Un encuentro inesperado.

 

Lahur, the Darc Knight

 

Nota del autor

Hay tantos autores que escriben novelas románticas, y con tanta naturalidad y facilidad, que envidia en verdad. Para alguien que su especialidad son los mundos de fantasía, resulta un tanto más difícil.

¿Por qué será?

¿Falta de amor o ilusión?

¿O simplemente se trata de un estilo que no sabes tocar?

Aunque se puede involucrar la espada con el romance, no resulta ser un texto muy liviano para aquellos que adoran las lindas historias de príncipes azules, y hermosas princesas de largas cabelleras rubias; resulta ser algo que se puede hacer, pero no para todos logra resultar gustoso.

La gran mayoría de estos perseguidores del amor, buscan romances imposibles, alocados y apasionados; nada que no se logre aceptar.

El presente texto, es solo una historia escrita a modo de superación, no es algo que desee que repercuta poderoso ante la gente, no, no; solo espero que sea leído y analizado para ver si es bueno o no.

 

Prefacio

Miércoles 4/7/2007

Nunca me pude haber imaginado, que en aquel día, oscuro y frío, conocería a una mujer tan maravillosa. Caminaba a mi trabajo como de costumbre, y justo en la entrada del edificio la vi, una mujer morena y de una sonrisa tan llena de vida, que maravillaba a cualquiera con su resplandor, además, en sus ojos contenía un color miel con tanta dulzura, que me atrapó al instante. Corrí a su encuentro, la quería ver de más cerca, y apresurando el paso, logré pisarle los talones, observando con detenimiento una larga cabellera negra, que al venir suelta, ondeaba a su espalda.

-Señorita. Dije, empleando un tono que creí que no escucharía, pero para mí adorada suerte, si lo escuchó, girándose para encararme diciendo: -¿Sí? ¿En que lo puedo ayudar joven?

-Am… Bueno, creo que la confundí. Me excusé al no lograr dar con las palabras que requería en mi defensa.

-¿Trabaja aquí?

-Sí, soy el ingeniero que está encargado de dibujar los planos del armazón. Le respondí, al tiempo que cogía la tarjeta de presentación, y la blandía al frente.

-Señor Carlos, es un gusto conocerlo. Me saludó, luego de leer mi nombre en la parte superior de la tarjeta. –Mi nombre es Irma.

-Igualmente señorita. La reverencié inclinándome ligeramente.

-Ho, se me hizo tarde. Dijo consultando su reloj de pulsera. –Bueno, como trabajamos en el mismo establecimiento, nos volveremos a encontrar muy pronto.

-Espero con ansias ese momento. Señalé en tono bajo, aunque por una sonrisa que exhibió en sus bellos labios, logré comprender que me había oído.

Afiladas hojas de olvido,

Rasgan la piel,

Obligando a liberar quejidos,

Mostrándose con espíritu cruel.

 

Viento antaño,

De gélida textura,

Con persistente cizaño,

Hostiga con su asura.

Sangre en cierne luz,

Bloqueada por sombras,

Atadas a una cruz,

Que tanto renombras.

Y, a pesar que atas tu corazón,

No logras liberarte del azor.

 

Lahur, the Darc Knight

Un encuentro inesperado

 

Viernes 7/1/2011

Dos eternos años de trabajo, y al fin me podía tomar vacaciones. El año anterior, cuando me correspondía tomar esos días tan esperados por nosotros los empleadores, la empresa se lo sacó con que había mucha necesidad, por lo tanto, nos arrebataron de las manos nuestro ansiado descanso, pagándonos un bono para taparnos la boca; pero bueno, eso no amerita entrar dentro de este relato.

Nos juntamos tres amigos de la infancia, Daniel, Irma y yo, Carlos. Reunimos una cantidad considerable de dinero, y nos dispusimos a darnos un fin de semana de relajo total, hospedando en una residencial, a pocos pasos de la playa…

Martes 17/8/2010

En una habitación oscura, aferrada por una profunda y espesa penumbra, yacía junto a ella, abrazado a su carne, disfrutando de su ardor, sin que nadie lograse decirnos algo. De pronto sonó su celular, y me vi obligado a dejar aquella piel empapada en sudor, que se había fundido en mi superficie morena.

-Diablos, es un cliente Carlos. Me indicó endureciendo su rostro. –Voy a salir un momento, vuelvo de inmediato.

Enfundó su cuerpo desnudo en una bata y antes de coger la manilla de la puerta, intenté detenerla diciéndole:

-Tranquila, habla aquí dentro del cuarto, estás en confianza.

Negó ligeramente con su cabeza, y añadió:

-No es nada personal amor, pero prefiero mantener mi privacidad.

Tras el golpe suave de la hoja de madera de la puerta, mis pensamientos se cegaron en que eran asuntos de negocio… Grave error…

7/1/2011

Cuando bajamos del bus, una brisa helada nos obligó a temblar momentáneamente, pues el sol estaba radiante.

-Te sacudiste entero. Me dijo Irma, exhibiendo una resplandeciente sonrisa, en aquel rostro moreno, provisto por un par de ojos miel.

-Sí. Le contesté cortante. Hasta hace muy poco, Irma y yo teníamos una relación amorosa, y tuvimos que terminar porque ella se había enamorado de mi amigo Daniel, o al menos eso fue lo que ella me dijo…

Jueves 28/10/2010

Bajo una tenue ampolleta de neón, y con lágrimas en mis ojos, escuchaba la voz cruel de ella, que me indicaba su afilada decisión. Con tan poca luz dentro del salón lujoso, sus ojos miel resplandecían vivos, sin presentar esa estúpida pena que según profesaba con nuestra separación.

-Carlos, bueno, yo… Lo único que puedo hacer por ti en estos momentos, es serte sincera. Decía ella, sin mostrar titubeo en su hablar. –No sé como ocurrió, pero apareció él en la penumbra.

Lograba advertir un azote en mi pecho, como cadenas de acero flagelando sin compasión alguna mis carnes, atravesando el tejido, encaminándose al punto donde yacía guardado en un cofre de profundo amor sincero, todos mis sentimientos por ella…

7/1/2011

-Carlos.

Escuché la voz de Daniel a mi espalda, y me volví para ver que deseaba; y allí estaba el hombre trigueño, observando con sus ojos como platos el recinto donde nos quedaríamos. Se trataba de una residencial que parecía mansión, alzándose sobre la calle con tres pisos y cubriendo la manzana completa.

-Es la residencial de la señora Marta. Le indiqué aferrando mi maleta de viaje.

-Es enorme. Me dijo él, aplastando sus largos cabellos negros con su mano izquierda.

Miré a la distancia, logrando apreciar el enrojecer de las aguas tras el atardecer que se venía sobre nuestros hombros, pero a pesar de aquello, en la orilla de la playa, que solo estaba a una cuadra, aun se lograban ver personas descansar en la tibia arena, sobre todo, aquellas bellas mujeres, que con sus trajes de baño pequeños, encendían pasiones ocultas dentro de mí.

Ingresamos a la residencial, y nos recibió la señora Marta, con una esplendida sonrisa, que se notaba a la distancia, que era fingida; por cortesía, tal vez. Nos condujo por una escala elegante hasta el tercer piso.

-¿Donde están nuestros cuartos? Consultó Daniel, deslizando su mano izquierda por el pasamano.

