UN PASAJE POR LA VIDA.

 

CAPÍTULO I – UN PASAJE POR LA VIDA.

Estaba sentada en el descanso de la escalera.

Su rubia cabeza se veía tenuemente en la oscuridad con un viso plateado por un rayo furtivo de la pícara luna. Ésta atravesaba la roseta de vitraux del techo de la planta superior.

Se encontraba inclinada y apoyada sobre uno de los parantes de las balaustradas de las barandas de la escalera de madera. Sus ojos giraban tratando de recorrer los dos pisos y de esa manera recordar las vivencias de aquellos años, años tan diferentes distribuidos en ambientes humanos muy peculiares.

Esa mansión, se usaba los últimos tiempos, como prestadora de salud. Se efectuaba servicios de salud a los integrantes de una Cooperativa de Transportes.

Cuando se encontraba inmersa en los tristes pensamientos, fue abruptamente interrumpida por una conocida voz que provenía suavemente de la planta superior:

- Sirene... Sirene... -llamaba como un susurro.

Sirene se incorporó tímidamente reconociendo esa voz que le traía recuerdos del pasado, Merina se aproximó y le transmitió a Sirene que le invadía a ella la misma percepción y la misma sensación nostálgica  estos últimos días. Las dos tomaron asiento en la amplia sala de espera, de los consultorios pertenecientes a la planta superior, mientras apreciaban los hermosos cristales de vivos colores que esa noche permitían percibir a la caprichosa luna llena, apoyando sus rayos  sutiles sobre los cristales de la hermosa roseta del techo.

Había evidentemente algo especial para que aquellas almas se reunieran esa noche, el ambiente estaba tibio, pero ellas sentían frío.

Sirene no quería existir, ya estaba cansada, con un cansancio muy especial que le otorgaba la sensación de no ser un espíritu libre, sino que por el contrario estaba atada a esa casa por años, vaya a saber cuántos.

 Realmente Sirene debía cumplir alguna misión que todavía no había descubierto.

Merina observaba con tristeza y ternura cómo Sirene estaba envuelta en un conflicto y que debía dejarla sola... era necesario dejar que los ángeles resolvieran ayudarla.

Probablemente ella se encargaría de llamarlos a través de un ruego superior, pediría  el poder de acudir a proteger al edificio tan cargado de maldades y  almas sufrientes. Además, Sirene debía solucionar  la intensa problemática en la que estaba inmersa.

Evidentemente se había acercado el momento de resolver esta vorágine de situaciones que ya casi los integrantes de la casa no podían sostener. Sirene quería encontrar la punta del ovillo, aquella llave que fuera capaz de abrir las puertecillas de los dilemas que habían enmarañado a un puñado de sufrientes humanos. Pero lo que Sirene tenía que tratar de descifrar eran los problemas de ella... Sí, ella...

Su querida Ana.

CAPÍTULO II -

Ana, sentía los ojos muy pesados, apenas podía abrirlos. Estaba acostada y sentía frío.

Se incorporó lentamente sentándose sobre el borde de la cama. Desde allí, contemplaba la ventana con sensación  nostálgica.

Poniéndose de pié, se acercó al ancho marco y, apoyándose en el alféizar puso su mirada absorta en el vacío.

La habitación era pequeña, con paredes de piedras grandes de color sepia oscuro. El único mobiliario consistía en un viejo roperito de nogal, la pequeña camita con desteñidas cobijas, una mesita de tres patas con una palangana y su correspondiente jarra. El piso de ladrillones apenas barridos daban mayor aspecto de pobreza al lugar.

¿Qué esperaba  Ana mirando al vacío con actitud desesperada?

Afuera, había grandes piedras del acantilado regadas por el constante juego de las aguas que incansablemente bañaban  las playas. A lo lejos el crepúsculo  mostraba el moribundo sol en el horizonte.

Las barcazas iban  llegando a la costa, una a una,  de diferentes colores. Eran escudriñadas por ella, quien no podía despegar su anhelante espíritu  del paisaje.

Él no llegaba... siempre era uno de los últimos. Ella lo sabía, por eso esperaba con paciencia...

De pronto apareció... ¡Era él!... Vestía camisa blanca desprendida en el pecho, pantalones pescadores de color negro, el cabello ralo despeinado al viento, caminaba con aire despreocupado por la playa hacia el castillo.

Ella le gritó. Le llamó con alegría y desesperación al mismo tiempo. Él la miró y le esbozó una gran sonrisa levantando sus brazos mientras agitaba un pañuelo blanco en su mano derecha.

El llanto espasmódico de ANA era inevitable, sus lágrimas nublaron sus ojos y girando bruscamente en el cuarto y abriendo la puertecilla, salió corriendo en su búsqueda, pero... Un suceso  irreparable ocurrió.

Al bajar las escaleras de piedra algo sucedió... La muerte le alcanzó sin que nada pudiera evitarlo.

Ana despertó sobresaltada y, supo que luego de ese sueño ya nada volvería a ser igual.

Como agravante, ella ya no recordaba el rostro de él...

 

CAPÍTULO III –

 Ana tenía 22 años cuando tuvo ese sueño, lo comentó a gente amiga ya que le había dejado una sensación muy extraña durante varios días.

Ya habían transcurrido algo de  10 años y Ana una noche cualquiera, afectada por un profundo cansancio entró en un desmayado sueño.  Esto le ocurrió, durante una fresca noche de otoño...

La habitación parecía ser la misma de aquellos años, apenas más penumbrosa quizás.

El mismo roperito, la misma camita, la misma angustia.

Al asomarse a la ventana sentía la misma sensación  de desasosiego vivida aquellos años de juventud durante su onirismo.

Ahora podía apreciar lo antiguo de la época, con las piedras anchas y grises tan frías y la percepción de la pobreza del castillo, con un acantilado monótono ya embriagado por el agitar constante de las aguas. A él se acercaban las barcazas danzantes pintadas de colores ordinarios, que eran amarradas una a una,  en el muelle viejo, otorgándole al lugar  una estampa triste y gris.

Se apreciaba la brisa marina invadiendo el rostro de Ana con una vivacidad increíble, el sol se ponía lentamente tratando de sellar los momentos.

Pero Ana esperaba... ella sabía lo que esperaba  o a quién esperaba.

Él llegó con aspecto despreocupado como siempre. Su camisa desprendida, sus pantalones pescadores negros y  ajustados, con su andar pausado... El rostro, ese rostro que había olvidado durante tantos años, ahora tenía expresión definida, ahora sabía de quién se trataba. También comprendió, que las cosas tomaban mayor sentido.

Despertó violentamente, con un terrible sudor que le cubría todo el cuerpo y el palpitar agitado del corazón le provocaba ahogos convulsivos.

Lo triste de esto era  que ya nunca  las cosas serían iguales, para Ana. Ya nada sería igual para nadie, al menos para los que la rodearían durante el transcurso de su vida.

 

CAPÍTULO IV -

Caminaba suavemente como era característico en Sirene, dejando su estela levemente perfumada y fresca por toda la casa.

Quería recorrer todos los espacios y tratar de encontrar alguna evidencia que le aclarara el porqué de esa angustia vividas aquellos días, y descifrar la causa del ambiente pesado, denso, como si las fuerzas malignas se estuvieran impregnando lentamente en cada rincón, en cada puerta o ventana.

Su espíritu casi cristalino poseía ojos muy grandes de color celeste mar, y sus cabellos eran suaves, largos y se desplazaban con gran movimiento en el espacio dejando destellos de color dorado. Su figura muy delgada estaba cubierta por un largo sayo muy claro, apenas azulino.

Desde la planta superior hasta el sótano, fue recorriendo palmo a palmo los sectores, no resignándose a su búsqueda.

Al llegar al salón principal lo vio... Muy alto, cabellos en continuado movimiento, muy largos, muy rubios, con ojos inmensos de color oro verdoso que le clavaban  una mirada intensa, penetrante hasta sentir que tangiblemente traspasaba su esencia. Su magnífico sayo blanco como la nieve de las montañas con el efecto de la iluminación del sol, se movía en un constante vibrar.

- Hola Sirene - le dijo... - Soy Lemiel, el ángel de Ana.

Durante muchos años no había visto otras almas desplazarse  por aquella residencia, sólo Merina la buscaba preocupada  para contenerla en alguna necesidad o ayuda.

Lemiel continuó:

- Te ayudaré a limpiar esta casa que se ha  ensuciado mucho los últimos tiempos con el andar ambicioso de los vivos… de los encarnados que transcurren por estos sitios.

Sirene sentía su ser impregnado de una sensación refrescante, una paz dulce que le estaba haciendo falta estos últimos tiempos, y acercándose a Lemiel le extendió una mirada implorante de verdadera necesidad de ayuda.

Ambas almas se dirigieron a continuar el recorrido.

Lemiel le explicó que las maldades ocurridas por los hombres durante el transcurrir del tiempo,  habían  saturado  las maderas de la casa.

Ambos observaban los ventanales tan altos  en  número de veintiocho con doble hoja y cristales repartidos con biselado en cada cuadro. Éstos permitían dar tonos tornasolados al pasaje de la luz. Las paredes llenas de molduras todas blancas habrían querido seguramente gritar las historias.

El techo del gran salón altísimo contenía travesaños de maderas de durmientes cuidadosamente lustradas. Éstas dejaban un espacio para la cadena de la inmensa araña que pendía  irrumpiendo el inmenso ámbito espacioso...

Las paredes del salón principal estaban en parte revestidas por maderas.  Las mismas habían sido absurdamente, años atrás por alguna comisión mediocre, pintadas con pintura marrón. De esta manera habían deteriorado el aspecto bello del cedro y sus vetas quedaron ocultas al igual que su perfume.

En forma de ochava había una hermosa puerta cristalero doble hoja que conducía a un salón muy grande. Éste poseía paredes revestidas también con madera hasta la mitad de su altura de cinco metros.

Sus pisos al igual que el salón principal, eran de marquetería con guardas haciendo dibujos en la madera. Pero, lo que mas llamaba  la atención, era  la gran chimenea de madera también, con profundos bajos y sobre relieves que daban un aspecto impactante.

Al fondo de este salón, al abrir la puerta doble (también cristalero), se daba  paso a una glorieta de rojas baldosas antiguas, con altísimo techo y balcón de balaustradas de cemento. Se continuaba con una escalera de cinco escalones que bajaban  al gran patio y estacionamiento.

Todos estos grandes lugares recorrían deslizándose con rapidez y facilidad. Lograron llegar a la parte de atrás de la casa que pertenecía en el pasado a la servidumbre, y más recientemente  a la enfermería...

Aquí Lemiel suspiró y se detuvo con severa actitud, comentándole a Sirene que este lugar de la casa tanto históricamente como en ese presente,   estaba  lleno de maldades.

Lemiel dijo:

- Aquí se regodearon siempre, las víboras de las murmuraciones, se cocinaron conjuros diabólicos y se configuraron rituales y encendidos de velas con bajos fines, además se lavaron y se esterilizaron materiales de cirugía para legrados ilegales durante oscuras noches de horror.  Todo esto fue apañado  por medicuchos ambiciosos y degenerados enfermeros, que también aprovechaban las situaciones procaces para sus siniestras relaciones amorosas en los consultorios de ocasión en forma muy turbulenta y amoral.

Estas noches de guardia de varios años, no fueron peores que las que este lugar tuvo que pasar a principio de siglo con la servidumbre que residía en este sector de la casa, practicándole conjuros a los habitantes desdichados de esta mansión en el pasado.

El ángel mayor continuó hablándole a Sirene:

Recordemos que esta casa fue construida en 1898 por la familia Esquívela, que a comienzos del siglo veinte tenía dos hijos. La hija de 18 años muy bella, de largos cabellos negros y tez blanca, tenía una tristeza permanente dibujada en su rostro. Quizás presentía su próxima muerte muy cerca, ya que cayó violentamente por las escaleras fracturándose el cuello de inmediato.

Su madre, una exquisita mujer de amplia cultura, deambulaba acongojada en forma permanente cruzando estos salones. Un día decidió anudar varias corbatas de su esposo a su delicado cuello y al cabezal superior de la baranda del hall de la planta superior, lanzándose al vacío por el hueco de la escalera.

Las desdichadas están perdidas en varias dimensiones y a veces lloran sus lamentos desde el sótano.

Con actitud pensativa, Sirene recordaba  haberlas visto algunos años atrás, y considerándolas almas en pena, nunca las quiso molestar.

Mirando muy fijamente a Sirene, Lemiel continuó ordenando:

-Debemos ayudarlas al igual que a otros que no ves todavía… pero que permanecen rondando por estos pisos, conectados a otros astrales de diferente densidad plasmática, son las almas que cumplieron tareas en esta institución y no se desprenden de su ambición de poder, dominio y dinero.

Debes comprender también que en esta estancia transcurrieron tanto en el pasado como en la actualidad, seres humanos con diversas actividades  laborales administrativas o profesionales.

También lo hicieron almas con padecimientos físicos, psíquicos y espirituales. Sus energías vitales oscuras dejaron y continúan dejando en estos salones y corredores su impacto negativo, en distintas profundidades.

Evidentemente nos va a llevar mucho trabajo y tiempo asear esta casa tan contaminada de basura espiritual.

 

CAPÍTULO V -

Sirene vio  con asombro cómo Lemiel giró y mostró su saya blanca nívea que parecía poseer luz propia. Así aumentó aún más su asombro, cuando percibió el acomodar sus alas inmensas con gran facilidad, sin que ellas molestaran a su ágil movimiento. Pudo ver cómo elevaba sus blancas y purísimas manos al espacio, enfocando su dirección con rigor a las paredes de la oscura enfermería, paralizando de horror a Sirene.

Se desprendían, con gritos bestiales, bichos amorfos, de colores oscuros y rojizos. Eran diablillos parecidos a pericotes, reptiles y otras alimañas. Abriendo los pesados ventanales y en exclusivo nombre Divino, los expulsó a los confines del mismo infierno.

-Todavía falta aún. Dijo Lemiel y continuó -Vamos al corredor y al salón.

Allí Sirene observó cómo acariciaba los asientos de pana roja de la sala de espera al igual que las molduras de madera de los revestimientos. En este caso emergían bacterias, virus, hongos, rostros desfigurados y pálidos tosiendo en forma disfónica, mientras que otros tomaban sus abdómenes con expresión dolorosa, y a la vez niños revoltosos corrían emitiendo alaridos vivaces colgados por las escaleras a modo de racimos y atravesando el salón golpeando las puertas cristalero.

-¡Un verdadero caos! -dijo Sirene a Lemiel.

Y, cuando todo estuvo en calma, comprendió que esa casa  sólo había  alojado al dolor y a los sufrimientos.

Mientras se continuaba con el exorcismo, y la purísima mano de Lemiel recorría los cristales de las puertas de los salones correspondientes a la dirección o a las autoridades, se veían desplazarse hombres de trajes con aspecto soberbio y petulante, que probablemente correspondían a los peri- espíritus de antiguos y corruptos directivos.

La malignidad llevaría varios procesos, de trabajo para erradicarla. Pero Sirene ya respiraba la pureza de otros aires y la sensación de paz que le daba  la bondad y la conexión con DIOS...

Lemiel se retiró con una suave sonrisa prometiendo volver pronto, dejando a Sirene pensativa, y un poco agotada.

Decidió desplazarse al piso superior donde habitualmente descansaba recostada en un sillón negro del salón de contaduría.

Cuando ascendía por las escaleras evocando los momentos vivenciados recientemente, el perfume que dejaba su andar se trastocó con el hedor tipo sulfuroso que emanaba de las paredes y del vitraux que rodeaban el contorno de la escalera.

Rostros diabólicos terriblemente malignos, con coletas, y cuerpos serpenteantes, se desprendían cayendo al vacío y saltando por los escalones alfombrados.

Estaban  emitiendo gritillos roncos, desplazando sus cornamentas y colas primitivas por los aires. Trataban de aterrorizar a algún débil o desprevenido.

Sirene, ignorándolo todo, sólo atinó a continuar con su deslizamiento hacia arriba. Esta actitud, estaba fortalecida, debido a la tranquilidad que le daba el contacto anterior con los ángeles y la Divinidad.

Los paupérrimos monstruos del bajo astral, producto de la remoción reciente de las maldades humanas, se esfumaron rápidamente al sentir la grandiosa bondad que se había extendido por el salón de abajo.

Sirene continuó con su andar, en plena paz. Permanecía con las nuevas ideas rondando sobre su purificada mente algo menos confusa. Ahora,  sabía que estaba encontrando los causales de las últimas angustias,  y lo mas importante… la posibilidad de ayudar a Ana.

 

 


CAPÍTULO VI -

En el pasado del antiguo edificio, los años  transcurrieron en medio de las tristezas que albergaban los corazones de la familia Esquívela. Fue  cuando finalmente decidieron vender la mansión.

Una institución dedicada a brindar salud, se desempeñaba como Mutual de la SAT. Dicha organización, destinada a prestar salud a una importante empresa de transportes, debía trasladarse, por razones de espacio y mejor servicio, a un lugar definitivo.

Los socios de aquellos tiempos de la Cooperativa SAT, donaron sus recaudaciones obtenidas durante la labor  de un mes, para la compra del edificio y así tener sus prestaciones sanitarias cómodamente. La Mutual “Federico Lorca”, se reinició con su característica Comisión Directiva, muy amplia de 23 miembros, con una cúpula donde el Presidente tomaba las decisiones mas importantes, situación que se extendió a través de los tiempos.

Acompañaba además, una Auditoría encargada del control del funcionamiento médico, y el evitar de los excesos en la salud.

Sin embargo,  a esta empresa le esperaba otro destino.

En aquellos tiempos, el éxito era propicio en esta cooperativa. Esta situación, fue motivo suficiente para aventar las más caprichosas ambiciones, y estimular los dormidos sentimientos corruptos de los pobres hombres débiles. La canasta era muy generosa y lo fue durante mucho tiempo, permitiendo gozar a numerosas familias de excelente bienestar por años.

Por otro lado, la mutual recibía también estos beneficios, colmando los bolsillos de directivos y rebozando de facilidades a los médicos oportunistas de ocasión.

Durante el transcurrir de los años, la gama de humanos que transitó por esa casa, fue muy variada. No todos supieron aprovechar maliciosamente, estos golpes ocasionales de suerte.

Algunos funcionarios fueron honestos, y velaron acertadamente por la salud de sus socios, luchando contra las adversidades y dificultades que esta institución generaba.

Muchos profesionales amaron sus trabajos y demostraron franca disciplina y ética, dejando a través de los tiempos un halo de atenuantes en el impacto de las paredes. Esta minoría de individuos fueron bien recordados por algunos humanos, pero lo mas importante fue, que ellos y sus acciones, quedaron en el registro de los ángeles que llevan el Libro de DIOS y están atentos a todas las actitudes de esas pobres almas que necesitan crecer.

Las comisiones duraban 4 años y podían ser reelectas. Algunos directivos fallecieron en el ejercicio de sus funciones, cambiando la tónica de los movimientos e intenciones.

Guardias, turnos, consultorios en continuo movimiento, desfilar de enfermos sin cesar, enfermeras en permanente pugna por ejercer su poder y la continua soberbia de todos sintiéndose indispensables e insustituibles, saturaban cada día más, los muros pertenecientes, a los ámbitos de los salones.

Muchas veces, el agobio y la pesadez de los ambientes reinaba intensamente en los estares y consultorios, quedando un desagradable aroma en su interior. Éstos se debían, a la mezcla de miedos, enfermedades, malestares, soberbias, disgustos, celos, ambiciones, en contrariedad, con la ética, las bondades y generosidades... Esto hacía, que Sirene tuviera que transcurrir largas noches trabajosas tratando de asear los espacios. Para esto debía arrojar las negatividades por las ventanas y acomodar las benevolencias distribuyéndolas equitativamente por toda la estancia.

