TEMAS DE REFLEXIÓN:
Año Nuevo.
Las culturas crean tradiciones que ilustran valores y modos de mirar la
vida. Estas prácticas son vividas al través de ritos, ceremonias y
celebraciones. Este deseo de celebrar los ciclos de vida se expresa de manera prácticamente
universal, dependiendo del modo particular en que cada cultura imagine el
tiempo: El año nuevo cristiano, el chino, etcétera. Cada civilización al través
de sus tradiciones se encarga de decirnos que es necesario detenerse y
reorientarse periódicamente, pues es grande el riesgo de extraviarse en la
inmensidad del tiempo. Las tradiciones son un intento por derrotar el olvido
que es la muerte total.
Para comprender la cultura que a diario creamos, observemos la propia
conducta y de los que nos rodean. Específicamente, en el tema que hoy nos
ocupa, año nuevo, observemos atentamente las imágenes que construimos. En estas
fechas nos invade un sentimiento de que algo está terminando y quedando atrás,
mientras que a la vez, esperamos la llegada de lo nuevo. Nuestro ingenio nos
lleva a representar al año viejo con la figura de un anciano de barbas blancas,
encorvado por el peso del tiempo, y al nuevo como un bebé recién nacido. Al año
viejo lo miramos atrás, como algo pasado, decrépito y a veces nos referimos a
él como “el año viejo que agoniza”. Pero evadimos preguntarnos si hemos dejado
atrás nuestro dolor, temores y angustias. Suponiendo que en el mejor de los
casos efectivamente hayamos dejado atrás todo esto ¿Hacia dónde dirigimos la
mirada? Con seguridad que hacia el futuro representado en el año que está por
llegar. En otras palabras, lo que mentalmente pretendemos hacer es dar un
brusco salto (pasando de largo por el presente), desde eso que llamamos el
pasado hacia lo que imaginamos como futuro.
La semilla del temor.
Si aceptamos que tanto el pasado como el futuro existen en nosotros
únicamente como imágenes, lo que habitualmente hacemos es dejar de lado la
realidad del presente. Es precisamente este confuso manejo del tiempo el que
nos desorienta y ocasiona que nuestra vida sea desordenada. Consumimos gran
parte de nuestra vida en el recuerdo de lo “mal” o de lo “bien” que imaginamos
nos haya ido el año pasado. Esto nos lleva a fomentar sentimientos de culpa, o
bien, de grandeza que las más de las veces pretenden ocultar nuestra angustiosa
inferioridad.
En el pasado
están también nuestras creencias, nuestra “experiencia” que nos aconseja desde
el mundo de los prejuicios lo que está “bien “y lo que no. Ahí se encuentran
igualmente los aprendizajes de los que estamos muy orgullosos pues creemos que
nos han dado sabiduría, cuando en realidad nos han condenado a la repetición de
lo conocido. También está ahí el conformismo con lo previamente establecido,
práctica que nos lleva a aceptar sin cuestionamientos lo descubierto por otros.
Obedecemos y aceptamos la autoridad de otros; somos fanáticos en busca de un
líder, de una autoridad y del dogma que simplifique nuestra vida con tan sólo
obedecer. Desde ese pasado día a día nos encargamos de destruir nuestra frágil
imagen recordando una y otra vez episodios, palabras o situaciones en las que,
por ejemplo, alguna vez nos sentimos humillados. Ahí, en la permanencia en ese
pasado que cada fin de año decimos quedó atrás, hay mucho de sufrimiento que
nos incapacita para ser creativos, atrevidos, rebeldes, actuales e innovadores.
Permanecer únicamente en la ceremonia en la que decimos adiós al pasado
festejando la llegada del futuro, sin realizar un trabajo interior para
desprendernos de imágenes y apegos, equivaldría a una prematura celebración de
la victoria sobre algún enemigo (la culpa del pasado), que en cualquier momento
puede levantarse y aniquilarnos.