-Lo que ocurre mis señores, es que arriba están los cuartos para las personas de su clase. Dijo la mujer enseñando los blancos y resplandecientes dientes.

-¿Estaremos a parte de las personas de clase media y baja? Consulté intentando ocultar mi asombro por el estúpido clasismo que mostraban estas personas.

-Claro, así podemos darles a ustedes los lujos que se merecen…

Jueves 15/4/2010

Salí del centro comercial, y en la entrada me vi cruzando la puerta con un hombre de maltratada vestimenta, y antes de tener los pies en la calle, la alarma contra robos comenzó a liberar aquel estridente ruido de alerta. Frente a esto, el guardia se arrojó sobre nosotros, atrapando al hombre de clase baja sin siquiera mirarme.

-Acompáñeme señor. Ordenó el guardia, empujando al hombre.

Gran impotencia atenazó mi mente y girando por sobre mis talones, le indiqué en tono molesto al sujeto:

-Yo igual pude haber sido ¿porqué no revisa mis cosas?

-El guardia alzó su vista, y al tenerme en sus iris, y contemplar mi elegante tenida, vaciló antes de decir:

-No creo que usted…

-Entonces ¿los ladrones solo son gente pobre? Actualice su ignorancia hombre, cualquier persona puede robar en una tienda, no tiene nada que ver el grado de necesidad.

Rezongando entre dientes, el guardia me llamó, conduciéndonos a un cuarto para revisar nuestras pertenencias. Finalizada la revisión, se descubrió que entre mis cosas, había una prenda que aun tenía un sello, que la vendedora no quitó…

7/1/2011

No muy convencidos con la respuesta de la posadera, seguimos el camino hasta el pasillo superior, en donde nos encontramos con un gran número de habitaciones. Marta, extrajo dos llaves medianas de su precioso vestido color sandía, y nos las entregó, diciendo:

-304 y 305, los cuartos que solicitaron.

Como estaba cansado y molesto, por el clasismo que hasta los días de hoy nos persigue, recogí mi llave y me metí al cuarto; despidiéndome antes claro está.

-¿Se siente bien su amigo? Escuché que preguntaba la mujer.

-Sí, tiene que estar agotado con el viaje. Y continuó las palabras defensoras de Irma.

-Bien, entonces los dejo. Señaló la señora. -Recuerden que a las nueve de la noche es la comida, y faltan treinta minutos, preséntense sin demora, por favor.

-Sí. Respondieron Irma y Daniel al unísono.

No quise darle mayor importancia a lo que ocurría afuera, y me encaminé a la cama. La habitación era amplia y muy bien iluminada, con un tubo fluorescente. Los muros presentaban un color blanco invierno y en el piso se avistaba la misma cerámica del pasillo, café y con diseños, bastante lujosa.

Acomodé mi maleta al costado del velador, y me dejé caer sobre el lecho...

Jueves 7/10/2010

Ese día ya era muy tarde por la noche, y a eso de las cero horas al fin tenía una llamada de ella. Al contestar, solo advertía su preciosa voz, sumergida en un mar de silencio.

-Amor, hoy no podré llegar a casa; un cliente me llamó muy tarde y aun estoy fuera de la capital, me voy a quedar con Verónica, por lo tanto no se preocupe. Me indicó ella, empleando un tono cordial.

-Pucha amor… Pero bueno. Cuídese mucho.

-Sí mi amorcito, descuide, mañana estaré bien temprano en la casa.

7/1/2011

Entre sueños, advertí que tocaban a la puerta, y bastante atontado aun me encaminé a ver de quien se trataba.

-Carlos, ya es hora, vamos a comer. Me señaló Irma, al tiempo que me apoyaba en el lumbral de la puerta para decirle: -Tranquila, ve con Daniel; estoy muy cansado.

-Pero... Regañó entre dientes la muchacha, desviando su mirada al costado y aferrando sus rubios cabellos que caían libres en medio de su escote pronunciado, que permitía ver un par de redondos y bronceados pechos, de mediano tamaño.

-Linda no me obligues, solo tengo sueño.

-Bien. Dijo finalmente, regresando sobre sus pasos bastante molesta, con su largo vestido negro ondeando tras sus gruesos muslos carnosos.

Cuando me disponía a cerrar para poder seguir descansando, me vinieron unas horribles ganas de orinar, y tuve que salir de mi habitación. Como no sabía dónde demonios estaba el baño, preferí bajar al primer piso, ya que recordaba que en la entrada había visto uno, y necesitaba ir a la segura. Volé por sobre las escaleras y cuando ya estuve a pasos de la puerta en donde decía: baño para hombres, tropecé con una muchacha... Colisionamos de frente y su cuerpo esbelto se golpeó contra el muro. Me inundó una profunda preocupación por la chica, y casi por reflejo, la aferré de las manos.

-¿Te encuentras bien? Le consulté, sintiendo en la maltratada piel de mis manos una suavidad sin igual, junto con un calor llameante, que no estaba muy seguro, pero creí que emanaba de aquellas tiernas carnes.

La solté y la muchachita apegó su espalda contra el muro.

-Me encuentro bien. Me respondió con un tono bastante infantil, que no se apegaba para nada a sus aparentes veinte años.

-Uf, que alivio. Suspiré dejando caer mis brazos a los costados. -Creí que te había dañado.

-No, no; tranquilo. Una mística sonrisa se enanchó en sus labios rosados, y en sus ojos negros creo haber apreciado un resplandor vivo, repleto de ternura y un tanto de ingenuidad.

Cuando me descubrí clavando mis pupilas en sus ojos, me encogí de hombros y me giré raudo.

-Lo siento. Me disculpé ocultando mi rostro.

-No hay problema.

Al retomar su imagen con mis ojos curiosos, logré avistar que en su semblante no había molestia alguna, muy por el contrario, lucía alegre y radiante, iluminando el ambiente con la magia de su bello rostro, enmarcado por una cabellera colorina.

-Lo siento mucho. Me disculpé una vez más. -Venía corriendo al baño, y bien, pues…

-¿Ahora habías olvidado que deseabas entrar al baño? Me preguntó dirigiendo su mano extendida para tapar su boca, puesto que ahora se descargaba liberando una sonora carcajada que me hizo sonrojar.

Me despedí rápido, y corrí al baño, cerrando veloz la puerta a mi espalda.

Viernes 8/10/2010

Escuché tocar a la puerta, y corrí a ver de quien se trataba. Junto con la luz emergente del sol, y un golpe de viento matutino, me llegó la imagen de Irma. Lucía radiante y fresca, nadie se podría imaginar que había pasado la noche fuera de la capital, para llegar a primeras horas en la mañana.

Me besó con dulzura, y quitó las dudas de mi cabeza, pues aquella preciosa musa, era la medicina a mis problemas, cegándome del peor de los dolores.

-Amorcito, te extrañé tanto anoche. Me dijo con tono ardiente, al tiempo que se abalanzaba sobre mi cuerpo.

Ese día, antes de marcharnos al trabajo, hicimos el amor, como si nunca lo hubiésemos echo, envueltos en locura adolescente.

7/1/2011

Como no tenía de otra, pues todos estaban en los comedores, salí de la residencial, a dar una vuelta a la manzana bajo la penumbra. Solo me acompañaba la luz de las lumbreras de la calle, y al llegar a donde la arena abrazaba el concreto, me encontré con la muchacha que había chocado antes de entrar al baño. Allí estaba, con una chaqueta de mezclilla color roja, agitándose junto con su largo cabello por causa del viento. Me aproximé hasta quedar hombro con hombro con ella, y alzando mi vista al horizonte dije:

-Está preciosa la noche, no hay luna, pero las estrellas alumbran bastante.

