Bajo Vuelo

 

                   Suele decirse que la tierra huele el mejor aroma de la esperanza  cuando el césped surge fresco después de una lluvia. Bajo ese ambiente cubierto por el pálido cielo de marzo y un viento suave que disipaba el recuerdo estival, deambulaba un anciano que cada tanto alzaba una mano rozando los exiguos cabellos canos, al igual que su barba. Sus lentos pies parecían pedir consentimiento entre sí para caminar mientras iban dejando atrás un elocuente halo de la pérdida de tantas cosas, de aquellas que apenas podía recordar en esos momentos. Así sostenía que la decadencia dormía pacientemente bajo su piel, mientras la esperanza pendía de sus hombros. No sabía bien  adonde iba, aunque sí sabía que un día, no muy lejano,  todo terminaría.

Al cruzar la plaza se encontró con un joven muchacho sentado. El adolescente  estaba compenetrado en la tarea de envolver una especie de tabaco en un pequeño papelito. Sus temblorosos dedos moldearon con maestría esa picadura seca, vibrando de ansiedad mientras lo enrollaba. Enseguida lo presionó con sus labios y ahí lo encendió. Luego se reclinó relajado hacia atrás suspirando de placer por el nauseabundo aire que invadía sus pulmones. El hombre maduro se sentó a un lado y azorado contempló las rastras que conformaban su cabellera y la colorida vestimenta. Ante el humo exhalado disolviéndose en el viento, le preguntó:

- Decime, pibe… ¿De verdad te agrada ese apestoso olor?

El joven lo miró un poco molesto, y mientras abría una lata de cerveza, le respondió:

- Esto es lo más bello del mundo… el humito este me hace volar, volar y volar en medio de la felicidad plena… ¿me entendés, viejito curioso?

- Y bueno… gustos son gustos, pibe. ¡A mí me parece horripilante!

- ¡Aaah viejito! ¿Qué sabrás vos de volar? ¡Qué cuernos podés saber vos que es un “paco”, un “raviol” o una pastillita de “éxtasis”! Mirá… yo no me banco a nadie ni a nada, y vos no tenés idea de cómo se vive hoy. ¡Hay que volar! ¡Volar y chau, nada más!

- A mi edad, pibe,  te puedo asegurar que sé bastante sobre la vida. Y ya que hablás de volar, te voy a comentar algo que seguro te resultará interesante como un ejemplo para vos y para cualquier ser humano: Prestá un poco de atención cuando aparezcan las gaviotas en la próxima primavera buscando un cálido lugar, si te fijás verás que vuelan en forma de  "V".

- ¿Y a mí qué? ¿Qué tengo que ver yo con esos pajarracos?

- Vos nada, pibe. Sólo pretendo darte un ejemplo de cómo, a través del comportamiento de las gaviotas,  se puede convivir entre nosotros, entre toda la gente, la familia, la sociedad…

El muchacho se sonrió burlonamente y con gestos de indiferencia continuó saboreando su porro y la birra, mientras solo murmuró:

- ¿Todos juntos?... Jajaja…

- Sí, muchachito, seguramente te preguntarás porqué esas aves vuelan así… ¿no? Y tiene una certera explicación: resulta que la bandada entera aumenta en  un gran porcentaje el alcance del vuelo con relación al de un pájaro volando solo… ¡algo beneficioso para todos! Si tenemos en cuenta que…

El joven sonriendo lo interrumpió:

- ¡Buena idea, viejo! La primera gaviota fuma hierba…  vuela a lo loco y las de atrás lo comparten, la ligan de arriba… jajaja…

- ¿Sabés qué pasa, pibe? Que al compartir la misma dirección y el sentido del grupo, les permite llegar más rápido y fácilmente al destino fijado, porque como sucede entre nosotros, ayudándonos, los logros son mucho mejores. ¿Comprendés? Pasa que si una gaviota se aparta de la formación, siente la resistencia del aire y la dificultad de volar sola, entonces como no es estúpida, rápidamente RETORNA a  la formación, para aprovechar el poder de elevación de las que van al frente. Además, son muy astutas, cuando la gaviota líder se cansa, se traslada al final de la formación mientras otra asume la delantera.

- ¡Qué bueno, qué copado, viejo! Ya entendí: cuando vea gente laborando, o que hacen una  cola o que anden volando, yo me prendo al final y me salvo… jajaja… ¡Que remen los giles!

