UN PASAJE POR
CAPÍTULO I
– UN PASAJE POR
Estaba sentada en el
descanso de la escalera.
Su rubia cabeza se
veía tenuemente en la oscuridad con un viso plateado por un rayo furtivo
de la pícara luna. Ésta atravesaba la roseta de vitraux del techo
de la planta superior.
Se encontraba inclinada
y apoyada sobre uno de los parantes de las balaustradas de las barandas de la
escalera de madera. Sus ojos giraban tratando de recorrer los dos pisos y de
esa manera recordar las vivencias de aquellos años, años tan
diferentes distribuidos en ambientes humanos muy peculiares.
Esa mansión, se
usaba los últimos tiempos, como prestadora de salud. Se efectuaba
servicios de salud a los integrantes de una Cooperativa de Transportes.
Cuando se encontraba
inmersa en los tristes pensamientos, fue abruptamente interrumpida por una
conocida voz que provenía suavemente de la planta superior:
- Sirene... Sirene...
-llamaba como un susurro.
Sirene se
incorporó tímidamente reconociendo esa voz que le traía
recuerdos del pasado, Merina se aproximó y le transmitió a Sirene
que le invadía a ella la misma percepción y la misma
sensación nostálgica
estos últimos días. Las dos tomaron asiento en la amplia
sala de espera, de los consultorios pertenecientes a la planta superior,
mientras apreciaban los hermosos cristales de vivos colores que esa noche
permitían percibir a la caprichosa luna llena, apoyando sus rayos sutiles sobre los cristales de la
hermosa roseta del techo.
Había evidentemente
algo especial para que aquellas almas se reunieran esa noche, el ambiente
estaba tibio, pero ellas sentían frío.
Sirene no quería
existir, ya estaba cansada, con un cansancio muy especial que le otorgaba la
sensación de no ser un espíritu libre, sino que por el contrario
estaba atada a esa casa por años, vaya a saber cuántos.
Realmente Sirene debía cumplir
alguna misión que todavía no había descubierto.
Merina observaba con
tristeza y ternura cómo Sirene estaba envuelta en un conflicto y que
debía dejarla sola... era necesario dejar que los ángeles
resolvieran ayudarla.
Probablemente ella se
encargaría de llamarlos a través de un ruego superior,
pediría el poder de acudir a
proteger al edificio tan cargado de maldades y almas sufrientes. Además, Sirene
debía solucionar la intensa
problemática en la que estaba inmersa.
Evidentemente se
había acercado el momento de resolver esta vorágine de
situaciones que ya casi los integrantes de la casa no podían sostener.
Sirene quería encontrar la punta del ovillo, aquella llave que fuera
capaz de abrir las puertecillas de los dilemas que habían
enmarañado a un puñado de sufrientes humanos. Pero lo que Sirene
tenía que tratar de descifrar eran los problemas de ella... Sí,
ella...
Su querida Ana.
CAPÍTULO II -
Ana, sentía los
ojos muy pesados, apenas podía abrirlos. Estaba acostada y sentía
frío.
Se incorporó
lentamente sentándose sobre el borde de la cama. Desde allí,
contemplaba la ventana con sensación nostálgica.
Poniéndose de
pié, se acercó al ancho marco y, apoyándose en el
alféizar puso su mirada absorta en el vacío.
La habitación
era pequeña, con paredes de piedras grandes de color sepia oscuro. El
único mobiliario consistía en un viejo roperito de nogal, la
pequeña camita con desteñidas cobijas, una mesita de tres patas
con una palangana y su correspondiente jarra. El piso de ladrillones apenas
barridos daban mayor aspecto de pobreza al lugar.
¿Qué
esperaba Ana mirando al
vacío con actitud desesperada?
Afuera, había
grandes piedras del acantilado regadas por el constante juego de las aguas que
incansablemente bañaban las
playas. A lo lejos el crepúsculo
mostraba el moribundo sol en el horizonte.
Las barcazas iban llegando a la costa, una a una, de diferentes colores. Eran
escudriñadas por ella, quien no podía despegar su anhelante
espíritu del paisaje.
Él no llegaba...
siempre era uno de los últimos. Ella lo sabía, por eso esperaba
con paciencia...
De pronto
apareció... ¡Era él!... Vestía camisa blanca
desprendida en el pecho, pantalones pescadores de color negro, el cabello ralo
despeinado al viento, caminaba con aire despreocupado por la playa hacia el
castillo.
Ella le gritó.
Le llamó con alegría y desesperación al mismo tiempo.
Él la miró y le esbozó una gran sonrisa levantando sus
brazos mientras agitaba un pañuelo blanco en su mano derecha.
El llanto
espasmódico de ANA era inevitable, sus lágrimas nublaron sus ojos
y girando bruscamente en el cuarto y abriendo la puertecilla, salió
corriendo en su búsqueda, pero... Un suceso irreparable ocurrió.
Al bajar las escaleras
de piedra algo sucedió... La muerte le alcanzó sin que nada
pudiera evitarlo.