-Sí, lucen bellísimas. Respondió, luego se exaltó, alejándose de mí por unos metros. -¿Qué hace aquí? ¿No debería estar en el comedor?

-Ams... Bueno, creo que sí. Respondí ante su espanto añadiendo una tranquilizadora sonrisa. -Al igual que usted señorita.

-No logré ir a comer. Su voz se oía abatida. -Por entretenerme con usted, llegué tarde al servicio y los meseros no me quisieron atender.

-Lo lamento mucho. Me disculpé inclinando la cabeza. -Si gusta, para recompensar mi falta la puedo invitar a comer.

-No… Se mostró reducida, dándose la vuelta y cubriendo su enrojecido rostro con sus manos.

Aferré sus manos con las mías, y con mucha suavidad se las quité de su cara, para lograr contemplarla.

-Vamos, la estoy invitando. Así podríamos platicar un poco y conocernos mejor.

Ella asintió ligeramente con la cabeza.

Pasamos a uno de los pocos restaurantes que aun atendían, ya que el resto de locales solo eran pubs y bares, nada de lo que andábamos buscando. Al ingresar nos situamos en una mesa del fondo, la cual era redonda y la adornaba un delicado mantel rojo bordado. En medio de ambos, interponiéndose ante nuestras miradas, se alzaba un servilletero, repleto, que exhibía las servilletas cuidadosamente colocadas, formando una ingeniosa flor. Junto al servilletero, había un cenicero y un pocillo de cristal, con forma de concha de ostra, que contenía una porción bastante considerada de pebre.

Una joven mesera nos atendió, y resultaba encantadora con una blusa azul y una faldita que le llegaba a la mitad de los muslos, dejando visibles unas delgadas piernas de muy linda figura. Ordenó los cubiertos y tomó nuestro pedido.

Cuando se retiró la mujer, la bella acompañante que permanecía sentada al frente, me devolvió una mirada de reojo, y una picarona sonrisita.

-¿Te gustó la mesera, verdad? Me preguntó en tono bajo.

Negué con la cabeza, y acomodando la servilleta que reposaba abajo del tenedor, la cuchara y el cuchillo, le pasé a decir:

-La encuentro una mujer atractiva, pero, no. Ahora, lo que me interesa, es conocer su nombre.

-¿El de ella?

-No, claro que no; el suyo, señorita de los cabellos colorines. Le indiqué entrecruzando mis dedos por sobre la mesa.

-Ha, el mío… Bueno, mi nombre es Lorena.

-Bueno señorita Lorena, ahora que conozco su nombre, paso a preguntarle mi siguiente inquietud ¿qué hace aquí?

Lorena bajó la cabeza, jugueteó un instante con sus mechones y luego respondió con otra pregunta:

-¿Puedo dejar esa pregunta sin responder?

-Bueno, si es privada, será mejor que lo dejemos así. Le dije para intentar calmarla. A continuación extraje una tarjeta de presentación del bolsillo de mi chaqueta y se la facilité, dejándola junto al cenicero. La miró de reojo y cuando leyó que era ingeniero, sus ojos se nublaron y quitó una servilleta de la parte superior del adorno en forma de flor, para seguido pasar a dejarla cubriendo la tarjeta.

-Señor Carlos, no es necesario que haga visible su gran talento.

Las palabras ofendidas de la joven, apedrearon mi conciencia y me sentí horrible. Cogí la tarjeta, la guardé en su lugar y pasé a ofrecer las disculpas correspondientes:

-Le ofrezco mis más sinceras disculpas, no creí que mostrarle mi ocupación sería tan perturbador para usted.

-No, no es eso.

-¿Entonces? Intenté insistir.

-Am… Bueno, yo… Se rebuscó, tamborileando con sus dedos la superficie de la mesa, al tiempo que se colocaba de pie, acomodando la silla debajo. -Me tengo que ir.

-Ha… Quedé completamente tomado de sorpresa. -La mesera pronto volverá con nuestro pedido, no se puede marchar.

-Señor, yo no puedo estar aquí.

Me incorporé y aferré a la muchacha por los codos.

-Lorena, tu puedes estar aquí y donde quieras, nada ni nadie te lo impide.

-No puedo… balbució ella, mirando en todas direcciones. -Todo es tan elegante, y bueno, yo…

Lorena bajó su mirada, señalando sus pantalones de jeans bastante desgastados con el tiempo, y sus zapatos de cuero y con las puntas peladas.

-Usted no puede pensar así. La conduje hasta su lugar, jalé la silla hacia atrás, y una vez que se sentó, le acaricié el cabello con suavidad. -Usted es preciosa, y las personas valen por lo que son, no por la fachada. Asíque, tranquila, y coma junto a mí, que la noche recién comienza.

Sábado 9/10/2010

Decidimos salir una noche al menos para relajarnos, y nos fuimos a comer a un finísimo restaurante con orquesta. Cenamos comiéndonos con la mirada, y al estar en el centro de la pista de baile, ella apegó su boca a mi oído y con tono fogoso me dijo:

-Te juro Carlos, que si otra perra te toca, yo la mato.

Frente a sus palabras, no supe que decir, y la rodee con mis manos, apretándola fuerte contra mi pecho, para finalmente consumir su boca en un largo beso.

7/1/2011

Cenamos juntos, y Lorena me indicó que no colocaban problemas en la residencia para llegar tarde; a lo que con la velocidad de un rallo, la invité a bailar.

Recorrimos varias cuadras completas sin encontrar nada, en ningún lugar tocaban música calmada, solo tonto reggeaton. El deleite fue estar hasta las dos de la mañana paseando con ella por las calles desnudas, sin ningún idiota espiando en las esquinas o alguna reunión de señoras copuchentas, cuchucheando al vernos pasar. Solos, ella y yo, disfrutando de la compañía del otro; ella con su apariencia de niña de población, y yo con mi traje de oficina, aparentando ser un afortunado empresario aprovechándome de la nobleza de las pobres plebeyas.

Con la madrugada sobre los hombros, y el descenso brusco de las temperaturas ambientales, ingresamos a nuestro hogar momentáneo. Lorena lucía radiante, ya no aparentaba estar disminuida por mi presencia, y tras cada palabra, dejaba escapar de sus hermosos labios femeninos, una carcajada alegre.

Me acompañó hasta la escala que me conduciría a mi cuarto, y en ese lugar nos despedimos. La abracé fuerte, apoyando mi mentón en su hombro derecho, y ella poco a poco fue cediendo, logrando hacer que sus brazos me estrecharan, pero la luz del pasillo se encendió y una voz dijo bastante molesta:

-¿Qué haces aun despierta Lorena?

Nos soltamos, y alcé mi vista, logrando avistar a la señora Marta, que de seguro había estado barriendo, pues aun traía la escoba.

-¡Responde niña! Exclamó la mujer, clavando sus furibundas pupilas en las apagadas de la muchacha. -En vez de andar coqueteando con los clientes, deberías estar estudiando, el lunes tienes prueba.

-Disculpe señora, pero la llevé a comer por que no le quisieron dar de comer en el comedor. Intenté protegerla con mi argumento.

-¡Silencio muchacho! usted debería pasar a su cuarto.

