamos y aquí seguimos, fieles a ese amor que la adversidad en sus diferentes manifestaciones de miseria humana, jamás pudo vencer, ni arrebatárnoslo; y así seguiremos Madre hasta que Dios lo disponga y volvamos a reunirnos en algún lugar.

 

Hoy cuando todas las mujeres ligadas de diferentes maneras a mi vida lean estas líneas, sabrán que mi sentimiento de gratitud y admiración es para todas ellas y lo es por su calidad y su estirpe de grandeza, mi tributo no es sólo para mi madre querida, mi eterna e inolvidable ausente, lo es para todas las madres que conozco y a quienes sin temblores de voz, ni dobleces, les he sostenido la mirada y les he expresado lo mucho que me importan y admiro.

 

Dios las bendiga siempre.

 

Caribe Mexicano/10-V-2014

Autor: Félix Justiniano Ferráez. Chetumal, Quintana Roo. México.

fjf54@hotmail.com

@watane1

 

 

 

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