Ana despertó
sobresaltada y, supo que luego de ese sueño ya nada volvería a
ser igual.
Como agravante, ella ya
no recordaba el rostro de él...
CAPÍTULO III
–
Ana tenía 22 años cuando
tuvo ese sueño, lo comentó a gente amiga ya que le había
dejado una sensación muy extraña durante varios días.
Ya habían
transcurrido algo de 10 años
y Ana una noche cualquiera, afectada por un profundo cansancio entró en
un desmayado sueño. Esto le
ocurrió, durante una fresca noche de otoño...
La habitación
parecía ser la misma de aquellos años, apenas más
penumbrosa quizás.
El mismo roperito, la
misma camita, la misma angustia.
Al asomarse a la
ventana sentía la misma sensación de desasosiego vivida aquellos
años de juventud durante su onirismo.
Ahora podía
apreciar lo antiguo de la época, con las piedras anchas y grises tan
frías y la percepción de la pobreza del castillo, con un
acantilado monótono ya embriagado por el agitar constante de las aguas.
A él se acercaban las barcazas danzantes pintadas de colores ordinarios,
que eran amarradas una a una, en el
muelle viejo, otorgándole al lugar
una estampa triste y gris.
Se apreciaba la brisa
marina invadiendo el rostro de Ana con una vivacidad increíble, el sol
se ponía lentamente tratando de sellar los momentos.
Pero Ana esperaba...
ella sabía lo que esperaba o
a quién esperaba.
Él llegó
con aspecto despreocupado como siempre. Su camisa desprendida, sus pantalones
pescadores negros y ajustados, con
su andar pausado... El rostro, ese rostro que había olvidado durante
tantos años, ahora tenía expresión definida, ahora
sabía de quién se trataba. También comprendió, que
las cosas tomaban mayor sentido.
Despertó
violentamente, con un terrible sudor que le cubría todo el cuerpo y el
palpitar agitado del corazón le provocaba ahogos convulsivos.
Lo triste de esto
era que ya nunca las cosas serían iguales, para
Ana. Ya nada sería igual para nadie, al menos para los que la
rodearían durante el transcurso de su vida.
CAPÍTULO IV -
Caminaba suavemente
como era característico en Sirene, dejando su estela levemente perfumada
y fresca por toda la casa.
Quería recorrer
todos los espacios y tratar de encontrar alguna evidencia que le aclarara el
porqué de esa angustia vividas aquellos días, y descifrar la
causa del ambiente pesado, denso, como si las fuerzas malignas se estuvieran
impregnando lentamente en cada rincón, en cada puerta o ventana.
Su espíritu casi
cristalino poseía ojos muy grandes de color celeste mar, y sus cabellos
eran suaves, largos y se desplazaban con gran movimiento en el espacio dejando
destellos de color dorado. Su figura muy delgada estaba cubierta por un largo
sayo muy claro, apenas azulino.
Desde la planta superior hasta el sótano, fue recorriendo palmo a
palmo los sectores, no resignándose a su búsqueda.
Al llegar al salón principal lo vio... Muy alto, cabellos en
continuado movimiento, muy largos, muy rubios, con ojos inmensos de color oro
verdoso que le clavaban una mirada
intensa, penetrante hasta sentir que tangiblemente traspasaba su esencia. Su
magnífico sayo blanco como la nieve de las montañas con el efecto
de la iluminación del sol, se movía en un constante vibrar.
- Hola Sirene - le dijo... - Soy Lemiel, el ángel de Ana.
Durante muchos
años no había visto otras almas desplazarse por aquella residencia, sólo
Merina la buscaba preocupada para
contenerla en alguna necesidad o ayuda.
Lemiel continuó:
- Te ayudaré a
limpiar esta casa que se ha
ensuciado mucho los últimos tiempos con el andar ambicioso de los
vivos… de los encarnados que transcurren por estos sitios.
Sirene sentía su
ser impregnado de una sensación refrescante, una paz dulce que le estaba
haciendo falta estos últimos tiempos, y acercándose a Lemiel le
extendió una mirada implorante de verdadera necesidad de ayuda.
Ambas almas se
dirigieron a continuar el recorrido.
Lemiel le
explicó que las maldades ocurridas por los hombres durante el
transcurrir del tiempo,
habían saturado las maderas de la casa.
Ambos observaban los
ventanales tan altos en número de veintiocho con doble
hoja y cristales repartidos con biselado en cada cuadro. Éstos permitían
dar tonos tornasolados al pasaje de la luz. Las paredes llenas de molduras
todas blancas habrían querido seguramente gritar las historias.
El techo del gran
salón altísimo contenía travesaños de maderas de
durmientes cuidadosamente lustradas. Éstas dejaban un espacio para la
cadena de la inmensa araña que pendía irrumpiendo el inmenso ámbito
espacioso...
Las paredes del
salón principal estaban en parte revestidas por maderas. Las mismas habían sido
absurdamente, años atrás por alguna comisión mediocre,
pintadas con pintura marrón. De esta manera habían deteriorado el
aspecto bello del cedro y sus vetas quedaron ocultas al igual que su perfume.