El personal de maestranza durante las mañanas, ingresaba temprano alrededor de las siete, y en varias ocasiones se sorprendía de encontrar un perfume  inusual al penetrar en los sectores, y más aún, que este fenómeno se reiterara durante el paso de los años.

Solía ocurrir que Sirene, luego de días muy terribles de bajezas extremas, exageraba la limpieza y cambiaba los objetos de lugar. Esto lo hacía a veces,  de manera muy evidente, como el trasladar, una balanza pediátrica de una mesita a la otra, o quizás, dejaba aparecer una camilla retirada de la pared quedando en el medio de la habitación. En estas circunstancias, Sirene era abruptamente sorprendida por el amanecer y el ingreso del personal, haciendo que su velocidad para convertirse en espíritu invisible se pusiera verdaderamente a prueba.

Luego de estas jornadas tan trabajosas deseaba poderse retirar tranquila a descansar, llenándose cada vez mas de conocimientos, de lo que eran capaces las esencias de las almas humanas.

 

CAPÍTULO VII -

Él era alto, de tez muy blanca, con un rostro muy agradable, con sonrisa magnética. Sus ojos de un celeste grisáceo, transmitían una mirada limpia, sin vericuetos que esconder, y así todos lo querían, salvo los envidiosos.

Comenzó a trabajar como médico siendo llamado por amistad por el auditor de aquella época.

Se dedicaba a la clínica médica y ejercía su profesión de una manera peculiar debido a que la afectividad que les otorgaba a los pacientes dolientes no fue nunca más olvidada. Y mucho menos por los afortunados que lo contactaron.

Merina estaba sentada en el primer escalón de la escalera mientras mantenía diálogo con Sirene, quien se cobijaba en un rincón del primer descanso de la misma.

Ambas hablaban del destino de este misionero de la Luz.

- Muy corto... - Dijo Sirene.

- Nunca es corto ni efímero si se logra cumplir con las instancias con las que prometemos al encarnarnos en este planeta. - Dijo Merina.

- ¿Qué me puedes contar de él?...

- Fue un niño muy amado por su madre, con una infancia más o menos normal, una adolescencia alegre con varios amigos muy apreciados, pero las cosas se complicaron un poco cuando al crecer se encontró con las dificultades que la vida no le escatima a nadie. Luego de varias volteretas de gran desorientación vocacional, decidió estudiar medicina ingresando junto a su única hermana a esta noble carrera. Fue por aquellos tiempos cuando descubrió una dolencia que mas tarde sería la que lo llevaría a la muerte.

- ¿Tuvo vida sentimental?

- Sí... en realidad él nunca se enamoró, tuvo muchos noviazgos y algunos serios que prometían ser algo definitivo, pero se diluyeron a través de los tiempos.

Se recibió luego de los 30 años, y les dio a los humanos sólo 8 ciclos de su vida en esta profesión. Sin embargo, rápidamente se ubicó en el medio tan competitivo y hostil ganándose el afecto y respeto de sus colegas y gran reconocimiento del medio médico.

Hay algo que quiero transmitirte… Sirene, quiero que comprendas que cuando la energía emanaba de sus manos, la bondad se cedía en su trato con los enfermos, y la pureza y sincero amor se entregaba en su acto creativo.  Estaba siempre rodeado de ángeles de suaves tonos verdosos que lo acompañaban e iluminaban… ángeles de  la Salud.

Su mente y poder espiritual, por siempre, nunca se dejará de registrar en cada ladrillo de esta casa, y lo más importante... Su alma inmensa y poderosamente luminosa, surca, en la actualidad, los infinitos cielos cumpliendo misiones de salud hacia los espíritus enfermos y sufrientes de los diferentes astrales.

-Yo sé de él también, ya que cuando limpiaba los consultorios luego de sus atenciones, quedaban sembrados por el piso y por los rincones el perfume a bosque de pinares que dejan los ángeles portadores de prana, y me encantaba observar la luminosidad burbujeante de la camilla y escritorio que dejaba la energía peri-espiritual de este enviado.

-Lamentablemente su vida personal se enturbió severamente cuando el maligno le trabó el accionar correcto y cegó su elección de esposa.  Eligió lo equivocado llevándolo al abandono de la lucha y la pérdida del estímulo para reactivar su amor por la vida. Dejó que su insuficiencia renal le quitara los deseos de luchar.

Su hermana deseaba fervientemente que su vida tuviera lo que se considera en este planeta como normal, hijos, un hogar con armonía, y decidió donarle un riñón, en un gran marco de inmensas dudas familiares...

Ana se preguntaba si era lo correcto, evidentemente, sólo Dios lo iba a juzgar...

Lo cierto es que José, nuestro querido facultativo, falleció al mes del transplante por un terrible error médico, una mala praxis...

-¿¡Mala praxis!? -Dijo Sirene brutalmente sorprendida.

-Verdaderamente existen las paradojas en esta vida. En un mundo de salud y dando con intensidad salud, José no encontró mas que enfermedad irresoluta, no mas que abandono de colegas irresponsables y dormidos, en un marco familiar absorto. Todo esto punzado por la maldad y egoísmo de su mujer liviana, superficial y fútil que propiciaba “escandaletes” teatrales, esperando con ansiedad la muerte de este virtuoso para obtener así su libertad. Y además, ella engendro de ponzoña, ambicionaba los bienes “heredables” y los seguros que creía estaban a su nombre.

Sirene a esta altura de  los recordatorios, se encontraba acurrucada en el descanso de la escalera, y su halo perfumado había cambiado de aroma, se había tornado un tanto más agrio, y el celeste de sus hermosos ojos estaba ensombrecido y con un tinte gris.

Alarmada Merina exclamó:

- ¡Me preocupas!... Sabes muy bien que esta mansión está plagada de historias humanas tristes y más aún, algunas son truculentas. Además debemos estar felices de saber que José logró cumplir la misión encomendada y hoy es nada más ni nada menos que uno más de nosotros.

Sirene le implora a Merina, que lo contacte y le pida su visita a la casa para ayudarla a limpiar. Pero Merina le recuerda que esos deseos debe transmitírselos a Lemiel. Él es el único ángel autorizado para llevar a cabo estas misiones y de ingresar a los diferentes astrales y ciudades espirituales para llamar a las almas con permiso de misión.

Merina se incorporó del escalón, y acercándose a su congénere le extendió su nívea mano cálida y cariñosamente le dijo que se retirara a descansar en su compañía. Además, le aseguró, que no temiera, que la basura espiritual de esos ámbitos, serían seguramente controlados por ella, con la poderosa ayuda de Lemiel.

Repentinamente explotó en el salón de contaduría de la planta superior, un coro de ángeles con sus liras armoniosas que contentaron y dejaron plena al menos a Sirene, retirándose por fin, a descansar en paz.

CAPÍTULO VIII -

Bajaba las escaleras, muy pensativa esa mañana. Algo parecido a la tristeza invadía su mente agobiada, y sensaciones contradictorias la embargaban, como deseos repentinos de irse lo antes posible y a la vez, muchísimas ganas de quedarse y consustanciarse con el lugar y el ambiente.

Ella se daba cuenta que algo extraño sucedía, porque esa mañana la jornada estaba calma, y le había parecido vislumbrar un dejo de bondad en los rostros del personal de enfermería. Evidentemente esta situación tan poco común le hizo despertar interés en investigar.

Decidió comenzar por el ordenanza que a esas horas, las 9 de la mañana, se encontraba regando el césped del jardín exterior.

Ana se acercó al hombrecillo y lo interpeló, tratando de descubrir en él alguna sensación de percepción de extrañeza al llegar aquella mañana. Sorpresa le causó a Ana el descubrir que aquel hombrecillo relataba con entusiasmo su perplejidad matutina.

Describió cómo halló una lluvia brillante de pequeñísimas estrellitas doradas, cayendo desde la planta superior, dándole luminosidad a cada objeto del salón principal.

Relataba además, atropellándose las palabras, cómo una  fragancia inusual invadía el ambiente.

Aquel hombre no cesaba de transmitirle a Ana su experiencia mientras ella lo escuchaba atenta, y no sólo le demostraba interés, sino que le creía cada palabra con absoluta fe.

Esta situación, que aquella mañana el ordenanza vivenció,  había tratado de muchas maneras relatarle a las autoridades de la mutual y al personal de los distintos sectores, mientras les servía el desayuno.

Lamentablemente, había sido en vano. Aquel día, todos creyeron que el pobre anciano había comenzado a demenciarse debido a sus fantásticos relatos, pero aquella doctorcita estaba dispuesta a escuchar con atención y gran entusiasmo.

La profesional entró nuevamente al salón y subiendo las escaleras llegó a su consultorio algo absorta y consternada por lo recientemente escuchado. Se podría asegurar que el cambio era tangible en el ambiente purísimo que se podía respirar. La paz que traspasaba al alma de Ana, era colosal.

“Únicamente, que sea cosa de ángeles”, pensó… Eso explicaría el cambio que ese día hacía diferente por fin el edificio que por mas de 100 años impregnaba las paredes de maldades acumuladas.

A esto Ana lo presentía desde hacía varios años mientras trabajaba.

Sirvió esta situación para que fuera inevitable evocar el recuerdo dulce de su hermano José, que muy cerca estaba de todo aquello que tuviera que ver con la luz, y los aromas a prana de coníferas, al igual que sensaciones de bondad, ternura y curaciones a los demás con intensos deseos sin reparos ni ganancias.

Ana también no pudo evitar llenar sus pensamientos con el recuerdo del amor  que desde hacía unos meses ya tenía para ella explicación karmática, y le había también hallado, luego de su último sueño,  rostro a sus incógnitas.

Amaba a ese hombre con sublime profundidad, con un amor único que no tenía tiempos ni espacios lógicos. Su amor traspasaba los poros de la corporalidad al punto de impactar en todos los espacios del universo infinito, pero… ella sabía que no le correspondía en esta reencarnación, entablar con él, algún destino.

Varias veces se lo había últimamente encontrado en los pasillos. El hombre era un directivo de la institución. Ambos se amaban en silencio, en un halo de misticismo donde sólo las miradas eran el punto de encuentro y las causantes únicas del atrevimiento impúdico.

Las horas transcurrieron lentamente y no tuvo que examinar pacientes. Fueron pocas personas las que acudieron a atenderse aquella hermosa mañana de primavera.

Los pensamientos de Ana incursionaban por la evocación de sus antiguos sueños en los que había encontrado por fin el rostro y la consiguiente explicación a sus sentimientos. También había comprendido que la inmensa paz que en esos momentos invadía el territorio de los espaciosos dos pisos, podía significar, esa situación milagrosa, por la que ella había orado durante mucho tiempo. Además dialogaba en forma de ruego a su querido ángel, que deseaba fervientemente acabar con sus angustias agobiantes que la desgastaban y abatían.

Caminaba lentamente por los corredores, y comprendió que sus oraciones no sólo habían sido escuchadas, sino que le habían sido concedidas. Ella sabía que su ángel era magnífico y poderoso, como así también totalmente capaz de solucionar la terrible pesadumbre que invadía ese lugar.

Ahora las cosas eran diferentes, ya se sentía con una alegría interior muy grande, y sin miedos. Las cosas de la vida terrenal ya no le afectarían más.

Ana   había comprendido con absoluta certeza que su ángel y seguramente un séquito de ayudantes gloriosos, serían capaces de protegerla de por vida y la expansión de su alma ahora sería total…

Sirene observaba con atención todas las escenas y las respuestas que la limpieza había causado en los espíritus de la gente. Puntualmente le interesaba el estar de la doctora, ya que Merina y ella, tenían a Ana como una constante preocupación. Ambas sabían que esta profesional, era la clave para solucionar las dificultades que afectaban tremendamente a esa residencia.

Aunque todavía faltaba mucho para terminar de purificar los ambientes, ya era otra cosa desplazarse por ellos…

Evidentemente Lemiel, el magnifico ángel sabía hacer lo suyo… y además adoraba a la dulce Ana. También comprendió Sirene que Lemiel iba a ser capaz de extraer del alma de la doctorcita ese amor que la entristecía, llevándola a veces a la inercia, y tratar con Permiso Divino, de transportar ese intenso sentimiento a concretarse en otros astrales o llevarlo hacia reencarnaciones futuras…

 

 

 

CAPÍTULO IX -

Márquez estuvo con la institución desde los inicios de la misma, siguiendo paso a paso cada transformación, sufriendo y gozando cada situación económica y cada vaivén emocional de los integrantes en turno o compañeros de ocasión.

Sus funciones administrativas se fueron modificando a través de los tiempos. Finalmente acabó haciéndose cargo de los asuntos legales, monologando en forma reiterada y aburrida las diferentes leyes a las que debía acogerse la mutual.

Su aspecto era insignificante, como el de un gnomo, pequeño, de talla aproximada a un metro cuarenta y cinco, trigueño y de un andar cansino, apesadumbrado. Sus vestimentas, siempre holgadas, profundizaban aún más su imagen algo empobrecida.

Provenía de una familia siempre fuera de época, muy correcta, tanto que quedaban fuera de contexto, desentonando con las realidades del mundo exterior, encasillados en exagerada modestia  y exaltado realce de valores, haciéndolos ridículos y mediocres.

Él nunca supo de abrazos amorosos, ni sus ojos jamás pudieron releer escritos de amor de alguna carta dirigida especialmente a su persona. Nunca vivenció el abrazo de niños vociferando a viva voz: ¡Papá!...

Su aspecto de hombre deprimido no le provocaba agrado a nadie, haciendo que inconscientemente los demás lo subestimaran, la mayoría de las veces, injustamente.

Resolvía con facilidad las cuestiones legales y gestionaba todos los trámites inherentes al funcionamiento de la institución en el marco reglamentario.

Ana lo apreciaba y le tenía paciencia al escucharlo, ya que respetaba sus conocimientos, su capacidad de resolver ciertos asuntos y sobre todo, reconocía en él su honestidad, decencia, y ética, virtudes no valoradas en esos tiempos por los humanos que lamentablemente la rodeaban.

Debido a la malignidad, que se cernía en la institución, en los últimos meses Ana había enviado varios currículums a diferentes centros sanitarios, hospitales, centros de salud, pre-pagas y gerenciadoras médicas.

Éstas recibieron de la profesional sus hábiles conocimientos, ampliados en un sacrificado peregrinar por cursos y jornadas de perfeccionamiento médico. Ella se dedicaba a la geriatría, especialidad que ejercía con mucha ternura, debido a que los ancianos le generaban sentimientos de amor poco común en los médicos jóvenes de la época.

 

Ya la pesadumbre que cargaban los espacios físicos del edificio la habían hecho decidir. Seguramente tras sentimientos de nostalgia que tendría que elaborar, en algún  lugar muy profundo de su alma comprendía que los tiempos en esa institución ya habían terminado.

Era evidente para Ana que su misión en García Lorca ya había encontrado su fin.

Esa tarde estaba calurosa, había encendido el aire y ya terminaba con los pacientes de la jornada.

Mientras completaba algunas historias clínicas sintió el golpear de dos veces a la gruesa puerta de madera, se levantó sin ánimo a abrirla y encontró al hombrecillo algo pálido y consternado. Lo hizo pasar y le ofreció amablemente sentarse. Las manos pequeñas y huesudas de Márquez temblaban levemente y la voz entrecortada del personaje, hicieron preocupar a Ana. Trajo y puso sobre el escritorio tres papeles…

Ambos sabían de qué se trataba, la renuncia de la dulce doctora era un hecho.

A esa altura de los acontecimientos, ya no cabían más palabras que referir.

El empleado lamentaba sobremanera que la médica se retirara de sus funciones dentro de la institución, reconocía su excelente labor como profesional y, además ella atendía a sus padres ancianos.

Trató de convencerla, pero ya sabía por la comisión directiva, quienes le habían comunicado por la mañana, que su retiro estaba decidido, y había captado el rostro consternado del presidente.

La doctora, por la mañana, había visto a ese hombre… la autoridad máxima de la Institución, a quien amaba tanto los últimos años, y ambos se sonrieron agradablemente y fundieron para siempre una mirada donde las dos almas comprendieron el sentido infinito de la eternidad… en un hasta siempre… Y a la vez, en un hasta nunca en estos tiempos terrenales…

Él le extendió la mano cálida y algo húmeda, y ella la estrechó fuertemente y casi en un susurro pronunció: adiós…

El presidente, giró media vuelta bajando la cabeza tristemente, y comprendiendo que, no solo perdían a una excelente profesional, sino que a aquella mujer imposible en sus planes de vida, ya no la vería nunca mas. Ahora le quedaría recordarla como a todo aquello que se sueña y que únicamente pertenece a la imaginación… y además, se suma a la larga lista de lo intangible…

Ana, esa mañana luego del emocionado encuentro, bajó rápidamente las escaleras procurando no ser vista y, salió prontamente al exterior con las lágrimas desbordando los ojos en medio de pequeños espasmos contenidos.

Mientras miraba por la ventanilla del ómnibus que la llevaba a su casa, hilaba ordenadamente su mente y estructuraba en forma armónica, las ideas aceptando con voluntad, que el verdadero amor no conoce de tiempos ni de espacios. Seguramente Lemiel curaría sus dolores con bálsamos de luz y mieles de las flores de los elevados astrales que este poderosísimo ángel solía frecuentar.

Varias horas después, por la tarde, volvió al edificio sabiendo que ya no lo haría más para trabajar y prefería no despedirse de nadie.

En ese crepúsculo, tenía enfrente de ella a Márquez, a aquél hombrecito triste y a la vez asombrado por la decisión  de la médica. Ana le sonrió y le explicó afectivamente que era necesario irse y que todo en la vida tenía para ella, un principio y un fin, y el trabajo en García Lorca, había sido solo una etapa de su vida.

Firmó los papeles correspondientes, y se incorporó tratando de evitar comentarios que sólo lograrían provocar más angustias y dolor en ambos.

El individuo parecía aun más pequeño que nunca, y dándole un beso en la mejilla a Ana, cruzó la puerta del consultorio a pasos rápidos y cortos desapareciendo por fin al final del pasillo…

 

CAPÍTULO X -

Había estado esa noche muy cálida, el ambiente tenía el aire algo enrarecido y todavía no había amanecido. A pesar de lo aparentemente incómodo, Sirene yacía placenteramente descansando en su sillón, y no demostraba de ninguna manera sufrir por lo tórrido del alba incipiente. La luminosidad del aura perfumada de este hermoso ángel envolvía por completo su esencia transparente y buena.

Se desperezó lentamente y al instante captó que en el salón de contaduría se percibía algo de rezagos ya vivenciados tiempo atrás y que le provocaba malestar y algo de angustia.

Se incorporó rápidamente y tomando el pasillo se dirigió al hall del piso superior invocando ayuda.

El alivio le devolvió otra vez la paz al ver la magnificencia y la luz purísima de Lemiel… La inmensidad bellísima de su ser se acercó con ternura a Sirene.

-Sabía que me necesitarías, recuerda que prometí volver a terminar el exorcismo.

-Ana se ha ido y ya no volverá jamás…

-Se terminó su tiempo y ahora todo está en orden. Este edificio está envejeciendo demasiado.

-¿Porqué hablas de envejecimiento cuando todos sabemos que hay construcciones mucho mas antiguas?, incluso centenares de años mas vetustas y no por eso han terminado su ciclo.

Lemiel se desplazó suavemente hacia el salón de contaduría. Mientras  trataba de hacerle comprender a Sirene que ciertos edificios se asemejan a los humanos: cada uno tiene tiempos diferentes… A este le había llegado la decadencia involutiva de una temporalidad ya caduca.

