A ella donde quiera que se
encuentre.
Era viernes por la tarde,
salí del trabajo rumbo a mi casa.
Mientras mi bastón blanco se
desplazaba con su rítmico TAC TAC cual viejo reloj lanzado al suelo por el inmisericorde
paso del tiempo, mí pensamiento volaba por espacios libres de obstáculos.
TAC, TAC… uf mi tobillo
derecho se torció al introducir mi pie en un hueco hecho a su medida y puesto
en mitad de la acera para que no dejara de visitarlo.
Sentí un fuerte ardor y
antes que tomara conciencia de lo que me pasaba, una suave voz me llamaba a la
calma mientras las delicadas manos de su propietaria, me tomaban con firmeza
del brazo.
Permítame ayudarle me dijo y
colocó mi mano en su hombro.
Dimos unos pasos mientras mi
mano se guarecía bajo su larga cabellera y mi dolor se mitigaba con el suave
perfume de mi ángel femenino.
NO Sabía cuanto podría
caminar sin quejarme pero ella se detuvo y me ordenó detenerme mientras se
desprendía de mi con rapidez.
Pronto el motor de un auto
estaba junto a mí. Ella
Bajó apresurada y me ayudó a
subir a la parte posterior donde recostado en la puerta izquierda, mantenía la
pierna dolorida sobre el asiento.
No me preguntó hacia donde
me dirigía, tampoco sabíamos nuestros nombres pero ella devoraba las carreteras
con la premura que lo hacen los conductores de las ambulancias.
Pensé que me llevaría al
centro médico más cercano pero no tuve ánimo para preguntar ni agradecer.
Cerré los ojos y un rato
después al ayudarme a bajar, sentí su tibio pecho y su suave rostro en mi
cuerpo.
Llamó por su nombre a un
tipo fornido quien me tomó entre sus brazos para depositarme en un sillón pero
justo antes de hacerlo, ella le pidió que me acomodara con cuidado en la cama
de su dormitorio.
Su rudeza o molestia no lo
dejaron seguir las órdenes al pie de la letra y di con mi cuerpo, en la
perfumada cama de mi benefactora quien se había rezagado para buscar algunos
productos y curarme.
Pronto sentí, como me
despojaba del calzado y calcetines.
Sus manos manipulaban mi
tobillo con cremas primero y una sustancia que desprendía un calorcito
agradable.
Sentí sueño y cerré los
ojos.
Me preguntó si estaba cómodo
y sus cabellos cayeron en mi rostro como una cascada electrizante.
Si, respondí y depositó un
beso en mi frente.
Olvidé el dolor y pasé mi
mano temblorosa por su rostro, un calor invadió mi cuerpo, sonrió mientras me
decía: “veo que ya estás bien”.sus labios rozaron los míos,
Puso su pequeña mano en mi
pecho y soltó un par de botones de la camisa para acariciarlo.
Hice otro tanto con su blusa
y sostén, y pronto estábamos desnudos entregándonos al ardiente juego del amor,
al inicio con cuidado de no lastimar mi tobillo, para luego ensayar las más
elocuentes muestras desanidad milagrosa.
No se cuanto tiempo estuve
ahí, al despertar estaba solo, ella tarareaba una dulce canción y al escucharme
me indicó donde estaba la ducha y mi ropa.
Preparó chocolate y
bocadillos.
Hablamos, reímos nos besamos
y abrazamos para luego caer en la cuenta que yo debía llegar a casa.
Salimos del departamento,
subimos al auto, me pidió la dirección de mi hogar donde se detuvo.
Bajé con calma, ella se mantuvo frente al
volante.
Le pedí que me prometiera que nos volveríamos encontrar
en el lugar de mí afortunado accidente y desde entonces todas las tardes me
detengo un momento para ver si escucho su dulce vos y sentir sus delicadas
manos en mi brazo.
Autor: Roberto
Sancho Álvarez. San José, Costa Rica.