Las palomas de San Jerónimo
¡Oh hijas de Jerusalén!, os
conjuro por las
ligeras corzas y ciervos de
los campos, que
no despertéis el sueño a mi
amada,
hasta que ella quiera.
El
Cantar de los cantares
La bella región boscosa de
la Sierra Nevada, Puerto del Aire y Río Frío iba quedando atrás, lo mismo que
la mañana gélida, el jueves 4, cuando el autobús descendía por la autopista
México-Puebla, aún en las estribaciones
del Iztaccíhuatl. En un día nublado y ya con la presencia del “smog” de la
capital, la majestuosa montaña, sin embargo, podía admirarse en la lejanía con
un manto de blancura, semejante a un lienzo puesto ahí para resguardar el
reposo de la mujer dormida. Y más al sur, en el lejano confín de un cuadro
efímero, se alzaba el Popo inseparable; el viejo y enigmático Popocatépetl,
coronado en ese momento por una fumarola juguetona.
El viaje transcurre apacible
y llevadero, pese a que ha sobrepasado las 18 horas: la ocupación no llegaba a
la mitad y el interior de la unidad era muy confortable por el calorcillo
relajante y la música romántica que se escuchaba en la radio; “música del
recuerdo”, más exactamente, en atención a las peticiones del auditorio. Apunto
de llegar al medio día el conductor del programa indicaba que eran las 11:54 y
la temperatura en la ciudad de México de 16 grados centígrados--, se anunció la
melodía De corazón a corazón, interpretada por Gaby Daltas.
La dedicatoria era para José
Carlos Castro Urbina en su cumpleaños, a
nombre de Yolanda su esposa, siete hijos, tres nueras, tres yernos y nueve
nietos; es decir, una típica familia mexicana de mediados del siglo XX. Con las
suaves notas de la orquesta y la letra llena de inspiración, tan propias de
aquellos tiempos, la mente era substraída y llevada por la senda de los
recuerdos. Mientras tanto, desde el exterior llegaba una atractiva muestra del colorido de otoño, extendido por el campo
en manchones de caprichosa armonía: pinceladas de rosado de pequeños girasoles;
blanco de las margaritas y amarillo de la Santamaría, y entre pastizales
dorados mecidos por el viento, la presencia alegre de la siempre-viva.
El viajero escucha (Hoy
tengo que partir / con la esperanza de tornar / de corazón a corazón/ te digo
que te quiero), mira reverente las sencillas obras de la naturaleza, y
recuerda:
En la plenitud de su vida
llegó a Chetumal por primera vez Esther Zuno de Echeverría, esposa del
candidato del PRI a la presidencia, a quien acompañaba en gira por el Sureste.
Era el 16 de febrero de 1970, cuando, recién concluido el mitin en la Explanada
de la Bandera, y ya instalada en su habitación en la planta alta del palacio de
gobierno, atendió la llamada del corresponsal de Excelsior (2) y le hizo saber
sus impresiones de la jornada.
¿Qué más puedo decirle? Me
encuentro muy satisfecha por el cálido recibimiento que le han dado a Luís y
por el apoyo que están brindando a su candidatura, dijo al principio de una
amena charla. Luego emitió un prolongado suspiro y se refirió a la nobleza del
pueblo de Quintana Roo y a su buena fortuna, como esposa del licenciado
Echeverría.
Otro contacto directo del
reportero con la señora Echeverría tuvo lugar en Cancún, durante la visita del
sha de Irán, en mayo de 1975. Fue en esa ocasión cuando la suerte permitió al
periodista convivir con el presidente y su esposa por espacio de 15 minutos, en
la playa y jardines del hotel Cancún Caribe, prácticamente en la privacidad tan
poco frecuente para el matrimonio Echeverría-Zuno (3)
Al margen del despacho de
prensa redactado ese día, al reportero
le quedó la impresión de que había conocido a un matrimonio ejemplar, de los que, por fortuna,
aún había muchos en México (en el 85 y al concluir el siglo). Se trata de
aquellas uniones concebidas para toda la vida; de profundas raíces en el tiempo,
que han podido resistir las embestidas contra los valores de la familia, tan
vulnerados por el mundo moderno.
Y si ahora es de admirar la
unión exitosa del hombre y la mujer, prescindiendo de la ley por la cual se
hayan convertido en esposos, es por que siempre fue reconocido tan alto merecimiento.