Sus manos movían rápidamente los dedos sobre  los muros  de los pasillos y consultorios del piso superior, que todavía faltaba curar. Sirene seguía con curiosidad y embeleso,  a Lemiel quien se desplazaba esta vez muy rápidamente, y no quería perderse ningún detalle de los cambios radicales que pretendía el ángel mayor realizar.

Cada vez, que se exorcizaba, todo se transformaba, apareciendo aquellas imágenes desagradables, que si bien percibía, todavía no le era permitido visualizar sola… le faltaba evolución, para enfrentar a esas monstruosidades, con su energía todavía no fortalecida.

Los vidrios de los ventanales del gran salón de contaduría parecían espejos luminosos. De ellos brotaban imágenes torturadas de rostros sufrientes y demacrados, de supuestos personajes del pasado. Probablemente correspondían a empleados, a directivos o, a  pacientes que habían atravesado situaciones desesperantes y angustiosas tanto familiares como laborales, o quizás,  también conflictos interpersonales en la relación entre compañeros de trabajo.

Los rostros aullaban a semejanza de animales, y se lamentaban, con diferentes vocalizaciones y tonos en una gama muy variada y exasperante,  emergentes de los bajos astrales.

Sirene se encontraba perpleja, el brillo maligno y primitivo de algunos ojos con miradas dirigidas directamente a ella, le hicieron sentir un frío desagradable e incómodo. Era realmente increíble que ella descansara tranquilamente durante varias noches en su querido sillón negro de ese salón, sin embargo estaba observando en esos momentos como se deslizaba por él una viscosa salamandra rojiza con lengua bífida y ojos que expedían fuego…

El hedor pútrido y nauseabundo del ambiente, hacía mas pesado el aire enrarecido y fétido.

Era realmente increíble que Lemiel lograra poner en evidencia las maldades y felonías acumuladas durante tantos años. Mas llamativo aún, era percatarse, de cómo este poderoso ángel hizo reunir estos bajos monstruos del alma humana enferma.

Rápidamente, levantó sus largos brazos de los que emanaba intensos aromas a almizcle y sándalo, que se despedían de los luminosos rayos que impactaban enérgicamente sobre estos engendros del mal. Curiosamente éstos comenzaban a deshacerse, a atenuar sus tonos, a desdibujar sus imágenes, a aplacar sus aullidos hasta desaparecer completamente.

A esta altura de los acontecimientos, Sirene se sentía agotada, la intensa situación le había impresionado mucho.

Lentamente comenzó a percibirse en el aire respirado, un aroma exquisito a mezcla de flores, con predominancia a gardenias,  rosas y fresias.

Acompañaba a esta sensación una brisa muy fresca y reconfortante, que daba lentamente alivio al perturbado espíritu de Sirene.

-Ya la paz comienza a reinar en esta casa. Ya no quedan impregnaciones negativas que alteren el alma de las personas de este lugar… salvo que… (Susurró Lemiel)

- ¿Salvo que?… ¿qué sucede?

-Sí, lamentablemente trabajan en estos recintos personas muy bajas, de almas poco evolucionadas que romperán  el equilibrio y quitarán siempre la armonía no permitiendo jamás que la pureza se mantenga. Con sus acciones lograrán avanzar aún más el proceso de envejecimiento inevitable de este edificio.

-¿Acaso me insinúas que todavía hay factores perturbadores aquí? ¿Y que ellos deterioran esta limpieza y no permiten que la paz por fin se establezca de una vez por todas?

-Realmente hay algunas almas que se retorcían últimamente en los avernos, y se encarnaron directamente para vivir experiencias humanas en estos tiempos. Lamentablemente han entrado en esta casa con excusas laborales. Además, se jactan en forma permanente de torturar todos los días a las víctimas que contacten con ellas por destino.

El lugar típico donde estos espíritus pueden expresarse a pleno es en la enfermería, debido a que la mayoría de las instituciones sanitarias que tienen este tipo de servicios, hacen de caldo de cultivo para la proliferación a pleno de maldades, ponzoñas, chismes, calumnias, degeneraciones y malos pensamientos.

Aquí no es excepción, recuerda Sirene, el día que exorcizamos la enfermería y viste salir las alimañas más pútridas. Hay un alma muy maléfica que deambula por todo este edificio desde hace poco más de 20 años. Llegó como una débil personita afligida por las adversidades de la vida, en busca de apoyo económico y emocional. La tal frágil alma fue lentamente mostrando sus peculiares artes para el mal, que hasta la actualidad, cubre y disimula con un manto de aparente ingenuidad…

- Estoy muy sorprendida, dijo Sirene, pero no voy a negar que cuando mi tarea de la limpieza de la casa era incipiente, luego de terminar las jornadas y al cierre de la institución, sentía la frialdad del ambiente de la enfermería. Las cenizas viscosas malolientes de los rincones, sillas y la salita chiquita donde las enfermeras se cambian, me han hecho pensar en las grandes maldades que allí se gestan.

-Tu tarea de higienizar esta casa, es muy valorada en los cielos, dijo Lemiel. Tendrás que esforzarte un poco más ahora, porque he limpiado y purificado todo el edificio y de ti depende que tal magnitud de obra se mantenga sin que el proceso de envejecimiento avance aún más.

Las maldades de los espíritus bajos que aquí trabajan,  van a impedir y a trabar la paz y la tranquilidad de poder relajarte y disfrutar de este maravilloso aire perfumado que respiras ahora. Por eso, te daré protección desde las Alturas y un Poder Divino de Luz Absoluta que coronará tu mente elevándote como ángel.

Serás la Guardiana Luminosa de esta mansión, y la misión más importante que tendrás será la de evitar que la paz se perturbe, que las enfermeras malas que se parezcan a Maribel, se retiren para siempre y… que vuelva ella.

-¿Ella?

-Sí, Ana. Ella debe volver, solo ella puede frenar el proceso de envejecimiento y deterioro.

Ambos ángeles estaban sentados en el primer escalón de la escalera, luego de sus últimas palabras Lemiel se incorporó pareciendo más magnífico que nunca. Esbozándole una tierna sonrisa a su nuevo Ángel custodio de edificios, le extendió sus largos brazos entregándole una esfera de luz dorada que emanaba poderosos rayos que impregnaron la testa de Sirene.-Ya no eres más un alma. No posees un espíritu similar al de los humanos.

Ahora tienes una estructura energética  cuya densidad y luminosidad, son angelicales. Esto aumenta tus poderes, y tus condiciones son similares a los Divinos… Tu obra, es claro será como siempre, con el permiso de Dios … No más.

 

El flamante ángel tomó la luminosa esfera con sus temblorosas manos, y llena de emoción miró con sus tiernos ojos al gran espíritu inmaculado por la Luz Divina que estaba delante de ella. Al retirarse  suavemente dejó un halo tintineante a modo de campanillas de pequeñísimas estrellitas de vivos colores aromatizando los ambientes por muchos días…

 

CAPÍTULO XI -

La inocencia encubierta, era la característica de este increíble personaje.

Tuvo una infancia transcurrida en un bajo nivel sociocultural, en el campo, con padres rústicos, con 6 hijos creciendo en la indigencia. Sin embargo, la ambición y el interés económico perverso, caracterizaba a esta familia.

La enfermera, aparentaba, estar envuelta en un perfil, de ignorancia, amoralidad y soberbia. Estas cualidades, progresaban intensamente demostrando  así, no tener  prejuicios, ante los ojos de los demás.

Tuvo un hijo con un hombre aprovechado de la carne joven y libre, abandonándola al poco tiempo. Esto, la obligó a buscar distintos tipos de trabajos. Sus relaciones con su pareja, del ambiente de choferes de la SAT, le abrieron caminos y llegó destinada a la mutual. Allí recibió la ayuda de compañeras de situación similar y del mismo nivel cultural.

Aprendió prácticas mínimas, básicas y elementales, las necesarias como para una atención primaria de la saluden prácticas de enfermería.

Poco a poco fue manejando, en forma ignorante pero muy hábil  las instancias tratando de demostrar indispensabilidad, creciendo día a día la soberbia y la toma del comando de las situaciones.

A menudo se entreveraba en discusiones y peleas en actitud traidora con sus compañeras.

Con Su nombre de origen, Maribel, portaba  gran simpatía sin igual. Además, con sus pechos prominentes y turgentes, y con amplia sonrisa y pícara mirada, atraía a los hombres con suma facilidad. Poseía un andar provocativo y cabellos negros con tez blanca.

Lo llamativo de este personaje, era su habilidad para imbuirse en forma permanente, en habladurías, calumnias y críticas algo mal intencionadas.

En otras oportunidades, la envidia que alimentaba en forma permanente por sus semejantes era inaudita. Las víctimas que se veían afectadas o salpicadas por su ponzoña, eran las médicas lindas y jóvenes, ya que las consideraba competencia y a veces, las acariciaba sensualmente demostrando extraña actitud algo confusa.

También el dinero era objeto de intensa envidia, desatada dentro  de su alma rebelde.

En los momentos libres donde los médicos buscaban un rato de entretenimiento, se resguardaban en la enfermería o antigua cocina. Eran esos, instantes bien propicios para el comentario soez. Aprovechaba para realizar los burdos chistes bajos sobre sexo y degeneraciones, narradas con detalles sobre las intimidades con su pareja mas reciente.

Con el entusiasmo de las risas burlescas y, en pleno jolgorio entre mate y mate, bebida infaltable en ese recinto, imbuido de intenso aroma a yerba, dejaba escapar un seno en forma repentina y sorprendente.

 Carcajeaba a viva voz una risa disfónica y maliciosa al ver el rostro sorprendido de Ana, que boquiabierta observaba la masa gigante de carne, de aspecto lechoso que agitaba entre sus manos la enfermera, apareciendo mas burda, frente  a la opinión de los presentes.

Tales actitudes dejaban siempre perplejo a unos de los “empleaduchos”, el Sr. Berducci, algo fronterizo pero habitué de la enfermería. La mente pueril y libidinosa, de éste, uno de los cajeros, no podía dejar de ser atraída por esta enfermera tan procaz.

Acto seguido, relataba sus relaciones amorosas pornográficas tan degeneradas que hasta los médicos más calaveras y atrevidos se sorprendían.

La mayoría de sus espectadores reían pero, en sus pensamientos todos guardaban la percepción de estar frente a una mujer, con fines algo destructivos.

Su dominio fue creciendo cuando hizo pareja con una autoridad de la mutual, quedando incólume de sus pecadillos. Esto aumentó su poder de control sobre el ordenamiento, decisiones y determinaciones… Dentro de lo elemental, de acuerdo a su nivel, es claro.

La casa comenzó a perder lentamente el color de su fachada y a descascarársele las paredes del patio y de algunos consultorios. Cada risa carcageante de Maribel, hacía deteriorar y trizar la pintura de las paredes y quebrantar las maderas de los revestimientos.

Los últimos años los profesionales con mayor criterio, no frecuentaban   la enfermería y al igual que Ana, terminaron por retirarse de la institución, en forma definitiva.

El sector donde la enfermera reinaba, era visitado asiduamente solo por los hipócritas “empleaduchos” que pretendían o creían quedar amables con Maribel, debido a su relación de convivencia con el presidente.

Los graves inconvenientes económicos se sumaron a la desagradable estadía que se vivenciaba durante las jornadas laborales. Por esos tiempos, el personal administrativo manifestaba malos humores, mientras que la comisión directiva mostraba sus agresiones y falta  de comunicación,  tanto entre ellos como con   el resto.

La permanente sensación de desasosiego que se percibía en los consultorios y las crecientes murmuraciones, de las enfermeras alimentadas por Maribel, hicieron retirarse a la mayoría de los profesionales. El éxodo de los médicos tenía como certeza el concepto de no volver nunca más, y no trabajar, jamás, en instituciones tan problemáticas.

El directivo que convivía con Maribel, sufría al ver el deterioro paulatino del edificio y la desgracia económica que se cernía sobre esa mutual. Captaba que algo anormal sucedía debido a que el fracaso de la institución no tenía aparentes soluciones por más que el esfuerzo de la comisión fuera el máximo. Todo se veía mal: la animosidad del personal deteriorada, los pacientes malhumorados y agresivos, los médicos retirándose uno a uno, la falta progresiva de recursos económicos conllevando a una grave situación financiera.  Se sumó, un asalto el año anterior -que vació la perla de la mutual, su farmacia, que se había reinstalado con muchísimo esfuerzo. Las plantas de los jardines estaban secándose y los ordenanzas encargados de la limpieza rehusándose a concurrir -haciendo que la suciedad aumentara por todos los rincones y  baños-.

La abulia y la falta de interés por el trabajo iba aumentando cada vez más, sobre todo en la enfermería donde las doncellas pasaban su tiempo realizando manualidades (tejiendo carteritas, remeras a crochet, arreglándose vestidos, lavándose los cabellos, pintándose las uñas, depilándose los bigotes y las cejas, colocándose barro brasilero para cubrir las canas, girando sobre un disco para adelgazar la cintura, tomando mate, comiendo queso con galletas, etc.)…

El directivo, pareja de Maribel, era nada más ni nada menos que el presidente de la comisión directiva, la máxima autoridad de la institución.

Su agobio, tristeza, angustia, desesperación e inercia lo habían invadido.

Sentado en su sillón ejecutivo y señorial, aparentaba ser un hombre infeliz, su mirada recorría aquella mañana todos los espacios del salón privado y la chimenea vacía parecía ridícula.

Se incorporó para dirigirse a la glorieta y apoyándose en las balaustradas, quedó mirando el espacioso patio y la playa de estacionamiento, donde yacía su hermoso automóvil, que era lo único afectivo que últimamente lo tenía interesado en su vacía vida egoísta. Sin embargo había un secreto que jamás sería a alguien revelado, porque él sabía que no merecía en estos tiempos vivenciar aquella experiencia. Él amaba en silencio a Ana, a la doctorcita que semanas atrás se había ido aparentemente para siempre.

Apoyado sobre la baranda de cemento, respiraba la brisa fresca de la mañana mientras recordaba el suave contacto con la mano de Ana el día de la despedida.

Evocaba ese momento donde le deseaba suerte y le escondía la mirada para ocultarle su inevitable emoción.

Ana sabía también que ese hombre no era de estos tiempos y que pertenecía a un pasado muy antiguo de su alma… sus sueños donde se encontraba a sí misma en un castillo, mirando las barcazas, esperándolo,  pero también tenía claro que su karma con él aún no estaba concluido y que su ángel protector la ayudaría para encontrarlo en tiempos próximos.

La bruja, conviviente del presidente, presentía todo lo que sucedía y aumentaba cada vez más su odio hacia Ana. Envidiaba su belleza, juventud, dulzura, inteligencia y sobre todas las cosas, el amor platónico que se dispensaban  con su pareja.

A medida que su odio iba creciendo, el deterioro de la casa iba aumentando hasta hacer aquella mañana vibrar los cimientos del sótano, logrando despertar de su letargo a “la madre y su hija”, fantasmas que dormían tranquilas desde que Lemiel limpiara tiempo atrás.

Últimamente no había recursos económicos para abonarle a la empresa de desinfecciones, y las alimañas como cucarachas, ratas y arañas habían comenzado a invadir los espacios, atraídas por el magnetismo negativo de la enfermera.

Las artes malignas de Maribel, brujerías traídas de Brasil desde un viaje de placer que compartió durante la etapa feliz con su pareja, a casa de un hermano que residía en Río de Janeiro, habían verdaderamente hecho estragos los últimos tiempos en el edificio.

Esa noche Lemiel, junto a Sirene, habían limpiado toda la casa con poderosa pureza bloqueando toda malignidad posible, enfriando así todo proceso maldito.

Sirene tenía la misión de no permitir más a partir de aquella mañana, que alguna fuerza nociva avanzara el deterioro, para luego poder comenzar la difícil tarea de reconstrucción.

A las 7 horas  de ese día en ese inolvidable verano, ingresaron por la parte trasera de la casa, luego de estacionar su auto el presidente y su conviviente, con fácil acceso a la enfermería.

La bruja ingresó por el pasillo, con sus cabellos atados hacia arriba con un pañuelo transparente a modo de moño, falda larga, amplia y floreada, dándole un aspecto de gitana y acentuando aún más  sus gorduras  y su tosco caminar. No había sorteado dos puertas por la pasarela, cuando sintió un flechazo ardiente que clavaba su pecho ahogándola, sus piernas tambaleantes no le respondieron, y un sudor viscoso recorrió todo su cuerpo cayendo finalmente al piso provocando un ruido estrepitoso. No supo justificar sus síntomas ante los demás, aduciendo en forma histérica que se sentía mal por la situación de los últimos tiempos conocida por todos, pero en su interior, no se podía engañar a sí misma, captó de inmediato el trabajo de los ángeles, el poder de La Gloria y, su pronto final en la caducidad del mal.

 

CAPÍTULO XII -

El camino a casa era largo. Esa calurosa tarde se había vuelto muy agobiante. El sol caía lentamente sobre la silueta inmóvil de las montañas, y el rojizo del cielo daba cada vez mas el paso al azul oscuro de la noche incipiente.

El movimiento monótono del ómnibus, había adormecido a Ana , quien yacía recostada sobre el respaldar del  asiento doble de la parte trasera,  del colectivo.

¿Cuántas penurias y tristezas tenía que recordar, aprovechando la paz que le otorgaba la soledad?

La vista del camino había pasado a un segundo plano, y el paisaje tenía ahora un aspecto totalmente diferente. Ana percibía un intenso aroma a rosas que le llamó la atención y le hizo fijar la mirada en el horizonte.

Éste no tenía límites, porque se confundían sus tonos con el cielo. Delante de ella se abrió en forma repentina un camino sinuoso, cuyos bordes estaban limitados por un precipicio, que dejaba ver tres tonos luminosos: blanco, rojo y amarillo.

El sendero presentaba un descenso a medida que se avanzaba por él, hasta llegar a nivelarse con el piso que se encontraba cubierto por un tapete verde de pastizales. A ambos laterales del camino, se definían sobre el perfumado tricolor, infinitas rosas bellísimas que, en forma tupida cubrían toda la superficie visible hasta fundirse con el cielo. Allí, legiones de ángeles formaban coros, de elevada música celestial. Un conjunto grandísimo de ángeles trompetistas y ejecutores de melodiosas arpas,  se ubicaban formando alineamientos en grandes columnas, que convergían  a lo lejos.

En la infinidad del horizonte, se mostraba al final de la perspectiva,  la Imagen Magnificente de La Madre, Dulcísima Virgen, Reina de la Luz, haciendo del cielo restante la máxima sensación de la verdadera felicidad.

Ana sintió cómo caminaba casi corriendo por el sendero  hacia abajo hasta llegar al tapizado de frescos pastos. Pudo apreciar una hilera de casitas pequeñas como salidas de un cuento. Caminó luego lentamente dirigiéndose a la primera de ellas. Observó el formato de su techo curvo que, a  modo de cúpula, brillaba con la luz cenital.

Se sorprendió y sobresaltó cuando de repente visualizó sobre el portal del refugio, al ángel mayor: Lemiel, quien la miraba con su habitual ternura. Sus ojos de verde dorado, e inmensos,  le entregaron una paz inusual

Ana ingresó a la casita y recorrió rápidamente su  interior. Se trataba de una habitación pequeña con una ventana con cortinitas de voile con voladitos, recogidas hacia el marco. A través de los cristales, se veía el rosedal plétoro de bellísimas rosas al pié de  la Madre.

La mesita, debajo de la ventana, estaba vestida con mantel de cuadritos rojos y blancos. Junto a ella, una cómoda silla.

El resto de la habitación contaba con un escritorio con papeles y lápices de colores para dibujar. Junto a la pared opuesta, una camita de bordes redondeados, con cobertor blanco.