- Mirá muchacho, hay que saber compartir el  liderazgo, respetarnos mutuamente en todo momento, compartir los problemas y los trabajos más difíciles reuniendo habilidades, experiencias y capacidades como lo hacen las gaviotas…

- Sí, sí, claro. Todos tenemos que volar… Pero que cada uno traiga su “merca”, viejo, porque yo no banco el vuelo de nadie

- Fijate vos, pibe. Cuando una gaviota se enferma, es herida o está cansada, y debe salir de la formación, otras también salen de la alineación y la acompañan para ayudarla y protegerla. Después se quedan a su lado hasta que muera o sea capaz de volar nuevamente alcanzando su bandada, o que se integre a otra formación.

- Muy acertado lo tuyo, viejito. Ya mismo me voy a buscar otra formación de gaviotas, una que no me hinche más las… ¡oootras gaviotas! Jajaja…

El hombre maduro y paciente, insistió autoconvencido, en brindar su ejemplo existencial, y prosiguió:

- La comparación con estos pájaros es muy acertada, pibe. Pensá que si hiciéramos realidad el espíritu de equipo, si a pesar de las diferencias pudiéramos conformar un grupo humano para afrontar todo tipo de situaciones entendiendo el verdadero valor de la amistad, Y si llegásemos a ser conscientes del sentimiento de compartir la vida sería más simple, y el vuelo de los años sería más placentero… ¡Sería un mundo maravilloso!

Embargado por el propio sentido de sus palabras, el hombre pareció cerrar sus ojos y con las manos en alto como dirigiéndose al Supremo, prosiguió.

- Entendeme bien lo que te digo pibe: Si nos mantenemos  uno al lado del otro, apoyándonos y acompañándonos, ¡seremos mucho mejores personas!

Girando su cuerpo en ese momento, emocionado, dice:

- ¡Venga un fuerte abrazo!

Y la mujer que estaba a su lado, ofuscada, le gritó:

- ¡¿Qué le pasa viejo degenerado?! ¡¿Quién es usted para abrazarme a mí?!

- No, no, nada, nadie,  disculpame muchacha… Yo le estaba diciendo al chico que recién estaba aquí… le hablaba sobre una reflexión de vida...

- Ese vaguito hace rato que se fue. Me parece que usted estuvo hablando al divino botón, o sea gastando pólvora en chimangos. Mientras un joven así esté consumiendo porquerías, birra, paco  y porros, difícilmente pueda entender algo. Tienen la mente en blanco.

- En verdad eso ya lo sabía, -agregó el viejo.- no es la primera vez que me sucede con estos chicos… pero no puedo dejar de insistir. Pasa que estoy consumiendo mis últimos tiempos, no soy inmortal. He tenido una vida muy dura y hasta en un accidente perdí a un hijo muy joven… algo que me pesa mucho. Además nunca planté un árbol ni tampoco escribí un libro. Entonces no quisiera partir sin dejar, al menos, un sano consejo que haga reaccionar a estos pibes que hoy le vienen errando tan feo al camino…

- Lo lamento mucho, señor. Yo estoy por culminar los estudios de psicología, y por otro lado me gusta mucho escribir… si usted quisiera yo podría tomar nota de alguno de sus mensajes y divulgarlo en cada oportunidad que se presente… ¿qué le parece?

El anciano se acomodó en el banco como relajando su cansino cuerpo y le respondió:

- Bueno, como no sé si volveré a ver a Juan Manuel estaría bárbaro que le llegara mi mensaje…

- ¿Juan Manuel, dijo? ¿De quién me habla?

- Ah, disculpáme. Es mi hijo que hace 39 años que no lo tengo. Tal vez me encuentre con él muy prontito.

- Entiendo. ¿Y qué le gustaría decirle?

- ¡Tantas, tantas cosas! Fueron muchísimos, demasiados silencios los que fui guardando… Creo que me faltó la oportunidad de hacerle notar que yo siempre estuve de su lado. Me hubiese gustado hablarle sobre sus problemas y los retos de la vida cotidiana, sobre el futuro, la honestidad, la noche, las buenas y las malas compañías, sobre el alcohol o las drogas, porque él sí me hubiese escuchado…

El hombre visiblemente emocionado iba entrecortando sus palabras. La joven acarició sus manos y acotó:

- Seguro que su hijo lo está oyendo, sus palabras tienen un peso especial por el simple hecho de ser usted quien le habla. No deje de hacerlo. Si él no escuchara sus palabras ahora las sentirá más tarde, y lo buscará para hablar y de no ser así, cuando pase el tiempo, cuando se enfrente personalmente reconocerá que usted estuvo siempre a su lado, que lo quiso ayudar, que lo hizo de la mejor manera que pudo, que le importó y él se acercará para darle un abrazo fuertísimo.

