Lahur, the Darc Knight
Nota del autor
Hay tantos autores que escriben novelas románticas, y con
tanta naturalidad y facilidad, que envidia en verdad. Para alguien que su especialidad
son los mundos de fantasía, resulta un tanto más difícil.
¿Por qué será?
¿Falta de amor o ilusión?
¿O simplemente se trata de un estilo que no sabes tocar?
Aunque se puede involucrar la espada con el romance, no
resulta ser un texto muy liviano para aquellos que adoran las lindas historias
de príncipes azules, y hermosas princesas de largas cabelleras rubias; resulta
ser algo que se puede hacer, pero no para todos logra resultar gustoso.
La gran mayoría de estos perseguidores del amor, buscan romances
imposibles, alocados y apasionados; nada que no se logre aceptar.
El presente texto, es solo una historia escrita a modo de
superación, no es algo que desee que repercuta poderoso ante la gente, no, no;
solo espero que sea leído y analizado para ver si es bueno o no.
Prefacio
Miércoles 4/7/2007
Nunca me pude haber imaginado, que en aquel día, oscuro y
frío, conocería a una mujer tan maravillosa. Caminaba a mi trabajo como de
costumbre, y justo en la entrada del edificio la vi, una mujer morena y de una
sonrisa tan llena de vida, que maravillaba a cualquiera con su resplandor,
además, en sus ojos contenía un color miel con tanta dulzura, que me atrapó al
instante. Corrí a su encuentro, la quería ver de más cerca, y apresurando el
paso, logré pisarle los talones, observando con detenimiento una larga
cabellera negra, que al venir suelta, ondeaba a su espalda.
-Señorita. Dije, empleando un tono que creí que no
escucharía, pero para mí adorada suerte, si lo escuchó, girándose para
encararme diciendo: -¿Sí? ¿En que lo puedo ayudar joven?
-Am… Bueno, creo que la confundí. Me excusé al no lograr dar
con las palabras que requería en mi defensa.
-¿Trabaja aquí?
-Sí, soy el ingeniero que está encargado de dibujar los
planos del armazón. Le respondí, al tiempo que cogía la tarjeta de
presentación, y la blandía al frente.
-Señor Carlos, es un gusto conocerlo. Me saludó, luego de
leer mi nombre en la parte superior de la tarjeta. –Mi nombre es Irma.
-Igualmente señorita. La reverencié inclinándome
ligeramente.
-Ho, se me hizo tarde. Dijo consultando su reloj de pulsera.
–Bueno, como trabajamos en el mismo establecimiento, nos volveremos a encontrar
muy pronto.
-Espero con ansias ese momento. Señalé en tono bajo, aunque
por una sonrisa que exhibió en sus bellos labios, logré comprender que me había
oído.
Afiladas hojas de olvido,
Rasgan la piel,
Obligando a liberar quejidos,
Mostrándose con espíritu cruel.
Viento antaño,
De gélida textura,
Con persistente cizaño,
Hostiga con su asura.
Sangre en cierne luz,
Bloqueada por sombras,
Atadas a una cruz,
Que tanto renombras.
Y, a pesar que atas tu corazón,
No logras liberarte del azor.
Lahur, the Darc Knight
Un encuentro inesperado
Dos eternos años de trabajo, y al fin me podía tomar
vacaciones. El año anterior, cuando me correspondía tomar esos días tan
esperados por nosotros los empleadores, la empresa se lo sacó con que había
mucha necesidad, por lo tanto, nos arrebataron de las manos nuestro ansiado
descanso, pagándonos un bono para taparnos la boca; pero bueno, eso no amerita
entrar dentro de este relato.
Nos juntamos tres amigos de la infancia, Daniel, Irma y yo,
Carlos. Reunimos una cantidad considerable de dinero, y nos dispusimos a darnos
un fin de semana de relajo total, hospedando en una residencial, a pocos pasos
de la playa…
Martes 17/8/2010
En una habitación oscura, aferrada por una profunda y espesa
penumbra, yacía junto a ella, abrazado a su carne, disfrutando de su ardor, sin
que nadie lograse decirnos algo. De pronto sonó su celular, y me vi obligado a
dejar aquella piel empapada en sudor, que se había fundido en mi superficie
morena.
-Diablos, es un cliente Carlos. Me indicó endureciendo su
rostro. –Voy a salir un momento, vuelvo de inmediato.
Enfundó su cuerpo desnudo en una bata y antes de coger la
manilla de la puerta, intenté detenerla diciéndole:
-Tranquila, habla aquí dentro del cuarto, estás en
confianza.
Negó ligeramente con su cabeza, y añadió:
-No es nada personal amor, pero prefiero mantener mi
privacidad.
Tras el golpe suave de la hoja de madera de la puerta, mis
pensamientos se cegaron en que eran asuntos de negocio… Grave error…
7/1/2011
Cuando bajamos del bus, una brisa helada nos obligó a
temblar momentáneamente, pues el sol estaba radiante.
-Te sacudiste entero. Me dijo Irma, exhibiendo una
resplandeciente sonrisa, en aquel rostro moreno, provisto por un par de ojos
miel.
-Sí. Le contesté cortante. Hasta hace muy poco, Irma y yo
teníamos una relación amorosa, y tuvimos que terminar porque ella se había
enamorado de mi amigo Daniel, o al menos eso fue lo que ella me dijo…
Jueves 28/10/2010
Bajo una tenue ampolleta de neón, y con lágrimas en mis
ojos, escuchaba la voz cruel de ella, que me indicaba su afilada decisión. Con tan
poca luz dentro del salón lujoso, sus ojos miel resplandecían vivos, sin
presentar esa estúpida pena que según profesaba con nuestra separación.
-Carlos, bueno, yo… Lo único que puedo hacer por ti en estos
momentos, es serte sincera. Decía ella, sin mostrar titubeo en su hablar. –No
sé como ocurrió, pero apareció él en la penumbra.
Lograba advertir un azote en mi pecho, como cadenas de acero
flagelando sin compasión alguna mis carnes, atravesando el tejido,
encaminándose al punto donde yacía guardado en un cofre de profundo amor
sincero, todos mis sentimientos por ella…
7/1/2011
-Carlos.
Escuché la voz de Daniel a mi espalda, y me volví para ver
que deseaba; y allí estaba el hombre trigueño, observando con sus ojos como
platos el recinto donde nos quedaríamos. Se trataba de una residencial que
parecía mansión, alzándose sobre la calle con tres pisos y cubriendo la manzana
completa.
-Es la residencial de la señora Marta. Le indiqué aferrando
mi maleta de viaje.
-Es enorme. Me dijo él, aplastando sus largos cabellos
negros con su mano izquierda.
Miré a la distancia, logrando apreciar el enrojecer de las
aguas tras el atardecer que se venía sobre nuestros hombros, pero a pesar de
aquello, en la orilla de la playa, que solo estaba a una cuadra, aun se
lograban ver personas descansar en la tibia arena, sobre todo, aquellas bellas
mujeres, que con sus trajes de baño pequeños, encendían pasiones ocultas dentro
de mí.
Ingresamos a la residencial, y nos recibió la señora Marta,
con una esplendida sonrisa, que se notaba a la distancia, que era fingida; por
cortesía, tal vez. Nos condujo por una escala elegante hasta el tercer piso.
-¿Donde están nuestros cuartos? Consultó Daniel, deslizando
su mano izquierda por el pasamano.
-Lo que ocurre mis señores, es que arriba están los cuartos
para las personas de su clase. Dijo la mujer enseñando los blancos y
resplandecientes dientes.