Lemiel no le habló, solo atinó a invitarla a sentarse a la mesa, donde había una tacita de porcelana con bordes ondeados y laminados en oro al igual que el asa. El ángel le sirvió una bebida caliente de color rojo bermellón. Comenzó a sorber con fruición sintiéndola totalmente reconfortante, luego se le ofreció tomar unos frutos redondos de color castaño rojizo que se encontraban en un bol de la misma porcelana con bordes dorados. Tomó uno de los bocados ofrecidos, sintiendo el dulzor inigualable con completa sensación balsámica de verdadera Paz.

  Los recuerdos emergieron y  desbordaban fluyendo… Trajo a colación en completa evocación, un sueño anterior donde su hermano José le servía en un vaso transparente el mismo líquido rojizo invitándola a compartir un momento de alegría. En aquella ocasión despertó, notando sus ojos llenos de lágrimas al tomar conciencia que había contactado con su hermano que tanto extrañaba y que le demostraba que estaba feliz en el espacio dimensional de las almas buenas.

Lemiel le invitó a descansar. Ana se acercó a la camita y se recostó; Lemiel extendió sus brazos depositando sobre el cuerpo yaciente una lluvia de pequeñísimas estrellitas luminosas, haciendo que todos los dolores del  alma y el marcado cansancio de ella, desaparecieran. Fue así,  adentrándose en un profundo sueño.

Ya era de noche, el calor continuaba siendo agobiante, el ómnibus terminaba su recorrido y Ana ya llegaba a destino. Despertó suavemente, y le costó conectarse con la realidad, pero el embeleso era inevitable, había comprendido las curaciones de su ángel guardián. Ahora tenía las fuerzas suficientes para seguir luchando, trabajando, y esforzándose para ser alegre. Ahora sabía,    que su vida estaba en  el registro de Dios,  en la inmensidad del cielo…

 

CAPÍTULO XIII -

Esa mañana había refrescado algo.  Por la noche había llovido bastante y una brisa fresca se había apoderado del ambiente.

Últimamente todos estaban de buen humor, y probablemente las cosas habían mejorado poco a poco debido a las curaciones efectuadas por los ángeles.

Escasos miembros de la comisión directiva se habían reunido a tratar algunos temas financieros de la institución.

Comentaban, atraídos por el cambio último, las novedades sobre el comportamiento del personal administrativo y profesional.

También opinaron sobre la ausencia de ruidos y crujidos que a menudo los sorprendía con caída de revoques, maderas que rechinaban y tablillas que se partían en los pisos.

Fue tema de comentario además, la tranquilidad en la enfermería, que era siempre el sector mas revoltoso.

El dinero, era la preocupación más grande del grupo. A pesar de la mejoría del estado de ánimo de toda la gente, el vil elemento no ingresaba y los recursos se estaban agotando.

Había que pagarle a algunos acreedores del pasado para poder continuar con las operaciones bancarias y organizar la administración de la economía.

Comprendió Sirene que, siempre sería igual, los beneficiados con las  ganancias económicas serían los que menos habían hecho por la institución, los que menos compromiso afectivo tuvieron y los que menos cedieron de sí  para alguien del lugar.

Esa mañana, los miembros de la comisión se reunieron en el salón que les pertenecía. Este constaba de una alfombra roja algo sucia, una mesa central muy grande, de madera maciza de petiribí, que contrastaba absolutamente con unas sillas de caño empavonado, de tapizado de pana azul completando el mal gusto. Sobre las paredes altas con bellas molduras, colgaba casi sobre el techo, una acuarela mediocre de algún improvisado artista.

Se sentaron junto a la mesa un poco deteriorada y en seguida comenzaron a deliberar.

Sirene los observaba sentada en un macetón del balcón mientras acariciaba las hojas de una singonia.

Los hombres, en su conversación acalorada, demostraron abiertamente su falta de cultura, o mejor dicho, con una cultura producto de sus vivencias desenvueltas en un marco social sin estudios, sin acceso a conocimientos mas que los que la vida misma les había otorgado. Ellos habían amasado un aprendizaje curtido y rústico.

Sirene contemplaba los movimientos bruscos de sus manos acompañando las palabras pronunciadas soeces con chistes burdos, y risotadas alegres y espontáneas enmarcando la agitada conversación, con una franca demostración de interés por el poder y el dinero.

Los ojos del ángel, mas celestes que nunca, rescataron junto a sus oídos, el registro de una tipología de humanos incultos, creadores de un propio diccionario de neologismos. En él, se registraban términos inadecuados como por ejemplo… Desmascarar (por desenmascarar)

Trasversar (por tergiversar)

Haiga (por haya)

Dentrar (por entrar)

Apalear (por paliar – de paliativo)

Abancar (por bancar – sostener una situación)

 

Sirene se incorporó del macetón comprendiendo que nunca ese edificio estaría habitado por espíritus refinados.

Comenzó a asimilar que el destino de las hermosas paredes revestidas, los vitraux coloridos y las bellísimas puertas de madera lustradas, jamás serían apreciadas por los individuos que desfilaran por ese edificio.

Las circunstancias habían juntado a un puñado de humanos,  en un marco de hostilidades acorde con su densidad espiritual y calidad humanas similares.

Pensó en Maribel quien había buscado oportunamente,  unirse con el actual presidente.

Lo hizo con este jefe de la institución,  anteriormente jefe de taller de la SAT, procurando, de acuerdo a su nivel intelectivo, satisfacer sus deseos de sexo, poder y dinero. A veces este usufructo era mal habido, debido a sus influencias y terribles presiones ambiciosas. En eso, Aznar, era muy débil… Las ambiciones, ampliaban su conciencia, y ciertos deslices corruptos, le eran inevitables.

Sirene se desplazó lentamente por los pasillos, algo consternada.

Fue sorprendida repentinamente por una voz familiar que provenía de uno de los consultorios de la planta superior.

-Hola, Sirene…

-¡Eh!,  Merina ¿Cómo estás?

-¿Te encuentro algo preocupada… o me equivoco?

-No, es que han sucedido muchas cosas… Estuvo Lemiel…

-Sí, estoy al tanto de todo, no te preocupes. Nuestro Ángel mayor te ha encomendado una misión de mucha responsabilidad, pero lo ha hecho porque considera que eres absolutamente capaz de cumplirla. Todas las almas que transiten por aquí, no serán siempre tan bajas o primitivas, también vas a gozar de acciones y actitudes de personas extraordinarias como Ana por ejemplo.

-Recuerda que Ana se fue, que  nos ha dejado, ya no vendrá más y hace mucho que no la veo.

-Esa situación debe cambiar. Por mucho que te esfuerces para mantener purificado este lugar, sin la presencia de Ana,  no lograrás que el edificio se restablezca y restaure. Debes confiar en el dinámico movimiento constante de las situaciones y acontecimientos.

-Temo que… Maribel no lo permitirá…

-¿Crees todavía en esa bruja?

Sonriendo, Merina miró con gran ternura a Sirene y continuó diciendo…

-Lemiel le ha quitado todo poder, solo puede  hacerse daño a sí misma, pero ya no habrán más víctimas  de esa pobre meretriz.

Luego de estas palabras, Merina le entregó a Sirene un pájaro dorado cuya luz iluminó todo el hall. Los brazos extendidos de Merina desprendían pequeños rayos que cubrieron todo el manto de Sirene.

El pajarillo cantaba con un angelical trinar que embelesó a Sirene entregándole una sensación de Paz que jamás había vivenciado. Posteriormente, Merina giró y se retiró desapareciendo en forma muy suave, en un perfumado esfumar…

 

CAPÍTULO XIV -

Día a día, Sirene se abocaba a la tarea de asear el edificio, y en cada higiene, aprovechaba la ocasión para hacer una evaluación del estado de la casa. De esta manera, verificaba que no continuara el deterioro de las paredes y que el proceso de envejecimiento no avanzara.

Recogía como producto del aseo, un polvo de diversos colores, la variabilidad de las tonalidades se debía a la calidad de la jornada vivida durante ese día. Si el ajetreo era intenso, el polvillo recogido era rojo.  Si ese día las enfermedades que visitaban los consultorios eran muy patógenas, sumado a reacciones violentas de los asistentes, el tono viraba a los oscuros inclusive al negro mismo.

Por el contrario, si el día había estado armónico con el pasaje de gente bondadosa, con el alma limpia y transparente, con sus cuerpos sanos concurriendo solamente a control para mantenimiento de su estado, el residuo que Sirene constataba era celeste azulino e incluso blanco.

Una noche oscura de luna nueva, algo tibia, estaba rutinariamente desplazándose por los pasillos hacia los balconcitos para concentrar todo el polvillo y transportarlo al espacio. Allí los seres elementales, trabajadores con aspecto de duendecillos, pasaban a llevarse toda la basura producto de la descamación permanente de los periespíritus humanos. Cuando se acercó al balconcillo de la comisión directiva, escuchó voces que le llamaron la atención, porque no eran las habituales. Eran más cultas, sin malas palabras y con términos propios, de alguna especialidad humana que no era precisamente la médica.

Dejó a un costado la escobilla de tallos de fresias y junquillos, y se sentó en su acostumbrado macetón a acariciar la singonia, y evidentemente a escuchar.

El diálogo que llenaba el salón pertenecía realmente, a una raza diferente de hombres cuya corruptela, era su estado habitual: nada mas ni nada menos que la raza de los abogadillos.

La sala de la comisión parecía un buffet, donde se entablaba una conversación acalorada sobre temas laborales y financieros de la mutual y la Cooperativa  SAT. Sirene trataba de aprender ese idioma legal, y se esforzaba para comprender la temática.

Hablaban de convocatorias de acreedores, de juicios, de deudas concursales y post-concursales, de cheques, bancos, síndicos y jueces, demandas, fondos fiduciarios, fideicomisos, UTE (Unión transitorias de empresas), cheques rechazados, recorridos o trazas, de las líneas de transportes, boleterías embargadas, vaciamientos de empresas, costas de juicios, jueces y síndicos sobornados, esperando las quiebras de las empresas para apoderarse del edificio, homologación de los concursos, comités de acreedores, embargos preventivos, levantamiento probable de los embargos, convenios a firmarse…

Sirene perpleja vigilaba atentamente los diálogos y los rostros de mejillas rubicundas y miradas brillantes, rebosantes de ambiciones. Esto hizo alertarla y preocuparla, temiendo por el destino final del edificio que tenía como misión cuidar y restablecer.

El ángel captó que se hablaba de un contador en especial, como responsable de acciones contradictorias.  No se sabía de su tendencia sobre una simpatía definida hacia alguna empresa determinada, porque los negociados que estos auto-transportes manipulaban, eran muy corruptos y oscuros.

Morelo, era un astuto individuo que se dedicaba a los negocios y funcionaba como testaferro de una gran empresa de transportes cuya base operaba en Buenos Aires. Sus dueños eran políticos mafiosos que actuaban en forma solapada y ocultos. Nadie conocía los nombres de los implicados, porque los presidentes de las empresas eran inalcanzables y solo podían acudir a ellos algunos que figuraban como representantes dando una imagen de éxito, triunfo y poder.

Sirene acariciaba suavemente la plantita del macetón, mientras hilaba en forma ordenada los pensamientos. Lo escuchado la había impregnado de angustias. Era todavía ingenua. Desconocía las especulaciones comerciales, las corrupciones y los hombres interesados por el dinero.  Sobre todo, cuando los humanos sobrepasaban  lo profesional al punto de olvidar por completo que arriesgaban instituciones en las que trabajaban hombres con familias.

Se incorporó y se dirigió a su sillón negro a descansar, se sentía agotada y algo triste.

Lemiel la despertó, acarició su cabeza para quitarle rastros de dolor o sufrimiento, y le aconsejó:

-No debes sentirte así, solo estás aprendiendo algo más del mundo humano.

-No me gusta ya, estoy algo cansada y quisiera irme… Quizás con Merina a los Astrales, con ciudades donde las almas son armoniosas, no tan interesadas, con amor y sentimientos limpios y tan claros que inundan de paz.

-La paz no la vas a encontrar en ciudades, ni paraísos… La paz está dentro tuyo. No interesa adónde vallas, tu misión es no solo encontrarla, sino que tendrás que conseguirla para depositarla en este lugar. Esta casa está esperando que se la traigas, y cuando impregnes de paz cada micro-rincón de este edificio, podrás sentirte satisfecha y con la plena seguridad de que por mucho tiempo reinará la bondad en estos espacios… Recién en esas circunstancias, podrás retirarte tranquila al Astral que te corresponda según tu densidad espiritual.

-Comprendo, ¡gracias! Creo que ya estoy mejor, no te preocupes. Cumpliré mi misión. Agradezco que confíen en mí para esta tarea en este mundo de seres entreverados. Aquí sé que es donde se intercalan los médicos altruistas que aman la humanidad, con abogadillos del maligno que desprecian al hombre y pretenden apoderarse de todo lo material posible para luego adueñarse de las almas por siempre.

-Así es… Ahora me voy, no dejo de protegerte y de cuidarte a pesar de que a veces te sientes sola. Te daré fuerzas, las suficientes como para que todo salga muy bien. No olvides la esfera que te cedí… en ella, encontrarás la renovación de tus energías.

Diciendo esto último, Lemiel se retiró como siempre dejando su estela luminosa y perfumada.

Ya era muy tarde, Sirene recorrió una vez mas los pasillos, salones y consultorios vigilando que todo estuviera bien. Se iría a descansar definitivamente. Valoraría su nueva experiencia con la promesa interior de una apertura diferente, para luchar y limpiar más profundamente, para desarraigar las maldades, y porqué no… Traer otra vez a Ana…

 

CAPÍTULO XV -

Esa mañana estaba fresca, la primavera había hecho florecer los paraísos y los jardines de los vecinos. El aire estaba inundado de aromas diferentes, una agradable mezcla a tostadas, café y flores.

Ana era una niña de 7 años, saliendo por el pasillo de su casa. Vivía en una casita interna  al final de un pasillo, y hacia adelante, entre  dos casas gemelas opuestas en orientación.

Éstas eran de dos pisos, cuyos balcones se juntaban. Las rejas de los cierres perimetrales y los balcones, dejaban escapar entre ellas el desborde de frondosas plantas cubiertas de flores de diferentes colores. La puertecilla de la casa de Ana, tenía su dintel debajo de los balcones de donde pendía del marco superior, un farolito de tulipa ondeada, con fileteado verde cuyos dibujitos  la niña miraba a menudo mientras jugaba al anochecer.

Siguiendo por el pasillo, se desembocaba a un patio interno de baldosas rojas, bordeado de macetas y macetones lleno de gigantescas hortensias. La madre de la chiquita cuidaba que las hortensias fueran 7, de lo contrario podía quedarse soltera la niña de la casa.

En ese patio jugaban José y Ana hasta que los abuelos los llamaran a tomar la leche, como es de costumbre en todos los hogares de Mendoza.

La modestia de la familia era preponderante, los abuelos vivían con su hija viuda, que trabajaba como secretaria de un médico de renombre en un edificio del centro. El padre de los chicos, había fallecido cuando pequeños en un accidente de tránsito. Se mantenían con la jubilación de los ancianos y el salario escaso de Haydée, la mamá de los niños.

La acequia traía esa mañana abundante agua, y eso le gustaba mucho a Ana, porque colocaba barquitos de papel y corría detrás de ellos mientras los veía alejarse a gran velocidad por la fuerza del agua.

Los cabellos de la niña eran muy rubios, abundantes, muy largos y con suaves rizos dorados. Los ojos de un gris muy claro miraban con una transparencia increíble, a su vez muy dulce y de carácter muy afable. Su personalidad, en formación aún, hacía que los que la conocían la trataran con mucha suavidad y cuidado.

Los niños crecieron en un marco de armonía y respeto, con definidos conceptos de bondad, honestidad y religiosidad cristiana.

La rama del gran árbol, era muy alta y cubierta de flores, pertenecía a un paraíso añoso que emergía entre dos puentes de la vereda de Ana.

Sentada oliendo, como siempre, estaba Sirene distraída riendo al ver el movimiento oscilante de las hojas de diferentes verdes con la brisa. En plena distracción sufrió un sobresalto al oír su nombre que sonaba desde abajo del árbol. Miró abruptamente al piso, y al pie  del árbol vio a una niña de cabeza dorada que la observaba insistentemente…

-¿Cómo sabes mi nombre y… Quién eres?

-Soy Ana y tienes el nombre escrito en tu cabeza…

Sirene desconocía completamente que pudiera ser Vista por los humanos, y aún más, desconocía  que su nombre estuviera escrito en su frente.

-¿Cómo puedes verme? Nadie hasta ahora ha manifestado haberse percatado de mi presencia jamás.

-Lo lamento, solo sentí ruidos en la copa del árbol y… Entre las hojas te vi. En realidad… Fue tu luz la que yo vi.

-Te confieso que me sorprendes. Será porque eres una niña… Aunque no he visto que los otros niños percibieran mi presencia alguna vez. Quizás sea porque eres diferente… ¿Puede ser?

-No tengo nada de diferente, ahora estoy jugando con los barquitos, pero… ¿Sos acaso mi ángel de la guarda? En la iglesia, y también mi abuela, me han hablado mucho de ellos.

-No creo ser tu ángel de  la guarda, no recuerdo que me hallan encomendado esa misión, pero… Tus ojos tan claros me invitan a transmitirte conocimientos.

-¿Qué debo saber, qué puedes enseñarme angelito?… ¿Me vas a hablar de Dios?

-Solo siento que debo mirarte a los ojos.

Sirene quedó sentada sobre la rama del paraíso, en un marco de aire puro y aromas de perfumadas flores. Los ojos de ambas se entrecruzaron en una larga mirada mutua y profunda. Parte del azul celeste de los ojos de Sirene se trasladaron a los de Ana.

El día transcurrió normal pero la niña, pasó la tarde sentadita en una macetita con florcitas de conejitos, en actitud pensativa y relajada con pocas ganas de jugar.

A la mañana siguiente, la abuela los apuraba con el desayuno, se sentó junto a los niños a mirarlos comer, todas las mañanas gozaba de este acto llenándose de orgullo al verlos crecer, pero… Ana tenía algo extraño en su rostro, algo que la abuela no podía dilucidar. ¿Acaso su boca?, ¿acaso su naricita? O… ¡Sus ojos! ¡Estaban de color celeste cielo!…

Realmente la abuela no podía comprender lo que había sucedido, cómo esa niñita había cambiado la coloración del iris de un día para el otro, ahora además ¡Estaban tan bellos!

Nadie en la casa pudo jamás comprender lo sucedido, hasta la llevaron al médico donde trabajaba Haydée, quien no supo darle explicación al asunto.

Los años transcurrieron y Ana se convirtió en una responsable médica con gran vocación de servicio, amando cada vez más a los ancianos carentes de ternura. Había experimentado  el maltrato en los centros de salud, a las personas humildes y mayores abandonados por los familiares envueltos en un sistema social de carencias económicas y afectivas.

Su físico era hermoso, era una persona muy bella espiritualmente, y sus ojos angelicales, desde la transmutación de Sirene, eran únicos en el mundo. Sus cabellos muy rubios y  largos, acompañaban el andar suave de su grácil y delicada figura.

La alegría que experimentó Sirene, al percatarse de la presencia de esta doctorcita en la institución fue inmensa.

Sirene había llegado a la mutual, meses después del traslado de la institución a esa casa. Merina se encargó de comunicarle su nueva gestión , indicándole su desplazamiento a la mansión,  cuando cumplía misiones en una escuela de barrios periféricos. Al comienzo no captó el sentido de su tarea  nueva, pero al poco tiempo le apareció otra vez Merina explicándole sus objetivos.

Debía recorrer los salones de la casa, conocer profundamente sus integrantes, purificar los ambientes y llenar los espacios de energía luminosa y perfumada tratando de contrarrestar las maldades humanas que se suscitaren. Con el compromiso de una misión más compleja más adelante y a medida que se perfeccionaren sus técnicas y conocimientos.

