ESPAÑA INVERTEBRADA

 

Hace la friolera de noventa y tres –en 1921- la España de la restauración seguía haciendo aguas en un contexto socio-político muy complejo, agravado entonces por el conflicto marroquí. El llamado “desastre de Annual” fue un golpe duro para las aspiraciones españolas en el Magreb y, aunque afortunadamente resuelto con rapidez, marcó toda una etapa muy problemática, provisionalmente concluida con el advenimiento de la Dictadura de Primo de Rivera, por cierto, curiosamente aceptada por la UGT y por el Partido Socialista, claro, que esto nunca ha sido aireado por la “progresista” oficialidad.

                   Por aquel entonces, José Ortega y Gasset (1883/1955) comenzaba a publicar en el diario El Sol, una de sus más emblemáticas obras: “España invertebrada”, completo análisis del estado de salud y vitalidad de la realidad nacional. No parecía estar muy de acuerdo D. José con aquella situación. En este sentido el ilustre pensador hablaba proféticamente del “…proceso de desintegración que avanza en riguroso orden desde la periferia al centro…”. Para él la sociedad española se encontraba en plena decadencia debido a una serie de circunstancias conducentes todas ellas a la “desarticulación de España como nación, consecuencia de la crisis histórica de un proyecto de vida en común…”. Observaba Ortega tres aspectos que incidían negativamente en dicho proyecto común de vida: “La acción directa de determinados grupos, la exacerbación de los regionalismos y la insolidaridad de los separatismos”.

                   Ignoro si son muchos o pocos los ciudadanos con la suficiente sensibilidad para saber apreciar la permanencia de los conceptos orteguiano, aunque sí intuyo a los que pasan de puntillas porque no les interesa alborotar un gallinero en el que viven y actúan comiendo el grano sobrante del gallo principal, algo así como voluntarios y sumisos capones bien cebados. Está claro, por otra parte, que observadores más imparciales no tienen más remedio que captar el complicadísimo escenario en que se está representando la escena de un Estado cada vez menos nación.

                   La contundente afirmación, tan extendida hoy, de que “España es una nación de naciones”, tiene fundamentos desde el punto de vista nacionalista y desde algunos otros puntos de vista. Es evidente “a todas luces” –como dirían los ilustrados- que la España de los Reyes Católicos se constituyó en Estado antes que en nación, y que así continuó con los Austria, siendo los Borbones los que, empezando por Felipe V y sus Decretos de Nueva Planta, procuraron convertir a este país en un Estado-Nación fieles, como no podía ser menos, al llamado centralismo borbónico, manifestación particular del clásico centralismo francés.

                   Los últimos pilotos de esta nave vacilante siguen el camino a la inversa, hacia no se sabe dónde. Todos recordamos –memoria histórica- el lenguaje político de la transición tan utilizado por entonces. Solían suprimir la palabra España sustituyéndola por el descafeinado término de Estado – estado por aquí, estado por allá-, que llevó a un famoso escritor a inventarse la expresión: “Una nación antes llamada España”. De aquellos barros surgen también los lodos actuales.

                   Lo que Ortega y Gasset vislumbró en su época, “desarticulación” y “proceso de desintegración”, goza, a mi juicio, de absoluta vigencia en los albores del siglo XXI. Los programas soberanistas e independentistas de ERC, los nacionalismos excluyentes de BNG, CiU            , PNV y EA, los inconfesados proyectos federalistas, la nula voluntad de los dos grandes partidos por poner algún tipo de freno a la presente situación, está claro que pueden llevarnos a una pseudo Confederación de Estados. ¿Qué es si no el Estatuto de Autonomía de Cataluña en que esta se define como nación?, ¿qué son las “embajadas” que la Generalidad está abriendo en importantes ciudades…? De alguna manera, ¿se está procurando que los hechos se consumen para hacerlos inevitables? Pensemos en un anterior gobernante: “el mendicante”, o “el de las mercedes”, porque las repartía a manos llenas, prometía y prometía sin haber para todos. Pues decía que dicho señor especie sonriente de “optimista” panglossiano, parecía el mago de la chistera.

                   ¿Quieren saber algo más sobre desarticulación? Vamos a ello. Los ríos, ¡caramba! Los aragoneses blindan el Ebro, “éste es nuestro río”; los andaluces, claro, blindamos el Guadalquivir pues “éste es el nuestro”, no faltaba más. Los extremeños se cabrean, los catalanes quieren parcelas de Ebro…; y el plan hidrológico se fue a pique con tanta agua. Antes los niños estudiaban los ríos de España, de Norte a Sur, así: “Miño, Duero, Tajo, Guadiana, Guadalquivir…, Ebro… Ahora en Andalucía se estudia sólo al Betis, que diga al GUA-dalquivir, no se nos enfaden los magrebíes que, ¡ojo!, con tanta desintegración de España no dude nadie que están al acecho, por si sobra algún trocito por ahí. Nada nuevo, sería una modernísima edición de otro “tratado de partición”.

                   Y digo yo, ¿estará uno equivocado?, ¿lo estaría Ortega y Gasset? Posiblemente no haya el más mínimo peligro de desintegración o, quizás sea este el camino adecuado, el útil, el moderno. Si fuera así, cosa que dudo mucho, por favor, “luz y taquígrafos,” nada de silencios y, por supuesto, reforma constitucional.

 

Autor: José Mª Dabrio Pérez. Huelva, Andalucía, España.

jmdabrio@gmail.com

 

 

 

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