RÉQUIEM POR RUBÉN DARÍO
De los montes del cielo bajan las golondrinas
hasta el valle sonoro de tu azul Nicaragua,
donde los cisnes lloran un sendero de agua
y los ángeles tienden sus músicas divinas.
El sombrero de rosas bajo el viejo laurel
enciende mil estrellas y un perfume fragante,
que tejieron tu vida, la vida de un errante,
sostenida en tu tumba como cáliz de miel.
Tú les legaste al viento y al mar toda la
gloria,
los cantos más sagrados, las sagradas historias,
que evocaban tu idioma, tu brillante verdad.
Qué cimbren en la tarde celeste los violines,
el fulgor de vitrales, los dorados jardines,
y no te vayas solo con tanta soledad.
A FESTEJAR
L CASAL nos
hemos congregado, pero él no está en su cripta. Ha preferido dejarnos el vacío
y que un poco de horror nos teja la mañana, en que traducen el oráculo de
Lezama cantando el verde errante de sus ojos verdes. En cámara lenta, el
follaje se dobla y acoge este delirio nuestro de hablarle al muro gris como a
un amigo. Tarde arribamos, pues, a la elegía y ningún astro signará que hemos
sido más nobles por urdir un ritual milenario en matrimonio con la culpa. No es
la primera vez que una tragicidad semejante cruza sobre mi pecho como feudo de
águilas, y aún así me estremezco al leer en la muerte esa amarga costumbre, que
navega imitando el oleaje del trigo. Silencioso me aparto. Mi sangre se junta
con la nieve en una vastedad que me suena a destierro, galeones y aves, y ya
soy parte de ese frío que sorprendió a Casal errando entre los juncos de luna
japonesa.
* * *
MONÓLOGO DE GONZALO GUERRERO
Ya no advierto la espuma si al besar mi canoa
bifurca mis destinos en el agua,
ni el agua que ha tensado la leyenda,
desde esta incertidumbre hasta esos naranjales
donde rugen los puertos y late Andalucía.
Si hubiese muerto allá sería una piedra anónima,
dispersa en la metáfora del Tajo,
ligada a sus espíritus
como aún me anudo a este dolor
que ha impedido tañer mi novela en dos árboles.
Es mi pecho un laúd que esculpe en la marea
si oye a los difuntos su pregunta:
¿Qué verde interrogante o qué cascada
habríamos trenzado
en una misma huella, circular como el miedo?
Si memorizo,
configuraría un otoño,
donde las máscaras urden sus cadenas
muy lejos de mi sombra,
cuando mueren aquí: las lunas, los jaguares.
SI SE ACERCARA EL FIN
Junto al cementerio toca una banda municipal,
las efigies de sus músicos
labran una oración bajo la arena
y en sus notas se fugan los domingos.
Si lloviese, la cruz sería culpable.
Si pasara un murciélago
y se acercara el fin,
ninguno de nosotros hurgaría en sus ruinas.
Entonces, ¿por qué negar el testimonio
de esos seres que aplauden
como si tañeran la única certidumbre?
Has sentido de golpe cómo pasan las horas,
ya nada probará cuanto has vivido.
Desunes estos naipes en que lo cuentas todo
y aún te aguardarán,
antes de ser la arena donde tocan los músicos.
Autor: Agustín
Labrada Aguilera. Chetumal, Quintana Roo. México.