TEMAS DE REFLEXIÓN:
“No
hay religión más elevada que la Verdad”
En la complejidad del mundo que creamos a diario la libertad se
convierte en un asunto crucial. En busca de ella consumimos gran parte de nuestra
vida, pero lo que a menudo sucede es que vamos tras un modelo que alguien nos
ha presentado como el adecuado para alcanzar la “liberación”. Ante esto cabe
preguntarse: ¿Puede ser libre una mente que sigue moldes preestablecidos?
Vivimos bajo la presión del control social que de múltiples maneras se ejerce
prácticamente en todos los ámbitos de nuestra vida: en la moral, educación,
política, religión y en eso que llamamos “ciencia”. A diario se nos imponen
“verdades” que son los postes de lo conocido a los que nos sujetamos con
docilidad y al hacerlo obtenemos seguridad y comodidad. De esta manera evitamos
los riesgos que conlleva explorar lo desconocido, porque a pesar de todos
nuestros propósitos y que lo declaramos a diario, en realidad no queremos ser
libres.
Tenemos miedo a la libertad porque sabemos que eso
implica el cuestionamiento profundo de nuestras creencias hacia las que hemos
desarrollado apego. La “verdad”, revelada al través de los distintos moldes de
pensamiento que se nos presentan, se convierte en un catecismo con el que somos
domesticados en la escuela, en el templo, en la reunión de café, en los libros,
en la prensa y, en fin, en prácticamente todas las actividades de nuestra vida
cotidiana. Requerimos de un trabajo intenso y de calidad para indagar acerca de
esa Verdad que implica estar interiormente despiertos y libres. Este trabajo
permitiría descubrir y ver algo nuevo con una mente descargada del peso de
nuestras creencias, de los apegos a ideas, cosas o personas. Pero
lamentablemente, nuestras mentes están repletas de dogmas a los que barnizamos
del tono que más nos agrade para aferrarnos a ellos en busca de la seguridad.
La libertad es mucho más que una palabra o una idea, es fundamentalmente una
vivencia diaria que traspasa nuestros deseos de poder, control, ambición,
comparación y competencia.
Nos comparamos y competimos para “ser mejores” sin
ponernos a reflexionar de dónde sacamos esas medidas para calificarnos. Si
observáramos de manera directa, serena y sin prejuicios nuestra realidad,
si comprendiéramos nuestra ignorancia, podría operarse en
nosotros una transformación. Una mente que quiere llegar muy lejos tiene que
comenzar muy cerca y, lo más inmediato es el análisis de los moldes en donde
queremos meter apresuradamente nuestras vidas para poder ser normales, buenos y
adaptados. Somos incapaces de reconocer que en realidad se trata de un proceso
de domesticación al que sumisamente accedemos.
Deseamos ser igual que todos aunque en nuestras
fantasías pensamos que somos diferentes porque vestimos de cierta manera o
asistimos a clubes o fiestas “exclusivas”. Pero en el fondo somos mediocres
porque nos hemos amoldado a las ideas y formas de pensar que se nos imponen al
través de todo un aparato ideológico cuya finalidad última es la sujeción y el
control social.
La palabra libertad está densamente cargada en lo
jurídico, en lo político, lo social,
religioso y
moral. Es utilizada a cada momento para justificar un sinfín de conductas sin
que nos hayamos detenido a indagar qué entendemos por ello y cuál es su
significado profundo. Anhelamos la libertad personal pero esa libertad nos es
negada en una sociedad en donde lo más importante son la apariencia, las
“buenas maneras”, las costumbres, tradiciones, las religiones autoritarias, lo
que debe de ser, el qué dirán y demás formas de domesticación. Ante esta
imposición y control nos rebelamos de mil maneras pero estas rebeliones no
tocan el fondo de la persona, se quedan en la forma, en la superficie, en lo evidente.
Eso difícilmente es libertad porque cada reacción genera más reacciones a modo
de círculo vicioso. En realidad forman parte de un juego controlado por las
diferentes estructuras de dominación; un juego patético que podríamos llamar:
“jugando a la libertad”.
