IRÉ HASTA EL MAR.

 

Embeberé mi ánimo de bendiciones buenas, antes de mi partida

Elegiré las horas del poniente para comenzar mi salida. Horas en las que el día escapa por el horizonte. Horas rosadas del atardecer. Las más bonitas de este largo invierno de mi vida.

Iré tras el sol ¡tan rápido como pueda!

Lo alcanzaré antes que se lo trague el mar.

No olvidaré cargar la mayor cantidad de energía sobre mis hombros, sin importar la fatiga.

Y con todo ese equipo, partiré a mi tan ansiado viaje.

Mientras ande, juntaré amapolas silvestres, llenaré mis manos de colores, y si aún queda lugar en mi energía, absorberé perfumes de los prados.

Mientras corra los abiertos espacios, agotaré las alforjas de mi angustia, derramaré todas mis lágrimas en el trayecto, para abordar eximida de zozobras.

Llegaré venciendo al viento, cuando por fin haya encontrado la colina más alta descollada en abrupto acantilado hasta el mar. Entonces arrojaré las amapolas ¡continuas, íntegras, todas!... Amapolas, blancas, amarillas, azules, rojas…

Ellas golpearán cada piedra del precipicio, deshojarán sus pétalos, destruirán sus tallos, sus estambres, hasta llegar por fin truncadas a la inquieta superficie marina, allí bailarán la danza de las olas al compás de ritmo discordante del inmensurable océano, sepultando definitivamente los estigmas en las profundidades más oscuras.

Con ellas se habrá marchado el enjambre de mis sueños, y al igual que una cascada, un manojo de utopías con logros desmesurados, arrastrarán mis amores ausentes.

Luego rasgaré mi atuendo y una a una mis prendas volarán haciendo piruetas con la brisa, hasta llegar a la cresta cima, que en ese único instante residiera en la orilla de piedra, arena y sal.

Las mismas que luego se alejarán siguiendo el sol, perdiéndose en lejanías insondables.

Y cuando ya no tenga nada, nada para arrojar, me quitaré la piel, los cabellos, los músculos, los huesos y a cada uno, los empujaré en rápida caída a las espumas blancas.

Así me habré despojado de todos y cada uno de los factores que hasta hoy me han dado forma.

Ya no tendré matices, ni grafías, ni esencias.

¡Y no dolerá! Pues será materia la que se pierda.

Por fin mi centro será solo eso.

Extinguida de sustancias, ausente de sujetos…

¡Solo espíritu devuelto a la eternidad!

En rescate del deber, de la obligación, del juramento, y todo lo que impone la torpe razón del hombre.

Ya nada más será importante, ni punzante, ni matemático.

Habré quedado decididamente incorpórea, para elevarme a lo incondicional, por una infinitud.

Y mientras inicie el ascenso, en último sorbo de energía, despediré lo terrenal, con inaudible señales.

-¡POR FIN LIBREEEEEEEE…!

Clamará mi alma redimida.

 

Autora: Clara Sofía Santana Miranda. Paraná, Entre Ríos, Argentina.

clarasofiasant@hotmail.com

 

 

 

Regresar.