-Sí, señor Carlos, será mejor que vaya a descansar. Me señaló Lorena, manteniendo su tierna mirada siempre oculta por los colorines cabellos que se le precipitaban sobre su rostro.

Mi mirada flamígera flageló a la posadera, y sin decir una sola palabra más, besé la frente de Lorena y subí a mi cuarto, encendiendo tras cada escalón mucho más mi impotencia.

Sábado 8/1/2011

Cuando amaneció, mostrando un sol radiante acompañando la mañana del sábado, me estiré sobre el cálido lecho, sintiendo como mis articulaciones crujían al acomodarse, tras el profundo descanso nocturno.

Tocaron la puerta, y tras la hoja de madera, logré percibir la voz de Irma que me preguntaba:

-¿Estás despierto Carlos?

-Sí, adelante.

-Permiso.

Giró la manilla suavemente y entró, cerrando la puerta a su espalda, luego avanzó y se acomodó a los pies de la cama. Sus preciosos ojos miel, aquellos que me habían enamorado, se quedaron mirándome fijamente, con una leve chispa de enfado ardiendo en medio de sus pupilas.

-¿A qué hora llegaste anoche? Me preguntó aferrando con sus manos los bordados de su falda color chocolate, que reposaban gustosamente abrazando un par de redondos y apretados muslos morenos.

-No lo sé. Respondí ante su pregunta desubicada. -Solo sé que llegué tarde.

En sus ojos se apreciaba el fuego del disgusto, y al momento de inclinar su cabeza, intentando ocultar su rostro en la seguridad de su pecho descubierto, los largos cabellos negros de la mujer, que permanecían atados por una cinta rosada, en la nuca, se precipitaron hacia delante, pasando por sobre los hombros desnudos, justo por donde trepaba el delgado tirante de su prenda color crema.

-Irma, ya no somos nada, no te debo explicaciones. Le dije con tono frío, al tiempo que bajaba de la cama, calzando unas pantuflas negras, luego añadí: -Además, yo quise acompañarlos porque a pesar de todo, sigo considerando a Daniel un amigo, aunque me haya arrebatado el dulce de la boca. Mejor dicho, vine por que quise, no para disfrutar viendo como ustedes, par de traidores se revuelcan.

Sin decir una sola palabra, Irma cogió su orgullo con ambas manos, cargándolo a su espalda, y salió de mi cuarto, con sus ojos a punto de reventar en lágrimas.

Miércoles 3/11/2010

Mis ojos ya no daban más de tanto llorar por una estupidez, y regresé al trabajo luego de un fin de semana largo, pero cuando los vi… Al par de traidores, no supe que hacer… Mi corazón palpitó rabioso y sin consuelo; pues aquellos labios que alguna vez habían sido míos, ahora los disfrutaba alguien más.

Dejé que ingresaran al edificio abrazados, y asegurándome de que nadie me vería, partí el cristal de la mampara, empleando un reloj de plata… Luego, y antes de que alguien me viera, subí a mi puesto de trabajo.

8/1/2011

Me arreglé para ir a tomar desayuno, esta vez un poco más deportivo, con una polera negra de seda, un pantalón térmico color azul y unas zapatillas blancas; ni comparación a la pinta de ejecutivo de ayer.

Al momento de entrar al comedor del tercer piso, correspondiente al alto grado de nosotros, no me encontré con algo muy cómodo, pues solo habían empresarios, desayunando en elegantes vasijas de cristal, sirviéndose con fingidos modales empleando cubiertos de plata, y uno que otro utensilio de oro. Arto con tanto clasismo, salí del comedor y me encontré de frente con Daniel, que al momento de verme me frenó con su mirada, mucho antes que me dispusiera a dar un paso adelante.

-¿Qué ocurre? Le pregunté bastante desconcertado.

-¿Qué le dijiste a Irma? Está en el cuarto llorando sin consuelo alguno.

-Quería que le contara lo que hice anoche, y le respondí duramente, que a ella no le debía importar lo que hiciera o dejara de hacer.

-Valla. Daniel bajó la mirada, juntó sus manos a la altura de su abdomen y me dijo: -Al parecer se lo dijiste de forma muy dura.

-¿Quieres que pase a hablar con ella? Le pregunté sin hacer descender mi tono de molestia por un solo minuto.

-Ams, bueno... Creo que será lo mejor. Y aprovecha de decirle que la estaré esperando en la mesa.

-Bien. Dije, asintiendo con la cabeza, para luego caminar hasta el cuarto de Daniel, donde aparentemente estaba Irma destrozada.

Sábado 6/11/2010

Consumido en una botella de ron añejo, mi mente inconscientemente realizó una llamada; el objetivo era Irma, y esta no podría adivinar que era yo, ya que había procurado cambiar el número del celular. Retumbó en mi oído el pito de la llamada dos veces, y finalmente contestó.

-Haló… Haló… ¿Carlos eres tú?

Por más que preguntaba, no fui capaz de decir una sola palabra, y antes de cortar, mi alma se rompió como porcelana.

8/1/2011

Toqué a la puerta, y desde adentro Irma gritó:

-¡Váyanse a la mierda!

Como ya la conocía, sabía muy bien que no abriría, por lo tanto, ingresé al cuarto, cerrando con un suave empellón. Irma estaba desparramada sobre la cama, con la falda subida sobre las nalgas, permitiendo ver su ropa interior de color rojo, y el comienzo de aquellos seductores muslos carnosos. Me aproximé a ella, y dando un suspiro profundo, apoyé mi mano derecha sobre su espalda, logrando detectar las convulsiones impresas en su cuerpo, por causa del llanto.

-¡Dije que se fueran a la mierda! Volvió a exclamar, al mismo instante en el que se giraba de espalda, golpeando mi mano.

Esta vez su falda se arropó contra su entre pierna, mostrando en su plenitud aquellos tan sensuales muslos, que noche tras noche, deseaba sostener en mis manos hambrientas, completamente hambrientas por su carne.

-¿Qué quieres ahora? Me preguntó con su voz corrompida por los sollozos, al tiempo que se sentaba, para poder arreglar sus ropas, cubriendo aquella piel que una vez más me atrapaba.

-Irma, tienes que entender.

-¿Qué quieres que entienda? ¡Que aun no pasan ni tres meses y ya me olvidaste!

-No suena tan vergonzoso, ya que la que me dejó por otro, fuiste tú. Le señalé con tono duro.

Sin más espera, se puso de pie y cogiéndome de la mano, me arrastró a la puerta; pero antes de girar la manilla, algo nos frenó... Un algo, que nos hizo darnos cuenta de que nuestras pieles estaban en contacto, un algo, que nos dejó sentir el calor del otro, un algo, que nos acercó extasiados, un algo, que nos hizo estrecharnos en los brazos del contrario, besándonos y acariciándonos con desenfreno. Su boca me consumió, tal cual como lo hacía noche tras noche, y eso podía acabar de una sola forma, con nuestros cuerpos desnudos, enredados en el lecho.

Nos encaminamos a la cama, y sin despegar nuestros labios por un solo instante, nos atamos con nuestros brazos y nos desplomamos sobre las ropas. Tenía mi espalda aplastada contra el blando soporte, y sobre mi cuerpo, estaba ella, a mi disposición, toda, todita, con sus carnosas nalgas, sus redondos y apretados muslos, y todos los confines posibles que me dejaban su tersa piel, con aquella embriagadora textura.