Luego sobrevino una mayor definición a sus labores. Lemiel ya le había entregado por fin su función definitiva.

Pero, por aquella época, cuando ingresó Ana por primera vez a la institución, todavía no estaban totalmente claras las prédicas.

Comprobó que Ana ya no podía verla, la adultez y el transcurrir por este mundo ingrato, a pesar de la bondad de la mujer, le era inevitable la pérdida de la inocencia y algún pensamiento malo hacia los semejantes, sobre todo frente a la convivencia con las injusticias.

El otro error que Sirene no se perdonaba a sí misma, y consideraba su inexperiencia como culpable de lo ocurrido, era el no haber podido evitar el enamoramiento de la doctora hacia aquel hombre, el presidente. Él no la merecía ni nunca lo haría.

Como ángel, captaba la gran diferencia de densidad espiritual entre ambos.

Lo que Sirene desconocía, era que el error  provenía de una historia muy antigua, de reencarnaciones anteriores, donde nunca el alma de Ana pudo concretar fusión en vida, pues no le era permitido… Era necesario que, el hombre evolucionara para poder concretar una relación verdadera.

Por lo contrario, en esta encarnación, solo sería atracción entre dos humanos donde existiría quizás, energía magnética sin esperanzas de realidad tangible.

Esta ángel no era la culpable de este sentimiento inevitable. De todos modos, a esa altura de los momentos, deseaba el retorno definitivo de Ana.

Debía además,  lograrlo, convirtiéndolo en un hecho.

Ahora su misión estaba cada vez más a prueba y había  que demostrar su fortaleza y capacidad para tal labor…

Una noche luminosa, alrededor de las 21 horas, Sirene, estaba sentada en el borde del descanso último de la escalera.

Compenetrada con el silencio del gran salón, se encontraba muy pensativa, tratando de encontrar  alguna solución posible a su última prédica.

Los teléfonos no cesaban de sonar sobre la mesa de entrada, como así también los teléfonos de contaduría, y enfermería.

Ya no era hora habitual de llamadas, lo que significaba era evidente, algo extraño, algo anormal o fuera de lo común estaba ocurriendo…

 Esta situación ya la había percibido varias veces, sobre todo mientras dormía durante las noches.

Esto hizo sobresaltarla y preocuparla, debido a que esas energías  liberadas  a los espacios vacíos del edificio, no eran  buenas.

Se alertó sobremanera haciendo que se incorporara rápidamente, y sin vacilar, hizo por primera vez uso de su poder.

La ángel novata en su nueva condición de curadora  y protectora  de los ambientes de esa casa, sin titubear, elevó sus brazos alargándolos hacia los techos. Y agitándolos violentamente, despidió de todos sus dedos, una batería de rayos altamente luminosos que impactaban sobre las mesas, los teléfonos, las computadoras y cuanto aparato electrónico o eléctrico existiera.

Vio por primera vez, que era capaz de provocar fenómenos similares a los que tiempo atrás habíale enseñado Lemiel. Del aparato de fax del mostrador, de la pantalla de la computadora, y de los televisores de la sala de espera, emergían seres oscuros, parecidos a dragoncillos con ojos llameantes y cornamentas punzantes, producto de las maldades de los malintencionados que se comunicaban con la mutual.

Afortunadamente, Sirene logró eliminarlos y sintió de inmediato el alivio vivenciado tiempo atrás cuando Lemiel limpiaba las instalaciones. Ahora había aumentado su seguridad, ayudada por la energía  que le otorgaba el tener en su poder, la esfera luminosa que le había entregado hacía muy poco el ángel mayor para su nuevo trabajo.

Sabía que era capaz de impedir que las fuerzas negativas se apoderaran de la casa y tal acción y situación, le dio hartas fuerzas para trabajar sobre el regreso de Ana.

¿Qué debía hacer para llegar a tal fin?

Quizás… cambiar la historia, o… Alejar los impedimentos, todo aquello que hiciera  peligrar el mantenimiento de la casa y fuera responsable del envejecimiento del edificio.

Miró al jardín grande de la entrada, y los rosales esperaban con sus botones a punto de reventar… La llegada de Ana.

 

CAPÍTULO XVI -

Tanto se había hablado de él, tanto que el hartazgo lo había sobrepasado al punto de entrar en un cuadro depresivo.

Su ánimo decaído no le permitía tomar decisiones drásticas ni útiles.

Realmente es estrategia efectiva el lograr que una persona se debilite a través de reiterados comentarios y rumores deleznables,  tan nocivos y calumniantes.

La situación financiera de la mutual parecía terminal. El agobio de toda la comisión directiva era muy evidente, como así también su inutilidad y la falta total de apoyo al directivo principal. Esperaban de él toda vía de solución, y estaban molestos lo que el presidente no les daba respuestas rápidas, como así también,  a modo de aves rapiñas, estaban colmados de ansiedad por llenarse lo antes posible de dinero los bolsillos.

Los más comprometidos con esta repulsiva intención, eran  el “fronterizo” Berducci y el oportunista Sarelli. Ambos empleados de contaduría del sector Caja.

Estaban al pendiente de cada movimiento que se gestara, en los bancos, y del dinero que entraba o salía de la institución.

Eran voraces y mediocres, muy estructurados. No aceptaban ningún pensamiento creativo que surgiera de sus autoridades, impidiendo el crecimiento de la Mutual.

Las trabas que ocasionaban, sumado a la abulia y total falta de colaboración, tenían realmente harto a Aznar, el presidente.

La chusma acrecentaba cada vez más sus comentarios destructivos, y hasta ellos mismos notaban que tras las charlas, mate por medio, el deterioro del edificio avanzaba cada vez más rápido. Veían al principio con asombro, y luego con costumbre, cómo el revoque de las paredes y las maderitas de los travesaños del techo caían sin cesar.

Pero, Posteriormente, a la última curación de Lemiel, y al mantenimiento que realizaba a diario la nueva ángel guardiana  y custodia del edificio, las situaciones fueron modificándose rápidamente.

Todos, incluso los más maliciosos, notaron la atmósfera diferente y la cesación del deterioro.

La gran limpieza de los ambientes, el verdor renovado de los jardines, la explosión de brotes de los pimpollos, el aroma perfumado e inexplicable de los espacios, la sedación en las conductas, de su inaguantable pareja Maribel… todo esto le había hecho cambiar un poco la  actitud a Aznar.

La renovación le provocó estímulos suficientes como para decidir determinaciones y darle un destino final a la problemática.

Maribel se había encargado de desacreditarlo todo el tiempo que duró su estancia, los  comentarios sobre la vida privada de ellos, tan procaces, eran mentiras que crecían día a día con la frondosa imaginación de su alma, que albergaba ese cuerpo pesado, tosco y desagradable.

El frustrado hombre, víctima de un puesto apetecible por los ambiciosos del dinero y poder, se había vuelto un infeliz. Su carácter era agresivo, sobre todo cuando las injusticias que él creía tales lo acosaban. Le gustaba dominar, manipular y manejar a los recursos humanos a cargo. Demostraba cierta inteligencia, y era hábil para las astucias que un zorro necesita para sobrevivir. Sin embargo débil con Maribel, quien lo manejaba a su antojo, provocándole escenas permanentes de celotipia con cualquier médica que le dialogara.

También ocurría esto con las administrativas que desfilaran  por su despacho, haciendo que él cuidara su accionar y actuara con temor cada vez que ascendía a contaduría para hablar con las empleadas.

A Aznar le gustaban los hierros, los talleres de mecánica, la mecánica pesada de barcos, las carreras de automóviles fórmula uno o cualquiera.

No era muy simpático, y trataba de crecer culturalmente, debido a que  absorbía con rapidez los conocimientos contables y legales a los que estaba tan obligado y acostumbrado. También había aprendido bastante de patologías médicas de tanto sentir comentarios del tema.

Pero, lamentablemente, tenía sentimientos encontrados, porque obraba en ocasiones en forma correcta, pero, no podía evitar su espíritu ambicioso, y en muchas oportunidades , para él , el fin justificaba los medios . Esto lo mostraba como un individuo de moral muy dudosa… quizás eso lo mantenía unido todavía a Maribel.

Una mañana partió al sur del país decidido a vender el paquete de deudas que lo tenían acosado. Se había decidido a terminar con las situaciones engorrosas tanto personales como laborales. Acariciaba el final de una época de su vida que ya no tenía más sentido.

El basta lo dominaba por completo. Lo hacía feliz el no saber más de comentarios absurdos ni de habladurías por fin.

La sorpresa de los zánganos que lo rodeaban, fue terrible. Ellos vieron perdidas definitivamente futuras entradas de dinero fácil. Monedillas que sin esfuerzo alguno  obtenían.

Las cosas habían cambiado y debían mover su osamenta para buscar recursos económicos para llevarle alimentos a los zanganillos de sus hogares soberbios. Estaban muy acostumbrados a las cosas cómodas,  atenciones médicas sin cargo,  y a las muestras  de medicamentos gratis.

El final  estaba próximo y se debían tomar serias decisiones tratando de hacerlas lo mas acertadas posible.

Era sábado, Aznar había planeado allegarse hasta el edificio cerrado para  el público, porque necesitaba ver unos papeles y pensar…

Abrió las rejas pesadas de los portones y, al ingresar al palier, cruzando el portal principal de rejas y vidrios, tuvo una extraña sensación de desasosiego mezclada con pena y alivio al mismo tiempo.

Recorrió los espacios oscuros sin encender las luces, y percibió de inmediato, la presencia de Sirene quien le observaba atentamente. Él no podía verla pero sí sentir la presencia angelical, lo que hizo contentarlo  y recorrer  agradecido por la compañía. Esto le hacía más a gusto el desplazamiento por los espacios.

Observó detenidamente el gran vitraux  de la escalera y el rosetón de vivos colores del techo del hall  del piso superior.

Permanecía en actitud mística pensativo sobre las cosas del destino, que lo habían acorralado y no le habían permitido terminar con su gestión.

La mañana estaba cálida, abrió las puertas balcón de su despacho que   comunicaban con la glorieta, y se dirigió al jardín de atrás percibiendo el  intenso aroma de los jazmines que cubrían toda la gigantesca planta.

Miró al cielo ¡tan azul! y, en actitud de ruego, le pidió al Señor que la nueva etapa que sobrevenía fuera acertada y que los nuevos habitantes de la casa  fueran personas merecedoras del lugar.

El ruego sincero del hombre hizo que, en esos momentos finales,  atrajera a Lemiel quien bendijo el ritual y le dio aprobación a los cambios.

El ángel mayor buscó a Sirene, y le entregó un manojo de llaves luminosas.

-¿Qué debo abrir con ellas? Interrogó Sirene sorprendida.

-Cuando el presidente se retire de estos recintos, ya habrá elegido los únicos que tienen derecho a quedarse en la casa. Siempre que la elección, sea de su voluntad, y que ésta sea moral, por supuesto.

Aznar necesita limpiar sus errores, y para esto debe crecer… evolucionar espiritualmente, realizando una acertada acción, para el futuro de esta propiedad. Su Libre Albedrío le hará actuar, pero si lo hace correctamente, le permitirá subir mas escalones en la evolución…

La casa entonces estará totalmente saneada y limpia en verdad, hasta las almas que dormían en el sótano de la madre y la hija ya se han ido definitivamente.

Junto con la paz que tanto deseas, Sirene, debes tomar estas llaves para abrir las entradas libremente a los personajes nuevos que usarán estas instalaciones. Debes procurar evitar todo ingreso no deseado o inadecuado, para los nuevos momentos  en los que se hará uso de la casa y se dará paso al rejuvenecimiento.-

Mientras Aznar continuaba mirando al cielo, el intenso azul le trajo el inevitable recuerdo de los dulces ojos de Ana. ¿Qué sería de ella?, ¡cómo la extrañaba!, bajó la vista al suelo comprendiendo que en esta vida que le había tocado, no cabían ciertos deseos de superación espiritual mas que los que podía alcanzar según sus posibilidades y circunstancias. Estaba contento de comprender que una nueva etapa le esperaba, y que alguna vez Dios le iba a permitir concretar el derecho a alcanzar a Ana.

Caminó hacia su despacho y, sentado en su sillón comenzó a seleccionar los empleados que creía conveniente debían quedarse.

Sentía la energía poderosa del ángel de la casa, ya que evidentemente Sirene estaba sentada en un sillón observándolo, y dándole protección y claridad a su mente para la elección adecuada. Terminado su último trabajo, se reclinó cansado sobre el respaldar introduciéndose en un liviano letargo, con los ojos cerrados.

Cuando entreabrió lentamente los párpados, pudo ver delante de él el brillo de Sirene quien le clavaba la mirada desde su azul celeste, desprendiendo luminosidades móviles que le llegaban hacia su rostro provocándole una sensación candorosa… Pero esos ojos… ¿A quién pertenecían?, ya los había visto antes, claro… ¡Eran los ojos de Ana!

El presidente no se extrañaba de estar frente a esa ángel, ya la había presentido varias veces, e inclusive, la había sorprendido algunas mañanas cuando llegaba  muy temprano y entraba rápidamente al salón de contaduría.   En estas circunstancias, había alcanzado a percibir su aroma y restos de su manto luminoso desplazándose rápidamente escapando a ser sorprendida.

Ahora confirmaba su hipótesis porque coincidían las imágenes y el aroma con sus recuerdos.

-¿Has venido a despedirme, ángel?

-Sí, y a darte fuerzas y a decirte que no temas por tu futuro…  Te irá bien, debido a que tu gestión fue buena, solo que no eras tú solo el que debía comandar el funcionamiento de este lugar. Además, se ha percibido en  los planos superiores, tu arrepentimiento, y propósitos de enmienda.

-Si la ves a Ana, cuídala.

-Presientes que quiero traerla ¿verdad?

-Sí, leo en tus hermosos ojos que se parecen a los de Ana, que piensas pedirle a la vida que vuelva.

-Efectivamente, espero que este lugar quede limpio por mucho tiempo y no envejezca tan rápidamente.

Junta fuerzas, levántate y sé presidente de tu propia vida ahora.  Busca buenas personas que te acompañen por el sinuoso camino del existir , y sobre  todo, no pierdas la fe.

Sirene se levantó del sillón y desapareció tras la puerta que conducía  al salón principal dejando como siempre su estela perfumada.

Aznar se incorporó también, tomó el manojo de llaves de los cajones y armarios, dio una última mirada general a todo, y adquirió una marcha firme y decidida hacia el exterior… para no volver nunca más.

 

CAPÍTULO XVII -

Era muy temprano. El amanecer estaba muy cálido, el sol ya quemaba cuando Maribel ingresaba, por la puerta del enfrente.

Había viajado en colectivo desde Lavalle, el pueblo donde residía. Entraba sola y un poco temerosa por su destino laboral. El presidente algo le había adelantado sobre el futuro muy próximo de García Lorca.

Ya era como las 7,45 horas y el revuelo era marcado. El personal ignoraba hasta entonces la posibilidad de algún cambio, por lo que el salón estaba colmado de ocupantes discutidores, desconcertados, furiosos, temerosos, angustiados, envidiosos, mezclados con pacientes consternados e indecisos sobre su destino en cuanto a cobertura sanitaria a elegir.

Todo estaba a su vez englobado en un marco de tensión vigilada atentamente por Sirene.

El ángel no se perdía ningún detalle. Estudiaba y escudriñaba todos los gestos y actitudes de cada uno.

Acababa de estrenar su nuevo manojo de llaves, dándole paso  a un personaje  … perteneciente a la nueva generación de trabajadores de la nobel Institución  … y temía equivocarse.

El hombre estaba sentado junto a un escritorio, perteneciente a la auditoría, colocado ahora contiguo a la mesa de entrada en el salón principal.

Vestía traje oscuro de tela de verano muy liviano, con camisa blanca y corbata de seda con suaves gofrados del mismo tono. Su rostro impávido, sin expresión alguna demostraba abiertamente desinterés por todos. Alisaba sus cabellos rubios que pretendían caer sobre su ancha frente. Portaba una lista donde se enumeraban los nombres de los empleados elegidos. Dicho informe, se lo había provisto el ex-presidente, aconsejándole a los integrantes que valía la pena que continuaran en el lugar y que, no solo eran recomendables como personas adecuadas por su calidad humana, sino que su eficiencia para trabajar era impecable.

El nuevo jefe de personal, hizo caso absoluto a los consejos de la autoridad saliente,  y fríamente fue nombrando en forma calmada, uno a uno con detalle,  quien quedaba y quien se desechaba, mientras hacía hincapié en que debían pasar el día próximo para su liquidación e indemnizaciones correspondientes.

La emprendedora empresa que se hacía cargo del lugar, trataba de una gerenciadora médica que operaba habitualmente en Buenos Aires.  En Mendoza,  tenía  sedes  en el sur, en los departamentos de Malargüe, San Rafael y General Alvear.

Pretendían desde hacía tiempo ocupar espacio en el mercado de la salud en la zona del Gran Mendoza.

Tal intento no les parecía fácil, porque tres capitalistas dueños de clínicas y sanatorios, tenían todo abarcado.  Habían aprovechado el espacio que se produjo al cerrarse dos clínicas debido a una crisis económica en la obra social AMPI, que cubría las atenciones de los ancianos. Esto hizo tambalear a Varias gerenciadoras  y UTES perdiendo mercado,  y dejando gran parte de afiliados sin cobertura.

MEDICARSE S.A., estaba gerenciada por hábiles organizadores de empresas, contadores y abogados, todos especializados en salud, con staff de auditores minuciosos quienes contabilizaban sin perder detalles, el ahorro máximo cuidando hasta el último centavo.

La remoción del personal, los cambios abruptos sin aviso previo, los celos desatados a nivel competitivo, generaron energías oscuras de poder maligno que rápidamente se extendieron por toda la estancia libremente como si no hubiera impedimento alguno.

Sirene alarmada por la rapidez de los hechos, se incorporó velozmente y extrajo un escudo formado por gajos cristalinos de prana obtenida de los bosques de coníferas del astral de Merina.

Ella le había llevado muchas armas de diferente tipo para la defensa en caso de luchas con las fuerzas del mal.

El escudo tenía además una capa concentrada electromagnética con electrones en continuo movimiento que se desplazaban en zigzag atacando al enemigo. Hiriéndolo con la fuerza de todas las bondades de los elevados astrales.

Al escudo lo portaba con la mano izquierda, y con la derecha sostenía una pesada espada de rayos luminosos de continuo desplazamiento que atacaban como agujas punzantes a los demonios desatados.

A medida que el odio crecía por parte de los rezagados en García Lorca, se cobraba la forma de serpientes con ojos rojos y lenguas triperinas que chocaban violentamente con los techos. Inmediatamente eran interceptadas por la espada de Sirene e impactaban en el escudo de prana.

Maribel estaba desquiciada, las serpientes trataban de introducirse dentro de su cuerpo, porque encontraban el modo, estando dentro de ella, de manifestarse mucho mejor. Fue así cuando la enfermera comenzó a correr desaforadamente por los corredores gritando a viva voz:

-¡No quiero, no me voy a ir! ¡Los odio a todos, basuras, hijos de puta, los voy a matar!

Y hurtando una tijera de la caja de cirugía, levantaba el elemento punzante amenazando e intentando clavarlo en cualquier pecho inocente.

El pánico y el horror comenzó a cundir generando caos, gritos, caídas y atropellos.

El nuevo jefe de personal, advertido previamente de posibles violencias a desatarse, llamó con un simple chasquido de sus dedos, a los agentes de seguridad. Tomaron a la infeliz de Maribel, le aplicaron un chaleco de fuerza y la depositaron en una ambulancia para su rápido traslado a algún neuropsiquiátrico más cercano.

