El pasado mes de septiembre, se conmemoraron dos
acontecimientos históricos en el Distrito de Capira, junto a sus 158 años de
fundación, la Escuela Federico Boyd, conmemoró los setenta años de labores y aunque
extemporáneo, vayan mis felicitaciones.
No se si los panameños estamos conscientes de la magnitud,
el alcance y la penetración que tiene la escuela para cambiar para bien la vida
de los niños y a través de ellos de familias completas constituyéndose en un
trabajo colosal, por lo que me siento honrada de pertenecer al grupo de
exalumnos de este reconocido plantel.
Es oportuno compartirle que Soy de las capireñas que pese a
la distancia y el transcurrir de los años, no olvida ese límpido cielo que guarda
mi inocencia y los sueños de adolescente. Nací, crecí y aprendí a escribir y
leer mis primeros libros en las aulas de la escuela Federico Boyd, textos estos
que paradójicamente serían en escasos años reemplazados por el Sistema Braille.
Aquella fue una época de juegos, sonrisas y felicidad en la que aprendí a
explorar e interpretar el mundo, donde me llevé placenteras sorpresas y alguna
que otra desilusión.
Se podría decir que
para ese lapso Capira, era una comunidad rural, y por hechos fortuitos que han
marcado mi vida, como lo fue la Ceguera, debí emigrar a la ciudad y
rehabilitarme como Persona con Discapacidad Visual, formándome como profesional
y nunca surgió por mi mente pese a mis circunstancias, renunciar a mi
educación, creo que el acicate fue mi madre y los compañeros de aula y los
cinco ciegos que marchamos juntos por el camino del mundo académico, hoy todos
hombres y mujeres profesionales y pilares de sus hogares, ejemplos de esfuerzo
y superación, me erigieron esas metas, de educarme y demostrar al mundo que en
la diversidad también se triunfa.
Para la década de los sesenta, Capira era un caserío, la
iglesia San Isidro y su única escuela nombrada Federico Boyd, en honor a uno de
los próceres de la Independencia de Panamá respecto de Colombia; debía caminar
a mediana distancia en compañía de mi hermano y otros niños y niñas que vivían
a las afueras de Capira. Este plantel se definía por su campana que
identificaba la entrada, los recreos y la salida de clases, amplios pasillos,
con grandes ventanales, el patio donde jugaba y corría a más no poder,
derrochando energía. Sus escritorios eran compartidos por una niña y un niño,
lo que me sorprende pues no existía entre ellos el individualismo, la
discriminación de género, malicia o asomo de egoísmo. En tanto, su cuerpo
docente era un pozo de sabiduría, la riqueza intelectual estaba en el
aprendizaje, la experiencia y los conocimientos y no en el cúmulo de libros que
hoy día dice el constructivismo, hace al hombre nuevo.
Precedentemente a iniciar la jornada se rezaba
devocionalmente el padre nuestro, sin embargo, entre mis recuerdos y añoranzas
se asoma a mi memoria con especial cariño una de las maestras excepcionales
respetada y admirada por su vocación e inventiva infinita, la capireña Doña
Aura de Amaya, escritora, autora de poemas, organizadora de los grupos de
actuaciones escolares, verbenas y toda acción actoral que recreaba al pueblo en
una fecha especial. No obstante, sin duda alguna que el liderazgo se nace y se
hace, es el caso del maestro capireño Iván Saurí, actual alcalde del Distrito,
que con don especial organizaba en las temporadas de verano cursos de
reforzamiento, Festivales, actuaciones y excursiones.
Con la sucesión de los años he olvidado a muchos de mis
compañeros de infancia, pero aun recuerdo con gran cariño a la religiosa de
catecismo, Sor Gioconda, ya fallecida, que a la hora de dictar clases se
revestía de solemnidad y disciplina pero también de confianza y amor a sus
alumnos. Son todos estos recuerdos, y sensaciones las que valoro y siempre será
un orgullo haber estudiado en la Escuela Federico Boyd de Capira.
Autora: Elodia Magdalena Muñoz Muñoz. Panamá, Panamá.
Comunicadora social.