-¿Estaremos a parte de las personas de clase media y baja?
Consulté intentando ocultar mi asombro por el estúpido clasismo que mostraban
estas personas.
-Claro, así podemos darles a ustedes los lujos que se
merecen…
Jueves 15/4/2010
Salí del centro comercial, y en la entrada me vi cruzando la
puerta con un hombre de maltratada vestimenta, y antes de tener los pies en la
calle, la alarma contra robos comenzó a liberar aquel estridente ruido de
alerta. Frente a esto, el guardia se arrojó sobre nosotros, atrapando al hombre
de clase baja sin siquiera mirarme.
-Acompáñeme señor. Ordenó el guardia, empujando al hombre.
Gran impotencia atenazó mi mente y girando por sobre mis
talones, le indiqué en tono molesto al sujeto:
-Yo igual pude haber sido ¿porqué no revisa mis cosas?
-El guardia alzó su vista, y al tenerme en sus iris, y
contemplar mi elegante tenida, vaciló antes de decir:
-No creo que usted…
-Entonces ¿los ladrones solo son gente pobre? Actualice su
ignorancia hombre, cualquier persona puede robar en una tienda, no tiene nada
que ver el grado de necesidad.
Rezongando entre dientes, el guardia me llamó,
conduciéndonos a un cuarto para revisar nuestras pertenencias. Finalizada la
revisión, se descubrió que entre mis cosas, había una prenda que aun tenía un
sello, que la vendedora no quitó…
7/1/2011
No muy convencidos con la respuesta de la posadera, seguimos
el camino hasta el pasillo superior, en donde nos encontramos con un gran
número de habitaciones. Marta, extrajo dos llaves medianas de su precioso
vestido color sandía, y nos las entregó, diciendo:
-304 y 305, los cuartos que solicitaron.
Como estaba cansado y molesto, por el clasismo que hasta los
días de hoy nos persigue, recogí mi llave y me metí al cuarto; despidiéndome
antes claro está.
-¿Se siente bien su amigo? Escuché que preguntaba la mujer.
-Sí, tiene que estar agotado con el viaje. Y continuó las
palabras defensoras de Irma.
-Bien, entonces los dejo. Señaló la señora. -Recuerden que a
las nueve de la noche es la comida, y faltan treinta minutos, preséntense sin
demora, por favor.
-Sí. Respondieron Irma y Daniel al unísono.
No quise darle mayor importancia a lo que ocurría afuera, y
me encaminé a la cama. La habitación era amplia y muy bien iluminada, con un
tubo fluorescente. Los muros presentaban un color blanco invierno y en el piso
se avistaba la misma cerámica del pasillo, café y con diseños, bastante lujosa.
Acomodé mi maleta al costado del velador, y me dejé caer
sobre el lecho...
Jueves 7/10/2010
Ese día ya era muy tarde por la noche, y a eso de las cero
horas al fin tenía una llamada de ella. Al contestar, solo advertía su preciosa
voz, sumergida en un mar de silencio.
-Amor, hoy no podré llegar a casa; un cliente me llamó muy
tarde y aun estoy fuera de la capital, me voy a quedar con Verónica, por lo
tanto no se preocupe. Me indicó ella, empleando un tono cordial.
-Pucha amor… Pero bueno. Cuídese mucho.
-Sí mi amorcito, descuide, mañana estaré bien temprano en la
casa.
7/1/2011
Entre sueños, advertí que tocaban a la puerta, y bastante
atontado aun me encaminé a ver de quien se trataba.
-Carlos, ya es hora, vamos a comer. Me señaló Irma, al
tiempo que me apoyaba en el lumbral de la puerta para decirle: -Tranquila, ve
con Daniel; estoy muy cansado.
-Pero... Regañó entre dientes la muchacha, desviando su
mirada al costado y aferrando sus rubios cabellos que caían libres en medio de
su escote pronunciado, que permitía ver un par de redondos y bronceados pechos,
de mediano tamaño.
-Linda no me obligues, solo tengo sueño.
-Bien. Dijo finalmente, regresando sobre sus pasos bastante
molesta, con su largo vestido negro ondeando tras sus gruesos muslos carnosos.
Cuando me disponía a cerrar para poder seguir descansando,
me vinieron unas horribles ganas de orinar, y tuve que salir de mi habitación.
Como no sabía dónde demonios estaba el baño, preferí bajar al primer piso, ya
que recordaba que en la entrada había visto uno, y necesitaba ir a la segura.
Volé por sobre las escaleras y cuando ya estuve a pasos de la puerta en donde
decía: baño para hombres, tropecé con una muchacha... Colisionamos de frente y
su cuerpo esbelto se golpeó contra el muro. Me inundó una profunda preocupación
por la chica, y casi por reflejo, la aferré de las manos.
-¿Te encuentras bien? Le consulté, sintiendo en la
maltratada piel de mis manos una suavidad sin igual, junto con un calor
llameante, que no estaba muy seguro, pero creí que emanaba de aquellas tiernas
carnes.
La solté y la muchachita apegó su espalda contra el muro.
-Me encuentro bien. Me respondió con un tono bastante
infantil, que no se apegaba para nada a sus aparentes veinte años.
-Uf, que alivio. Suspiré dejando caer mis brazos a los
costados. -Creí que te había dañado.
-No, no; tranquilo. Una mística sonrisa se enanchó en sus
labios rosados, y en sus ojos negros creo haber apreciado un resplandor vivo,
repleto de ternura y un tanto de ingenuidad.
Cuando me descubrí clavando mis pupilas en sus ojos, me
encogí de hombros y me giré raudo.
-Lo siento. Me disculpé ocultando mi rostro.
-No hay problema.
Al retomar su imagen con mis ojos curiosos, logré avistar
que en su semblante no había molestia alguna, muy por el contrario, lucía
alegre y radiante, iluminando el ambiente con la magia de su bello rostro,
enmarcado por una cabellera colorina.
-Lo siento mucho. Me disculpé una vez más. -Venía corriendo
al baño, y bien, pues…
-¿Ahora habías olvidado que deseabas entrar al baño? Me
preguntó dirigiendo su mano extendida para tapar su boca, puesto que ahora se
descargaba liberando una sonora carcajada que me hizo sonrojar.
Me despedí rápido, y corrí al baño, cerrando veloz la puerta
a mi espalda.
Viernes 8/10/2010
Escuché tocar a la puerta, y corrí a ver de quien se
trataba. Junto con la luz emergente del sol, y un golpe de viento matutino, me
llegó la imagen de Irma. Lucía radiante y fresca, nadie se podría imaginar que
había pasado la noche fuera de la capital, para llegar a primeras horas en la
mañana.
Me besó con dulzura, y quitó las dudas de mi cabeza, pues
aquella preciosa musa, era la medicina a mis problemas, cegándome del peor de
los dolores.
-Amorcito, te extrañé tanto anoche. Me dijo con tono
ardiente, al tiempo que se abalanzaba sobre mi cuerpo.
Ese día, antes de marcharnos al trabajo, hicimos el amor,
como si nunca lo hubiésemos echo, envueltos en locura adolescente.
7/1/2011
Como no tenía de otra, pues todos estaban en los comedores,
salí de la residencial, a dar una vuelta a la manzana bajo la penumbra. Solo me
acompañaba la luz de las lumbreras de la calle, y al llegar a donde la arena
abrazaba el concreto, me encontré con la muchacha que había chocado antes de
entrar al baño. Allí estaba, con una chaqueta de mezclilla color roja,
agitándose junto con su largo cabello por causa del viento. Me aproximé hasta
quedar hombro con hombro con ella, y alzando mi vista al horizonte dije:
-Está preciosa la noche, no hay luna, pero las estrellas
alumbran bastante.