Cuando la tuve por completo desnuda sobre mi cuerpo, volví en razón y me liberé de su boca, negando la posibilidad de consumirla, y al incorporarme en mis piernas, me aproximé a la puerta, girando la manilla apresuradamente.

-Pero... Carlos... Dijo ella, desplomándose de espalda, dejando en toda su plenitud, aquellos redondos pechos, que me enfocaban con su par de erectos pezones, a los cuales estuve a poco de sucumbir, para ir corriendo a lamerlos. Además, separó sus piernas, exhibiendo su sexo calvo, pálido, y con su hendidura extremadamente rosada...

-¿Te sientes bien jugando a dos bandos? Le pregunté, manteniendo la puerta ligeramente abierta. -¡A mí no me acomoda eso!

Sin tener intenciones de escucharla, salí y cerré la puerta de golpe, luego bajé la escalera corriendo. Cuando estuve abajo, me encontré con ella nuevamente, sí, se trataba de Lorena. Cuando me vio, bajó la cabeza avergonzada, quizás porque ahora la veía trapeando el piso de la entrada. Me acerqué lentamente, y la aferré por el codo.

-Hola señorita ¿cómo está?

-Señor, será mejor que se aleje de mí. Me indicó ella, alzando sus ojos rebosantes en tristeza.

-¿Porqué? No veo que sea algo tan terrible que seamos amigos.

-¿No se da cuenta? No soy como usted. Se impuso la jovencita, cogiendo un balde con agua, para luego echarse a caminar en dirección del comedor.

-Lorena... Intenté buscar las palabras para poder detenerla, y luego de tanto buscar dije: -¿¡Crees que para mí es bajo que alguien trabaje limpiando pisos?

La niña detuvo su avance, depositó el balde junto a la pared, y me miró por sobre su hombro derecho. Ante esta oportunidad, avancé raudo hacia ella, y cogiéndola de las manos, la giré suavemente, para lograr contemplar aquel bello rostro femenino.

-¿Por eso querías que me alejara?

Frente a mi pregunta, Lorena asintió con la cabeza y luego me dijo:

-La señora me dijo que ustedes buscan a las chicas de bajos recursos solo para jugar y poder engañar a sus esposas.

-Ho, por dios. Me cogí la cabeza con ambas manos, y esto le pareció divertido a Lorena, pues una sonrisa se marcó en su rostro infantil. -Pero mi niña, ni siquiera tenía la intención de enamorarla.

-¿Ha, no? Interrogó Lorena, al tiempo que fruncía el seño.

-Ha, bueno, yo...

-Entonces, si es así, con mayor razón quisiera que se alejara de mí. Me señaló, volviendo a su labor.

-Pero Lorena...

-Señor. Dijo la muchacha, mirándome fijamente. -Si no le intereso, es mejor que me deje trabajar tranquila. No veo que pueda interesarle a un ingeniero como usted, una tonta niña de veinte años que se dedica a trapear pisos.

-Valla, que buenos argumentos para escapar de mí. Le dije con sarcasmo, luego continué diciendo: -Yo no nací siendo ingeniero, para lograr ser lo que soy ahora, tuve que estudiar mucho, y por lo que me doy cuenta, usted está estudiando; por lo tanto, en un futuro no muy lejano, no tendrá que seguir trapeando pisos.

-Señor, estoy sacando cuarto medio. Me indicó Lorena, con tono bajo y dejando caer su mirada. -Mis padres nunca tuvieron una buena situación económica, y con mucha suerte tengo para poder vestirme y pagar la matrícula, fuera de la mensualidad.

-¿La señora Marta es tu madre?

-No, no. Acompañó su respuesta verbal, negando con la cabeza. -Ella es solo una amiga de la familia, que me dio trabajo para poder sustentarme y para ayudar a mis padres.

-Bueno. Intenté animar las cosas, golpeando las manos. -Será mejor que terminemos pronto de trapear el piso, tengo ganas de ir por un café.

-¿Terminemos? Preguntó sorprendida la muchacha.

-¡Claro! Tendrás mi ayuda para acabar de trapear, así vamos los dos a dar una vuelta. Podríamos ir al mall ¿te gustaría?

Mi gran felicidad, parecía entristecer mucho más a la muchacha, que ya estaba a punto de reventar en llanto. Me acerqué más a ella, y la abracé, regalándole un tierno beso en la cabeza.

-Tranquilita Lorena, que yo mismo te voy a regalar una linda tenida para que te veas preciosa.

Como si se tratase de una niña pequeña, Lorena rebalsó en lágrimas, ocultando su rostro demacrado con mi pecho. Le acaricié la cabellera, intentando calmarla, pero una voz desde atrás se interpuso entre ella y yo.

-¿Usted no entiende, verdad?

Me giré rápidamente, se trataba de la señora Marta, que nos contemplaba con su semblante endurecido como mármol.

-Dígame señor Carlos ¿qué desea de la niña?

-Señora, no tengo ninguna doble intención con Lorena, de hecho, ahora me ofrecí a prestarle ayuda en la limpieza.

-Y después ¿a qué motel la llevarás? Preguntó la señora Marta con tono mal intencionado.

Miré de reojo a Lorena, y me percaté que esta estaba completamente reducida, con las palabras de la mujer.

-¡Responde muchacho! Continuó presionando la posadera.

-No tengo pensado caer en su juego dama, no pienso rebajarme a su pensamiento tan retorcido. Le dije, utilizando siempre un tono prudente.

-Insolente. Se impuso ella.

-Tía, él ni siquiera se ha propasado conmigo. Apoyó desde atrás Lorena, sin levantar su apagada mirada.

-Bien, bien, como quieras niña; pero si quedas preñada, no cuentes conmigo. Señaló enfurecida la mujer, girando sobre sus talones, para marcharse indignada.

Di un profundo suspiro y Lorena parecía petrificada, permanecía con su mirada ida y sus labios apretados. La tomé de la mano, y con mucha suavidad le dije:

-Mi niña, vamos, te ayudaré a trapear el piso.

-¿Y si mi tía tiene razón? Preguntó al aire la muchacha, al instante que giraba su rostro preocupado a donde yo estaba.

-Pero... Me mostré desconcertado.

-¿Y si usted solo me quiere para seducirme y poseerme?

-No... Negué con la cabeza. -Eso nunca. Jamás sería capaz de hacer eso.

-Entonces ¿por qué le intereso? Consultó con tono ingenuo la chiquilla.

-Bueno, porque la noto bastante simpática, y es muy agradable salir con usted.

-¿Seguro que no tiene otros motivos por la espalda?

-No.

Sin verse muy convencida, la chica colorina continuó limpiando el piso.

-¿Qué significa su silencio? Le pregunté intentando hallar su mirada, pero me resultó imposible, una bruma espesa, llamada dudas, me nublaban el paso, cercando mi presencia.

-Si gusta me puede ayudar, y podemos ir a dar un paseo, pero solo por hoy. Me respondió con tono frío.

-Bien.

Dispuesto a mostrarle que se equivocaba, la ayudé a limpiar el primer, segundo y tercer piso, sin chillar por un solo segundo.

Viernes 15/10/2010

Salimos juntos del trabajo, aun no logro comprender aquella coincidencia. Me aferró de la mano con fuerzas y me invitó a que nos tomáramos algo en un pub. La mesera nos atendió, y bebiéndonos una burbujeante cerveza, platicamos hasta la media noche, luego de eso, nos fuimos a mi departamento, y pasamos la noche juntos.

