Heliconias para el Gatote.

 

 Puntualmente, durante cinco noches seguidas, una extraña y bellísima flor tropical en forma de vara, ordenaba sus brotes de un blanco nacardo; formas caprichosas y admirables, no obstante que durante el día su apariencia no pasaba de ser una planta discreta. De gruesas hojas alargadas como espadas, suele vivir largo tiempo sin un cambio notable, como una siempreviva que requiere de poco cuidado y un mínimo de cuatro años para la floración. Con la luz solar, las florecillas, superpuestas en el tallo, lucen marchitas, sin atractivo alguno; pero al anochecer, y como por arte de magia, centenares de tépalos ensortijados semejan delicados moños para regalo de novia, en tanto que los pistilos --tan finos como los bigotes de un gato-- y los estambres forman una diadema o corona que da elegancia y armonía a cada ramillete. Este prodigio se producía durante la primavera de 2010, en un jardín familiar, al noreste de la ciudad de Chetumal.

 Era ésta apenas la segunda ocasión que florecía, desde que fue encontrada en Xcalak y llevada a Chetumal, a principios de 2004. Por aquellos días, cuando la heliconia de Xcalak volvió a florecer --por desconocer su nombre real, así será llamada--, ya crecía ahí mismo, desde el año anterior, la heliconia de Corozal, otra planta exótica, que regresaba a casa de manera un tanto fortuita... lo mismo que la llegada de un gato siamés, de porte distinguido y hábitos extraños: aquélla, ya con una historia, y éste, justo en el momento de dar principio a la suya.

 La heliconia de Corozal, había sido un obsequio de Mr. Bap, --muy posiblemente fue la primera de su tipo que hubo en el sur de Quintana Roo--un americano jubilado cuyo único pasatiempo, o al menos el principal, era cuidar con esmero su jardín, un pequeño edén que, en torno a su casa remolque había creado dentro de un parador turístico por el camino de Belice. A su tiempo creció y brotaron las primeras flores, pero la segunda generación se malogró debido a que las aves de corral acabaron con los vástagos. Para esto, algunos de los retoños ya habían ido a otros jardines, incluso al parque temático de Chancanab, de Cozumel.

 Mr. Bap afirmó que la planta procedía de Hawai, de donde es originaria, lo mismo que de las islas del Pacífico, Indonesia y Sudamérica, y aunque cada región le asigna un nombre propio, pertenece al género de las heliconias, una de las 200 a 300 especies que hay en las selvas de Colombia, cerca del municipio de Heliconia, Antioquía. Su tallo alcanza los dos metros de altura y termina con una especie de piña roja, de la cual brota diariamente una delicada flor blanca de textura plisada, semejante a la genciana o a la rosa de navidad, con el pistilo central rosado, que es irresistible para los colibríes. Estas flores exóticas también son llamadas las diosas del trópico, o patujú, en lengua nativa.

 Transcurrieron más de 20 años desde que la heliconia de Corozal se hallaba perdida, hasta que de manera casual fue recuperada en 2009: Anastacio Alcocer, "Tacho Alcocer", como era conocido y muy apreciado, por haber sido delegado de Gobierno de Puerto Juárez, previo a la fundación de Cancún, se acercaba al final de su vida --falleció el 30 de julio de dicho año--, cuando fue visitado por sus amigos Jorge Polanco Martín y el autor, quien advirtió de inmediato la presencia de la anhelada planta, que enseguida trasplantó a su jardín.

 La heliconia de Corozal ya había prendido, cuando la de Xcalak florecía por segunda vez, dando principio a un tiempo de espera que permitiera admirar la eventual floración de ambas; una buena nueva traída por la primavera, pero no la única, porque también aparecía en escena un visitante inesperado, que por añadidura llegaba para quedarse, cosa que él había decidido tiempo atrás, por todo cuanto se verá. Era el gato advenedizo, un bello ejemplar de raza siamés, de gran talla y porte distinguido, pese a que venía de un largo periodo de privaciones, como podía advertirse en lo magro de sus carnes, o más bien en los huesos y la piel que le daban un aspecto lastimero.