-Sí, lucen bellísimas. Respondió, luego se exaltó,
alejándose de mí por unos metros. -¿Qué hace aquí? ¿No debería estar en el
comedor?
-Ams... Bueno, creo que sí. Respondí ante su espanto
añadiendo una tranquilizadora sonrisa. -Al igual que usted señorita.
-No logré ir a comer. Su voz se oía abatida. -Por
entretenerme con usted, llegué tarde al servicio y los meseros no me quisieron
atender.
-Lo lamento mucho. Me disculpé inclinando la cabeza. -Si
gusta, para recompensar mi falta la puedo invitar a comer.
-No… Se mostró reducida, dándose la vuelta y cubriendo su
enrojecido rostro con sus manos.
Aferré sus manos con las mías, y con mucha suavidad se las
quité de su cara, para lograr contemplarla.
-Vamos, la estoy invitando. Así podríamos platicar un poco y
conocernos mejor.
Ella asintió ligeramente con la cabeza.
Pasamos a uno de los pocos restaurantes que aun atendían, ya
que el resto de locales solo eran pubs y bares, nada de lo que andábamos
buscando. Al ingresar nos situamos en una mesa del fondo, la cual era redonda y
la adornaba un delicado mantel rojo bordado. En medio de ambos, interponiéndose
ante nuestras miradas, se alzaba un servilletero, repleto, que exhibía las
servilletas cuidadosamente colocadas, formando una ingeniosa flor. Junto al
servilletero, había un cenicero y un pocillo de cristal, con forma de concha de
ostra, que contenía una porción bastante considerada de pebre.
Una joven mesera nos atendió, y resultaba encantadora con
una blusa azul y una faldita que le llegaba a la mitad de los muslos, dejando
visibles unas delgadas piernas de muy linda figura. Ordenó los cubiertos y tomó
nuestro pedido.
Cuando se retiró la mujer, la bella acompañante que
permanecía sentada al frente, me devolvió una mirada de reojo, y una picarona
sonrisita.
-¿Te gustó la mesera, verdad? Me preguntó en tono bajo.
Negué con la cabeza, y acomodando la servilleta que reposaba
abajo del tenedor, la cuchara y el cuchillo, le pasé a decir:
-La encuentro una mujer atractiva, pero, no. Ahora, lo que
me interesa, es conocer su nombre.
-¿El de ella?
-No, claro que no; el suyo, señorita de los cabellos
colorines. Le indiqué entrecruzando mis dedos por sobre la mesa.
-Ha, el mío… Bueno, mi nombre es Lorena.
-Bueno señorita Lorena, ahora que conozco su nombre, paso a
preguntarle mi siguiente inquietud ¿qué hace aquí?
Lorena bajó la cabeza, jugueteó un instante con sus mechones
y luego respondió con otra pregunta:
-¿Puedo dejar esa pregunta sin responder?
-Bueno, si es privada, será mejor que lo dejemos así. Le
dije para intentar calmarla. A continuación extraje una tarjeta de presentación
del bolsillo de mi chaqueta y se la facilité, dejándola junto al cenicero. La
miró de reojo y cuando leyó que era ingeniero, sus ojos se nublaron y quitó una
servilleta de la parte superior del adorno en forma de flor, para seguido pasar
a dejarla cubriendo la tarjeta.
-Señor Carlos, no es necesario que haga visible su gran
talento.
Las palabras ofendidas de la joven, apedrearon mi conciencia
y me sentí horrible. Cogí la tarjeta, la guardé en su lugar y pasé a ofrecer
las disculpas correspondientes:
-Le ofrezco mis más sinceras disculpas, no creí que
mostrarle mi ocupación sería tan perturbador para usted.
-No, no es eso.
-¿Entonces? Intenté insistir.
-Am… Bueno, yo… Se rebuscó, tamborileando con sus dedos la
superficie de la mesa, al tiempo que se colocaba de pie, acomodando la silla
debajo. -Me tengo que ir.
-Ha… Quedé completamente tomado de sorpresa. -La mesera
pronto volverá con nuestro pedido, no se puede marchar.
-Señor, yo no puedo estar aquí.
Me incorporé y aferré a la muchacha por los codos.
-Lorena, tu puedes estar aquí y donde quieras, nada ni nadie
te lo impide.
-No puedo… balbució ella, mirando en todas direcciones.
-Todo es tan elegante, y bueno, yo…
Lorena bajó su mirada, señalando sus pantalones de jeans
bastante desgastados con el tiempo, y sus zapatos de cuero y con las puntas
peladas.
-Usted no puede pensar así. La conduje hasta su lugar, jalé
la silla hacia atrás, y una vez que se sentó, le acaricié el cabello con
suavidad. -Usted es preciosa, y las personas valen por lo que son, no por la
fachada. Asíque, tranquila, y coma junto a mí, que la noche recién comienza.
Sábado 9/10/2010
Decidimos salir una noche al menos para relajarnos, y nos
fuimos a comer a un finísimo restaurante con orquesta. Cenamos comiéndonos con
la mirada, y al estar en el centro de la pista de baile, ella apegó su boca a
mi oído y con tono fogoso me dijo:
-Te juro Carlos, que si otra perra te toca, yo la mato.
Frente a sus palabras, no supe que decir, y la rodee con mis
manos, apretándola fuerte contra mi pecho, para finalmente consumir su boca en
un largo beso.
7/1/2011
Cenamos juntos, y Lorena me indicó que no colocaban
problemas en la residencia para llegar tarde; a lo que con la velocidad de un
rallo, la invité a bailar.
Recorrimos varias cuadras completas sin encontrar nada, en
ningún lugar tocaban música calmada, solo tonto reggeaton. El deleite fue estar
hasta las dos de la mañana paseando con ella por las calles desnudas, sin
ningún idiota espiando en las esquinas o alguna reunión de señoras copuchentas,
cuchucheando al vernos pasar. Solos, ella y yo, disfrutando de la compañía del
otro; ella con su apariencia de niña de población, y yo con mi traje de
oficina, aparentando ser un afortunado empresario aprovechándome de la nobleza
de las pobres plebeyas.
Con la madrugada sobre los hombros, y el descenso brusco de
las temperaturas ambientales, ingresamos a nuestro hogar momentáneo. Lorena
lucía radiante, ya no aparentaba estar disminuida por mi presencia, y tras cada
palabra, dejaba escapar de sus hermosos labios femeninos, una carcajada alegre.
Me acompañó hasta la escala que me conduciría a mi cuarto, y
en ese lugar nos despedimos. La abracé fuerte, apoyando mi mentón en su hombro
derecho, y ella poco a poco fue cediendo, logrando hacer que sus brazos me
estrecharan, pero la luz del pasillo se encendió y una voz dijo bastante
molesta:
-¿Qué haces aun despierta Lorena?
Nos soltamos, y alcé mi vista, logrando avistar a la señora
Marta, que de seguro había estado barriendo, pues aun traía la escoba.
-¡Responde niña! Exclamó la mujer, clavando sus furibundas
pupilas en las apagadas de la muchacha. -En vez de andar coqueteando con los
clientes, deberías estar estudiando, el lunes tienes prueba.
-Disculpe señora, pero la llevé a comer por que no le
quisieron dar de comer en el comedor. Intenté protegerla con mi argumento.
-¡Silencio muchacho! usted debería pasar a su cuarto.