Al tiempo que el anciano agradecía sus palabras de aliento, reapareció el adolescente que se había retirado. Carcajada mediante se dirigió a la joven:

- ¡Qué suerte tenés nena! Te enganchó el viejo para hacerte el verso de las gaviotas…

- ¡Pobre de vos! El señor le está hablando a su hijo, un hijo que está en mejores condiciones que las tuyas.

- Jajaja… ¿Pero dónde está su hijo? ¿También se borró de aquí?

El hombre abatido, lo miró complacientemente y le esbozó unas palabras:

- Muchacho… a mi hijo lo tengo estampado en el alma, marcado a fuego. Espero que vos ya no pierdas tiempo en mantenerte en el ajetreo de las fantasías, poné tus esfuerzos en generar verdadero valor. En lugar de mantener las apariencias y simular ser alguien que en realidad no sos, descubrí maneras de exteriorizar esa persona genuina, única y buena que sos…

- Y la voz del anciano se fue desvaneciendo hasta enmudecer… El adolescente azorado lo observó fijamente y exclamó:

- Me parece que…. ¡El viejito voló!

- Voló, claro que voló,-agregó conmovida la joven- la ola del destino arrebató su corazón. Voló en el torbellino del aire, estremecido por una pasión a través del infinito, hacia un encuentro feliz, para hablar y abrazarse  con su hijo.

El muchacho titubeando solo pudo balbucear “¡Qué garrón!”… Encendió un porro y reinició su camino rumbo a…  la incertidumbre de la nada.

 

Autor: © Edgardo González. Buenos Aires, República Argentina.

 “Cuando la pluma se agita en manos de un escritor, siempre se remueve algún polvillo de su alm                  a”.

ciegotayc@yahoo.com.ar

 

 

 

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                   Suele decirse que la tierra huele el mejor aroma de la esperanza  cuando el césped surge fresco después de una lluvia. Bajo ese ambiente cubierto por el pálido cielo de marzo y un viento suave que disipaba el recuerdo estival, deambulaba un anciano que cada tanto alzaba una mano rozando los exiguos cabellos canos, al igual que su barba. Sus lentos pies parecían pedir consentimiento entre sí para caminar mientras iban dejando atrás un elocuente halo de la pérdida de tantas cosas, de aquellas que apenas podía recordar en esos momentos. Así sostenía que la decadencia dormía pacientemente bajo su piel, mientras la esperanza pendía de sus hombros. No sabía bien  adonde iba, aunque sí sabía que un día, no muy lejano,  todo terminaría.

Al cruzar la plaza se encontró con un joven muchacho sentado. El adolescente  estaba compenetrado en la tarea de envolver una especie de tabaco en un pequeño papelito. Sus temblorosos dedos moldearon con maestría esa picadura seca, vibrando de ansiedad mientras lo enrollaba. Enseguida lo presionó con sus labios y ahí lo encendió. Luego se reclinó relajado hacia atrás suspirando de placer por el nauseabundo aire que invadía sus pulmones. El hombre maduro se sentó a un lado y azorado contempló las rastas que conformaban su cabellera y la colorida vestimenta. Ante el humo exhalado disolviéndose en el viento, le preguntó:

- Decime, pibe… ¿De verdad te agrada ese apestoso olor?

El joven lo miró un poco molesto, y mientras abría una lata de cerveza, le respondió:

- Esto es lo más bello del mundo… el humito este me hace volar, volar y volar en medio de la felicidad plena… ¿me entendés, viejito curioso?

- Y bueno… gustos son gustos, pibe. ¡A mí me parece horripilante!

- ¡Aaah viejito! ¿Qué sabrás vos de volar? ¡Qué cuernos podés saber vos que es un “paco”, un “raviol” o una pastillita de “éxtasis”! Mirá… yo no me banco a nadie ni a nada, y vos no tenés idea de cómo se vive hoy. ¡Hay que volar! ¡Volar y chau, nada más!

