Cuento.
Hacía un año que había
regresado de Michigan con mi perro guía bruno, era un labrador negro precioso.
Con mis 21 años recién
cumplidos y sin bastón blanco que asustara a la gente despistada, bruno era testigo
de mis avances en todos los campos de la vida.
Estaba en la oficina
buscando un documento en el ordenador para estudiarlo y así poder completar mi
defensa institucional ante esa demanda sindical que como muchas, no tenía
fundamento jurídico suficiente pero que de igual manera, había que tratar con
mucha seriedad para no llevarnos desagradables sorpresas.
El timbre del teléfono me
sobresaltó, respondí y la voz joven y enérgica de una mujer me puso en guardia.
Era una secretaria de la
auditoría, estaba molesta por los términos poco respetuosos según ella en que
le habían respondido a una consulta personal pero de trabajo.
A pesar de su enojo, me
resultaba agradable el timbre de su voz y por eso traté de satisfacer su
inquietud aunque claro, no era mi tarea.
Poco a poco fue dulcificando
el tono y al final, hasta me dijo que muchas gracias por mi amabilidad, que así
si valía la pena tratar con los compañeros de la Dirección Jurídica.
Nos despedimos y seguí con
mi búsqueda.
Al día siguiente una llamada
más distrajo mi atención, era la misma joven solo que se “había equivocado,
parecía que había quedado en memoria mi número y lo discó sin querer”.
Estuvimos hablando algunos
minutos hasta que como de costumbre, salió Bruno a relucir pues tenía que
dejarla para llevarlo a tomar agua y que desocupara la vejiga.
Se sorprendió al saber que
yo era un abogado ciego y que no me hubiera visto en el edificio.
Le pedí su extensión y le
dije que más tarde la llamaría.
Así nació una hermosa
amistad y no niego que un interés de mi parte por saber como era físicamente.
Busqué a Luis ángel el más
pícaro de la oficina y lo mandé a la auditoría para dejarle algunos reglamentos
que necesitaba y al regresar, me la describió sin que tuviera que pedirle que
lo hiciera.
Un día la invité a que
almorzáramos juntos, no fue tan fácil, me tomé de su brazo y su falta de
experiencia la hacía insegura.
Estuve a punto de pedirle
que fuera adelante y que yo la seguiría con Bruno pero me pareció una
descortesía y por eso le disimulé el golpe que recibí en un poste del alumbrado
público.
Almorzamos y las cosas
siguieron normales, otra vez fuimos a tomar café y la escena se repitió solo
que esta vez me sentí dudoso.
¿Sería torpeza o pena por
andar con una persona ciega?
Ella era muy agradable pero
sus sentimientos eran más espontáneos por teléfono y mediante correos
electrónicos que cuando estábamos juntos.
Varias veces salimos juntos a almorzar y a tomar café
y las cosas eran similares, me gustaba y creo que yo a ella pero no terminaba
de aceptarme según mis deducciones a los 21 años.
Por fin decidí que esto no
podía continuar, o novios o amigos pero con franqueza.
La invité a cenar luego de
la jornada laboral.
Ella salía ese día a las
seis pues tenía que dejar unas actas listas para el otro día.
Yo salí a las 5, aproveché
para darle comida a bruno y que hiciera sus necesidades fisiológicas con
tiempo.
Nos encontramos en la
entrada del edificio, avanzamos hasta cruzar la calle ya nos habíamos puesto de
acuerdo donde cenaríamos.
Corazón, me dijo, como es
aquí a los 300 metros si quieres trabaja a bruno y yo los sigo, es que hay
mucha gente y no cabemos los tres.
Sentí que el rostro me
ardía, era la señal que esperaba para saber que esto no tendría futuro.
Me sobrepuse y creo que no
lo notó, caminamos los primeros 100 metros y ahí la esperamos en la esquina.
Cruzamos juntos, lo mismo en
la segunda esquina y como el restaurante quedaba media cuadra a la izquierda de
la tercera esquina, avanzamos un poquito más rápido, yo conocía el establecimiento
esquinero, se trata de una farmacia con entrada por la avenida y por calle.
Al llegar a la esquina donde
hay un quiosco y mucha gente, nos confundimos entre el grupo, doblamos sobre la
calle, entramos a la farmacia y salimos por la puerta de la avenida calculando
que ella ya hubiera pasado.
Regresamos 100 metros,
doblamos a la derecha a la parada de taxis donde tomé de prisa el primero que
encontramos y fuimos a casa.
Desde entonces no se de
ella, no me llama ni me busca, estoy seguro que me ha visto en el edificio pero
no me habla.
¿Qué pensará? No lo se pero
estoy seguro que no es lo que quiero para mi vida de pareja.
Autor: Roberto
Sancho Álvarez. San José, Costa Rica.