-Sí, señor Carlos, será mejor que vaya a descansar. Me
señaló Lorena, manteniendo su tierna mirada siempre oculta por los colorines
cabellos que se le precipitaban sobre su rostro.
Mi mirada flamígera flageló a la posadera, y sin decir una
sola palabra más, besé la frente de Lorena y subí a mi cuarto, encendiendo tras
cada escalón mucho más mi impotencia.
Sábado 8/1/2011
Cuando amaneció, mostrando un sol radiante acompañando la
mañana del sábado, me estiré sobre el cálido lecho, sintiendo como mis articulaciones
crujían al acomodarse, tras el profundo descanso nocturno.
Tocaron la puerta, y tras la hoja de madera, logré percibir
la voz de Irma que me preguntaba:
-¿Estás despierto Carlos?
-Sí, adelante.
-Permiso.
Giró la manilla suavemente y entró, cerrando la puerta a su
espalda, luego avanzó y se acomodó a los pies de la cama. Sus preciosos ojos
miel, aquellos que me habían enamorado, se quedaron mirándome fijamente, con
una leve chispa de enfado ardiendo en medio de sus pupilas.
-¿A qué hora llegaste anoche? Me preguntó aferrando con sus
manos los bordados de su falda color chocolate, que reposaban gustosamente
abrazando un par de redondos y apretados muslos morenos.
-No lo sé. Respondí ante su pregunta desubicada. -Solo sé
que llegué tarde.
En sus ojos se apreciaba el fuego del disgusto, y al momento
de inclinar su cabeza, intentando ocultar su rostro en la seguridad de su pecho
descubierto, los largos cabellos negros de la mujer, que permanecían atados por
una cinta rosada, en la nuca, se precipitaron hacia delante, pasando por sobre
los hombros desnudos, justo por donde trepaba el delgado tirante de su prenda
color crema.
-Irma, ya no somos nada, no te debo explicaciones. Le dije
con tono frío, al tiempo que bajaba de la cama, calzando unas pantuflas negras,
luego añadí: -Además, yo quise acompañarlos porque a pesar de todo, sigo
considerando a Daniel un amigo, aunque me haya arrebatado el dulce de la boca.
Mejor dicho, vine por que quise, no para disfrutar viendo como ustedes, par de
traidores se revuelcan.
Sin decir una sola palabra, Irma cogió su orgullo con ambas
manos, cargándolo a su espalda, y salió de mi cuarto, con sus ojos a punto de
reventar en lágrimas.
Miércoles 3/11/2010
Mis ojos ya no daban más de tanto llorar por una estupidez,
y regresé al trabajo luego de un fin de semana largo, pero cuando los vi… Al
par de traidores, no supe que hacer… Mi corazón palpitó rabioso y sin consuelo;
pues aquellos labios que alguna vez habían sido míos, ahora los disfrutaba
alguien más.
Dejé que ingresaran al edificio abrazados, y asegurándome de
que nadie me vería, partí el cristal de la mampara, empleando un reloj de
plata… Luego, y antes de que alguien me viera, subí a mi puesto de trabajo.
8/1/2011
Me arreglé para ir a tomar desayuno, esta vez un poco más
deportivo, con una polera negra de seda, un pantalón térmico color azul y unas
zapatillas blancas; ni comparación a la pinta de ejecutivo de ayer.
Al momento de entrar al comedor del tercer piso,
correspondiente al alto grado de nosotros, no me encontré con algo muy cómodo,
pues solo habían empresarios, desayunando en elegantes vasijas de cristal,
sirviéndose con fingidos modales empleando cubiertos de plata, y uno que otro
utensilio de oro. Arto con tanto clasismo, salí del comedor y me encontré de frente
con Daniel, que al momento de verme me frenó con su mirada, mucho antes que me
dispusiera a dar un paso adelante.
-¿Qué ocurre? Le pregunté bastante desconcertado.
-¿Qué le dijiste a Irma? Está en el cuarto llorando sin
consuelo alguno.
-Quería que le contara lo que hice anoche, y le respondí
duramente, que a ella no le debía importar lo que hiciera o dejara de hacer.
-Valla. Daniel bajó la mirada, juntó sus manos a la altura
de su abdomen y me dijo: -Al parecer se lo dijiste de forma muy dura.
-¿Quieres que pase a hablar con ella? Le pregunté sin hacer
descender mi tono de molestia por un solo minuto.
-Ams, bueno... Creo que será lo mejor. Y aprovecha de
decirle que la estaré esperando en la mesa.
-Bien. Dije, asintiendo con la cabeza, para luego caminar
hasta el cuarto de Daniel, donde aparentemente estaba Irma destrozada.
Sábado 6/11/2010
Consumido en una botella de ron añejo, mi mente
inconscientemente realizó una llamada; el objetivo era Irma, y esta no podría
adivinar que era yo, ya que había procurado cambiar el número del celular.
Retumbó en mi oído el pito de la llamada dos veces, y finalmente contestó.
-Haló… Haló… ¿Carlos eres tú?
Por más que preguntaba, no fui capaz de decir una sola
palabra, y antes de cortar, mi alma se rompió como porcelana.
8/1/2011
Toqué a la puerta, y desde adentro Irma gritó:
-¡Váyanse a la mierda!
Como ya la conocía, sabía muy bien que no abriría, por lo
tanto, ingresé al cuarto, cerrando con un suave empellón. Irma estaba desparramada
sobre la cama, con la falda subida sobre las nalgas, permitiendo ver su ropa
interior de color rojo, y el comienzo de aquellos seductores muslos carnosos.
Me aproximé a ella, y dando un suspiro profundo, apoyé mi mano derecha sobre su
espalda, logrando detectar las convulsiones impresas en su cuerpo, por causa
del llanto.
-¡Dije que se fueran a la mierda! Volvió a exclamar, al
mismo instante en el que se giraba de espalda, golpeando mi mano.
Esta vez su falda se arropó contra su entre pierna, mostrando
en su plenitud aquellos tan sensuales muslos, que noche tras noche, deseaba
sostener en mis manos hambrientas, completamente hambrientas por su carne.
-¿Qué quieres ahora? Me preguntó con su voz corrompida por
los sollozos, al tiempo que se sentaba, para poder arreglar sus ropas,
cubriendo aquella piel que una vez más me atrapaba.
-Irma, tienes que entender.
-¿Qué quieres que entienda? ¡Que aun no pasan ni tres meses
y ya me olvidaste!
-No suena tan vergonzoso, ya que la que me dejó por otro,
fuiste tú. Le señalé con tono duro.
Sin más espera, se puso de pie y cogiéndome de la mano, me
arrastró a la puerta; pero antes de girar la manilla, algo nos frenó... Un
algo, que nos hizo darnos cuenta de que nuestras pieles estaban en contacto, un
algo, que nos dejó sentir el calor del otro, un algo, que nos acercó
extasiados, un algo, que nos hizo estrecharnos en los brazos del contrario,
besándonos y acariciándonos con desenfreno. Su boca me consumió, tal cual como
lo hacía noche tras noche, y eso podía acabar de una sola forma, con nuestros
cuerpos desnudos, enredados en el lecho.
Nos encaminamos a la cama, y sin despegar nuestros labios
por un solo instante, nos atamos con nuestros brazos y nos desplomamos sobre
las ropas. Tenía mi espalda aplastada contra el blando soporte, y sobre mi
cuerpo, estaba ella, a mi disposición, toda, todita, con sus carnosas nalgas,
sus redondos y apretados muslos, y todos los confines posibles que me dejaban
su tersa piel, con aquella embriagadora textura.
