UN PARADIGMA DE FE.

 

Al arribar la nación panameña a su primera centuria de vida republicana, creo necesario e imperativo mostrar a la faz de Panamá y del resto del mundo, una de las mil caras, que, por poco conocida, no deja de ser sugerente y gratificante para las mentes y los espíritus vacilantes, por las características poco comunes que exhiben las protagonistas de esta breve semblanza que presento en estas líneas.

Cuando Panamá, aún como nación naciente, pugnaba por desarrollarse e identificarse con su propia personalidad en el concierto de las naciones, junto con las demás actividades propias de su estado núbil, surgió simultáneamente a principio de los años cuarenta tímidamente el movimiento tiflológico nacional.

 

Florisabel Paz Dávila

Florisabel vino a la vida un 30 de mayo de 1936, siendo la segunda de tres hermanas del hogar formado por Pablo A. Paz

Fernández

Y Flora Isabel Dávila Rosabal.

Su sino estuvo marcado por un hecho inesperado para sus progenitores, pues, como debía suceder con cualquier criatura recién llegada a este mundo ella no pudo ver la luz material al abrir sus ojos por primera vez: nació ciega. Sin embargo Dios con su justa e infalible sabiduría, dotó a esta niña de una inteligencia excepcional; es así como en 1942, cuando Florisabel contaba con 6 años, tuvo la fortuna de conocer a Andrés Cristóbal Toro, quien para entonces tenía poco tiempo de haber regresado de realizar estudios en un colegio para ciegos de Medellín Colombia, trayendo consigo los conocimientos del sistema de lecto- escritura Braille para ciegos e inflado el espíritu y la mente de este insigne maestro, de transmitir estos conocimientos a los que como él, carecían de la vista.

Al tomar Andrés Toro en sus manos a esta niña un tanto rebelde e inquieta, como a un diamante en bruto, comenzó pacientemente a pulirlo hasta convertirlo en relativamente poco tiempo, en una brillante y refulgente joya.

En 1948, El Ejército de Salvación abrió en Panamá una sección para la enseñanza- aprendizaje de los ciegos. Allí estaba Andrés Toro como maestro, y, y por supuesto Florisabel, como su alumna aventajada.

En 1954, con el advenimiento dos años antes de la apertura oficial de la Escuela Nacional de Ciegos, y por la ampliación de la cobertura de esta escuela, dada las facilidades ofrecidas por el Club de Leones de Panamá con el acondicionamiento de un internado para acoger a ciegos de todo el país, internado que patrocinaban los propios Leones.

Florisabel, se estrena como maestra.

En esta nueva experiencia, Florisabel, según sus propias palabras, se muestra vacilante e insegura; no obstante, siempre acicateada por el espíritu y la férrea voluntad de Andrés Toro, va adquiriendo confianza en sí misma, tomando muy en serio sus nuevas responsabilidades; tanto que casi simultáneamente hace su ingreso en el Instituto Justo Arosemena, siendo la primera persona ciega en Panamá que tiene acceso a un plantel de educación regular, dando así la joven Paz con este paso un claro y vivo ejemplo de que el ciego es educable, para con ello hacer posible su integración plena.

Los años transcurren con relativa rapidez; mientras tanto Florisabel va adquiriendo aplomo, madurez y confianza en sí misma, y, ya con mayores conocimientos, se rebela como excelente educadora. Paralelamente la maestra Paz continúa con tesón sus estudios en el Instituto Justo Arosemena, destacándose como estudiante sobresaliente.

Por fin en 1959, Florisabel ve coronado el fruto de sus esfuerzos, diplomándose como maestra de primera enseñanza, para orgullo y satisfacción de sus amigos, compañeros, pero sobre todo para sus padres, que quizá pudieron haber pensado que aquella niña que trajeron al mundo sin la luz de sus ojos no tendría futuro. Este hecho, sin precedente hasta entonces en Nuestro Medio, demostraba inequívocamente, con absoluta certeza, que el ciego podía superar los obstáculos que tuviera ante sí, siempre que se le ofreciera la oportunidad. Florisabel fue pues, como ya habíamos señalado, la primera mujer discapacitada visual en recibir un título superior en Panamá.

A comienzo de 1960, la maestra Paz, contempla llena de satisfacción y regocijo, como egresada la primera promoción de La Escuela de Ciegos Helen Keller         , que ella contribuyó decisivamente a formar junto con sus compañeros de trabajo, cinco alumnos, fruto del esfuerzo conjunto del que Flori, que es como la llamamos  sus amigos, formó parte.

A mediados de los 60, a Florisabel se le designó como maestra bibliotecaria_ en la misma Escuela de Ciegos.

En esta nueva responsabilidad, requirió y obtuvo la colaboración de su madre, y juntas, organizaron completamente la biblioteca de la escuela, poniéndola al servicio de todos los usuarios ciegos, pues para entonces, era la única de su género en Panamá. Hay que añadir también, que por esa época, Florisabel tomó un curso de sistema Braille grado dos, (Estenografía), convirtiéndola en la primera persona ciega en Panamá que adquiere esta especialidad.