Ahí quedó por tiempo indefinido, no pudiendo evitarlo Sirene, debido a la velocidad con que acontecieron los hechos.

La ángel no alcanzó a eliminar tres serpientes del  mal que se quedaron dentro de la enfermera por tiempo indeterminado, quizás hasta que algún otro ángel pudiera ocuparse de ella y esforzarse por tratar de recuperar su alma, en un poderoso exorcismo.

Ya era como las 10, 30 horas, y el calor se estaba haciendo insoportable.

Luego de lo ocurrido con Maribel, quedó en el salón un clima de tensión desagradable. Hubo un dejo de recapacitación y comenzó a reinar en el ambiente, un silencio transitorio.

La desazón que cada uno albergaba dentro de sí, se encontraba en estado quiescente, sin comentarios ni quejas… No había lugar para ellas ya…

La frialdad con que manejaba el jefe de personal entrante las cosas, era evidente y molesta. Esto preocupaba a Sirene, quien sabía que ahora debían sobrevenir tiempos de bondad. Ya no la concatenación de injusticias y maldades.

Unos de los primeros en ser despedidos, fueron los ambiciosos y desubicados Berducci y Sarelli.

La sorpresa y estupor que reflejaban sus rostros marcaron una mayor y extraña sensación en el ambiente del salón.

Muchos empleados creían que estos compañeros de trabajo, eran preferidos por la anterior comisión  directiva. Al captar todos el despido de estos individuos maliciosos, varios comenzaron a temblar.

Mariela y Verónica, dos empleadas algo eficientes pero con conducta característica, muy chismosas, maliciosas, envidiosas, altaneras y demasiado soberbias, estaban esperando con seguridad el veredicto positivo del pase al nuevo sistema de trabajo. Les llamaba la atención la demora de su nombramiento, porque debían según su opinión, ser las primeras. Ambas se creían las favoritas de Aznar, de quien estaban enamoradas, y al que trataban a menudo de provocar.

Mariela, de estatura algo baja, trigueña, cabellos castaños y muy lacios por el planchado y cara risueña, mostraba una falsa simpatía. Se creía a si misma, tratarse la más pequeña y mimada del presidente, por lo que reaccionaba a menudo con berrinches y mal carácter exigiendo su modo para realizar las cosas. Por otro lado, Verónica, algo mayor, de carácter muy agresivo, daba incluso órdenes a sus superiores, la soberbia le hacía perder el criterio.

Ambas sonrientes, trataban de seducir y conquistar al nuevo jefe de personal, pero, la sorpresa fue sin igual, cuando pudieron comprobar que el hombre impávido e inexpresivo, cerraba el registro donde constaban los recursos humanos que iba a utilizar, y en ningún momento, ellas figuraban ni estaban consideradas. Sino que por el contrario, sus nombres resonaron con amplio eco dentro del gran salón, asegurando su irreversible despido.

Como brujas furiosas al ataque, se lanzaron hacia el hombre con las uñas en garra, pero fueron interceptadas rápidamente por el personal de seguridad.

Varias serpientes ponzoñosas y pestilentes, se desprendieron de las cabezas de estas dos mujeres. Sortearon con velocidad el escudo de Sirene sin que el ángel pudiera detenerlas. Las bestias demoníacas desprendidas del peri espíritu de estas dos infelices, llegaron a la planta superior de la casa y se multiplicaron en centenares de reptiles untuosos y viscosos.

Estos bichos lanzaban gritillos agudos y desgarradores, haciendo vibrar los cristales de las ventanas y golpeando las puertas. Levantaron por los aires los elementos de los consultorios, los teclados de las computadoras, e hicieron girar en círculo, miles de papeles que terminaron desparramados tapizando todo el piso.

El caos se había desatado muy rápidamente, sin que Sirene pudiera evitarlo debido a la velocidad con que se suscitaron. Merina tuvo que acudir a colaborar en conjunto con tres guardaespaldas de gestos muy adustos, de alas que al desplegarse eran inmensas, portaban espadas y garrotes, vestían sayos azulinos ya que pertenecían al escuadrón de San Miguel Arcángel. Rápidamente y sin que Sirene se percatara, limpiaron los demonios destrozándolos y pulverizándolos en partículas diminutas haciéndolos esfumar definitivamente.

Sembraron todo con luminosidad de polvo de estrellas del infinito perfumando los ambientes con rociado de prana  y magnolias.

Estas esencias provenían de los astrales hospitales y niveles de recuperación, de donde extrajeron también néctar balsámico curativo para que las personas que quedaran seleccionadas para trabajar, se sintieran verdaderamente en paz al igual que la casa. Rociaron todo el edificio con el prana luminoso que traían, sin dejar ningún espacio sin cubrir, y a pesar de que la arquitectura era antigua, parecía una casa nueva, recién construida.

El aire que comenzó a respirarse, tenía un aroma exquisito, y la sensación agradable del ambiente que empezó a reinar, era ya tangible. A esa altura del día, como a las 13: 30 del mediodía, no quedaban mas personas indeseables en el edificio.

Todos los que no habían sido nombrados por el jefe de personal, sintiéndose mal, llenos de amargura, y percibiendo la benignidad de la estancia, huyeron despavoridos. Estaban temerosos del bien porque les molestaba el aire puro que hería sus pústulas ponzoñosas.

Sirene agradeció inmensamente a Merina y a su séquito, y sintió alivio al comprobar la ausencia de todo mal posible. Pensó repentinamente en el novato que debutaba en el salón principal, y en su antipatía que contrastaba con la armonía nueva que se había gestado.

Fue una sorpresa comprobar que el personaje en cuestión, estaba ahora sonriente reunido en una agradable conversación en el despacho del ex-presidente Aznar, sentado junto al escritorio charlando con el personal definitivo que se había resuelto elegir.

Era evidente, que la dura actitud que había tomado el hombre, era compatible con una situación tensa de despidos  de personajes,  que era bien sabido, no convenía tener, debido a sugerencia del presidente, para la paz definitiva del lugar.

Sirene se desplazó al jardín del fondo, y se sentó en un cantero a ordenar los pensamientos… Fue poco a poco evocando todo lo vivido en esa casa, y comprendió lo que le había propuesto Lemiel, debía traer La Paz, no solo desearla para sí, sino que debía depositarla en ese recinto, para que la bondad renaciera y protegiera a todos en ese edificio por siempre…

La ángel se incorporó lentamente y desplazó su figura delgada y azulina por los espacios del patio, sus largos cabellos dorados se confundieron con los rayos del sol que de a poco pretendía morir en el ocaso...

 

CAPÍTULO XVIII -

Pasaron varios meses  luego del éxodo de las almas malditas.

El hombrecito pusilánime era coincidente con la bondad reinante y trabajaba con ahínco y alegría, nadie se burlaba de él y era sumamente respetado y considerado en sus conceptos.

Él se había enterado algo sobre el destino de Maribel. Supo que se encontraba internada en un neuropsiquiátrico con medicación para psicóticos, practicándosele varias sesiones de electroshock, debido a que su conducta era muy difícil de controlar por los paramédicos. Amanecía muy violenta, con saliva espumosa desbordando su boca, vociferando palabras irreproducibles. Llamaba la atención la mirada maligna pletórica de odio a todos los que la rodeaban o pretendían ayudarla. Lanzaba manotazos como garras de animal agresivo y feroz, retorciéndose en el piso como reptil. Las serpientes que la poseían, no estaban dispuestas a dejarla, y afectaban cada vez más su salud. Ya había sido necesario aplicarle varias transfusiones, y reforzar su alimentación. La debilidad la iba consumiendo poco a poco. Los diablillos apoderados de ella tenían como objetivo, llevarla a la muerte, y de esta manera, cobrarse los favores dispensados en su momento de conjuros y rituales diabólicos a las almas que la infeliz pretendía destruir.

El señor Márquez estaba preocupado, y en varias oportunidades, se había comunicado telefónicamente con el ex-presidente para averiguar cortésmente sobre el estado de  salud de la infeliz.

Le ofreció alguna posible ayuda, pero Aznar le manifestó en varias ocasiones su agradecimiento, y le advirtió que cada uno es, en cierta manera, responsable de su destino final según sus acciones y conductas frente a  las actitudes  en la vida.

El Sr. Márquez, estaba encargado junto con un eficiente equipo de trabajo, de buscar nuevos profesionales para el rearme estructural del staff que iba a llevar a cabo las prestaciones médicas y de otras actividades paramédicas. La flamante institución sanitaria, tenía ahora una conducción responsable, con dueños deseosos de llevar a cabo un servicio a la salud de los nuevos pacientes sin burocracias viciosas.

Varias semanas habían transcurrido ya, y el staff estaba completo. El Sr. Márquez se mostraba contento. Había realizado un trabajo satisfactorio, y, ya podía ver la institución sanitaria nueva en plena marcha, prometiendo futuro y un muy buen nivel de atención. Hasta el edificio se veía rejuvenecido, pese al aspecto antiguo. Los reflectores colocados en puntos estratégicos del frente y la vista lateral sobre las cornisas y molduras iluminadas daban un aspecto soberbio a la arquitectura hermosa de la esquina.

Amanecía y la mañana estaba muy fría, el gris del cielo muy plomizo dejaba caer pequeños corpúsculos de nevisca. El patio de atrás estaba casi vacío, varias ausencias habían caracterizado esa mañana alterando el funcionar normal de los consultorios.

-Aunque usted no lo crea señora. ¡Los médicos también se enferman! Las anginas en estos días han hecho estragos en todos, y varios profesionales están faltando… Si usted quiere le damos turno para la tarde.

-Es que la abuela no quiere cualquier médico Susana, ella…Estaba acostumbrada a…

-¡Sí, ya lo sé! La famosa doctorcita esa que todos recuerdan… Yo no la conocí, considere que hace poco que varios trabajamos aquí, pero muchos nos hablan de ella y tendrán que acostumbrarse a otro profesional, hay muchos clínicos buenos a los que pueden recurrir.

-Sí… Pero nunca será lo mismo…

La paciente bajó los ojos con tristeza, evocando diálogos agradables con la Dra. Ana, a quien le había la  familia confesado varios conflictos y ella los había solucionado, al igual que tratado y curado varias enfermedades.

Sin decir más, se despidió amablemente, giró media vuelta y se retiró pensativa.

Susana, una persona samaritana, siempre dispuesta a ayudar a los demás, había elegido la profesión de enfermera universitaria y era muy capaz y activa. Entró a la enfermería comentando el episodio anterior, a Jovita, otra enfermera eficiente y discreta. Jovita estaba preparando material y esterilizando las cajas de cirugía, y al ver algo preocupada a Susana, le ofreció un café caliente con canela.

-¿Quiere, Susana?, le va a ser bien… Está algo pálida y hace frío aquí dentro, parece que la calefacción está algo baja.

-¡Gracias!, Jovita, es usted muy amable como siempre, se lo voy a agradecer. Hoy me siento algo triste… Y no sé porqué.

-¿Quizás porque hay pocos médicos estos días?... O lo que está frío. Pero le confieso que yo también noto algo extraño… Como si faltara algo o necesitáramos que suceda algún acontecimiento  quizás…

Mientras las dos buenas mujeres dialogaban esa tranquila mañana de invierno, Sirene estaba otra vez alarmada. Había despertado de un aletargado sueño nocturno, algo relajada, ya que la bondad reinante le daba poco trabajo últimamente. A pesar de ello, no dejaba de estar alerta siempre y a la expectativa de algún peligro acechante. Cuando se desperezó en su sillón negro predilecto de la sala de contaduría, percibió de inmediato algo amenazante. ¿Qué sería?... El aire estaba limpio, sin maldades, pero captó tristezas, congojas, ¡Algo terrible!

El desasosiego, las nostalgias, las tristezas, las incertidumbres, son sentimientos peligrosos que dejan penetrar a los malignos aprovechando estas debilidades y faltas de Fe.

Rápidamente desplazó su etérea figura perfumada por los salones en búsqueda del origen de esas penas que habían surgido sin aparente causa. La atracción fue inmediata, y en un santiamén estaba apostada en la enfermería.

-¿No siente un aroma exquisito, Jovita? ¿Acaso un nuevo perfume?

-No me he puesto ningún perfume hoy, nada más que el jabón con que me bañé. Yo también lo percibo y… Le digo más, varias veces he sentido ese aroma en los consultorios cuando he ido a prepararlos.

-Yo también creo haberlo sentido en los pasillos y salones… ¿Qué será? ¿De dónde provendrá?

Mientras las enfermeras comentaban conjeturas, Sirene despreocupada de haber sido percibidas por esas buenas mujeres, descubrió que ellas eran las generadoras de los sentimientos peligrosos.

Tomó con rapidez conciencia la ángel que algo debía hacer para que esos sentimientos negativos no cundieran en forma expansiva.

Se sentó otra vez en el descanso inferior de la escalera, observando las dos plantas de la casa y se relajó  meditando en Lemiel, quien le había dado la confianza y la gran responsabilidad de perpetuar la paz del lugar.

Su alma se tranquilizó evocando en sus pensamientos al ángel mayor y los recuerdos del pasado se le hicieron presentes, proyectándose en el espacio vacío la imagen de una niña interrogante que la observaba con sus enormes ojos grises. Recordó la transferencia y la comunicación con su espíritu, encontrando la clave correcta… Los ojos ahora azules celestes de Ana, eran también suyos, ella era evidentemente la clave para frenar las intenciones de la entrada del mal.

Habiendo tomado conciencia de lo que debía hacer, se dirigió a la administración, buscó al Sr. Márquez y se ubicó frente a él. El hombrecillo percibió la presencia pura, sintió de repente una necesidad de orar y de contactar con Dios.

Sirene extrajo la esfera luminosa que le había entregado Lemiel, la apoyó sobre la cabeza del Sr. Márquez, y llenó de luz su mente y su alma.

El hombrecillo parecía más grande, estaba inmensamente feliz, con alegría contagiosa y pleno de paz e inteligencia mayor.

Mientras que, una energía poderosa,  le otorgaba carácter suficiente como para dominar a la autoridad si fuera necesario, en caso de alguna oposición para sus decisiones que ahora tenía que tomar.

Susana inició el impulso y se dirigió al piso superior, buscó al Sr. Márquez y le transmitió la problemática acontecida por la mañana, el reclamo de los pacientes por la ausencia de algunos médicos y las reiteradas solicitudes de la gente por una médica geriatra que trabajaba tiempo atrás.

No podía estar más motivado el hombrecillo, era el momento oportuno…

-Buenos días Doctora, ¿Cómo le va?

-¿Quién habla?... Me parece conocida su voz…

-Sí, Doctora soy el Sr. Márquez, ¿Me recuerda?

-¡Ah!... ¿Qué es de su vida? Supe de los cambios…También supe de ese centro médico nuevo, tiene buena reputación.

-Así es Doctora,  y estamos interesados en sus servicios, ¿Quisiera volver?

- Me toma de sorpresa, no lo sé, tendría que pensarlo… Además estoy trabajando en otros centros… Aunque no muy conforme… ¡Qué se yo!... Usted sabe lo que yo quiero ese lugar, Sr. Márquez.

-Por eso, se lo ruego, Doctora todos la queremos y la gente la recuerda y la reclama.

-Pero… ¿Quiénes quedan de antes allí?

-Muy pocos, solo los buenos…No lo tome a mal, le quiero decir… Que ya no hay problemas, sólo ganas de trabajar y mucho amor a los demás es lo que caracteriza a la institución nueva… ¡Gracias a Dios!

-Está bien… Déme 48 horas… Sr. Márquez. Luego de ese plazo le voy a tener una contestación.

La respuesta de Ana conformó al hombrecillo. También Sirene estaba satisfecha, sabía que Lemiel iba a intervenir. Varias veces le había advertido que Ana debía volver para mantener la bondad en el edificio y evitar el envejecimiento.

Era evidente… La luz se acercaba…

 

CAPÍTULO XIX -

La mañana se presentaba muy agitada, el gentío había invadido el salón principal, porque comenzaban las vacaciones de invierno. En estas fechas era propicio maximizar los tiempos para realizar todo aquello que en las familias quedaba  pendiente, entre esas cosas se incluían  los famosos chequeos, donde la gente pretendía  hacerse todos los controles o el “service”, para quedar, o por lo menos intentaban quedar, en estado saludable.”

Los empleados de la mesa de entrada no daban a vasto con los reclamos, las solicitudes, las preguntas y todo aquello que demandara la impaciencia de la muchedumbre…

Pero en MEDICARSE S.A., el personal era atípico, porque la bondad sembrada en forma constante por Sirene, no permitía ningún exabrupto, ninguna brizna de discordia, reinando así, una permanente armonía estable.

En esas condiciones ingresó al recinto Ana, quedando atónita de las modificaciones ambientales.

El gran salón estaba recién pintado, con varios spot de luces dicroicas dirigibles, con mucha luminosidad. Las sonrisas en los rostros eran espontáneas y daban un marco de seguridad al trato.

Susana y Jovita, estaban muy atareadas, preparando consultorios, atendiendo a los pacientes y a los profesionales.

Ana se dirigió a la enfermería con cierto temor. El comenzar con gente nueva le otorgaba inseguridad,  a esto se le sumaba, el hecho de haber estado mucho tiempo  ausente, y… lo peor, el terrible recuerdo de la nefasta Maribel, que tenía la desagradable capacidad  de generar en ella, sentimientos de ira y malestar.

Al traspasar el pasillo, comenzó a sentir alivio, a disminuirle la taquicardia, cederle el sudor frío que había invadido su cuerpo, como así también comenzó a percibir mayor firmeza en sus piernas, que habían comenzado a temblar.

Le salió sorpresivamente, al paso, Jovita, quien le sonrió cariñosamente. En el acto captó de quien se trataba.

-¿Es usted la médica nueva?

-Sí, comienzo hoy. Me llamó el Sr. Márquez.

-Sí, por supuesto, la estábamos esperando. Tiene muchos pacientes en la sala de espera. Acompáñeme arriba, le mostraré su consultorio.

Mientras Ana seguía a Jovita, ésta se presentó, y le comentaba, escaleras arriba, lo fatal del día y de los días que estaban viviendo últimamente.

A Ana le pareció agradable y simpática esta enfermera, y comenzó rápidamente a disminuir su tensión. Jovita la acomodó en el consultorio que había ocupado tiempo atrás, con balcones a la calle, solo que estaba transformado. La pintura había hecho maravillas, y estaba todo decorado con cuadros con figuras tenues, pintadas al pastel, al igual que los paisajes en acuarela de tonalidades muy suaves, creando junto con la luz ambiental, un clima de relax ideal para los pacientes mayores. Las obras de arte, bellísimas y originales, habían sido donadas por un artista plástico muy cotizado  que estaba agradecido por las atenciones dispensadas por MEDICARSE S.A.

Ana estaba absorta apreciándolas, y le preguntó a Jovita si valía la pena colgar esas obras en un consultorio debido a que  podían peligrar.

Pero más se sorprendió cuando la enfermera le manifestó la falta de riesgo del lugar, y la bondad que todos los pacientes demostraban al ingresar a la institución, y que además, nunca las personas se habían exaltado ni puesto fuera de lugar.

Le deseó una feliz estancia y le ofreció ayuda a ella ante cualquier necesidad despidiéndose afectivamente.

La jornada fue muy ardua, tuvo que ver a muchos pacientes, y entre ellos a muchos ya los conocía, por lo que el reencuentro le alegró muchísimo la mañana.

Una vez terminada su labor, comenzó a recorrer las nuevas instalaciones.

Fue en búsqueda del Sr. Márquez, para saludarlo y dialogar sobre las novedades del Centro Médico.

Quedó cada vez más maravillada de las modificaciones que un decorador había realizado. Evidentemente se tuvo en cuenta el estado psíquico de los pacientes,  también condescendencia a los humanos que cursaban transitoriamente o en forma permanente alguna patología. El decorador, consideró la variabilidad que sufre la esfera mental y espiritual que provoca el enfermar.