Cuando la tuve por completo desnuda sobre mi cuerpo, volví
en razón y me liberé de su boca, negando la posibilidad de consumirla, y al
incorporarme en mis piernas, me aproximé a la puerta, girando la manilla
apresuradamente.
-Pero... Carlos... Dijo ella, desplomándose de espalda,
dejando en toda su plenitud, aquellos redondos pechos, que me enfocaban con su
par de erectos pezones, a los cuales estuve a poco de sucumbir, para ir
corriendo a lamerlos. Además, separó sus piernas, exhibiendo su sexo calvo,
pálido, y con su hendidura extremadamente rosada...
-¿Te sientes bien jugando a dos bandos? Le pregunté,
manteniendo la puerta ligeramente abierta. -¡A mí no me acomoda eso!
Sin tener intenciones de escucharla, salí y cerré la puerta
de golpe, luego bajé la escalera corriendo. Cuando estuve abajo, me encontré
con ella nuevamente, sí, se trataba de Lorena. Cuando me vio, bajó la cabeza
avergonzada, quizás porque ahora la veía trapeando el piso de la entrada. Me
acerqué lentamente, y la aferré por el codo.
-Hola señorita ¿cómo está?
-Señor, será mejor que se aleje de mí. Me indicó ella,
alzando sus ojos rebosantes en tristeza.
-¿Porqué? No veo que sea algo tan terrible que seamos
amigos.
-¿No se da cuenta? No soy como usted. Se impuso la
jovencita, cogiendo un balde con agua, para luego echarse a caminar en
dirección del comedor.
-Lorena... Intenté buscar las palabras para poder detenerla,
y luego de tanto buscar dije: -¿¡Crees que para mí es bajo que alguien trabaje
limpiando pisos?
La niña detuvo su avance, depositó el balde junto a la
pared, y me miró por sobre su hombro derecho. Ante esta oportunidad, avancé
raudo hacia ella, y cogiéndola de las manos, la giré suavemente, para lograr
contemplar aquel bello rostro femenino.
-¿Por eso querías que me alejara?
Frente a mi pregunta, Lorena asintió con la cabeza y luego
me dijo:
-La señora me dijo que ustedes buscan a las chicas de bajos
recursos solo para jugar y poder engañar a sus esposas.
-Ho, por dios. Me cogí la cabeza con ambas manos, y esto le
pareció divertido a Lorena, pues una sonrisa se marcó en su rostro infantil.
-Pero mi niña, ni siquiera tenía la intención de enamorarla.
-¿Ha, no? Interrogó Lorena, al tiempo que fruncía el seño.
-Ha, bueno, yo...
-Entonces, si es así, con mayor razón quisiera que se
alejara de mí. Me señaló, volviendo a su labor.
-Pero Lorena...
-Señor. Dijo la muchacha, mirándome fijamente. -Si no le
intereso, es mejor que me deje trabajar tranquila. No veo que pueda interesarle
a un ingeniero como usted, una tonta niña de veinte años que se dedica a trapear
pisos.
-Valla, que buenos argumentos para escapar de mí. Le dije
con sarcasmo, luego continué diciendo: -Yo no nací siendo ingeniero, para
lograr ser lo que soy ahora, tuve que estudiar mucho, y por lo que me doy
cuenta, usted está estudiando; por lo tanto, en un futuro no muy lejano, no
tendrá que seguir trapeando pisos.
-Señor, estoy sacando cuarto medio. Me indicó Lorena, con
tono bajo y dejando caer su mirada. -Mis padres nunca tuvieron una buena
situación económica, y con mucha suerte tengo para poder vestirme y pagar la
matrícula, fuera de la mensualidad.
-¿La señora Marta es tu madre?
-No, no. Acompañó su respuesta verbal, negando con la
cabeza. -Ella es solo una amiga de la familia, que me dio trabajo para poder
sustentarme y para ayudar a mis padres.
-Bueno. Intenté animar las cosas, golpeando las manos. -Será
mejor que terminemos pronto de trapear el piso, tengo ganas de ir por un café.
-¿Terminemos? Preguntó sorprendida la muchacha.
-¡Claro! Tendrás mi ayuda para acabar de trapear, así vamos
los dos a dar una vuelta. Podríamos ir al mall ¿te gustaría?
Mi gran felicidad, parecía entristecer mucho más a la
muchacha, que ya estaba a punto de reventar en llanto. Me acerqué más a ella, y
la abracé, regalándole un tierno beso en la cabeza.
-Tranquilita Lorena, que yo mismo te voy a regalar una linda
tenida para que te veas preciosa.
Como si se tratase de una niña pequeña, Lorena rebalsó en
lágrimas, ocultando su rostro demacrado con mi pecho. Le acaricié la cabellera,
intentando calmarla, pero una voz desde atrás se interpuso entre ella y yo.
-¿Usted no entiende, verdad?
Me giré rápidamente, se trataba de la señora Marta, que nos
contemplaba con su semblante endurecido como mármol.
-Dígame señor Carlos ¿qué desea de la niña?
-Señora, no tengo ninguna doble intención con Lorena, de
hecho, ahora me ofrecí a prestarle ayuda en la limpieza.
-Y después ¿a qué motel la llevarás? Preguntó la señora
Marta con tono mal intencionado.
Miré de reojo a Lorena, y me percaté que esta estaba
completamente reducida, con las palabras de la mujer.
-¡Responde muchacho! Continuó presionando la posadera.
-No tengo pensado caer en su juego dama, no pienso rebajarme
a su pensamiento tan retorcido. Le dije, utilizando siempre un tono prudente.
-Insolente. Se impuso ella.
-Tía, él ni siquiera se ha propasado conmigo. Apoyó desde
atrás Lorena, sin levantar su apagada mirada.
-Bien, bien, como quieras niña; pero si quedas preñada, no
cuentes conmigo. Señaló enfurecida la mujer, girando sobre sus talones, para
marcharse indignada.
Di un profundo suspiro y Lorena parecía petrificada,
permanecía con su mirada ida y sus labios apretados. La tomé de la mano, y con
mucha suavidad le dije:
-Mi niña, vamos, te ayudaré a trapear el piso.
-¿Y si mi tía tiene razón? Preguntó al aire la muchacha, al
instante que giraba su rostro preocupado a donde yo estaba.
-Pero... Me mostré desconcertado.
-¿Y si usted solo me quiere para seducirme y poseerme?
-No... Negué con la cabeza. -Eso nunca. Jamás sería capaz de
hacer eso.
-Entonces ¿por qué le intereso? Consultó con tono ingenuo la
chiquilla.
-Bueno, porque la noto bastante simpática, y es muy
agradable salir con usted.
-¿Seguro que no tiene otros motivos por la espalda?
-No.
Sin verse muy convencida, la chica colorina continuó
limpiando el piso.
-¿Qué significa su silencio? Le pregunté intentando hallar
su mirada, pero me resultó imposible, una bruma espesa, llamada dudas, me
nublaban el paso, cercando mi presencia.
-Si gusta me puede ayudar, y podemos ir a dar un paseo, pero
solo por hoy. Me respondió con tono frío.
-Bien.
Dispuesto a mostrarle que se equivocaba, la ayudé a limpiar
el primer, segundo y tercer piso, sin chillar por un solo segundo.
Viernes 15/10/2010
Salimos juntos del trabajo, aun no logro comprender aquella
coincidencia. Me aferró de la mano con fuerzas y me invitó a que nos tomáramos
algo en un pub. La mesera nos atendió, y bebiéndonos una burbujeante cerveza,
platicamos hasta la media noche, luego de eso, nos fuimos a mi departamento, y
pasamos la noche juntos.