Pero tal vez
creemos que nuestro pasado representado en el año que termina fue de muchos
éxitos, pues nuestra cuenta bancaria aumentó considerablemente, aprobamos el
semestre, conseguimos una pareja, estrenamos carro o casa y nos relacionamos
con gente “importante” y poderosa. En toda esta cuantificación a modo de
inventario de nuestras ganancias preguntémonos: ¿somos más libres y felices que
antes? ¿Hemos adquirido calidad, libertad y paz en nuestras vidas?
Saltamos de eso que llamamos pasado para desearnos un futuro mejor, un
feliz y próspero año nuevo. Si somos sinceros en nuestras felicitaciones las
acompañaremos de frases cálidas y amables. Todo eso desde luego tiene un
sentido personal y cultural que es importante comprender, respetar y disfrutar.
Pero en ese salto al futuro construimos imágenes en las que depositamos
expectativas de superación y que estarán determinadas y condicionadas por
nuestras necesidades.
Mitos.
El pasado es el “lugar” en donde se encuentran nuestros
condicionamientos, prejuicios y deformaciones acerca de la realidad. Es frecuente
encontrar culpa en esas creaciones. A su vez, el miedo al futuro tiene sus
raíces en lo que imaginamos podemos perder. Este miedo no es otra cosa que la
continuación de la programación que construimos en el pasado. Ese pasado viene
a nosotros al través de imágenes y nos lleva al sufrimiento anticipado de
muchas situaciones que tememos y no deseamos se repitan. Vivimos culpa por el
pasado y estamos atemorizados por el futuro. Cuando celebramos y brindamos por
el futuro ¿Hemos acabado con estos miedos, lo hacemos con libertad interior? O
tan sólo repetimos exteriormente un patrón tradicional, un formulismo social
pero en realidad por dentro tememos al primero de enero, es decir, al futuro.
Es típico en nosotros que en las celebraciones de fin de año hagamos
nuevos propósitos que son tan amplios y variados como las necesidades que nos
acongojan. Nos proponemos poner orden en nuestra vida, estudiar mejor, cuidar
nuestro peso, construir una mejor relación de pareja, o liberarnos de los
apegos que nos atormentan. En todos estos nuevos propósitos de Año Nuevo no
puede faltar Dios al través de esa imagen distorsionada e infantil que
construimos. Por ello lo involucramos en nuestras abundantes promesas para
hacer o dejar de hacer ciertas cosas. Si fallamos, se lo reprocharemos por no
habernos ayudado en nuestros buenos propósitos.
Cambio y vida nueva son unos de nuestros mitos favoritos que para no
llevarlos a cabo, porque los ubicamos precisamente en un futuro que nunca
llega. La vida nueva que deseamos y nos merecemos, se encuentran rodeados de
creencias e imágenes. Vale la pena mencionar algunas de ellas. Una de nuestras
fantasías consiste en pensar que para cambiar necesitamos tiempo, que esto solo
es posible poco o poco, pues es necesario analizar una y otra vez cómo vamos a
conseguirlo. En ese minucioso y exhaustivo análisis no es raro que nos tomemos
todo el año siguiente, pero eso sí, en el próximo brindis de Año Nuevo
reafirmaremos otra vez nuestras promesas de cambio y de una vida nueva y mejor.
En otras palabras, creamos mitos tras mitos..
El deseo de cambio que puede
derivar en algo más profundo que es nuestra transformación no puede ser
pospuesto para un futuro nebuloso e indefinido, ni puede quedar en promesas de
Año Nuevo. Este cambio de actitud ante nosotros mismos y ante los demás tiene
que ser hoy, no admite un mañana, a menos que se trate de otro de nuestros
mitos favoritos para comodidad de nuestra mediocridad.