8/1/2011

Terminamos con la tarea cerca del medio día, y una vez que nos disponíamos a salir, nos cruzamos en la entrada con la señora Marta, quien nos clavó una ígnea mirada, que ambos ignoramos y seguimos con nuestro rumbo.

Entramos a una cafetería, antes de ir al mall, ya que ninguno de los dos había comido algo, y teníamos un verdadero concierto de rock con nuestros estómagos. Como el local presentaba dos sectores, uno para los fumadores, y el otro para los no fumadores, nos sentamos donde no había humo, y gracias a esto, estábamos solos, en una gran sala, repleta de mesas cuadradas pequeñas, y sillas con forro de cuero.

Nos quedamos frente a frente, y con el muro a nuestro costado. La mesa se veía muy elegante, con un mantel de hilo, de un color celeste, presentando en toda su extensión flores bordadas. En medio de la superficie, yacía un triste servilletero metálico, con unas cuantas servilletas, tan delgadas como hoja de cebolla.

-Es sumamente agradable salir con usted Lorena, lo lamentable es que me marcho el lunes.

-¿Porqué se molesta en invitarme a mi si el lunes se regresa a su hogar? Consultó la muchacha, quitando la servilleta superior del helado metal. -Creo que usted llegó con dos amigos ¿porqué no sale con ellos?

-Como me pareces de confianza, te seré sincero. Crucé los dedos por sobre la mesa, y comencé a contarle mi situación: -Acepté venir con ellos, porque no tenía nada mejor que hacer; pero con sinceridad, no los soporto. Ellos me apuñalaron... Los dos.

-¿Te apuñalaron?

-Sí... Respondí cerrando los ojos, luego continué: -La mujer que acompaña a mi amigo, se llama Irma, y antes de que me engañaran, era mi novia.

-¿Y pretende olvidarse de ella conmigo? Preguntó Lorena con tono amargo. -Que bajo de su parte señor.

-No, claro que no. Añadí una sonrisa a mi respuesta, luego proseguí, para intentar quitar a mi compañera de esa visión tonta que tenía: -Dicen que un clavo saca a otro clavo, pero son solo tonteras. Yo ya no siento lo mismo por ella; quizás mantenga un extraño cariño por su persona, pero no se trata del mismo amor que sentía.

-¿Estás seguro de eso? Lorena siguió insistiendo con el asunto.

-Claro, muy, pero muy seguro.

Llegó un mesero, nos atendió y una vez que terminamos de comer, nos fuimos en dirección del mall. Avanzamos hombro con hombro, y a pesar de las cosas que pensaba sobre mí, Lorena lucía radiante, y mientras miraba las prendas dispuestas en las vitrinas, sonreía y se alegraba bastante, como si imaginara que las traía puestas.

-¿Te gustaría probarte algo? Le pregunté en medio de su sueño sonriente.

-Ammm... Bueno, yo. Se rebuscó la muchachita, sin lograr percatar que su rostro enrojecía.

-Ven, vamos. Le dije, al tiempo que la aferraba de su suave mano, para arrastrarla al interior.

Lorena se resistió por un momento, pero al ver tantas prendas colgadas de los percheros, y el precioso calzado elegante sobre las repisas, se sintió volar por los aires. Tal parecía que nunca había visitado alguna tienda de ropa, y aparentaba tener diez años.

El vendedor, que se trataba de un muchacho joven, se acercó a nosotros y nos preguntó:

-¿Buscan algo en especial?

-Ha, bueno, yo, yo... Tartamudeó tiernamente Lorena, clavando sus brillantes pupilas en mis ojos.

-La señorita anda buscando una nueva tenida, con la cual explote al máximo toda su belleza. Le señalé al joven.

-Cuénteme dama ¿que le gustaría ver? Le preguntó el muchacho, juntando las manos a la altura de su pecho.

-Pero, no tengo dinero... Me señaló en tono bajo.

-Sabe joven, será mejor que usted le de recomendaciones, ya que ella no conoce mucho de moda.

-¡Claro! Exclamó el jovencito, jalando a Lorena a un mostrador. -¡Su damisela, quedará echa una reina!

Salimos de la tienda cerca de las cuatro, y Lorena, lucía como una diosa... Sobre su maravilloso cuerpo adolescente, traía un vestido de tirantes, que en su mayoría era negro, presentando unas cuantas líneas punteadas con blanco, y unos bordados de flores en la parte inferior. Calzaba unos zapatos negros de taco bajo, ya que su poca costumbre le podría torcer los pies si eran muy altos. En pocas palabras, el cambio de la sirvienta del recinto, a una señorita tan bien parecida, fue bastante rotundo.

En su nueva apariencia la bella figura de hembra, al fin había aflorado. En el escote, se apreciaba parte de sus pálidos pechos pequeños, y en la piel suave de sus hombros, se derramaba la cascada de su pelo colorín; bajando por sus brazos delgados, se detectaban dos leves detalles, un par de pulseras de plata y una argolla en su mano izquierda, la cual exhibía una perla color ámbar. El delicado bordado inferior de su vestido, acababa justo en la gloria, a mitad de sus bellos muslos, que no se detenían ahí, continuando con su caída libre, avanzando, hasta acabar sus esbeltas piernas, en unos pequeños pies, que con suerte calzaban treinta y seis.

-Luces bellísima. Le dije, contemplando aquellas maravillosas curvas que conformaban su cuerpo de mujer.

Frente a mi comentario, se sonrojó y no fue capaz de decirme una sola palabra.

Lunes 2/1/2011

El turno al fin acababa, y antes de cruzar la mampara una mano me aferró del hombro derecho. Me giré raudo, encontrándome con el rostro de Daniel.

-Carlos, necesito hablar una palabrita contigo.

Todo tipo de pronunciación quedó muda en mi boca, y solo asentí con suavidad.

8/1/2011

Ya casi eran las seis, y pasamos a comer a un fino restaurante, que estaba a solo pasos de la playa. Nos servimos una paila marina, y el tiempo transcurrió tan veloz, que de un segundo a otro ya teníamos el atardecer frente a nuestras narices, y para nuestro deleite, la ventana justo enfocaba la hermosa puesta de sol. Ambos pares de ojos, se maravillaban con aquel mágico enrojecer del firmamento y las aguas, un evento que aunque se viese una y otra vez, causaba el mismo efecto, un éxtasis único, capaz de envolver a cualquier criatura que lo contemplase.

Como yacíamos enlazados por el acontecimiento natural, la conexión fue innegable, viéndonos atrapados en aquel contexto, sin dejarnos escapar. De pronto, todo pasó a un segundo plano, en el cual la imagen no fue lo más importante, sino lo fueron nuestras miradas, que se encontraron por sobre la mesa, alzándose sin lograr contenerlas. En sus ojos negros encontré tranquilidad, y un montón de otros sentimientos que no se explicar, pues era como si aquellas pupilas se devoraran mi interior, consumiéndome por completo, y lo único que fuese capaz de hacer, era mirarla; como el conejo asustado que yace bajo el encanto mortal de la serpiente, antes de que esta logre hincar sus colmillos en su tierna carne, que sea como sea, servirá de alimento para saciar su hambre voraz. Así, justo de esa forma me estaba sintiendo, como el tonto conejo que no es capaz de correr por su vida a ocultarse; pero lo más complejo de esto, era que me gustaba… Yo deseaba seguir bajo aquel embrujo de seducción, puesto que en aquellos ojos profundos, como si fuesen abismos, mi cuerpo caía y caía, a un precipicio sin fondo, y rebosante en calidez.