- A mi edad, pibe,  te puedo asegurar que sé bastante sobre la vida. Y ya que hablás de volar, te voy a comentar algo que seguro te resultará interesante como un ejemplo para vos y para cualquier ser humano: Prestá un poco de atención cuando aparezcan las gaviotas en la próxima primavera buscando un cálido lugar, si te fijás verás que vuelan en forma de  "V".

- ¿Y a mí qué? ¿Qué tengo que ver yo con esos pajarracos?

- Vos nada, pibe. Sólo pretendo darte un ejemplo de cómo, a través del comportamiento de las gaviotas,  se puede convivir entre nosotros, entre toda la gente, la familia, la sociedad…

El muchacho se sonrió burlonamente y con gestos de indiferencia continuó saboreando su porro y la birra, mientras solo murmuró:

- ¿Todos juntos?... Jajaja…

- Sí, muchachito, seguramente te preguntarás porqué esas aves vuelan así… ¿no? Y tiene una certera explicación: resulta que la bandada entera aumenta en  un gran porcentaje el alcance del vuelo con relación al de un pájaro volando solo… ¡algo beneficioso para todos! Si tenemos en cuenta que…

El joven sonriendo lo interrumpió:

- ¡Buena idea, viejo! La primera gaviota fuma hierba…  vuela a lo loco y las de atrás lo comparten, la ligan de arriba… jajaja…

- ¿Sabés qué pasa, pibe? Que al compartir la misma dirección y el sentido del grupo, les permite llegar más rápido y fácilmente al destino fijado, porque como sucede entre nosotros, ayudándonos, los logros son mucho mejores. ¿Comprendés? Pasa que si una gaviota se aparta de la formación, siente la resistencia del aire y la dificultad de volar sola, entonces como no es estúpida, rápidamente RETORNA a  la formación, para aprovechar el poder de elevación de las que van al frente. Además, son muy astutas, cuando la gaviota líder se cansa, se traslada al final de la formación mientras otra asume la delantera.

- ¡Qué bueno, qué copado, viejo! Ya entendí: cuando vea gente laborando, o que hacen una  cola o que anden volando, yo me prendo al final y me salvo… jajaja… ¡Que remen los giles!

- Mirá muchacho, hay que saber compartir el  liderazgo, respetarnos mutuamente en todo momento, compartir los problemas y los trabajos más difíciles reuniendo habilidades, experiencias y capacidades como lo hacen las gaviotas…

- Sí, sí, claro. Todos tenemos que volar… Pero que cada uno traiga su “merca”, viejo, porque yo no banco el vuelo de nadie

- Fijate vos, pibe. Cuando una gaviota se enferma, es herida o está cansada, y debe salir de la formación, otras también salen de la alineación y la acompañan para ayudarla y protegerla. Después se quedan a su lado hasta que muera o sea capaz de volar nuevamente alcanzando su bandada, o que se integre a otra formación.

- Muy acertado lo tuyo, viejito. Ya mismo me voy a buscar otra formación de gaviotas, una que no me hinche más las… ¡oootras gaviotas! Jajaja…

El hombre maduro y paciente, insistió autoconvencido, en brindar su ejemplo existencial, y prosiguió:

- La comparación con estos pájaros es muy acertada, pibe. Pensá que si hiciéramos realidad el espíritu de equipo, si a pesar de las diferencias pudiéramos conformar un grupo humano para afrontar todo tipo de situaciones entendiendo el verdadero valor de la amistad, Y si llegásemos a ser conscientes del sentimiento de compartir la vida sería más simple, y el vuelo de los años sería más placentero… ¡Sería un mundo maravilloso!

Embargado por el propio sentido de sus palabras, el hombre pareció cerrar sus ojos y con las manos en alto como dirigiéndose al Supremo, prosiguió.

- Entendeme bien lo que te digo pibe: Si nos mantenemos  uno al lado del otro, apoyándonos y acompañándonos, ¡seremos mucho mejores personas!

Girando su cuerpo en ese momento, emocionado, dice:

- ¡Venga un fuerte abrazo!

Y la mujer que estaba a su lado, ofuscada, le gritó:

- ¡¿Qué le pasa viejo degenerado?! ¡¿Quién es usted para abrazarme a mí?!

- No, no, nada, nadie,  disculpame muchacha… Yo le estaba diciendo al chico que recién estaba aquí… le hablaba sobre una reflexión de vida...