Si decimos que el año pasado nos fue “muy mal”,
pensamos que el próximo tiene que ser “diferente” ¿Es ésta una actitud
realista, o más bien se trata de un pensamiento mágico? ¿por qué tiene que ser
diferente? Si tuvimos problemas y sufrimiento en nuestras vidas, en lugar de
esperar milagros, por qué no mejor revisamos nuestro interior, buscando sin
moralismos ni enjuiciamientos la comprensión de nuestros errores y aprender de
ellos humildemente. Eso podría producir un resplandor de sabiduría. Si
consideramos que fue un año afortunado no está de más que reflexionemos a qué
llamamos éxito, fracaso, fortuna, felicidad e infelicidad. Y lo más importante
¿De dónde sacamos esos criterios para calificar nuestra actuación en el año que
termina? Reflexionemos si estas ideas son nuestras o las tomamos prestadas de
la opinión de los demás que recitamos obedientemente. Es conveniente revisar
nuestra tendencia a comparar, porque ahí está la raíz de muchos conflictos que
nos hacen sufrir. A partir de la comparación creamos imágenes. Decir que
deseamos ser mejores que en el año anterior invita a reflexionar qué es lo que
entendemos por ello, de lo contrario, corremos el riesgo de zozobrar en
nuestras fantasías. La persecución de ideales no realistas puede ser una
peligrosa y a la vez, absurda trampa. Del tamaño de nuestras expectativas podría
ser nuestro sufrimiento.
El encanto con lo nuevo
¿Qué
significa para nosotros el Año Nuevo? El tiempo es el tiempo, no tiene edad,
principio ni fin. Ni va ni viene, no termina ni comienza, tampoco es nuevo ni
viejo: es eterno. Son nuestra arbitrariedad y convencionalismos los que
intentan adaptar el tiempo a nuestros momentos interiores. Pero todo eso son
tan sólo creaciones, son imágenes. Toda esta fragmentación del tiempo sirve de
pretexto para ignorar la inmensidad y eternidad del presente que no hemos
podido comprender ni asimilar, evadiendo la posibilidad de transformación que
hay en él. El presente, el momento, es extremadamente intenso si lo vivimos a
plenitud, con novedad. Las festividades de Año nuevo son sin duda muy
agradables pues, entre otras cosas, permiten la expresión de afectos que
normalmente no dejamos aflorar debido a la enorme censura que nos aprisiona. En
estas celebraciones nos damos permiso para ser un poco más nosotros mismos y
abrazar y estrechar a seres queridos, amigos y hasta personas que consideramos
poco agradables. Es por así decirlo, un “juego” muy agradable. Pero si somos
adultos, comprenderemos que todo juego termina para dar paso a la realidad.
En Año nuevo,
al igual que en Navidad, nos mostramos un poco más ante los demás, bajamos las
defensas, pues entre todos hemos acordado que se trata de una época de “paz y
amor”. Tal vez sea éste uno de los aspectos rescatables de estas fechas: el
retorno a nuestra sensibilidad anestesiada por convencionalismos y temores sociales.
Sin embargo, estas fechas pueden servirnos también para dar salida a nuestros
sentimientos de inferioridad que brotan cuando nos comparamos con los demás. Es
aquí en donde pervertimos la tradición que tiene una razón de ser y
es portadora de mensajes ocultos que es
importante descubrir: El Año Nuevo podría simbolizar al Espíritu Nuevo que
todos deseamos día con día. No son los años sino a la persona vieja y a la
nueva que hay dentro de nosotros a la que resultaría fascinante descubrir y
celebrar en estas fechas. Nuestros mejores deseos de Año Nuevo pueden quedarse
en tan sólo palabras huecas y trilladas, en un fastidioso y machacón formulismo
si no van acompañadas de una actitud de fondo, dinámica, inquieta y rebelde.
Pueden quedar
en frases sin fuerza, cargadas de chocante palabrería si no están concebidas en
la dimensión de nuestra relación sincera y comprometida con los demás. Todos
los días e instantes de nuestra vida pueden ser nuevos sin la carga culpable
del pasado y sin los miedos que depositamos en eso que llamamos futuro. Cada
momento de nuestra vida puede estar impregnado de ese entusiasmo que nos
embarga en el Año Nuevo, pero más que promesas, requerimos de acciones
armónicas y eficaces. Acciones enmarcadas y enriquecidas en la dimensión social, esto es, en la
interrelación transformadora con los demás.
(En Internet http://www.drbaquedano.com)
Autor: Dr. Gaspar Baquedano López. Mérida, Yucatán. México.