DESPARPAJOS.
Tuvimos ocasión de presenciar hace algún tiempo un
jocoso espectáculo protagonizado por una preciosa chica, aspirante a ser
elegida guapa de turno dentro de la parafernalia propia de todo certamen de belleza
que se precie. Con el mayor desparpajo, sin cortarse un ápice, antes al
contrario, la mencionada joven respondió a la pregunta de quién era Confucio de
la siguiente guisa: “Confucio fue el creador de la confusión; era chino,
japonés e inventó la confusión…”; y se quedó tan pancha.
Está claro que uno no puede adivinar si la dichosa
frasecita será tenida en cuenta como una más de las que “han hecho historia”,
según el cómputo de ellas realizado por investigadores pasados y presentes,
aunque no me extrañaría dada la ignorancia galopante que se está adueñando de
nuestra sociedad. En este sentido me viene a la memoria un hecho ocurrido en el
ámbito estudiantil, muy propicio para este tipo de cosas, allá a mediados de
los cincuenta del pasado siglo. Resulta que estábamos examinándonos de Ingreso
de Bachillerato unos cuantos amigos, lógicamente dominados de tremendo
nerviosismo ante tan “temible” prueba oral. Le llegó el turno a uno de los más
“espabilados” –cuyo nombre omito-, previamente aleccionado por su progenitor
sobre la conveniencia de que, para salir airoso de un testimonio oral, lo mejor
era no callarse jamás. La profesora preguntó:
-A ver, ¿qué es un anfibio? Respondida
correctamente, continuó:
-Diga un ejemplo.
-La rana, contestó el alumno con voz segura.
-Muy bien. Otro…
-Sin pensárselo dos veces añadió:
-La sirena
Doña Librada Vázquez, que así se llamaba la
competente profesora, puso cara de asombro y sentenció:
-La doy como correcta, porque si la sirena fuera
real, evidentemente, la clasificaríamos como anfibio en el mundo natural. (No
sé si habrán observado el tratamiento respetuoso dado por la citada profesora
al alumno, indicativo de como los alumnos trataríamos a los profesores. ¡Igual
que en los tiempos que corren!
El desparpajo salvó a nuestro amigo de una posible
catástrofe académica. Ahora bien, el asunto de la bella americana es de un
calado bastante más profundo. Cual discípula aventajada del “creador de la
confusión”, ella, naturalmente, confunde la enorme China con el minúsculo
Cipango, eso sí, dando muestra de colosal desparpajo. El mismo demostrado
cientos de veces por otro entrañable personaje paisano él,-ya desaparecido-
rústico por naturaleza e inteligente por la misma razón natural. Comentaba en
el “Ateneo” local hace años, los últimos capítulos de la serie televisiva Marco
Polo –otra vez China- y, haciendo referencia a un diálogo entre el gran viajero
y su hijo, lo explicaba de esta manera tan singularmente propia del hombre del
Condado profundo –procuro transcribirlo fonéticamente- : “Ya verás cuando
nosotros váyamos, y vuélvamos, y dígamos y cuéntemos…, lo que hemos visto…”.
Pues, amigos, no me resisto a relatar otro suceso protagonizado por el mismo
admirado y querido personaje. Ocurrió en un restaurante de una localidad en la
vecina Portugal. Al observar un bogavante de buen aspecto se dirigió al
camarero:
-Oiga, ¿cuánto vale ese “bustamente”? –tal como
suena-
El precio comunicado por
aquel digno profesional le pareció muy exagerado a nuestro compañero de viaje
quien, espontáneamente, respondió:
-Jo, entonces, ¿cuánto cuesta el “purpo” de Veinte
mil leguas de viaje submarino?
Demostrado queda que, a veces, con tanto
desparpajo nos pasamos varios pueblos. A esto aludía precisamente el sabio Confucio,
aquel famosísimo chino que vivió sobre el 500 a de JC, autor del confusianismo,
doctrina filosófica transmitida por sus discípulos, basada en el estudio, el
conocimiento y el esfuerzo personal para alcanzar la sabiduría y extenderla a
niveles cósmicos. Entre sus muchos pensamientos creo adecuado incluir en estas
líneas aquél que dice: “El ir un poco lejos es tan malo como no ir todo
lo necesario”. Es decir, el justo medio, el equilibrio, el máximo conocimiento
posible, la ausencia de deseos, el nirvana oriental en definitiva, el amor y
respeto hacia los mayores representados en la institución familiar.
Me da la impresión de que vamos en sentido
contrario. La familia, célula social por antonomasia, está siendo vapuleada.
Los hijos pueden denunciar a sus padres, si interpretan que han sido, a su
juicio, duramente reprendidos; las niñas menores de edad pueden abortar cuando
les venga en gana sin conocimiento, ni consentimiento paterno/materno y, por si
fuera poco, consumir a destajo la píldora del “día siguiente” sin la susodicha
autorización.
¿En qué situación quedan los padres?, ¿son éstas
disposiciones justas y ponderadas?, ¿no se está atacando indiscriminadamente a
la familia en la que las víctimas más directas van a ser los hijos?
He aquí la auténtica doctrina de la confusión.
Pobre Confucio si levantara la cabeza.
Autor: José Mª Dabrio Pérez. Huelva, Andalucía,
España.