Nos inclinamos por encima de la mesa, empujando nuestros labios al recipiente plateado, que contenía aquello que tanto deseábamos sin darnos cuenta. Cuando nuestras pieles se encontraron, siendo acariciadas por un manto de nerviosismo, y unas cuantas cintas de pasión, el rose fue inevitable, y ya las miradas estaban fundidas, eran una sola, siendo contempladas por el sol, que ya abandonaba el día, para darle paso a la penumbra nocturna. Nuestras bocas se derritieron, regalándose caricias lentas, y en el instante que se preparaban a dar la estocada, regresamos a nuestra realidad, retomando nuestros lugares bastante avergonzados.

-Será mejor que volvamos. Me indicó Lorena, peinando sus cabellos con los dedos de su mano derecha.

-Sí, será lo mejor. Afirmé con un suave cabeceo, y me incorporé, dejando una generosa propina sobre una pequeña bandejilla metálica.

Al llegar a la residencial nuevamente, en la entrada nos cruzamos con Irma, que permanecía con sus ojos fijos en nosotros. Lorena ocultó la mirada, e Irma, quien ardía por dentro, intentó aferrar de las ropas a la muchacha, por lo tanto me tuve que interponer en medio, para detenerla.

-¡Suéltame Carlos! Exclamó Irma enloquecida, al tiempo que la aferraba de las manos. -¡Voy a matar a esa perra!

Lorena, completamente asustada por lo acontecido, Se apegó al muro anonadada y temblorosa.

-¡Irma, cálmate! La amonesté con tono duro e implacable, luego miré a Lorena por el rabillo del ojo, y le indiqué: -Lorena, por favor, ve a dentro y busca a Daniel.

-¿El hombre que los acompañaba? Consultó la niña, que en su voz temblorosa yacían impresos los temblores del miedo.

-Sí, ahora ve, rápido.

Lorena ingresó veloz, con el precioso vestido agitándose a su espalda. Mientras tanto, seguía manteniendo prisionera a Irma, que se debatía rabiosa.

-¡Suéltame Carlos!... ¡Esto no se quedará así!... ¡Me las va a pagar esa perra!... ¡Vuelve aquí!...

-¡Irma! Me impuse con mayor fuerza, zarandeando a la mujer. -¡Te tienes que calmar!

Cuando al fin la ira se esfumó del semblante de la mujer poseída por los celos, se dejó caer sobre mi cuerpo, estrechándome con fuerza, estallando en sollozos descontrolados. No comprendía mucho lo que estaba aconteciendo, ni mucho menos lograba pensar lo que debía decirle a mi amigo.

Daniel bajó de la escalera, y se aproximó con paso firme a donde estábamos.

-¡Irma! Aunque las palabras de mi amigo iban enfocadas en la irascible mujer celosa, sus ojos no me perdían por un segundo de vista.

Como Irma parecía un niño temeroso por lo echo, aunque escuchó el grito de su amor, no se quiso despegar de mi pecho, y Daniel la aferró por el brazo derecho, jalándola hacia atrás. Un grito ahogado escapó de la boca de la culpable, y Daniel antes de llevarla con él, se giró y me dijo:

-Tendremos que hablar.

Asentí con la cabeza, y frente a mi respuesta, el hombre, arrastró a su prisionera al cuarto, sin siquiera ser considerado al subir la escalera.

Suspiré e intenté buscar la mirada de Lorena, percatándome que ella me miraba con mil preguntas en sus negras pupilas. Quise abrir la boca para darle una explicación, pero mucho antes de que lograra articular palabra alguna, la dulce voz de ella me acuchilló sin compasión, diciendo:

-Realmente, y con mucha sinceridad se lo digo mi señor. Todo lo que ha hecho por mí ha sido precioso, y con sus actos me ha logrado atrapar en sus manos, aunque estamos muy mal.

-Pero, Lorena…

-Escúcheme por favor. Me silenció con su voz, intentando alzar su palabra. –Esa mujer es un peligro, y si yo soy el problema, con mucho dolor en mi corazón se lo digo, lo prefiero dejar pasar.

-P… No logré decir nada, y la bella damisela continuó añadiendo: -No me diga nada por favor, es mejor así.

Dicho esto, su angelical rostro estalló en un mar de lágrimas, que cubrió con sus manos temblorosas, y cuando di un paso adelante para ir a consolarla, se marchó corriendo.

Tenía claro que el error era mío, yo había sido el culpable de arrastrar a la linda colorina a mis asuntos, por lo tanto, y a pesar de que tenía mil deseos de ir por ella, siguiendo sus pasos, me tuve que aguantar, subiendo la escalera con mi corazón siendo atrapado por unas gélidas cadenas de hielo, que no solo congelaban mis carnes cardiacas, sino también las quemaban, como brazas al rojo vivo. Al llegar arriba, escuché los gritos de Daniel, y debo admitirlo, ya me parecía escuchar que golpeaba a la mujer, y con impotencia entré en mi cuarto, maldiciendo el momento en el cual acepté venir a este paraíso flameante.

2/1/2011

Ingresamos a una cantina, y luego de pedir una botella de vino y dos vasos, Daniel comenzó a decir:

-Bueno Carlos, el motivo por el cual te pedí que conversáramos, es por la simple razón de que quisiera que hiciéramos un viaje los tres.

-¿Los tres? Consulté creyendo que había escuchado mal. -¿A caso no tienen vergüenza?

-Amigo…

-¡No me llames amigo! Exclamé golpeando suavemente la superficie de la mesa. –Vallan ustedes solos.

-Bueno… Se rebuscó Daniel. –Se que lo que te hicimos no fue algo muy honrado, pero insisto en buscarte porque nos conocemos desde chiquillos.

-Pero eso no les importó cuando se enamoraron.

Daniel suspiró, y encogiéndose de hombros pasó a decir:

-Está bien Carlos, si gustas puedes venir con nosotros, no me molestaré más en invitarte.

Dicho esto, se puso de pie y se retiró.

Domingo 9/1/2011

Pidiendo de corazón a mi dios, que la noche, que había caído helada como nunca, se llevara todo lo acontecido, me levanté de mi cama y encaminé mi rumbo al baño, arrastrando tras cada paso un día domingo de desgracia y misterio enigmático. Lavé mi rostro y antes de ir a tomar desayuno, bajé al primer piso, pidiendo el milagro de poder encontrarme con ella, ya que, aunque nos conocíamos solo hace dos días atrás, la extrañaba como si lleváramos más de una década juntos. Justamente, allí estaba, de espalda a mí, trapeando el piso como todos los santos días, aunque en esta ocasión con menos gracia. Me aproximé y acariciándole el hombro izquierdo la saludé:

-Muy buenos días señorita, espero que haya podido dormir bien.

Detuvo su labor, y cuando intentó avistarme, empleando para aquello la ranura de su ojo, advertí el tono rojizo, que al instante me indicaba horas y horas de llanto; además, unas ojeras pronunciadas, signos de que no había logrado conciliar el sueño. La bella dama frunció el seño, y con un tono grueso me dijo:

-Logro contemplar en su rostro fresco, que tuvo un sueño reparador.