 Primero apareció agazapado debajo del carro, inmóvil, observando los movimientos de la mamá y del papá --como llaman a los padres sus tres hijos, ya adultos e independientes--, atento sobre todo con los desperdicios de la cocina que iban a la basura y, por supuesto, cuidando de que otros gatos callejeros dejaran de merodear por aquel rumbo. Cuando el papá reparó en su presencia, le echó un cubo de agua para espantarlo, pero el felino lo eludió con agilidad y trepó a la azotea. La mamá ya lo había visto días antes saltando por el patio o atisbando hacia el interior desde la terraza y, madre al fin, no tardó mucho en darle algo de comer. El gatote --que fue el primer nombre con el que se le identificó y el que a la postre se le quedó--, entendió enseguida que era bien venido al hogar por él escogido, sin duda luego de prolongadas noches de visitarlo furtivamente, y de observar detenidamente el entorno, incluido el jardín y, desde luego sus moradores.

 

 De tal manera lo entendió, que pronto ya andaba por toda la casa, tallando la cola a los pies de la mamá pediéndole comida; y para que esta no le faltara, se aseguró de tener su propio plato en la misma cocina y un traste con agua en el patio de servicio. Una vez satisfecho, iba por el jardín revisándolo todo, olfateando, o escogiendo el mejor lugar para una prolongada siesta: el primero de sus favoritos, sobre todo de noche, fue sobre la caseta del gas; un punto estratégico para vigilar a los gatos noctámbulos, o tal vez la razón principal haya sido que por entonces ahí florecía la heliconia de Xacalak, y sabido es que la vista nocturna de los felinos es superior a la de los humanos. ¿Un gato admirador de la flora tropical? ¿Porqué no?, si se tiene en cuenta que la belleza, del género que fuere, se atrae entre si.

 Y cuando terminó de conocer todos los rincones, así como la rutina de sus moradores, asumió que la casa ya le pertenecía y que ellos estaban dispuestos a resolver sus necesidades, que en realidad no eran muchas: los alimentos conforme a sus preferencias --nada con salsa verde ni pulpo de lata, ni exceso de grasa... rascarle el cuello de cuando en cuando y permitirle dormir donde le viniera en gana, así fuera en una mesa de trabajo o la mesa del jardín, sobre el teclado de la computadora, en la cama y no en el tapete, y aun en el borde de un pretil con riesgo de caer al vacío; eso sí, en las posiciones más extravagantes que pueda uno imaginar. A cambio de ello, empleaba su habilidad para dar masaje con las patas delanteras en el estomago a sus anfitriones (cuando así lo decidía), o hacía alarde de equilibrio afilándose las uñas en lo alto de los árboles.

 Más de tres años transcurrieron sin que ocurriera nada extraordinario, salvo la estrecha relación que llegó a formarse entre el Gatote y sus amos, pese a que éstos jamás habían considerado la posibilidad de contar con una mascota. En cuanto al minino, este era caprichoso e indiferente (por naturaleza, lo contrario de los perros, que se la pasan meneando la cola y adulando a sus dueños), porque aparte de la regularidad con las comidas, gustaba de husmear el refrigerador cada que era abierto... revisar y oler las compras del súper y, si había una caja de cartón, apropiársela para dormir en ella por no más de tres días... le disgustaba que caminaran detrás de él y se detenía... aguardaba a que abrieran las puertas, aún pudiendo colarse, para salir primero, y solía esperar en la reja durante horas y horas, como si meditara, hasta el regreso de la mamá.

 Pero la mejor muestra de esta simbiosis se daba diariamente, cuando los papás ocupaban la mesa del desayunador que mira al jardín. Entonces él se sentaba a la izquierda de la mamá y asomaba la cabeza por entre el costado y el brazo para revisar el menú y, si se le permitía, jalaba con las uñas alguna porción, o hacía que se la dieran para comerla en el piso, sin importar que fuera lo mismo que había en su plato cuadrado. Cuando llegó debió tener más de dos años, de modo que con seis cumplidos, podría decirse que era un gato saludable y feliz, además de que, a su manera, había sabido ganarse el cariño de sus huéspedes, (que eso eran sin duda para el Gatote, o lo mismo, la persona que aloja en su casa a alguien, como se decía del huésped en tiempos de Miguel de Cervantes). Tanto así se le apreciaba, que llegó a considerársele como un gran compañero para el futuro, en caso de faltar alguno de los cónyuges.

