LA PRÁCTICA DE PRESERVAR

 

 

 

 

                   En ocasiones nos encontramos, sin pretenderlo, con profundos pensamientos cuya rabiosa actualidad se mantiene a pesar del tiempo transcurrido desde que fueron formulados. Me refiero a unos de Platón correspondientes a sus famosos Diálogos, filosofía ésta nacida en una Atenas sumida en honda crisis, tanto política como moral, en donde los valores tradicionales caían en picado ante el empuje del relativismo imperante. Nada nuevo bajo el sol, desde luego. Afirmaba el más moralista de los grandes filósofos griegos: “Cuando los maestros temen a sus alumnos, y los padres no pueden con sus hijos, acaba la pedagogía y empieza la tiranía”. Esa tiranía del buenismo, la más peligrosa de todas porque ahoga a la sociedad e ineduca a los más débiles de sus miembros que son los hijos, sujetos y objetos de dicha ciencia pedagógica.

                   Se dice que vivimos en un mundo en plena crisis, al igual que el ateniense de hace dos mil quinientos años. Crisis, ¿de qué?, ¿de valores?, ¿de qué valores? “Educación en valores” defiende la “progresía”. Otros arguyen o argüimos: ¿en qué valores educamos? En tiempos del último “ancien régime” nacional -1939/1975- los valores eran el adoctrinamiento impartido por la “Formación del Espíritu Nacional” que expandía fuerte olor a esencias totalitarias, aunque, al fin y al cabo, eran también valores. Se nos hablaba de la Patria, de la belleza de nuestras regiones, de caminar todos juntos –prietas las filas- hacia un esplendoroso destino común…Ahora nos encontramos con la “Educación para la ciudadanía” –citoyens, rex publica-, ¿cuáles son sus valores?, ¿los constitucionales?, perfecto entonces. Sin embargo, hemos visto y leído textos de editoriales que hacen hincapié en algunos menos recomendables, que chocan frontalmente con una buena y respetable parte de la sociedad. Tanto los unos como los otros se pirran por conjugar el verbo preservar. Yo preservo, tú preservas…., nosotros preservamos…., al igual que siempre de “ideas perniciosas”. ¿Cuáles son éstas? ¡Ajá, ahí está el dilema!

                   Estábamos en pleno debate sobre este tema, cuando apareció hace pocos años, como por encanto, el incomparable mister. White –permítaseme la licencia-, dechado de conocimientos y experiencias didácticas, azote de la derechona carcunda, casposa y fascistoide. Y va y nos espeta, así de improviso, más o menos, esto: “Claro que es necesaria la Educación para la Ciudadanía, con ella se transmiten valores, y se enseñará a los alumnos el uso del preservativo…”. Es decir, teniendo en cuenta los basamentos de la moderna pedagogía que ha de ser: interdisciplinar, activa, comunicativa, práctica, empírica en suma; pienso que el citado Sr. White, cual no puede ser menos en una persona tan amante del progreso, romperá constantemente su lanza en favor de este tipo de enseñanza.

                   “Chicos, ¡a practicar con el preservativo!, solo él podrá preservaros de graves problemas en un futuro próximo”. “He aquí el objetito también llamado condón, goma, protección o cubierta” –indica el profesor o la profesora con cara y gesto de circunspección. De esta manera, mientras muestra el, también denominado favorable, contemplado por chicas y chicos con ojos como platos y sonrisas cómplices, aprovecha para impartir una clase magistral sobre sinónimos y antónimos. “Dime, fulanito, ¿cuál es el antónimo de preservar?, ¿y el de condón?” ¡Rediez, qué difícil se lo están poniendo a los niños!, muchos de los cuales, probablemente, ya han recibido una lección mucho más práctica a través de la “didáctica total”, que es la vida misma. Esperemos que la dicha clase experimental del cole se limite solo a exhibir el protector y a explicar sus beneficiosas aplicaciones, porque si se hace aún más activa….

                   El presente asunto indica, sin duda, el torbellino en que vive envuelta la escena nacional. Mucha gomita y pocas matemáticas, mucho tuteo y poquísimo respeto. El léxico juvenil se desenvuelve con escasas palabras, especie de jerga entre el cutrismo y la más supina ignorancia. Bien, está bien eso de educar a los ciudadanos. “Ciudadano, ¡guarde usted silencio!-ordenaba con autoridad D. Antonio Palma Chaguaceda-, director del Instituto La Rábida, eminente profesor de Lengua y Literatura e insigne republicano por más señas, a pesar de lo cual, funcionario en ejercicio en los años cincuenta. Curioso, ¿no es cierto? D. Antonio utilizaba el republicanísimo término “ciudadano”, al tiempo que se dirigía de “usted” a sus alumnos, los cuales, cualquiera puede figurarse el respeto y consideración que le tenían. Eso sí, el señor Palma no permitía faltas de ortografía y exigía conocer la Lengua y la Literatura, de tal forma que, aquel que no demostrara la correspondiente suficiencia, recibía un “cate” como una catedral. Justicia académica y distributiva ciertamente, “darle a cada uno lo que le corresponde o se merece”.

                   Me temo que no vamos por el mismo camino. No se percibe en esta “educación para lo que sea” verdadera intención de arreglar nuestro caos educativo, que nos sitúa a la cola de Europa en formación y a la cabeza en fracaso escolar. Podría ser diferente si a los jóvenes ciudadanos, en lugar de tanto preservativo y confusos valores, se les enseñara buena educación, modales, lenguaje y literatura, geografía e historia, matemáticas, idiomas, nuevas tecnologías…; respeto al profesor o maestro. Mayor esfuerzo personal y menos “pasar de curso” con asignaturas pendientes.

                   Son estos los auténticos valores mediante los cuales, los maestros no temerían a sus alumnos, porque se restablecería la práctica del respeto. Los alumnos aprenderían –que lo de aprender es el objetivo de la enseñanza- y los padres podrían con sus hijos, con lo cual la tiranía dejaría paso a la imprescindible pedagogía.

 

                   De absoluta necesidad, por tanto, la inversión de los llamados valores dominantes hoy en día, causa del cacao mental de buena parte de los ciudadanos. Termino. Hace poco presencié el siguiente hecho: un jovencito destrozaba unas flores en un jardín público en presencia de su madre. Un señor que `pasaba por allí, recriminó al niño argumentando suavemente que todos teníamos que cuidar la naturaleza. Ante tamaña “osadía” de aquel buen ciudadano, la “señora”, como una fiera, exclamó: ¡Déjalo!, ¿no estamos en democracia?

                   A saber el concepto de democracia de dicha ciudadana tan necesitada de educación.

 

Autor: JOSÉ Mª DABRIO PÉREZ. Huelva, Andalucía, España.

jmdabrio@gmail.com

 

 

 

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