Él y la nostalgia…

 

Eran tan doradas las olas con el reflejo del poniente… que lograban iluminar las rocas del acantilado y los bordes costeros.

El mar fundido con el cielo perdidos ambos en un azul increíble, atraían como un imán.

Imposible despegar la mirada sobre el incesante ritmo de un mar inquieto. Los banderines rojos del peligro, flameaban al compás de la brisa serena, fría y de una humedad intensa y salobre.

Martín con sus codos apoyados sobre el brocal, estaba subyugado y confundido con el crepúsculo agónico.

La terraza de Viña del Mar, sonaba su ajetreo murmurante y alegre, producto de los incansables peatones divertidos y curiosos de las ferias artesanales. La mirada melancólica de Martín, estaba pintada también por los tonos que el sol deseaba marcar, antes de dormirse adentrándose en la infinitud del océano.

Ahora te vas, mi querida.

¿Ahora cuando las caracolas pueblan tus cabellos?

Las perlas de tu sonrisa iré de extrañar…

Y tus níveas manos ya no me han de acariciar.

¿Serán tus enormes ojos verdes, los que me pierden en el soñar?

Quizás sean tus lágrimas, las del adiós, aquellas… ¿Las que trémulas me hacen temblar?

El poema de la ensoñación de Martín, brincaba en sus pensamientos tristes. A lo lejos el Elizabeth Queen, se desplazaba suave sobre la oscuridad de los mares más recónditos.

El balcón, soportaba los embates del sollozante hombre angustiado. ¿Es que los recuerdos nostálgicos no acaban jamás?...

Susy, se acercó al verlo algo compungido. Costó que su padre respondiera a sus inquisiciones. Ella le recordó la necesidad pronta de volver al hotel…Había que preparar las valijas, para la partida al amanecer.

Martín asintió, y suplicó por unos minutos mas, cobijado por un murallón del Museo Naval, que lo protegía de la brisa, ahora más fría.

Susy, se despidió de él con un beso en la mejilla, y adujo esperarlo en el hotel. Estaba acostumbrada… Todos los años era rutina. Era la despedida de su padre. Era su anual saludo al mar… hasta el próximo año.

El hombre no se dio cuenta, como la concurrida terraza se iba despoblando poco a poco. Ni cuando las gaviotas, cesaron sus graznidos… Él y el rugido de un mar algo violento por la luna influyente muy reflejada en sus aguas agitadas.

Ella, estaba dibujada en el cielo. Sus cabellos también se alborotaban con el viento nocturno. Le sonreía con el nácar de su boca jugosa. Sus enormes ojos muy verdes, reflejaban ahora la luna iluminada. Martín no pudo dejar de preguntarle… el por qué de su partida aquella vez. No pudo apagar su alma abrumada y ardiente por el dolor.

La melancolía de no haberla retenido antes de su partida… Aunque sea para transcurrir y permanecer juntos… unidos en la vida.

Las caracolas continuaban en sus cabellos en movimiento… y su dulzura le atraía junto a su exquisito aroma marino.

Una suave música romántica instrumental sonaba por los aires frescos y perfumados, enmarcando los momentos intensos. Las piedras cubiertas de musgo resbaloso, seguían siendo acariciadas por las frías aguas algo violentas.

La noche estaba instalada con su manto frío, el de las costas chilenas. La magia de un cielo estrellado, con la luna erigida en su esplendor soberbio, y la espuma de las olas sobre la arena apoltronada entre las costas rocosas, daban una imagen bellísima en ese instante nocturno.

El croquis del museo de piedra, había perdido sus pinceladas doradas, y ahora estaba tachonado por los plateados rayos lunares.

Martín era una sinfonía más en el ritmo marino… Alzó sus manos, para alcanzar los cabellos de su amada. Sus ojos quedaron atrapados por el reflejo de la noche encantada sobre los de su querida. Susy, esperó en vano. Ningún reclamo… fue atendido. Ahora no sería posible una partida obligada ni planeada. Solo una… la de su padre, junto a su fulgurante sentimiento… el de la nostalgia anhelada.

Octubre 2012.

 

Autora: Dra. Renée Adriana Escape. Mendoza, Argentina

rene.escape@gmail.              com

 

 

 

Regresar.