 Empero, 2013 fue un año catastrófico para muchas regiones de América, y Quintana Roo no fue la excepción, tampoco la casa del Gatote. Visto en retrospección y recordando la siempre sugestiva Teoría del Caos, se infiere que las mariposas de Tailandia (la antigua Siam, lugar que le dio al mundo al gato siamés y antípoda del sureste mexicano) no paraban de aletear, pues de acuerdo con James Gleick "Si agita hoy, con su aleteo, el aire de Pekín una mariposa puede modificar los sistemas climáticos de Nueva York el mes que viene". O como lo expresa Ilya Prigogin: "El aleteo de una mariposa que vuela en la China, puede producir un mes después un huracán en Texas". De tal manera, las desgracias no se hicieron esperar: El último día de mayo se registró la muerte de 22 personas, entre ellas Tim Samaras, el famoso cazador de tornados, en una temporada que duró más de lo normal, en el centro-este de los Estados Unidos; a mediados de septiembre el huracán "Ingrid" y la tormenta tropical "Manuel" azotaron simultáneamente de Veracruz a Guerrero, acabando con poblaciones enteras, algo que no se había visto en 50 años, y en Norte América se registraron las nevadas más intensas en un siglo, al grado de congelar las cataratas de Niágara.

 En Quintana Roo las lluvias también fueron extraordinarias de junio a diciembre, pero paradójicamente, sin la presencia de huracanes. En Chetumal, por ejemplo, no se observó uno solo en la bóveda celeste, es decir que no los hubo desde Cancún hasta Belice, como ocurría al menos durante los últimos 50 años.

 Pero el caos climático parecía no tener fin: así llegó la tercera semana de diciembre, y con ella el frente frío número 20, de varios días de muy poco sol, baja temperatura y humedad abundante, pero no por ello suspendió el Gatote sus correrías nocturnas y pronto se vio afectado por un severo cuadro gripal. En otras ocasiones en forma natural había superado males distintos, mediante un ayuno de 72 horas, pero esta vez, sin la ayuda del sol no lo logró, como tampoco pudo el veterinario hacer algo por él. Murió dos días antes de Navidad, dejando un sentimiento de dolor en su hogar adoptivo, cosa difícil de entender para el sentido común del ser humano. Dejó también algunas reflexiones sobre lo que implica el amor a la libertad, la lealtad hacia sus benefactores y, visto con mayor profundidad, la actitud hacia la vida y la propia muerte. Como si se hubiera tratado de un conejillo de Indias

 Sus últimos pasos los dirigió hacia el fondo del jardín, y ahí se echó junto a un bosquecillo de heliconias de Corozal, las mismas que fueron recuperadas cerca de Tacho Alcocer, ya cerca del final; pero ellas mismas estaban en trance de muerte, pues recién habían terminado el ciclo de floración, de modo que no hubo una sola de sus flores blancas para depositar sobre la tumba improvisada. Sí hubo, en cambio, una heliconia de Xcalak en plenitud de belleza, como la que admirara a su llegada, años atrás. Esta se trasplantó junto a su cuerpo inanimado para engalanar y perfumar sus noches, no del todo solitarias; porque no faltó una luciérnaga que dejara ver la magia de su luz, ni los maúllos lastimeros de los gatos de la calle. Y en la alegría del amanecer, las arañas diamante comenzaban tejiendo sus redes y las mariposas azules, amarillas y blancas iban de flor en flor cumpliendo con los dictados de la naturaleza.

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 Pero la historia del Gatote no podría terminar sin un epílogo congruente y oportuno. Este nos lo ofrece el brevísimo paso de la pequeña Morona por el mismo escenario: Fue una gatita siamesa que los papás recibieron en adopción el pasado miércoles de ceniza (72 horas después ocurrió la misteriosa desaparición del vuelo 370 de Malasian Airlines, allá en Siam, en las antípodas y, según los teóricos, donde se desata el caos). Un solo día, de los cinco que habría de vivir transcurrió en paz. Ya tomaba la leche en el gotero e intentaba aprender a jugar, cuando un gato callejero llegó hasta su refugio --una caja de cartón--, lo destapó y clavó los colmillos en su frágil anatomía. Las heridas superficiales pudieron sanar, pero el daño interior ya estaba hecho. Fue doloroso verla morir entre las manos y saberse incapaz de mantenerla con vida. Pero, ¿que importa la muerte de una gatita bebé, cuando la suerte de 239 ocupantes del B-777 sigue siendo incierta, al momento de poner este punto final? (lunes 17 de marzo de 2014)

 

Autor: Francisco Bautista Pérez. Chetumal, Quintana Roo, México.

bautistaperezf@yahoo.com.mx

 

 

 

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