8/1/2011
Terminamos con la tarea cerca del medio día, y una vez que
nos disponíamos a salir, nos cruzamos en la entrada con la señora Marta, quien
nos clavó una ígnea mirada, que ambos ignoramos y seguimos con nuestro rumbo.
Entramos a una cafetería, antes de ir al mall, ya que
ninguno de los dos había comido algo, y teníamos un verdadero concierto de rock
con nuestros estómagos. Como el local presentaba dos sectores, uno para los
fumadores, y el otro para los no fumadores, nos sentamos donde no había humo, y
gracias a esto, estábamos solos, en una gran sala, repleta de mesas cuadradas
pequeñas, y sillas con forro de cuero.
Nos quedamos frente a frente, y con el muro a nuestro
costado. La mesa se veía muy elegante, con un mantel de hilo, de un color celeste,
presentando en toda su extensión flores bordadas. En medio de la superficie,
yacía un triste servilletero metálico, con unas cuantas servilletas, tan
delgadas como hoja de cebolla.
-Es sumamente agradable salir con usted Lorena, lo
lamentable es que me marcho el lunes.
-¿Porqué se molesta en invitarme a mi si el lunes se regresa
a su hogar? Consultó la muchacha, quitando la servilleta superior del helado
metal. -Creo que usted llegó con dos amigos ¿porqué no sale con ellos?
-Como me pareces de confianza, te seré sincero. Crucé los
dedos por sobre la mesa, y comencé a contarle mi situación: -Acepté venir con
ellos, porque no tenía nada mejor que hacer; pero con sinceridad, no los
soporto. Ellos me apuñalaron... Los dos.
-¿Te apuñalaron?
-Sí... Respondí cerrando los ojos, luego continué: -La mujer
que acompaña a mi amigo, se llama Irma, y antes de que me engañaran, era mi
novia.
-¿Y pretende olvidarse de ella conmigo? Preguntó Lorena con
tono amargo. -Que bajo de su parte señor.
-No, claro que no. Añadí una sonrisa a mi respuesta, luego
proseguí, para intentar quitar a mi compañera de esa visión tonta que tenía:
-Dicen que un clavo saca a otro clavo, pero son solo tonteras. Yo ya no siento
lo mismo por ella; quizás mantenga un extraño cariño por su persona, pero no se
trata del mismo amor que sentía.
-¿Estás seguro de eso? Lorena siguió insistiendo con el
asunto.
-Claro, muy, pero muy seguro.
Llegó un mesero, nos atendió y una vez que terminamos de
comer, nos fuimos en dirección del mall. Avanzamos hombro con hombro, y a pesar
de las cosas que pensaba sobre mí, Lorena lucía radiante, y mientras miraba las
prendas dispuestas en las vitrinas, sonreía y se alegraba bastante, como si
imaginara que las traía puestas.
-¿Te gustaría probarte algo? Le pregunté en medio de su
sueño sonriente.
-Ammm... Bueno, yo. Se rebuscó la muchachita, sin lograr
percatar que su rostro enrojecía.
-Ven, vamos. Le dije, al tiempo que la aferraba de su suave
mano, para arrastrarla al interior.
Lorena se resistió por un momento, pero al ver tantas
prendas colgadas de los percheros, y el precioso calzado elegante sobre las
repisas, se sintió volar por los aires. Tal parecía que nunca había visitado
alguna tienda de ropa, y aparentaba tener diez años.
El vendedor, que se trataba de un muchacho joven, se acercó
a nosotros y nos preguntó:
-¿Buscan algo en especial?
-Ha, bueno, yo, yo... Tartamudeó tiernamente Lorena,
clavando sus brillantes pupilas en mis ojos.
-La señorita anda buscando una nueva tenida, con la cual
explote al máximo toda su belleza. Le señalé al joven.
-Cuénteme dama ¿que le gustaría ver? Le preguntó el
muchacho, juntando las manos a la altura de su pecho.
-Pero, no tengo dinero... Me señaló en tono bajo.
-Sabe joven, será mejor que usted le de recomendaciones, ya
que ella no conoce mucho de moda.
-¡Claro! Exclamó el jovencito, jalando a Lorena a un
mostrador. -¡Su damisela, quedará echa una reina!
Salimos de la tienda cerca de las cuatro, y Lorena, lucía
como una diosa... Sobre su maravilloso cuerpo adolescente, traía un vestido de
tirantes, que en su mayoría era negro, presentando unas cuantas líneas
punteadas con blanco, y unos bordados de flores en la parte inferior. Calzaba
unos zapatos negros de taco bajo, ya que su poca costumbre le podría torcer los
pies si eran muy altos. En pocas palabras, el cambio de la sirvienta del
recinto, a una señorita tan bien parecida, fue bastante rotundo.
En su nueva apariencia la bella figura de hembra, al fin
había aflorado. En el escote, se apreciaba parte de sus pálidos pechos
pequeños, y en la piel suave de sus hombros, se derramaba la cascada de su pelo
colorín; bajando por sus brazos delgados, se detectaban dos leves detalles, un
par de pulseras de plata y una argolla en su mano izquierda, la cual exhibía
una perla color ámbar. El delicado bordado inferior de su vestido, acababa
justo en la gloria, a mitad de sus bellos muslos, que no se detenían ahí,
continuando con su caída libre, avanzando, hasta acabar sus esbeltas piernas,
en unos pequeños pies, que con suerte calzaban treinta y seis.
-Luces bellísima. Le dije, contemplando aquellas
maravillosas curvas que conformaban su cuerpo de mujer.
Frente a mi comentario, se sonrojó y no fue capaz de decirme
una sola palabra.
Lunes 2/1/2011
El turno al fin acababa, y antes de cruzar la mampara una
mano me aferró del hombro derecho. Me giré raudo, encontrándome con el rostro
de Daniel.
-Carlos, necesito hablar una palabrita contigo.
Todo tipo de pronunciación quedó muda en mi boca, y solo
asentí con suavidad.
8/1/2011
Ya casi eran las seis, y pasamos a comer a un fino
restaurante, que estaba a solo pasos de la playa. Nos servimos una paila
marina, y el tiempo transcurrió tan veloz, que de un segundo a otro ya teníamos
el atardecer frente a nuestras narices, y para nuestro deleite, la ventana
justo enfocaba la hermosa puesta de sol. Ambos pares de ojos, se maravillaban
con aquel mágico enrojecer del firmamento y las aguas, un evento que aunque se
viese una y otra vez, causaba el mismo efecto, un éxtasis único, capaz de
envolver a cualquier criatura que lo contemplase.
Como yacíamos enlazados por el acontecimiento natural, la
conexión fue innegable, viéndonos atrapados en aquel contexto, sin dejarnos
escapar. De pronto, todo pasó a un segundo plano, en el cual la imagen no fue
lo más importante, sino lo fueron nuestras miradas, que se encontraron por
sobre la mesa, alzándose sin lograr contenerlas. En sus ojos negros encontré
tranquilidad, y un montón de otros sentimientos que no se explicar, pues era
como si aquellas pupilas se devoraran mi interior, consumiéndome por completo,
y lo único que fuese capaz de hacer, era mirarla; como el conejo asustado que
yace bajo el encanto mortal de la serpiente, antes de que esta logre hincar sus
colmillos en su tierna carne, que sea como sea, servirá de alimento para saciar
su hambre voraz. Así, justo de esa forma me estaba sintiendo, como el tonto
conejo que no es capaz de correr por su vida a ocultarse; pero lo más complejo
de esto, era que me gustaba… Yo deseaba seguir bajo aquel embrujo de seducción,
puesto que en aquellos ojos profundos, como si fuesen abismos, mi cuerpo caía y
caía, a un precipicio sin fondo, y rebosante en calidez.