Si estamos despiertos y atentos a nuestro interior,
podremos descubrir cómo reaccionamos ante las diferentes circunstancias que nos
rodean, veremos cómo actuamos de manera condicionada a nuestras experiencias
personales, a lo que creemos, a los moldes que
nos “enseñaron” y que damos por
válidos. Nos identificamos, asimilamos y defendemos ideas que no son nuestras y que más que nada,
vienen de la costumbre. Damos por sentado que las cosas son así y que no hay
por qué cambiarlas. En esa búsqueda de identidad nos afiliamos a algún partido
político, ideológico, movimiento religioso, “espiritual” o secta
involucrándonos emocionalmente con quienes comparten ese estrecho fragmento.
Pero al hacerlo, nos aislamos de la totalidad universal.
Reaccionamos
con apasionamiento y a veces con fanatismo violento ante todo aquello que se
aparta de nuestro molde conceptual, ante todo lo que suene ajeno y no dudamos
en satanizar, perseguir o destruir, justificándonos en la “bondad” de nuestras creencias,
es decir, en nuestra verdad. Esto en gran medida es la médula del racismo y de
la aniquilación de culturas y de pueblos enteros; pero para no ir muy lejos, es
la explicación de la marginación que hacemos a diario, aquí y ahora de quien
disienta de lo que se proclama desde el púlpito religioso o universitario.
Reaccionamos con temor y rabia contra quien cuestione, porque intuimos que con
su denuncia puede despertarnos de la cómoda siesta en la que soñamos que somos
libres. No dudamos ni un minuto en la eficacia del poder represor ya sea por
medio de la palabra o de la acción abierta o subterránea.
El Conocimiento Personal
Conocernos a nosotros mismos es la tarea más urgente
que podamos plantearnos, pero en la confusión en la que vivimos, tenemos la
fantasía de que es algo que se puede adquirir y hasta comprar pagando por un
libro que oferte el autoconocimiento, contratando los servicios de un terapeuta
para que nos “oriente” o bien, asistiendo a cuanto taller o seminario de
“superación personal” se anuncie. Pero lo que estamos comprando son moldes: los
moldes del autor del libro, del terapeuta manipulador o de la Iglesia a la que
acudimos. Y si nos decidimos a llevar a cabo seria y escrupulosamente todas las
recomendaciones por las que pagamos ( no necesariamente con dinero), lo único
que vamos a lograr es obedecer lo que se nos dice y recomienda ¿Es eso
conocernos realmente, se trata de un acto de libertad? Para conocernos a
nosotros mismos no hay fórmula alguna, de la misma manera que no es posible ser
libre atados a nuestras creencias, obedeciendo sumisamente a quién nos diga
cómo “liberarnos” pero que, al mismo tiempo, nos somete con su autoridad.
Observemos esta contradicción: acudimos a que nos liberen, pero de esta manera,
implícitamente aceptamos una autoridad, la de quien puede “conducirnos” a la
libertad.
Más que métodos para alcanzar la felicidad o la
libertad, hay que despertar y realizar un trabajo de alta calidad observándonos
atentamente momento a momento, descubriendo e identificando nuestro ego con sus
programas encaminados a fabricarnos un mundo de ilusión. Más que consejos o
“guías” para conocernos a nosotros mismo y poder ser libres, hay que estar
atentos, observando continuamente los movimientos de nuestro ego. Se trata de
explorar y comprender lo que realmente somos, sin la autoridad de nadie. De
esta manera podríamos aproximarnos a la comprensión de nuestro sufrimiento
cotidiano que nos atormenta día y noche.
No conviene que seamos libres. Desde el más antiguo
sacerdote conocedor de los fenómenos naturales, por ejemplo un eclipse, hasta
el líder religioso actual, manosean las explicaciones naturales para ejercer el
poder de lo sobrenatural. Esta ha sido una eficaz estrategia para controlar y
sujetar a los miembros de un grupo. No conviene que salgamos de nuestra
ignorancia e iluminemos nuestra oscuridad con el conocimiento de nosotros
mismos. De lo contrario, dejaríamos de temer y de obedecer a quienes nos
controlan y amoldan a las supersticiones o creencias de un “poder superior” que
todo lo sabe y todo lo puede.