- Ese vaguito hace rato que se fue. Me parece que usted estuvo hablando al divino botón, o sea gastando pólvora en chimangos. Mientras un joven así esté consumiendo porquerías, birra, paco  y porros, difícilmente pueda entender algo. Tienen la mente en blanco.

- En verdad eso ya lo sabía, -agregó el viejo.- no es la primera vez que me sucede con estos chicos… pero no puedo dejar de insistir. Pasa que estoy consumiendo mis últimos tiempos, no soy inmortal. He tenido una vida muy dura y hasta en un accidente perdí a un hijo muy joven… algo que me pesa mucho. Además nunca planté un árbol ni tampoco escribí un libro. Entonces no quisiera partir sin dejar, al menos, un sano consejo que haga reaccionar a estos pibes que hoy le vienen errando tan feo al camino…

- Lo lamento mucho, señor. Yo estoy por culminar los estudios de psicología, y por otro lado me gusta mucho escribir… si usted quisiera yo podría tomar nota de alguno de sus mensajes y divulgarlo en cada oportunidad que se presente… ¿qué le parece?

El anciano se acomodó en el banco como relajando su cansino cuerpo y le respondió:

- Bueno, como no sé si volveré a ver a Juan Manuel estaría bárbaro que le llegara mi mensaje…

- ¿Juan Manuel, dijo? ¿De quién me habla?

- Ah, disculpáme. Es mi hijo que hace 39 años que no lo tengo. Tal vez me encuentre con él muy prontito.

- Entiendo. ¿Y qué le gustaría decirle?

- ¡Tantas, tantas cosas! Fueron muchísimos, demasiados silencios los que fui guardando… Creo que me faltó la oportunidad de hacerle notar que yo siempre estuve de su lado. Me huviese gustado hablarle sobre sus problemas y los retos de la vida cotidiana, sobre el futuro, la honestidad, la noche, las buenas y las malas compañías, sobre el alcohol o las drogas, porque él sí me huviese escuchado…

El hombre visiblemente emocionado iba entrecortando sus palabras. La joven acarició sus manos y acotó:

- Seguro que su hijo lo está oyendo, sus palabras tienen un peso especial por el simple hecho de ser usted quien le habla. No deje de hacerlo. Si él no escuchara sus palabras ahora las sentirá más tarde, y lo buscará para hablar y de no ser así, cuando pase el tiempo, cuando se enfrente personalmente reconocerá que usted estuvo siempre a su lado, que lo quiso ayudar, que lo hizo de la mejor manera que pudo, que le importó y él se acercará para darle un abrazo fuertísimo.

Al tiempo que el anciano agradecía sus palabras de aliento, reapareció el adolescente que se había retirado. Carcajada mediante se dirigió a la joven:

- ¡Qué suerte tenés nena! Te enganchó el viejo para hacerte el verso de las gaviotas…

- ¡Pobre de vos! El señor le está hablando a su hijo, un hijo que está en mejores condiciones que las tuyas.

- Jajaja… ¿Pero dónde está su hijo? ¿También se borró de aquí?

El hombre abatido, lo miró complacientemente y le esbozó unas palabras:

- Muchacho… a mi hijo lo tengo estampado en el alma, marcado a fuego. Espero que vos ya no pierdas tiempo en mantenerte en el ajetreo de las fantasías, poné tus esfuerzos en generar verdadero valor. En lugar de mantener las apariencias y simular ser alguien que en realidad no sos, descubrí maneras de exteriorizar esa persona genuina, única y buena que sos…

- Y la voz del anciano se fue desvaneciendo hasta enmudecer… El adolescente azorado lo observó fijamente y exclamó:

- Me parece que…. ¡El viejito voló!

- Voló, claro que voló,-agregó conmovida la joven- la ola del destino arrebató su corazón. Voló en el torbellino del aire, estremecido por una pasión a través del infinito, hacia un encuentro feliz, para hablar y abrazarse  con su hijo.

El muchacho titubeando solo pudo balbucear “¡Qué garrón!”… Encendió un porro y reinició su camino rumbo a…  la incertidumbre de la nada.

 

Autor: © Edgardo González. Buenos Aires, República Argentina.

 “Cuando la pluma se agita en manos de un escritor, siempre se remueve algún polvillo de su alm                  a”.

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