Nos inclinamos por encima de la mesa, empujando nuestros
labios al recipiente plateado, que contenía aquello que tanto deseábamos sin
darnos cuenta. Cuando nuestras pieles se encontraron, siendo acariciadas por un
manto de nerviosismo, y unas cuantas cintas de pasión, el rose fue inevitable,
y ya las miradas estaban fundidas, eran una sola, siendo contempladas por el
sol, que ya abandonaba el día, para darle paso a la penumbra nocturna. Nuestras
bocas se derritieron, regalándose caricias lentas, y en el instante que se
preparaban a dar la estocada, regresamos a nuestra realidad, retomando nuestros
lugares bastante avergonzados.
-Será mejor que volvamos. Me indicó Lorena, peinando sus
cabellos con los dedos de su mano derecha.
-Sí, será lo mejor. Afirmé con un suave cabeceo, y me
incorporé, dejando una generosa propina sobre una pequeña bandejilla metálica.
Al llegar a la residencial nuevamente, en la entrada nos
cruzamos con Irma, que permanecía con sus ojos fijos en nosotros. Lorena ocultó
la mirada, e Irma, quien ardía por dentro, intentó aferrar de las ropas a la
muchacha, por lo tanto me tuve que interponer en medio, para detenerla.
-¡Suéltame Carlos! Exclamó Irma enloquecida, al tiempo que
la aferraba de las manos. -¡Voy a matar a esa perra!
Lorena, completamente asustada por lo acontecido, Se apegó
al muro anonadada y temblorosa.
-¡Irma, cálmate! La amonesté con tono duro e implacable,
luego miré a Lorena por el rabillo del ojo, y le indiqué: -Lorena, por favor,
ve a dentro y busca a Daniel.
-¿El hombre que los acompañaba? Consultó la niña, que en su
voz temblorosa yacían impresos los temblores del miedo.
-Sí, ahora ve, rápido.
Lorena ingresó veloz, con el precioso vestido agitándose a
su espalda. Mientras tanto, seguía manteniendo prisionera a Irma, que se
debatía rabiosa.
-¡Suéltame Carlos!... ¡Esto no se quedará así!... ¡Me las va
a pagar esa perra!... ¡Vuelve aquí!...
-¡Irma! Me impuse con mayor fuerza, zarandeando a la mujer.
-¡Te tienes que calmar!
Cuando al fin la ira se esfumó del semblante de la mujer
poseída por los celos, se dejó caer sobre mi cuerpo, estrechándome con fuerza,
estallando en sollozos descontrolados. No comprendía mucho lo que estaba
aconteciendo, ni mucho menos lograba pensar lo que debía decirle a mi amigo.
Daniel bajó de la escalera, y se aproximó con paso firme a
donde estábamos.
-¡Irma! Aunque las palabras de mi amigo iban enfocadas en la
irascible mujer celosa, sus ojos no me perdían por un segundo de vista.
Como Irma parecía un niño temeroso por lo echo, aunque
escuchó el grito de su amor, no se quiso despegar de mi pecho, y Daniel la
aferró por el brazo derecho, jalándola hacia atrás. Un grito ahogado escapó de
la boca de la culpable, y Daniel antes de llevarla con él, se giró y me dijo:
-Tendremos que hablar.
Asentí con la cabeza, y frente a mi respuesta, el hombre,
arrastró a su prisionera al cuarto, sin siquiera ser considerado al subir la
escalera.
Suspiré e intenté buscar la mirada de Lorena, percatándome
que ella me miraba con mil preguntas en sus negras pupilas. Quise abrir la boca
para darle una explicación, pero mucho antes de que lograra articular palabra
alguna, la dulce voz de ella me acuchilló sin compasión, diciendo:
-Realmente, y con mucha sinceridad se lo digo mi señor. Todo
lo que ha hecho por mí ha sido precioso, y con sus actos me ha logrado atrapar
en sus manos, aunque estamos muy mal.
-Pero, Lorena…
-Escúcheme por favor. Me silenció con su voz, intentando
alzar su palabra. –Esa mujer es un peligro, y si yo soy el problema, con mucho
dolor en mi corazón se lo digo, lo prefiero dejar pasar.
-P… No logré decir nada, y la bella damisela continuó
añadiendo: -No me diga nada por favor, es mejor así.
Dicho esto, su angelical rostro estalló en un mar de
lágrimas, que cubrió con sus manos temblorosas, y cuando di un paso adelante
para ir a consolarla, se marchó corriendo.
Tenía claro que el error era mío, yo había sido el culpable
de arrastrar a la linda colorina a mis asuntos, por lo tanto, y a pesar de que
tenía mil deseos de ir por ella, siguiendo sus pasos, me tuve que aguantar,
subiendo la escalera con mi corazón siendo atrapado por unas gélidas cadenas de
hielo, que no solo congelaban mis carnes cardiacas, sino también las quemaban,
como brazas al rojo vivo. Al llegar arriba, escuché los gritos de Daniel, y
debo admitirlo, ya me parecía escuchar que golpeaba a la mujer, y con
impotencia entré en mi cuarto, maldiciendo el momento en el cual acepté venir a
este paraíso flameante.
2/1/2011
Ingresamos a una cantina, y luego de pedir una botella de
vino y dos vasos, Daniel comenzó a decir:
-Bueno Carlos, el motivo por el cual te pedí que conversáramos,
es por la simple razón de que quisiera que hiciéramos un viaje los tres.
-¿Los tres? Consulté creyendo que había escuchado mal. -¿A
caso no tienen vergüenza?
-Amigo…
-¡No me llames amigo! Exclamé golpeando suavemente la
superficie de la mesa. –Vallan ustedes solos.
-Bueno… Se rebuscó Daniel. –Se que lo que te hicimos no fue
algo muy honrado, pero insisto en buscarte porque nos conocemos desde
chiquillos.
-Pero eso no les importó cuando se enamoraron.
Daniel suspiró, y encogiéndose de hombros pasó a decir:
-Está bien Carlos, si gustas puedes venir con nosotros, no
me molestaré más en invitarte.
Dicho esto, se puso de pie y se retiró.
Domingo 9/1/2011
Pidiendo de corazón a mi dios, que la noche, que había caído
helada como nunca, se llevara todo lo acontecido, me levanté de mi cama y
encaminé mi rumbo al baño, arrastrando tras cada paso un día domingo de
desgracia y misterio enigmático. Lavé mi rostro y antes de ir a tomar desayuno,
bajé al primer piso, pidiendo el milagro de poder encontrarme con ella, ya que,
aunque nos conocíamos solo hace dos días atrás, la extrañaba como si lleváramos
más de una década juntos. Justamente, allí estaba, de espalda a mí, trapeando
el piso como todos los santos días, aunque en esta ocasión con menos gracia. Me
aproximé y acariciándole el hombro izquierdo la saludé:
-Muy buenos días señorita, espero que haya podido dormir
bien.
Detuvo su labor, y cuando intentó avistarme, empleando para
aquello la ranura de su ojo, advertí el tono rojizo, que al instante me indicaba
horas y horas de llanto; además, unas ojeras pronunciadas, signos de que no
había logrado conciliar el sueño. La bella dama frunció el seño, y con un tono
grueso me dijo:
-Logro contemplar en su rostro fresco, que tuvo un sueño
reparador.