La alianza entre el Poder y las religiones
autoritarias es muy grande y cada día somos testigos de esta complicidad y de
las intromisiones políticas de quienes se supone su tarea principal son los
asuntos espirituales. Estas alianzas y complicidades se encargan de controlar y
supervisar los diferentes campos del pensamiento y de la actividad humana.
Cuando alguien se acerca a los linderos de la libertad se le advierte de los
peligros del “libertinaje”, palabra que con la que se expresa una forma de
moralismo que señala los riesgos que corren quienes desafían los moldes
preestablecidos. Una gran cantidad de problemas de origen eminentemente social
como las adicciones, el alcoholismo, la
prostitución, el SIDA, son presentados como exponentes de una “descomposición
moral” derivadas del “libertinaje”. En
estos asuntos no es raro ver la mano de la “ciencia” para justificar el moralismo con que se pretende maquillar la
verdad social.
De esta forma, se distrae el verdadero foco de
atención que es la insultante
desigualdad económica y social que es
en gran medida producto de la ignorancia. El suicidio es una manifestación de
esta desigualdad, no es simplemente un asunto médico. En realidad estos problemas,
más que “libertinaje”, son exponentes de
complejas problemáticas sociales, pero que al ser manipuladas funcionan como un
recurso muy eficaz para fortalecer el poder de
las instituciones represivas. No hay prácticamente curso de
“espiritualidad” o sermón dominical sin
las moralinas sobre el pecado, que en el fondo son sabotajes a nuestro vuelo
a la libertad. De manera arbitraria se
marcan los límites entre la libertad y el llamado “libertinaje” con los
criterios e intereses muy particulares de quienes los establecen, de quienes
pretenden ejercer el control de nuestras vidas. Un espíritu inquieto se rebela
preguntándose en dónde y cómo se oculta
la verdad.
A diario nuestras mentes son sometidas a este proceso
de moldeamiento, de uniformidad y domesticación. Nuestra vida cotidiana está
plagada de los más diversos mensajes en donde una y otra vez se nos impone cómo
debemos pensar, sentir y actuar para tener “éxito” en esta vida. Simplemente
hay que seguir los patrones y moldes que
han estructurado quienes han hecho del control social una manera de
vivir. No hay otro camino que la revolución interior que, al través de un cambio radical en la manera de mirarnos a
nosotros mismos y a lo que nos rodea, dé inicio a nuestro proceso de
transformación. En nombre de la “Verdad” justificamos a la religión autoritaria
o al dogma que impera en las aulas escolares. En nombre del “verdadero”
conocimiento nos declaramos partidarios de determinada teoría, libro o autor.
De manera absurda y paradójica, en nombre de la
“sabiduría” permanecemos ignorantes
desconociendo las necesidades profundas que nos llevan a actuar de determinada
manera, fomentando los convencionalismos con los que justificamos nuestro pavor a la revolución
interior que puede hacernos libres. La tarea urgente es el conocimiento de uno
mismo al través del que descubriremos la relación con los demás. El estudio y
la investigación de nuestras necesidades, lejos de ser un trabajo solitario u
ocioso, inevitablemente conducen a la
comprensión de que el mundo y nosotros somos lo mismo. Este conocimiento marca
la diferencia abismal entre un espíritu domesticado y uno rebelde. La exploración de nosotros mismos puede
aproximarnos a la comprensión de la unidad que existe en la diversidad y a
percatarnos del caos que creamos al fragmentar la percepción de la totalidad de
las cosas. La Verdad y la Libertad no están en ninguna parte ni tampoco pueden
ser “reveladas” autoritariamente por nadie. Son parte inseparable del trabajo
revolucionario que conduce al proceso de transformación que se desencadena al
despertar a nuestra realidad aquí y ahora.
(Disponible en www.drbaquedano.com)
Autor: Dr. Gaspar Baquedano López. Mérida, Yucatán. México.