Desafortunadamente, la salud de Florisabel se resiente sensiblemente, al punto que, siendo aún relativamente joven se vió       obligada a retirarse de manera temprana de la profesión de educadora tras veinte años de servicios  continuos privando   de sus conocimientos tanto a los ciegos como al país.

Sin embargo, al principio de los años 90, tal vez aguijoneada por el gusanillo de la vocación magisterial, al abrir sus puertas El Patronato Luz del Ciego, se involucró como maestra voluntaria de estenografía en dicho centro educativo, permaneciendo allí por algún tiempo impartiendo sus conocimientos.

No podemos cerrar esta semblanza biográfica de Florisabel Paz sin destacar que, al instalarse en 1995 La Comisión de Mujeres Ciegas de Panamá, Florisabel fue una de sus primeras activistas, activándose con mucho entusiasmo en este movimiento femenino, aportando ideas y participando en los eventos que desarrollaban las féminas no videntes panameñas en sus inicios.

Hoy, Florisabel descansa ya casi retirada en la tranquilidad de su hogar, siempre bajo la mirada atenta de sus dos hermanas, sobrinos, amigos y ex alumnos que la recuerdan con cariño, participando en muy pocas ocasiones en actos públicos.

 

Bella Rosa González

 

La otra protagonista de nuestra singular historia, nació en la provincia de Los Santos un 27 de septiembre de 1932. Hija de Benjamín González y Elena Zalzavilla, Bella desde muy tierna edad presentó problemas de visión.

Transcurría su vida apaciblemente en el medio rural donde vivía, desarrollando, pese a su discapacidad, las habilidades propias del hogar, demostrando desde siempre su natural disposición y facilidad para adquirir conocimientos.

Ya siendo adulta, Bella y su familia deciden trasladarse a los alrededores de la capital, pues Eligio su hermano quien también era ciego, había ingresado unos años antes a la Escuela de Ciegos Helen Keller, y así estando en la capital, le era más fácil a ella y a su hermana mayor que enfrentaba el mismo problema de ceguera recibir los beneficios de la Escuela de Ciegos.

Bella se matriculó en dicha Escuela, cursando con éxito su educación primaria, recibiendo su diploma en 1962.

Bella Rosa González, mujer decidida, no conforme con lo alcanzado hasta ese momento, y, teniendo otra visión de la vida y de su futuro, optó por matricularse en el Instituto Frago, tomando la especialidad de corte y confección. Luego de tres años de arduo esfuerzo, Bella recibe su diploma como especialista en esta materia, destacándose con puesto de honor en su promoción.

Bella Rosa ejerció la profesión por algún tiempo de manera eficiente; posteriormente, en 1968, se le ofreció la oportunidad de ejercer el cargo de recepcionista en el Instituto Panameño de Habilitación Especial, cargo que aceptó con presteza.

Bella Rosa laboró en esta posición durante 29 años acogiéndose a su jubilación en diciembre de 1997.

Como gremialista se le cuenta entre las 20 personas que fundaron la Unión Nacional de Ciegos de Panamá, agitándose en actividades disímiles dentro de esta organización por casi 40 años, demostrando allí su gran capacidad de liderazgo solidaridad y su combatividad por la causa de sus congéneres no videntes, ocupando además cargos de gran responsabilidad en La UNCP, representándola en múltiples ocasiones.

Debemos manifestar asimismo, formó parte del grupo fundacional de la Comisión Nacional de Mujeres Ciegas de Panamá, colaborando asiduamente con sus compañeras en el impulso y promoción de las actividades de las féminas panameñas.

Bella Rosa se casó y tuvo dos hijos, hoy adultos. Según sus propias palabras, siempre ha manifestado “tener fe y amor por la vida”, demostrando en todo momento confianza en sí misma y plena disposición de vencer los obstáculos que tenga que enfrentar, sin prejuicios ni complejos; de eso podemos dar fe los que la conocemos bien, y hemos sido testigos de su desenvolvimiento tanto en su trabajo como en su hogar como profesional, como madre y como esposa y buena amiga.

Hoy, Bella está un tanto retirada de las actividades gremiales y demás, no obstante, al conversar con ella,  muestra todavía la energía y el entusiasmo que siempre la caracterizaron.

He aquí el ejemplo de estas dos hermanas de esta tierra panameña, dos mujeres ciegas que a pesar de su limitación sensorial, no se arredraron ante esta situación adversa, arrastrando las vicisitudes de la discriminación en todas sus manifestaciones; dos pilares de nuestra causa tiflológica que con denuedo y voluntad supieron y lograron vencer toda suerte de obstáculos para alcanzar la meta deseada.

Son pues lo que ya dijimos: Un Paradigma de Fe, valor y confianza.

 

Autora: Elodia Magdalena Muñoz Muñoz. Panamá, Panamá.

Comunicadora social.

elodia_0262@yahoo.es

 

 

 

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