Un bello ejemplo de lo anterior, son los diálogos poéticos que la Biblia nos
ofrece en El cantar de los cantares, atribuidos a David y a Salomón y
compuestos para interpretarse durante los siete días de las bodas hebreas. En
ellos se lee:
Esposos. ¡Oh y qué hermosa
eres, amiga mía!, ¡cuán bella eres! Son tus ojos vivos y brillantes como
los de la paloma. (I.14)
Esposa. Tú si, amado mío,
que eres el hermoso y el agraciado. Esposo y Esposa. De flores es nuestro
lecho, (I:15) de cedro las vigas de nuestra habitaciones, y de ciprés sus artesonados. (I:16)
El descenso de la sierra
terminaba y la llanura salpicada de parcelas, unas a punto de cultivo, otras en
reposo, anunciaban que la ciudad estaba cerca; de modo que la meditación
comenzó a diluirse y las ideas se esfumaban hasta sus últimos elementos, los
más recurrentes, lo que extrañamente iban a tener un gran simbolismo en
los sucesos de los siguientes días:
flores, frutas, palomas... girasoles, palomas... frutas... flores. Vida, amor y
muerte.
Despuntan las flores en
nuestra tierra; llegó el tiempo de la poda; el arrullo de la tórtola se ha oído
ya en nuestros campos. (11;12)
Cuando se traspasa las
estancias de trabajo del licenciado Echeverría y se tiene acceso al recinto
familiar, se cruza habitualmente por una discreta puerta, a la que se ha
llegado por un pasillo y varios escalones; es decir, un espacio tal vez
concebido así por el arquitecto Moctezuma para restarle importancia, y preparar
al visitante para lo que verá al pasar bajo el umbral.
Echeverría-Zuno, con la
estancia principal al fondo. De inmediato se advierte un concepto
arquitectónico de estilo clásico mexicano, sin lujos ni rebuscamientos; sin
elementos extraños, ni en la construcción ni en el decorado. El piso es de madera
barnizada, los muros de estuco pintados de blanco y, al fondo y a la derecha
grandes ventanales, través de los cuales puede verse un espacioso jardín. Hay
una gran mesa redonda y un precioso ante comedor laqueado, rebosante de flores
y frutas multicolores, obra de incalculable valor dentro de la artesanía
mexicana. Destaca asimismo un tigre forrado de cuentecillas dispuestas con el
colorido y filigrana que solo pueden lograr los virtuosos nativos del norte de
Jalisco. Y en la panza del mismo tigre, nunca faltan los deliciosos dulces de
todas las regiones de México, que finalmente son el postre imprescindible, con
el que son obsequiados los comensales de la mesa de los Echeverría.
En el centro de la estancia
se halla la chimenea, en una bien lograda armonía con los demás elementos y las
recias vigas de madera que sostienen el amplio recinto, pero en sí misma, no
pasaría de ser un objeto más dentro del conjunto habitacional. No obstante,
sobre el repisón de cantera, destaca una llamativa colección de figurillas
artesanales que representan a la paloma. Son de barro, vidrio, madera y otros
materiales, y que forman, sin lugar a dudas un conjunto único en su género. Son
las palomas de San Jerónimo, y sobre ellas emerge un magistral retrato al óleo
de María Esther, la esposa de Luís Echeverría. El lienzo, al igual que los de
Siqueiros, Rivera y Orozco, es de Salvador Almaraz.
Completa este sugestivo
conjunto alegórico, un gran árbol de la vida, la mundialmente famosa pieza
artesanal hecha en el pueblo de Metepec, cerca de Toluca. En él cual
simbolizada el misterio de nuestra propia existencia por medio de sencillas
imágenes de ángeles y diablos, de Adán y Eva, de las virtudes y los pecados;
esto es, del bien y del mal. También hay flores y frutos, aves y reptiles,
laureles y espinas, tal como ocurre en este valle de lágrimas.
A corta distancia de ahí, a
donde se llega por un atractivo andador cubierto, adornado con plantas, flores
y más objetos de arte forjados por hábiles manos mexicanas, está la habitación
de doña María Esther, quien ahora reposa en su lecho de enferma.
“... no despertéis, ni
interrumpáis el sueño de mi amada, hasta que ella quiera”. (III:5)
Fragmento del libro De
Quintana Roo a San Jerónimo, inédito.- Nota de 2013:
Autor: Francisco Bautista Pérez. Chetumal, Quintana Roo,
México.