LAS TRES CRUCES.
_¡Llamen a la policía!… Por favor… ¡Ayúdenme!
Los gritos se alejaban cada vez más, mientras Santi
ganaba carrera, con un monedero hurtado escondido en su campera raída y vieja.
Asustado, y muy agitado, encontró unas rejas
entreabiertas para traspasar con desesperación. Ingresó en forma repentina, a
un gran patio, mientras un grupo coral emitía sus cánticos que susurraban por los aires con la brisa. El
patio de la parroquia, era muy amplio, y detrás del césped recién cortado, se
erguían majestuosas, de importante tamaño, tres
cruces, con gran imponencia.
Noemí, había terminado ya esa tarde, las tareas del
hogar. Se peinó, dejó su delantal, y tomando su bolso, con entusiasmo se
encaminó hacia la parroquia.
Su Fe era inmensa… No concebía el vivir sin la entrega
y devoción al Señor la mayoría de las tardes…
Marquito, luego de la leche, marchaba por esas horas
hacia la parroquia para las clases de catequesis. Debía reunirse con su
catequista y los nuevos amiguitos. Esto le provocaba entusiasmo porque le
contaban historias increíbles relatadas como cuentos.
El ocaso era muy caluroso… y Noemí se hincó en el
banco a rezar un rosario dedicado a
Jesús, agradeciendo la alegría que le había provocado el nacimiento de un nuevo
nietito.
Santi comenzó a caminar lentamente por el patio… los
cánticos sacros lo intimidaron. Lo embargaba, cada vez más, una emoción
inusual. El monedero le quemaba en sus
bolsillos. Las imágenes de las cruces recortadas sobre el cielo vespertino le
infundían un respeto mágico.
Se acercó y llegando a la más alta, la central, no
pudo evitar un derrame de lágrimas sobre sus mejillas, cayendo bruscamente de
rodillas al pie de la cruz.
Encogido y en llantos espasmódicos, sacó el monedero,
y lo arrojó entre los pastos con arrepentimiento desesperado…
_¡Por favor… perdóname!… yo no quería… -su llanto era
incontenible.
Mientras la tarde moría, dejando entrar a la noche
veraniega, Marquito, buscando a su grupo de catecismo, salió al gran patio
dirigiéndose hacia las aulas. Le llamó mucho la atención ver a ese joven,
arrodillado sobre la gran Cruz central, en amplia congoja. Se acercó
prudente a escuchar.
_Solo te pido Dios mío que me des un trabajo… no lo
voy a hacer más… -balbuceaba, mientras los espasmos se lo permitían…
Afligido, Marquito corrió hacia el Salón Parroquial.
El Ave María explotaba armónico y majestuoso en todos los espacios del predio
religioso.
Noemí, de rodillas y afanosa, con el rosario
tembloroso entre sus manos, plétora de intensa Fe miraba azorada el crucifijo
del altar. No pudo evitar captar al niño pálido y angustiado que ingresaba
corriendo… acercándose hacia ella.
_Perdón, disculpe señora, pero hay un señor que llora,
que está muy mal… ¡allá afuera arrodillado en
las cruces del patio!
Noemí, junto al niño, se acercaron a Santi.
Los cánticos pronunciados invadían todo el aire
respirado.
_Señor… Discúlpeme, usted… ¿No es el jardinero, que le
hizo todo el trabajo a mi hermana en el barrio La Merced?
Santi, abrumado, con los ojos cubiertos de lágrimas
miró a la mujer, que lo observaba sonriente y en actitud receptiva. Marquito
permanecía sorprendido entre los dos.
_Si… creo que si… Buenas tardes, bah, buenas noches,
señora. -Dijo abrumado-
_Ay, ¡qué alegría!... Justo estaba buscándolo y no
sabíamos dónde encontrarlo. Necesito urgente un trabajo grande en mi finca… y
me apremia contratarlo… Bueno, no se si dispone de tiempo… Lo encuentro muy
angustiado. ¿Le sucede algo?
Santi giró sus ojos hacia la gran Cruz… y no podía
evitar el temblor de sus piernas…
_Mire, Don, acá tengo un dinero, que le puedo
adelantar. -Aducía mientras sacaba de su bolso, contenta, con absoluta
confianza en el hombre recién encontrado, un rollito de billetes.
Marquito, observaba el rostro ahora luminoso del pobre
hombre.
_¡Marquitoooo! -Desde las aulas, reprendía el
catequista…- ¿Dónde estabas?...
_Disculpe, José, estaba en clases prácticas…
_¿Prácticas?
_Si, José… De Caridad, de una gran Esperanza… y mucha
¡mucha Fe!
Autora: Dra. Renée Adriana Escape. Mendoza, Argentina