-Lorena, bueno… Yo…

-Sí, no se preocupe, lo sé: Es asunto mío si paso mala noche o no. Dijo ella con tono sarcástico, luego acabó añadiendo: -Entiendo que no tenga preocupaciones, es un hombre, y a los hombres las cosas amorosas les importa un bledo.

-No es eso.

-¿Entonces qué es? Se impuso la interpelada. –A mí nadie me lo está diciendo, lo estoy viendo con mis propios ojos; usted no tiene ni una sola pizca de indicios de haber pasado una mala noche. En cambio, mire mi rostro, lo tengo desfigurado con el llanto.

-Eso veo mi adorada. Intentaba buscar las palabras para poder explicarle, que mis preocupaciones fueron tantas, que me quedé dormido por el cansancio de tanto pensar en todo este asunto. –Créame que logro contemplar su inmenso pesar, y que aunque Irma es una fiera rabiosa, no quiero dejarla a usted.

-Nosotros no tenemos nada. Señaló cortante Lorena.

-Claro… Nada. Pero mi señorita, debo confesar que adoro su compañía, por sobre todo, su linda sonrisa; aquella que hace aquel rostro resplandecer con tanta ternura detrás.

El semblante de mi hada mágica, se ablandó considerablemente y al girarse a donde yo la esperaba, la estreché en mis brazos, que ya la deseaban, para así sentir su calor, fusionarse con mi piel; y empleando una sutileza que ni yo mismo me creí, avancé con mis labios hasta los de ella, unificándose en aquella imagen, en la cual solo los dos importábamos y nadie más. Nuestras manos comprimieron nuestros cuerpos, casi forjando una sola carne; y me alegro un montón que a esas horas de la mañana no rondaba nadie en los alrededores, o lo primero que hubiesen pensado, era que veníamos del lecho, acabando de entregarnos a la pasión.

Martes 3/1/2011

Luego de pensar durante toda la noche, y al ver a Daniel ingresar, lo llamé con tono desabrido, y una vez que tuve su atención, le dije:

-Iré con ustedes. Todo sea por que nos conocemos desde pequeños.

-Bien. Respondió él con una sonrisa en su rostro. –Te diré cuando vamos.

Daniel continuó con su camino, y en mi corazón se quedó las dudas de lo dicho.

9/1/2011

Un grito desde atrás, nos advirtió cuidado, aunque cuando me giré para ver de qué se trataba, ya era muy tarde… Irma corría hacia nosotros y en su mano empuñaba una afilada hoja cocinera, que a pesar de que la golpee en la mano para que la soltara, logró estocar el delicado abdomen de Lorena…

-¡No! Me desplomé al costado de mi adorada Lorena.

Tras el fuerte golpe en la mano, Irma intentó arrojarse sobre nosotros, a lo cual tuve que apartarla con mi mano derecha, estrellándose contra el muro.

Lorena, con la hoja empalada en sus carnes y derramando sangre a borbotones, no emitía gemido alguno, estaba en shock, y era el único responsable de que siguiera viviendo. Grité como loco el nombre de la posadera, la que llegó de inmediato y tras dos rápidas llamadas por celular, la ambulancia y dos patrullas estuvieron en la puerta en menos de cinco minutos…

Transcurría el tiempo veloz, y al igual que un león enjaulado, caminaba una y otra vez por el mismo lugar. Daniel salió de la residencial con la maleta echa, y se aproximó a mí, que finalmente había logrado detenerme, mirando hacia lo alto del cielo.

-Creo que deberíamos haber salido los dos con Irma, fue un error invitarte amigo. Me indicó Daniel, con tono consumido en angustia. –Ahora, ella está detenida… Y no creo que salga pronto…

-No fue mi intención…

-Tranquilo Carlos, esta no fue tu culpa. Así como ella optó por mí en vez de ti, tú igual tienes todo el derecho de tener a una compañera. Me intentó calmar con sus palabras gratas. –Ahora bien, me retiro; no tengo nada más que hacer aquí.

Quise expresarle mi agradecimiento por sus palabras, y la voz no afloró de mi boca, aunque separé mis labios para decirlo. Daniel se alejó y mis ojos se fueron nublando.

Como no conocía donde estaba el hospital, no tuve otra opción que quedarme en la residencial esperando, y cerca de las ocho de la tarde, la señora Marta bajó de un taxi. Cuando me vio que permanecía mirándola desde la entrada, apretó sus dientes y se aproximó. Ya cuando estuvo a mi costado, se detuvo y me dijo:

-Está bien, si gustas la puedes ir a ver, vete en el taxi y dile que te deje en el hospital.

-Muchas gracias señora. Le dije, al tiempo que emprendía carrera al coche.

Bajé del vehículo al estar en la entrada del hospital, subí corriendo unos veinte escalones, y cuando estuve en el interior del salón principal, pregunté por Lorena. Tardé un momento en convencer a los guardias que ella era mi novia, pero finalmente igual logré ingresar, aunque la hora de visitas había terminado. Caminé por un largo pasillo blanco, hasta la última sala, y allí, en el interior de un pequeño cuarto para seis personas, estaba ella, mi amada colorina, que por mi culpa había sido agredida con la punta de aquel cuchillo.

Aparentemente, dormía, y me aproximé lentamente y sin hacer ruido. Alcé mi mano derecha para tocar su rostro, en estado de letargo, y desde atrás una voz me detuvo:

-Tranquilo, se encuentra bien. Se trataba de un joven hombre con vestimenta blanca, que avanzó hasta donde yo estaba, y con un trapo húmedo, refrescó la frente de la paciente. –Gracias a dios la hoja no causó mucho daño.

-Debió haber sido porque golpeé la mano de la atacante.

-Claro. Asintió con tono amable. –Creo que en muy poco tiempo podrá regresar a su hogar.

Mis labios se apretaron, la culpa me tenía consumido, y si la quería tanto, era mi deber dejarla, o seguiría corriendo peligro. Intenté abrir mi boca, aunque cuando las palabras se desprenderían, los ojos de la muchacha dejaron aflorar aquella mirada tierna e ingenua. El joven médico me miró de reojo y me indicó:

-Tenía la orden de sacarlo de aquí, pero le permitiré cinco minutos para que hable con ella. Por favor, no tarde.

-Sí claro.

A lo que estuvimos solos, me arrodillé junto a la camilla y le regalé un tierno beso en su hombro desnudo. Lorena mantuvo sus ojos tan cálidos como siempre, y ni por un solo minuto dejó aquella postura, a pesar de que yo tenía la culpa de que haya acabado de esta forma.

-Mi niña linda, lo siento, lo siento mucho… Me disculpé inclinando la cabeza.

-Descuida, no fue tu culpa…

Pasó una semana, y no volví nunca más a la capital, quedándome allí junto a ella, compartiendo mi vida con su persona. La señora Marta nunca estuvo tan conforme conmigo, pero al menos ya al último no nos hacía la vida imposible.

Perdí un buen trabajo de ingeniería, en donde ganaba un considerable sueldo, volviendo a partir desde cero en la ciudad. Lo bueno, es que en menos de un mes, conseguí un contrato indefinido, aunque por un sueldo mucho menor que el que tenía anteriormente; Pero mi recompensa era ella, mí querida y amada Lorena…

 

Autor: Luís Montenegro Rojas. Graneros, Chile.

montenegros.luis@gmail.com

 

 

 

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