En MEDICARSE S.A. se contempló siempre que la enfermedad significa, en cierto modo, presencia de miedos, presencia de situaciones irresolutas, que enmarcan a los individuos como inmaduros para resolver sus vidas, y termina haciendo la crisis en la corporalidad física y peri espiritual. A pesar de ello, esta empresa tenía como objetivo provocar el alivio dándoles trato, ambientaciones, y contención suficientes. Así lo entendieron los administrativos de esta gerenciadora del bien, y se lo transmitieron a su decorador, quien interpretó correctamente y trabajó sobre el edificio convirtiéndolo en el predio de la paz y el bienestar.

Ana mientras llegaba al salón de contaduría, comenzó a sentir una sensación extraña, similar a las vivenciadas en sus sueños mágicos en compañía de su amoroso ángel protector y guardián Lemiel. Ella sabía a estas alturas cuándo las situaciones eran cosas de ángeles. Se percibía tangiblemente una atmósfera cenital de pureza casi extrema en algunos sectores donde Sirene había hecho ya la limpieza.

Ana no recordaba haber sentido allí nada igual antiguamente, estaba realmente absorta, perpleja y en plena fascinación.

Cuando se acercó al Sr. Márquez se alegró mucho de verlo dispensándole un cariñoso abrazo, mientras que el hombrecillo mirándole el rostro, se extrañó al percatarse de que los tremendos ojos azules de la doctora se abrían sorprendidos haciendo un brusco paso atrás. Ana no podía creer lo que veía, ya que sobre la cabeza del Sr. Márquez había una lluvia de diminutas estrellitas doradas que bañaban su cuerpo en pleno, estando a su vez, rodeado de una luz muy brillante que acompañaba cada movimiento de sus miembros.

¿Qué le sucedía a ese hombre? ¿Que sucedía en ese lugar ahora?... Ana no comprendía los planes, no se sentía informada del paso de esa casa a otra dimensión del amor.

El Sr. Márquez le dijo que se tranquilizara, que era bienvenida al arte del curar que se pretendía pregonar desde ahora en esa nueva misión de la salud, que olvidara los malos momentos pasados y que él no sabía la causa pero ya nada era igual.

Luego de invitarla a sentarse, le comentó sobre las relaciones entre los compañeros de trabajo, los profesionales increíbles tanto en conocimientos como en amor a la profesión, y lo más llamativo para él, era que los pacientes que acudían a la institución eran también bondadosos, dispuestos a la atención en entrega de confianza plena.

Ya a estas alturas, Ana había colmado toda la posibilidad de asombro, se sentía tan a gusto que creía estar en un paraíso terrestre.

Habiendo terminado la conversación, se despidió en estado de éxtasis, partiendo rumbo a tomar su colectivo.

Los días transcurrieron, el movimiento en MEDICARSE S. A. era permanente y continuo. Hasta constaba de una guardia de 24 hs. de atención para las emergencias.

Se había construido un pequeño quirófano sobre el patio de atrás achicando la playa de estacionamiento. La nueva construcción tenía dos pisos destinados a cirugías pequeñas y menores con personal a cargo adecuado  y entrenado para emergencias.

Ana cada vez se sentía más a gusto y trabajaba con ahínco. Toda su vida había cambiado, ya que le dedicaba mucho tiempo a las atenciones y se había perfeccionado  en emergencias ayudando también en las guardias.

Una noche de primavera, el aire estaba fresco y el cielo muy estrellado, invitando a Ana a salir al patio a respirar el fresco del aire nocturno. Se sentó en un cantero plagado de florecillas perfumadas mientras observaba la luna reflejada en una pequeña fuente de murales de mayólicas. Le gustaba el sonido tranquilizador del agua circulando por los surtidores de la fuente.

Miraba el recorte sobre el cielo que hacía el edificio antiguo iluminado. Comenzó a percibir un aroma que no pertenecía a las flores del cantero precisamente.  A ese perfume ya lo había sentido en otras oportunidades.

Giró su rostro hacia el vacío del patio cuando la vio. Estaba algo suspendida sobre la superficie del piso elevada algo de un metro, sus cabellos estaban en continuo movimiento, el azulino tenue de su vestido tenía trazas doradas a modo de rayos luminosos. Sus ojos azul celestes la miraban muy fijo.

-Veo que no te sorprendes de verme Ana. ¿Es que me recuerdas?

- ¡Claro que sí! Tu nombre sigue inscripto en tu frente, Sirene. ¿Cómo estás?

-¡Mas feliz que nunca!, se logró que volvieras, y no solo eso, sino que tal cual me lo manifestaron reiteradamente Lemiel y Merina, tu regreso me iba a facilitar el trabajo de limpieza, debido a que tus servicios a la humanidad en forma tan bondadosa y desinteresada, han logrado el milagro del rejuvenecimiento de la casa.

- Querida ángel, nunca imaginé semejante cosa, y mucho menos, poder serte útil. En realidad me parece fantástico que se pueda, a nivel humano, servir al cosmos y dar energía suficiente como para impedir que el mal ingrese y envejezcan los edificios.

- No cualquiera puede provocar esos hechos, lamentablemente, son pocos los humanos distribuidos en el planeta capaces de ser serviciales sin interés mas que el de sentirse a gusto con el bienestar de los demás. – Continuó diciendo:

- Recuerdo tu infancia, donde ambas desconocíamos nuestra futura misión.

-Volví sin saber que me necesitabas Sirene. ¿Estás sola en esta misión?

- No, me ha ayudado a encontrar este camino, tu ángel nativo Lemiel, quien sabe que ésta es tu última reencarnación en este planeta y ha ideado este plan de magnífica gesta para los humanos. Reconoce tu parte mas terrena como el enamoramiento karmático que vienes  atravesando desde antiguos tiempos, pero en esta vida, tu única función, y muy magna por supuesto, es el servicio médico, quedando el registro de tal misión en los cielos y en manos DEL SEÑOR. También me ha acompañado mucho Merina…

- ¿Quién es ella?

- Es una ángel que me espera pacientemente para llevarme a su Astral y a nuevas actividades  espirituales.

- ¿Me quieres decir que esta es una despedida, Sirene?

- En cierta forma sí, Lemiel me prometió la bendición de elevarme más y de ser digna de alcanzar el Astral de Merina, una vez que coloque la paz en esta casa y lograre traerte a vos, para que trabajes a gusto y puedas realizar la grandiosa misión de la Oración, Sacrificio y Servicio.

- Te aseguro, querida Sirene, que el sacrificio no lo siento, sino que por el contrario, trabajar en estas condiciones amorosas y en paz con la compañía de mi inseparable y eterno Lemiel, es lo más cercano a la felicidad que Dios espera seguramente de nosotros.

- Me alegro Ana, toma ahora esta Luz que Lemiel me entregó antes de hacerme ángel custodia de la casa.

Sirene se acercó a Ana y le entregó la esfera luminosa que destellaba rayos azulinos dorados. La doctora tomó la esfera algo temblorosa y emocionada, miró a los ojos a Sirene que la observaba sonriente dándole confianza. El ángel retrocedió y se esfumó dejando una estela tenue y transparente muy fragante, quedando Ana subyugada y absorta. Se sobresaltó cuando estalló un coro magnífico entre las estrellas del cielo de ángeles con tintineo de campanillas y sonido de arpas muy afinadas cerrando por fin, el marco de pureza y paz.

 

CAPÍTULO XX -

Eran cerca de las 10 de la mañana.

El teléfono sonaba disfónico y nadie se acercaba a atenderlo.

Susana había subido a la sala de contaduría a llevar unas fichas de pacientes fallecidos que se debían archivar.

-¿Quiere que atienda Sr. Márquez?

-Sí, por favor Susana, estoy buscando unos datos que debo encontrar y tenerlos listos a las 10, 30 hs.

-¿Hola?

-¡Sí! ¡Quiero hablar con el Sr. Márquez!

Susana le pasó el teléfono al hombrecillo, un poco extrañada por la agresividad de la voz.

El Sr. Márquez tomó el teléfono un poco más tranquilo porque había encontrado los papeles que necesitaba.

No supo este hombrecito en qué momento se entabló una conversación tan ácida y molesta, que sintió cómo de apoco perdía buen humor. Comenzó a sentirse como en otros tiempos que creía ya pasados y que nunca volverían.

El personaje en cuestión, capaz de romper toda magia y armonía, no podía ser otra que Maribel. Buscaba al Sr. Márquez para llevarle un currículum y solicitarle trabajo en la enfermería. Cortésmente el hombre le interrogó de su estado de salud, y sobre su conviviente. La desgraciada seguía desquiciada.

Los diablillos que habitaban su cuerpo, se habían ido  transitoriamente, por oscuros planes del averno…

Los médicos, reunidos en junta en el neuropsiquiátrico, decidieron otorgarle un alta médica temporal. En unificación de criterios, se llegó a la conclusión, de que le haría falta a la paciente algo de contacto con la familia.

Márquez oía muy atentamente, atrapado por todos estos comentarios de la enfermera algo ansiosa.

Las hermanas, le reclamaban. Se la entregaron a una hermana mayor, quien trató, de convencer a Aznar de recibirla.

Pero, éste se negó rotundamente. La mujer, se había separado y se victimizaba buscando lástima para así obtener beneficios.

El Sr. Márquez se disculpó amablemente, y se despidió con la promesa de que si se producía una vacante probablemente la iba a tener en cuenta.

Cuando pudo colgar el tubo, sintió un profundo alivio, por momentos creyó que el pasado iba a caer despóticamente otra vez sobre el lugar, en una crisis transitoria de Fe.

Susana se preocupó  al ver al hombrecillo muy pálido, algo demacrado, y consternado.

Le ofreció tomarle la presión, un vaso con agua azucarada, o cualquier atención que modificara su estado insólito de ánimo.

Nunca había visto antes en ese hombre tal actitud.

Agradecido, el Sr. Márquez, tomó conciencia de su cambio gestual, y se recompuso.

Pensó en inventar en el futuro, con la ayuda de Dios, por supuesto, cualquier recurso o excusa para evitar en forma terminante el posible ingreso de esa enfermera a la casa.

Fue también inevitable, el pensar en los otros personajes comprometidos en la historia oscura que este hombre había vivido en el pasado.

Desde que la paz y el amor habían  ingresado a la institución, se fue creando una atmósfera alrededor del edificio, que sólo los videntes, parapsicólogos, y algunos humanos de espíritu muy sensible, podían percibir.

Desde lejos, se podía observar una inmensa luz de colores que viraban desde el liláceo pálido hasta los azulinos vibrantes.

Contenía un vórtice central arremolinado que enviaba continuos rayos luminosos al espacio.

Tal situación llamativa para las fuerzas positivas y negativas, interesadas en la conquista de las almas humanas, provocó seria conmoción.

Se atrajo la atención y la participación de poderes desconocidos de bajos astrales y del fango malévolo. De donde se sintió intenso prurito por un gran movimiento benigno que no estaba en el registro de sus planes pútridos.

A pesar de ello, la flama gigantesca que emitía la casa, ascendía cada vez más hacia los cielos. Su actividad increscente, era percibida en amplísimo radio por su benevolencia.

Lamentablemente, Sirene era demasiado ingenua. Desconocía que no se trataba de lograr misiones magníficas solamente, y volar rápidamente a los astrales elevados con toda la confianza de una misión cumplida correctamente. Subestimaba el futuro y depositaba el continuar con perpetuidad en una mortal, que por más pura que fuera, en definitiva, se trataba de un humano.

Quizás la equivocación de Sirene radicaba en confiar en la protección de Lemiel.

Pero no interpretó la misión que el ángel mayor le había encomendado, porque  debía traer la paz al edificio y a Ana.

Pero le faltó crear el fortín de protección  y las armaduras con sus respectivos escudos y espadas cósmicas. También llamar a los escuadrones de San Miguel Arcángel. Este grandísimo escuadrón, formado por legiones de Ángeles bravíos y poderosos, vestidos de azul con inmensas alas desplegadas en función de lucha y defensa en permanente alerta.

Unidos son fuerza y grandiosidad, plenos de Luz Divina avanzando por los planetas arrasando y aplastando con gloria toda fuerza perversa que pudiera existir.

Lemiel supo rápidamente de estos disturbios, porque a pesar de sus intensas actividades y ocupaciones, como estaba al cuidado de Ana, al igual que su atención sobre el edificio que nunca había decaído, captó de inmediato la problemática.

Al ver al Sr. Márquez en conflicto por el llamado de Maribel, y notando el cambio de ánimo del hombrecillo, cosa que no era benigno para los planes, averiguó rápidamente quien había librado a Maribel. Notó cómo el vórtice ya no enviaba sus rayos al cielo, y el azul del áurea que rodeaba la casa se estaba opacando. Esto llegó a las profundidades de los infiernos, haciendo que las fuerzas del mal enviara sus emisarios a los personajes capaces de interferir la estabilidad armónica y magnífica que se había logrado en la casa.

Para los planes malignos, lo primero fue quitar del cuerpo de Maribel, las serpientes introducidas que estaban haciendo estragos en su salud física. En el nosocomio, las enfermeras notaron mejoría en el semblante con disminución de la palidez y las ojeras violáceas, poco a poco fue saliendo de su coma farmacológico, despertando mas alegre y dispuesta a comer. Su apetito se había vuelto voraz, recuperando sus energías rápidamente. A los psiquiatras les pareció suficiente y  coherente, darle, como lo había comentado Maribel al Sr. Márquez,  un alta transitoria para contactarla con la familia, a los 15 días.

Por otra parte, Verónica y Mariela, trabajaban como promotoras de salud, cometiendo estafas, y haciendo daño.

Les satisfacía  provocar envidias o instigaciones entre sus amigos, o compañeros de trabajo, creándoles placer absoluto tales situaciones.

Ambas, enteradas del avance médico de la institución, comenzaron a buscar relaciones o conexiones para tratar de entrar nuevamente en la actividad laboral de MEDICARSE S.A.

No perdieron el tiempo en hacerse notar, y acercarse al edificio.

El Sr. Márquez había pasado  los días subsiguientes sintiendo hablar de ellas a través de los diferentes directivos.

Éstos le interrogaban sobre las posibilidades de ingresar nuevamente a esos personajes, aduciendo que sus legajos laborales eran impecables.

¿Cómo explicaba el hombrecillo que se trataban de personas malas capaces de destruir el sistema de paz y equilibrio que se había armado los últimos tiempos?

¿Cómo explicar que esos  monstruos eran dañinos?

¿Cómo transmitirles a los nuevos que la angustia, el descrédito, la lejanía de los profesionales, el deterioro del edificio que volvería a trizarse y a envejecer, serían propósitos inevitables si estas fieras ingresaban nuevamente?

El Sr. Márquez había recibido la iluminación de  la esfera de la ángel Sirene, y ahora sabía qué era lo que le convenía a la institución y estaba dispuesto a luchar con lo que fuera para proteger el avance de la misión del bien y la luz.

Sirene había tenido una jornada muy laboriosa en el Astral Roreba. Debía colaborar con Merina en los hospitales donde recuperaban las almas todavía dormidas y en adaptación a su nuevo estado dimensional. Trataba de aprender a desprender los peri espíritus para que las almas estuvieran más livianas, libres de restos, de enfermedades y contaminaciones de la vida terrenal. Además debía aplicarles por un sondaje nasal, los fluidos azules para ayudarlos a despertar y conectarse con el nuevo ambiente.

Estaba en plena tarea, cuando una voz familiar algo autoritaria la llamó por su nombre.

-¡Sirene!

-¿Qué sucede? ¿Por qué me llamas así, Lemiel? – Provocándole un sobresalto.

-¿Qué has hecho?

-¿A qué te refieres, Lemiel?… ¿Porqué estás tan molesto?

- Te dí una importante misión, todos los cielos estaban esperando este trabajo, además pusimos las esperanzas y la confianza en ti. ¡Ahora todo se está echando a perder! ¡Ni siquiera te has percatado de tu error, ni te has dado cuenta de lo que está sucediendo!

-Pero… ¿Te refieres a la casa?, ¿Qué sucede con ella? Creí haber dejado todo en orden, Ana estaba trabajando, y tú la custodias siempre, por lo cual seguramente la armonía que se consiguió para el lugar debía ser perpetua…

-Pues lamentablemente creíste mal, Sirene, no debiste dejar la casa sin la protección debida. Tu error fue apurarte para estar en este lugar, que no dejo de alabarlo, ya que aquí se cumplen misiones grandiosas que son importantes para tu avance y crecimiento, pero debes aprender mucho todavía, y entre esas cosas está la virtud de la paciencia, la responsabilidad de concretar las misiones hasta el verdadero final de las mismas, y no suponer situaciones o subestimar la seguridad.

-¿Qué me faltó?, ¿Qué le sucedió a la casa? ¿Qué le sucedió a Ana?

-Gracias a Dios no le sucedió nada a Ana, yo la estoy protegiendo en forma reforzada ahora. Creaste la atmósfera y el vórtice, pero olvidaste, o al menos no te informaste, de cómo debes cuidar lo que creas. Cuando se crean fuerzas o campos de luz, debes conocer lo  que se moviliza. Las del mal no tardan en alertarse, y buscan rápidamente recursos para destruir. En este caso, no hubo excepciones, las ponzoñas salieron de sus madrigueras y están acechando. Hoy he tenido que hacer una limpieza muy drástica, y en este momento hay un ejército de gnomos y elementales recogiendo la basura espiritual.

-Pero… ¿Qué debía hacer? ¿Quizás debí informarme cómo continuar la protección?

-Exactamente, debiste conseguir y alertar al Ejército de San Miguel Arcángel, y llevar el escuadrón azul con el séquito completo. El maligno no tolerará que los ángeles progresemos, ni mucho menos, que un alma humana pura se aproxime a ser una misionera pronta de la luz cumpliendo su último pasaje por la vida, y prepararse para la etapa angelical. Por eso debiste buscar todos los medios posibles para dejar custodios de la casa misionera de la luz.

-¿Cómo puedo revertir la situación, Lemiel? ¿Quedan esperanzas acaso aún?

-Deberás volver, buscar a los personajes a los que les diste los dones de la sensibilidad para diferenciar los peligros y discriminarlos para descartarlos. Tendrás que trabajar mucho para retirar los infiltrados, y arreglar algunos asuntillos de discordia que se suscitaron entre los buenos que se habían deprimido algo, y limpiar mucho, y sobre todo, arrojar a la calle y para siempre a las alimañas.

-Está bien, Lemiel, espero que me perdones, mi inmadurez me hizo cometer hechos que trataré responsablemente de subsanar, por favor dame esta oportunidad, y humildemente te aseguro no equivocarme esta vez.

-Está bien, confío en ti. ¡Ve rápido!

Sirene salió despedida como un rayo veloz rumbo a la casa terrestre, a salvar el edificio y a  las almas de allí, lo más importante: desplazar los peligros, y fortalecer a Ana.

 

CAPÍTULO XXI -

Había cobrado su parte adeudada por los servicios brindados, gracias a la venta de García Lorca, y estaba dispuesto a descansar un tiempo para elaborar tranquilo su próximo destino.

Trató de reactivar sus contactos anteriores entablando diálogos y reiteradas comunicaciones con empresas de repuestos de motores navieros.

Pronto recibió contestación y lo llamaron como gerente general en una importante empresa extranjera de repuestos, en Buenos Aires.

Se había separado de Maribel tiempo atrás, ya que sólo era su conviviente, y al descubrir su maligna locura se decidió por fin a desligarse de los lazos que lo habían mantenido atrapado por años.

Partió alegre hacia su nuevo porvenir, dejando atrás los recuerdos desagradables, dejando atrás a Ana, también… Y eso era para siempre.

