NASCITURUS.

 

Uno de los grandes errores de los fatídicos planes educativos actuales –y no tan actuales porque se han ido gestando hace varios decenios- es el castigo inflingido a las ciencias humanísticas (historia, geografía, literatura, religión, filosofía….) junto a la  manipulación o utilización partidista de las mismas. Obviamente, el latín en buena parte, es fundamento de casi todas ellas. Hace ya años, por razones que no vienen al caso, volví a las aulas universitarias en donde tuve ocasión de intercambiar experiencias con ilustres profesores y compartir conocimientos con entrañables compañeros. Recuerdo a un profesional jubilado –médico por más señas- absolutamente aficionado a los temas históricos y entusiasmado porque una de las asignaturas obligatorias era el latín. Coincidíamos al evocar cuando en nuestra primera juventud nos hacían estudiar declinaciones, enunciados verbales, estructuras y concordancias que, mira qué bien, volvíamos a practicar con la segura consciencia que proporciona la edad. En cierta ocasión trabajábamos sobre el verbo nascor natus sum –nacer- cuyo participio de futuro es, el tan traído y llevado actualmente, nasciturus –el que nacerá-. Recuerdo perfectamente que fue inevitable, dada la naturaleza de la palabra, entablar un comentario, más bien un debate, sobre el significado profundo de la voz nasciturus. ¿Quién es el que nacerá?, ¿es persona el nasciturus con todos los derechos inherentes a la dignidad de la misma y, por tanto, ser individual e irrepetible esencialmente distinto a sus progenitores? Obsérvese la diferencia conceptual entre el determinante “el” y ese neutro indefinido “lo”. No se trata de lo que nacerá –cosa-, sino de el que nacerá, que apunta directamente a un ser personal.

Fueron conversaciones intensas alejadas de disquisiciones científicas, ni mucho menos teológicas, porque era la pura lógica, sin obstáculos morfosemánticos, la que dirigía la conversación, debate o como se quiera, realizada por aficionados a la humanística cristiana.

En todo momento se tuvo en cuenta el más profundo respeto hacia la mujer embarazada que, por diversas y graves circunstancias, se planteaba la trágica tesitura del aborto, el trauma que ello produce, los profundos trastornos psíquicos que dicha decisión le causa y la tristeza inherente al hecho consumado. Inevitablemente surgió el reverso de la cuestión, o sea, el alegre y gozoso acontecimiento del nacimiento, es decir, el hacer  presente lo que, hasta entonces era sólo un proyecto de futuro. He ahí el dilema: muerte o posibilidad de nacer. Tristeza sin límites, intensa depresión o alegría inmensa ante la realidad de una vida que se abre a la luz, vida de un ser concebido con anterioridad.

 

                            Si el feto desgarrado del claustro materno es tan sólo un mero apéndice del cuerpo, ¿por qué tanto trauma?, si es un ser humano distinto de sus progenitores, como así creemos muchos y como también así lo confirman los adelantos científicos, lo demuestra el famoso “grito silencioso –impactante film- y lo afirman ilustres personalidades de la fe y la ciencia, entonces sí podemos comprender la pena, el dolor, y el trauma de la madre afectada, digna, sin duda, de toda consideración, aunque no se comparta su proceder.

¡Qué complejidad de vida y qué drama tan enorme…! ¡Qué hipocresía social y qué pocas soluciones a tamaños dramas familiares.

Paseaba hace unos días por la calle Concepción de Huelva cuando observé que una pareja muy educada repartía una especie de folleto sin firma titulado: “El toro, espléndido animal”. En el mismo se hacía una detallada descripción de ese bravo animal pleno de poder físico, fortaleza, vigor y gran belleza. Se completaba con referencias históricas a la eterna lucha hombre-toro y concluía con razonada protesta ante el hecho de que instituciones públicas protegieran y financiaran la llamada “fiesta nacional”. Personalmente ni entro ni salgo en esta cuestión al no considerarme ni taurino ni antitaurino, respeto las razones y contrarrazones, sólo una objeción: ¿Están dispuestos los defensores de la vida del toro a proteger con el mismo ahínco a la persona que nacerá, desde luego infinitamente más frágil y menos poderosa que el mencionado animal?

 

Autor: JOSÉ Mª DABRIO PÉREZ. Huelva, Andalucía, España.

jmdabrio@gmail.com

                  

 

 

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