-Lorena, bueno… Yo…
-Sí, no se preocupe, lo sé: Es asunto mío si paso mala noche
o no. Dijo ella con tono sarcástico, luego acabó añadiendo: -Entiendo que no
tenga preocupaciones, es un hombre, y a los hombres las cosas amorosas les
importa un bledo.
-No es eso.
-¿Entonces qué es? Se impuso la interpelada. –A mí nadie me
lo está diciendo, lo estoy viendo con mis propios ojos; usted no tiene ni una
sola pizca de indicios de haber pasado una mala noche. En cambio, mire mi
rostro, lo tengo desfigurado con el llanto.
-Eso veo mi adorada. Intentaba buscar las palabras para
poder explicarle, que mis preocupaciones fueron tantas, que me quedé dormido
por el cansancio de tanto pensar en todo este asunto. –Créame que logro
contemplar su inmenso pesar, y que aunque Irma es una fiera rabiosa, no quiero
dejarla a usted.
-Nosotros no tenemos nada. Señaló cortante Lorena.
-Claro… Nada. Pero mi señorita, debo confesar que adoro su
compañía, por sobre todo, su linda sonrisa; aquella que hace aquel rostro
resplandecer con tanta ternura detrás.
El semblante de mi hada mágica, se ablandó considerablemente
y al girarse a donde yo la esperaba, la estreché en mis brazos, que ya la
deseaban, para así sentir su calor, fusionarse con mi piel; y empleando una
sutileza que ni yo mismo me creí, avancé con mis labios hasta los de ella,
unificándose en aquella imagen, en la cual solo los dos importábamos y nadie
más. Nuestras manos comprimieron nuestros cuerpos, casi forjando una sola
carne; y me alegro un montón que a esas horas de la mañana no rondaba nadie en
los alrededores, o lo primero que hubiesen pensado, era que veníamos del lecho,
acabando de entregarnos a la pasión.
Martes 3/1/2011
Luego de pensar durante toda la noche, y al ver a Daniel
ingresar, lo llamé con tono desabrido, y una vez que tuve su atención, le dije:
-Iré con ustedes. Todo sea por que nos conocemos desde
pequeños.
-Bien. Respondió él con una sonrisa en su rostro. –Te diré
cuando vamos.
Daniel continuó con su camino, y en mi corazón se quedó las
dudas de lo dicho.
9/1/2011
Un grito desde atrás, nos advirtió cuidado, aunque cuando me
giré para ver de qué se trataba, ya era muy tarde… Irma corría hacia nosotros y
en su mano empuñaba una afilada hoja cocinera, que a pesar de que la golpee en
la mano para que la soltara, logró estocar el delicado abdomen de Lorena…
-¡No! Me desplomé al costado de mi adorada Lorena.
Tras el fuerte golpe en la mano, Irma intentó arrojarse
sobre nosotros, a lo cual tuve que apartarla con mi mano derecha, estrellándose
contra el muro.
Lorena, con la hoja empalada en sus carnes y derramando
sangre a borbotones, no emitía gemido alguno, estaba en shock, y era el único
responsable de que siguiera viviendo. Grité como loco el nombre de la posadera,
la que llegó de inmediato y tras dos rápidas llamadas por celular, la
ambulancia y dos patrullas estuvieron en la puerta en menos de cinco minutos…
Transcurría el tiempo veloz, y al igual que un león
enjaulado, caminaba una y otra vez por el mismo lugar. Daniel salió de la
residencial con la maleta echa, y se aproximó a mí, que finalmente había
logrado detenerme, mirando hacia lo alto del cielo.
-Creo que deberíamos haber salido los dos con Irma, fue un
error invitarte amigo. Me indicó Daniel, con tono consumido en angustia.
–Ahora, ella está detenida… Y no creo que salga pronto…
-No fue mi intención…
-Tranquilo Carlos, esta no fue tu culpa. Así como ella optó
por mí en vez de ti, tú igual tienes todo el derecho de tener a una compañera.
Me intentó calmar con sus palabras gratas. –Ahora bien, me retiro; no tengo nada
más que hacer aquí.
Quise expresarle mi agradecimiento por sus palabras, y la
voz no afloró de mi boca, aunque separé mis labios para decirlo. Daniel se
alejó y mis ojos se fueron nublando.
Como no conocía donde estaba el hospital, no tuve otra
opción que quedarme en la residencial esperando, y cerca de las ocho de la
tarde, la señora Marta bajó de un taxi. Cuando me vio que permanecía mirándola
desde la entrada, apretó sus dientes y se aproximó. Ya cuando estuvo a mi
costado, se detuvo y me dijo:
-Está bien, si gustas la puedes ir a ver, vete en el taxi y
dile que te deje en el hospital.
-Muchas gracias señora. Le dije, al tiempo que emprendía
carrera al coche.
Bajé del vehículo al estar en la entrada del hospital, subí
corriendo unos veinte escalones, y cuando estuve en el interior del salón
principal, pregunté por Lorena. Tardé un momento en convencer a los guardias
que ella era mi novia, pero finalmente igual logré ingresar, aunque la hora de
visitas había terminado. Caminé por un largo pasillo blanco, hasta la última
sala, y allí, en el interior de un pequeño cuarto para seis personas, estaba
ella, mi amada colorina, que por mi culpa había sido agredida con la punta de
aquel cuchillo.
Aparentemente, dormía, y me aproximé lentamente y sin hacer ruido.
Alcé mi mano derecha para tocar su rostro, en estado de letargo, y desde atrás
una voz me detuvo:
-Tranquilo, se encuentra bien. Se trataba de un joven hombre
con vestimenta blanca, que avanzó hasta donde yo estaba, y con un trapo húmedo,
refrescó la frente de la paciente. –Gracias a dios la hoja no causó mucho daño.
-Debió haber sido porque golpeé la mano de la atacante.
-Claro. Asintió con tono amable. –Creo que en muy poco
tiempo podrá regresar a su hogar.
Mis labios se apretaron, la culpa me tenía consumido, y si
la quería tanto, era mi deber dejarla, o seguiría corriendo peligro. Intenté
abrir mi boca, aunque cuando las palabras se desprenderían, los ojos de la
muchacha dejaron aflorar aquella mirada tierna e ingenua. El joven médico me
miró de reojo y me indicó:
-Tenía la orden de sacarlo de aquí, pero le permitiré cinco
minutos para que hable con ella. Por favor, no tarde.
-Sí claro.
A lo que estuvimos solos, me arrodillé junto a la camilla y
le regalé un tierno beso en su hombro desnudo. Lorena mantuvo sus ojos tan
cálidos como siempre, y ni por un solo minuto dejó aquella postura, a pesar de
que yo tenía la culpa de que haya acabado de esta forma.
-Mi niña linda, lo siento, lo siento mucho… Me disculpé
inclinando la cabeza.
-Descuida, no fue tu culpa…
Pasó una semana, y no volví nunca más a la capital,
quedándome allí junto a ella, compartiendo mi vida con su persona. La señora
Marta nunca estuvo tan conforme conmigo, pero al menos ya al último no nos
hacía la vida imposible.
Perdí un buen trabajo de ingeniería, en donde ganaba un
considerable sueldo, volviendo a partir desde cero en la ciudad. Lo bueno, es
que en menos de un mes, conseguí un contrato indefinido, aunque por un sueldo
mucho menor que el que tenía anteriormente; Pero mi recompensa era ella, mí
querida y amada Lorena…
Autor: Luís Montenegro Rojas. Graneros, Chile.