Cuando iba en camino, rumbo a su nuevo destino, no pudo evitar que su mente viajara con él… Solo que sus pensamientos se movían a su antojo, volviendo atrás, hacia los recuerdos.

No pudo evitar evocar imágenes desagradables de un pasado oscuro y triste. Fueron años muy difíciles en García Lorca, cuando un puñado de ignorantes violentos tomó la empresa SAT, destruyendo los sistemas operativos. Lo más desagradable para Aznar, era recordar como estos energúmenos invadieron con violencia la Mutual, despojando los derechos de la Comisión legítima, y provocaron daños irreparables que otorgaron el primer escalón al deterioro y el comienzo del final.

Afortunadamente, la fortaleza mental y espiritual del presidente, hizo que la justicia derrocara a los malintencionados usurpadores, erradicándolos con todo el apoyo de la ley.

Aznar observaba el paisaje que ya había aumentado su verdor. Una lágrima rodó por su mejilla, y comprendió que las situaciones desagradables que hubo vivido en el pasado, no tenían sentido ya. Era evidente que había saboreado también experiencias bellas y vivificantes. La vida le había dado muchas oportunidades de conocer cosas que le provocaron hechos de  crecimiento.

La empresa era muy grande, el ex-presidente estaba emocionado y algo asustado. Lo recibió uno de los accionistas, quien le mostró las instalaciones y las plantas de elaboración. Recorrió todos los sectores y conoció a todo el personal de los tres turnos por completo, llevándole esto cinco días.

Estuvo una semana para elaborar sus planes estratégicos para dirigir la gerencia. Se sintió muy cómodo con los otros gerentes de sectores quienes lo respetaban mucho y reconocieron de inmediato sus dones de mandato y autoridad.

Cuando ya estuvo instalado en su gran escritorio señorial, en su despacho muy amplio, recibió la visita del principal accionista de la empresa. El Sr. Gordon era muy alto y corpulento. Vestía traje de corte inglés de verano color gris topo, demostrando un aspecto muy elegante.

Poco simpático y pragmático, se le acercó con escaso ceremonial al escritorio. Le extendió una caja pesada rectangular de aproximados treinta centímetros por veinte de ancho. La misma era de cuero negro con el tapizado algo acolchado. Se le indicó abrirla mostrando en su interior un forro de terciopelo rojo. El contenido brillaba los destellos del bronce bruñido.

El estuche contenía cincuenta llaves antiguas de bronce labrado. El cabezal de cada llave, tenía entrelazadas dos letras iniciales: F. B. que sorprendieron al ex-presidente y actual gerente.

La dura mirada del Sr. Gordon, se clavó sobre los ojos del nuevo integrante de la empresa.

-Espero que no defraude a la familia, Sr. Aznar.

-Trataré de no hacerlo, Sr. Gordon, pero quisiera que me explicara algo sobre la entrega de estas llaves. Supongo que cada una de ellas abre las puertas de los sectores que yo debo gerenciar y controlar, que ya había notado su número… Son cincuenta. Pero… las iniciales… ¿Qué significan?

-Fon Byting. Nuestra familia fue, en Europa, la más grande inventora de motores para barcos que cruzaron todos los mares del mundo. En Alemania, Hamburgo están los astilleros, con sus más grandes talleres que pertenecen a más de treinta sucursales de nuestra empresa.

-Fon Byting estará orgullosa de mí, Sr. Gordon, pierda cuidado.

- Así lo espero, estaré en mi despacho si me llega a necesitar para evacuar cualquier duda.

Gordon se retiró con un paso firme y decidido.

Aznar quedó algo atónito observando el dorado brillo de las relucientes llaves de aspecto antiguo con las iniciales que marcaban toda una estirpe y una historia familiar de verdadera tradición.

Argentina, un país joven, de pueblos con idiosincrasia cambiante, no manejaba muy bien este tipo de estirpes, pero Aznar, respetaba con admiración, estos rituales costumbristas, y consideró con esmero, el símbolo de aquellas llaves, representativas de los cincuenta sectores de la amplísima empresa.

  Los manojos los retiraba por etapas de la caja, portándolos en un permanente tintinear que acompañaba su caminar. Todas las mañanas debía ser el primero en llegar y abrir los diferentes sectores, contactando con los gerentes correspondientes, controlando las novedades y dando las instrucciones necesarias.

Nunca imaginó ser el señor de las llaves, el que abriría cada día un nuevo destino, una nueva oportunidad, una nueva esperanza que cursaría en los caminos de las nuevas ilusiones.

Pero… Aznar tuvo en su poder muchos manojos de llaves, incluso en  su anterior paso por García Lorca, donde portaba siempre un grupo grueso de llaves, donde estaba representado cada sector del antiguo edificio… pero … ¿Acaso había encontrado la adecuada para abrir las puertecillas de su interior y hallar las claves para evolucionar?

Muchas veces miró esas llaves y se preguntó a sí mismo si existiría alguna especial que fuera capaz de abrir el armario de su alma.

Deseaba encontrar en sí mismo  algún sentimiento definido, o alguna clave para saber vivir con servicio y desinterés.

Muchas son las puertas que quiso abrir, algunas por curiosidad, otras para pasar de una etapa a la otra, pero fueron varias las que no se atrevió a traspasar. Sobretodo las de la moral.

Quizás  pudo abrirlas, pero miró con timidez los espacios que el destino podía cederle más allá al atravesar los marcos de su valentía.

Ahora estaba estructurado. Tenía el encasillamiento de un trabajo metódico que no debía descuidar. No había tiempo para innovaciones ya. En un futuro quizás, encontraría un voluminoso manojo de llaves,  abridoras de aquellos portales,  del castillo misterioso de los secretos de su alma…

 


CAPÍTULO XXII -

Amanecía y asomaba un sol muy tímido, como presintiendo que los espacios dimensionales harían algún tipo de eclosión y transformación universal.

Sirene se desperezaba en su antiguo sillón negro que, con dificultad, había encontrado arrumbado en el sótano. El polvo se había adherido algo a los vestidos delicados, y se vio obligada a sacudirse el hollín y la tierra. Comprendió que tenía mucho trabajo por delante, de limpieza física y espiritual. Subió por los corredores a evaluar las situaciones vigentes, estaba decidida a cumplir su misión de una vez por todas, y pretendía ser totalmente drástica en sus acciones a desarrollar.

Lo primero fue dirigirse a la enfermería, donde siempre se volcaban los desagotes humanos del personal administrativo, médico y gerencial. Encontró el sector muy limpio, le encantó las almas bondadosas y con verdadera vocación de servicio de Susana y Jovita. Comprobó de esta manera que la cosa no era todavía tan grave, y que aumentaban las probabilidades de salvar las situaciones.

Recordó el comentario de Merina al salir de Roreba, en el que le hablaba sobre el destino final que le había  esperado a la bruja de Maribel. Cuando Lemiel realizó la profunda limpieza ante las contaminaciones que se estaban suscitando por la ausencia de los cuidados debidos, por la negligencia de Sirene, la bruja se vio perdida ante la imposibilidad de entrar nuevamente a la casa, y cayó en un ataque de histeria con auto agresión. Dándole , la oportunidad a las fuerzas malignas. Esta vez fueron Cinco diablillos morados con ojos de fuego y bocas lanzallamas, que  se introdujeron rápidamente en su cuerpo.   Ella se retorcía en convulsiones en la sala de guardia del Hospital Central. El jefe de guardia junto con los practicantes observaron atónitos cómo se transformaba el rostro de la histérica, que en plena crisis mientras eliminaba saliva espumosa por su boca, terminaba con su vida por fin…

Fue sustraído su espíritu por servidores que prestan sus funciones en diferentes astrales, retirando las almas que nadie reclama. Encargados de trasladar aquellos espíritus anónimos, transportándolos donde se les indique. En este caso, Merina supo que no tenía esta bruja, cabida en su astral. La pobre no podía acceder a derechos a la recuperación espiritual. Sería enviada a bajos astrales, donde probablemente vagaría mucho tiempo hasta que su orgullo y soberbia, disminuyeran, y  se le permitiere apreciar alguna vez la luz.

Sirene llegó a la mesa de entrada y encontró al personal muy tranquilo, trabajando en armonía, y junto a ellos, pacientes agradables en actitud de espera y entrega confiada.

Comenzó a sentir un hermoso bienestar de paz y equilibrio amoroso. Se maravilló de los arreglos y disposición de los decorados, también de la modernización de los métodos de atención.

Por fracciones de segundos… Captó absoluta normalidad que le hicieron dudar sobre la aparente inútil intranquilidad de Lemiel. Rápidamente se sobresaltó cuando el alerta sonó como una campana de alarma al engaño en el que se estaba entrampando.

Esto muy típico de la inteligencia de las fuerzas bajas.

Entonces, no conforme con las apariencias engañosas, desplazó toda su presencia luminosa y perfumada desplegando al máximo las alas, movilizando los vestidos transparentes azulinos y abanicando los largos cabellos rubios levantando la dorada cabeza al desafío, avanzando hacia los despachos de los gerentes. Abrió las puertas violentamente, como si un viento huracanado las hubiera hecho girar.

Encontró dos hombres hablando sentados junto a un escritorio.

-¡Estoy harto de tantas trabas! ¿Qué problema hay que estas mujeres ingresen al plantel?

-Lo que sucede, Sr. Gerente, es que hay un mensaje de advertencia del presidente de la mutual que funcionaba antes, el tal Aznar, de que estas personas nunca ingresaren a este edificio, por la seguridad del funcionamiento de la institución y el bienestar de la gente que trabaja aquí.

-¡Por favor! ¡A quién se le ocurre esa barbaridad! El ex-presidente tendría motivos personales, quizás algún odio por razones íntimas…. Por ejemplo… supe que era conviviente de esta enfermera que desea volver a ingresar, aunque últimamente está algo desaparecida. ¿Quién lo impide? ¿Acaso él?, y… ¿Quién es él?

El diálogo se estaba tornando algo violento y el empleado, el rubio jefe de personal, sintió la apertura de las dos hojas de la puerta, y pronunció:

-¡Qué sensación fría, hay viento! ¿Quiere que cierre la ventana, señor?

-¡No! No hay ningún viento, no siento nada, no se mueve ni una hoja.

Sirene sonrió suavemente al ser captada por el hombre algo más bueno, y comprendió enseguida cómo el maligno había influenciado sobre este gerente predispuesto debido a sus ambiciones y moral dudosa. Supo que la solución estaba en interferir en la influencia negativa, impedir el ingreso de los engendros ponzoñosos a la casa de la manera que fuera…

Y ¿De qué manera?

No le había gustado jamás el adagio: El fin justifica los medios, pero no le quedaba mas opciones, ya que aquellos hombres habían decidido ese mismo día llamar a las mujeres pútridas a formar parte del personal planta permanente. Sus currículum, descansaban sobre el escritorio con sus nombres malignamente centelleantes… Verónica y Mariela…

Perplejos quedaron los individuos, con el vaso de soda en las manos, las piernas cruzadas, y ambas bocas abiertas acompañando con ojos desorbitados. Es que Sirene se les presenció transformada.

Nunca estos pobres hombres habían visto un león gigante de aproximadamente seis metros de largo y cuatro metros de alzada. El rugir estrepitoso del animal salvaje les provocó un shock dejándolos enmudecidos para siempre…

Más se selló la conmoción cuando la bestia agresiva abrió sus fauces pronunciando sus amenazas. Los instó a terminar con sus propósitos, y a retirarse en forma definitiva del edificio.

El terror fue tan atroz, que los infelices huyeron robotizados perdiendo para siempre el habla, nunca mas los conocidos del medio supieron de ellos, quedando perdidos en el olvido enmudecidos en un hospicio público como anónimos. Fue también extraño que nadie les reclamara.  Mas aún tampoco que a ningún personal médico ni paramédico le interesara saber sobre sus  orígenes  ni sobre sus  destinos, resignados a tenerlos como dos deficientes mentales  mudos dándoles alimento y albergue estatal hasta el día de sus  posibles  muertes.

Evidentemente llamó la atención a los compañeros de trabajo por sus  desapariciones, pero el Sr. Márquez se sintió muy aliviado porque  había percibido el peligro, a través de estos hombres, de que la casa volviera a envejecer.

Medicarse SA, envió otros gerentes, desde Buenos Aires, para la dirección y continuidad en los comandos de la benévola institución.

Al perder todo tipo de conexión posible con la próspera entidad sanitaria, vislumbrando sus fracasos, Verónica y Mariela se alteraron convirtiéndose en pesadillas para sus familias.

Éstas tramitaron en el extranjero sus antecedentes laborales y decidieron deportarlas a Brasil. Esto preocupó un poco a Sirene, ya que no aliviaba al  mundo contra ellas, quienes seguían vigentes desgraciando humanos por allí.

Volvió el ambiente liviano al edificio, los perfumes, la armonía, y la tan preciada paz que tanto pregonaba Lemiel.

Ana se mantenía a salvo en su misión de servicio constante. Ni siquiera se había percatado de lo ocurrido, gracias a Dios.

El vórtice siguió girando con más fuerza lanzando poderosos rayos al espacio sin fin.

¿Cómo mantener esta situación estable? ¿Como lograr la permanencia de la Luz y La Paz hasta el fin de los tiempos en ese lugar, con sucesores de Ana, como próximos misioneros del Plan?

Sirene estaba sentada sobre las barandas de balaustradas del balcón que daba a la calle del consultorio de Ana. Estaba pensativa mientras observaba el ejército de elementales y gnomos recogiendo la basura espiritual del día. Esta, se había retirado y barrido por los ángeles sucesores de ella.

La noche estaba tibia, y pensaba adónde habría ido a parar a esas alturas de los acontecimientos su singonia que tanto le encantaba. El aire le acariciaba suavemente los cabellos con una tenue brisa, los pliegues del vestido estaban salpicados de mini estrellitas doradas muy movedizas. El ángel sabía que se pretendía llamar su atención.

Fue entonces, cuando giró sus enormes ojos azules para visualizar,   dando un salto de alegría sobre el piso del balcón, al percatar el macetón con la singonia que movía sus frondosas hojas con el ritmo del suave viento. ¡Qué alegría!

Bajó de las barandas de un brinco, y saludó a su planta con nostalgia.

 - ¿Por qué la tristeza, Sirene? No debes tener sentimientos humanos. Si amas el vegetal, pues recrea uno similar en tu Astral. Pero… ¿Qué vas a hacer para que esto que has logrado muy bien, nuevamente se mantenga?

Sirene se incorporó y dijo:

- Creo que la única manera que esas fuerzas del mal que están ávidas de atacarnos, pues están al permanente acecho… ¡Míralas!, nos están observando, están a la espera de nuestro descuido o distracción, por lo que considero como principio básico, el estar siempre atentos y con las defensas adecuadas para la protección.

- Me alegro que hayas comprendido el mensaje y el verdadero sentido de esta misión. Nunca jamás debes descuidar el alerta, siempre debes estar atenta a los fines de Dios, jamás se te permitirá algún tipo de desvío, no deberás fallar, y no temas, unida al Señor, con voluntad, obediencia y lucha, no te equivocarás.

- ¡Gracias Lemiel! llamaré ahora al Escuadrón Azul de San Miguel Arcángel, que con su dantesco batallón, arrasará toda posibilidad de interferencia sobre las barreras de luz que rodean a la casa. He pedido autorización a los jefes de filas, quienes gustosos me aseguraron guardaespaldas suficientes para toda la casa y diez cuadras a la redonda. No habrá pérfido espíritu capaz de interrumpir los planes ni la poderosa misión de Ana en su pasaje por la vida.

-Me has dejado conforme, Sirene, y además estoy orgulloso de tí. Creo que has crecido mucho en poco tiempo. Te has hecho merecedora, ahora sí, de regresar con Merina a Roreba, a curar las almas sufrientes en vías de recuperación.

Dicho esto, Lemiel se acercó a Sirene, y le entregó una rosa roja, muy grande y perfumada, cuyos destellos encandilaron por segundos a Sirene.

-Ella simboliza a las fuerzas dulcísimas del cielo, simboliza precisamente a nuestra Madre Sagrada…, a María, nuestra purísima Virgen… a quienes se le encomendó el orbe para intermediar con los hombres, quienes lamentablemente, son muy  necios y ciegos del alma. Esta flor, tan representativa, te protegerá por siempre, y acude a ella cuando el mal te acobarde o cuando te debilites por sentimientos humanos que no te deben invadir.

-¿Ana estará bien?

-No debes preocuparte mas por ella, queda bajo mi absoluta responsabilidad ahora. Si las fuerzas bajas, captaren tu preocupación por ella, y notan esa veta de debilidad, buscarán la manera de afectarte como lo hicieron recientemente.

Lemiel desplegó sus inmensas alas azulinas violáceas con trazas doradas, que a Sirene les parecieron más gigantescas que nunca, y se elevó en un vuelo ágil  irrumpiendo con su magnificencia el espacio del aire.

Sirene quedó absorta mirando la noche clara y la luna llena.

El astro le hizo recordar su picardía cuando pretendía atravesar los cristales del vitraux del rosetón del piso superior de la casa. Recordó también su preocupación de antaño, cuando Merina intentaba  su consuelo…

-Cuántas cosas pasaron, ¿no? ¿Te acuerdas de nuestras dudas sobre la pesadez del ambiente de la casa, y la congoja que te acosaba?

-¡Merina! ¿Has venido a buscarme?

-Si Sirene, Me enviaron por ti. Es la hora. Ahora sí llegó el tiempo, debemos irnos. Ya no es momento para recuerdos ni nostalgias. ¡Toma tu plantita y vámonos ya!

-Lemiel no me lo permite, sin embargo me sugirió recrear una singonia similar en Roreba.

-¡Claro que sí! Allá podrás reconstruir todas las plantas y flores más maravillosas que la luz de tu mente pueda imaginar.

Sonriendo Sirene miró por ultima vez a su plantita tratando de impregnar su imagen para siempre en su memoria

La noche estaba muy serena, la luna estaba algo oculta por nubes, los gnomos habían terminado ya su tarea. Ana estaba de guardia, no podía dormir, se sentó en el cantero de flores, era otra vez primavera. Recordó al año anterior cuando en una noche similar se le había presentado ese ángel de su infancia, y tomó su esfera luminosa que guardaba en una caja de zapatos debajo de la cama en un pequeño armario en la sala de la guardia. Para que nadie la descubriera, trasladó la esfera en un bolsillo amplio del guardapolvo. Una vez sentada en el cantero junto al rumor de la fuente de mayólicas, la extrajo tomándola con las dos manos. Abrió los ojos  al máximo cuando vislumbró en el centro de la esfera, el rostro de Sirene que le sonreía diciéndole:

- Debes cuidarte. Lemiel, tu gran Ángel, no permitirá que nada te afecte. Siempre te recordaré a través de los tiempos. ¡Hasta siempre, amiga del alma!

Las luces que emitía la esfera, estaban en su máximo fulgor, desprendiendo rayos azules en símbolo de la protección del escuadrón.

Ana comprendió que la paz de la Divinidad estaba con ella, comprendió también su misión se cumpliría a pleno, ahora, en este Pasaje por la Vida.

Atrás habían quedado los sufrimientos, las maldades de los habitantes de la casa… Hasta la madre y la hija, espíritus perdidos sin luz, ya habían encontrado un astral para superarse.

Atrás estaban los recuerdos… Pero Ana sabía que no debía permitirse tristezas nunca más, al contrario, sabía que no estaba sola, sabía que Lemiel, su poderoso ángel guardián, la iba a proteger y acompañar hasta… hasta que su espíritu se pudiere fundir  en los abismos profundos del espacio infinito.

 

FIN

Agosto 2007.

Autora: Renée Adriana Escape. Mendoza, Argentina

rene.escape@gmail.com

 

 

 

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