En forma de ochava
había una hermosa puerta cristalero doble hoja que conducía a un
salón muy grande. Éste poseía paredes revestidas
también con madera hasta la mitad de su altura de cinco metros.
Sus pisos al igual que
el salón principal, eran de marquetería con guardas haciendo
dibujos en la madera. Pero, lo que mas llamaba la atención, era la gran chimenea de madera
también, con profundos bajos y sobre relieves que daban un aspecto
impactante.
Al fondo de este
salón, al abrir la puerta doble (también cristalero), se
daba paso a una glorieta de rojas
baldosas antiguas, con altísimo techo y balcón de balaustradas de
cemento. Se continuaba con una escalera de cinco escalones que bajaban al gran patio y estacionamiento.
Todos estos grandes
lugares recorrían deslizándose con rapidez y facilidad. Lograron
llegar a la parte de atrás de la casa que pertenecía en el pasado
a la servidumbre, y más recientemente a la enfermería...
Aquí Lemiel
suspiró y se detuvo con severa actitud, comentándole a Sirene que
este lugar de la casa tanto históricamente como en ese presente, estaba lleno de maldades.
Lemiel dijo:
- Aquí se
regodearon siempre, las víboras de las murmuraciones, se cocinaron
conjuros diabólicos y se configuraron rituales y encendidos de velas con
bajos fines, además se lavaron y se esterilizaron materiales de
cirugía para legrados ilegales durante oscuras noches de horror. Todo esto fue apañado por medicuchos ambiciosos y degenerados
enfermeros, que también aprovechaban las situaciones procaces para sus
siniestras relaciones amorosas en los consultorios de ocasión en forma
muy turbulenta y amoral.
Estas noches de guardia
de varios años, no fueron peores que las que este lugar tuvo que pasar a
principio de siglo con la servidumbre que residía en este sector de la
casa, practicándole conjuros a los habitantes desdichados de esta
mansión en el pasado.
El ángel mayor
continuó hablándole a Sirene:
Recordemos que esta
casa fue construida en 1898 por la familia Esquívela, que a comienzos
del siglo veinte tenía dos hijos. La hija de 18 años muy bella,
de largos cabellos negros y tez blanca, tenía una tristeza permanente
dibujada en su rostro. Quizás presentía su próxima muerte
muy cerca, ya que cayó violentamente por las escaleras
fracturándose el cuello de inmediato.
Su madre, una exquisita
mujer de amplia cultura, deambulaba acongojada en forma permanente cruzando
estos salones. Un día decidió anudar varias corbatas de su esposo
a su delicado cuello y al cabezal superior de la baranda del hall de la planta
superior, lanzándose al vacío por el hueco de la escalera.
Las desdichadas
están perdidas en varias dimensiones y a veces lloran sus lamentos desde
el sótano.
Con actitud pensativa,
Sirene recordaba haberlas visto
algunos años atrás, y considerándolas almas en pena, nunca
las quiso molestar.
Mirando muy fijamente a
Sirene, Lemiel continuó ordenando:
-Debemos ayudarlas al
igual que a otros que no ves todavía… pero que permanecen rondando
por estos pisos, conectados a otros astrales de diferente densidad
plasmática, son las almas que cumplieron tareas en esta
institución y no se desprenden de su ambición de poder, dominio y
dinero.
Debes comprender
también que en esta estancia transcurrieron tanto en el pasado como en
la actualidad, seres humanos con diversas actividades laborales administrativas o
profesionales.
También lo
hicieron almas con padecimientos físicos, psíquicos y
espirituales. Sus energías vitales oscuras dejaron y continúan
dejando en estos salones y corredores su impacto negativo, en distintas
profundidades.
Evidentemente nos va a
llevar mucho trabajo y tiempo asear esta casa tan contaminada de basura
espiritual.
CAPÍTULO V -
Sirene vio con asombro cómo Lemiel
giró y mostró su saya blanca nívea que parecía
poseer luz propia. Así aumentó aún más su asombro,
cuando percibió el acomodar sus alas inmensas con gran facilidad, sin
que ellas molestaran a su ágil movimiento. Pudo ver cómo elevaba
sus blancas y purísimas manos al espacio, enfocando su dirección
con rigor a las paredes de la oscura enfermería, paralizando de horror a
Sirene.
Se desprendían,
con gritos bestiales, bichos amorfos, de colores oscuros y rojizos. Eran
diablillos parecidos a pericotes, reptiles y otras alimañas. Abriendo
los pesados ventanales y en exclusivo nombre Divino, los expulsó a los
confines del mismo infierno.
-Todavía falta
aún. Dijo Lemiel y continuó -Vamos al corredor y al salón.
Allí Sirene
observó cómo acariciaba los asientos de pana roja de la sala de
espera al igual que las molduras de madera de los revestimientos. En este caso
emergían bacterias, virus, hongos, rostros desfigurados y pálidos
tosiendo en forma disfónica, mientras que otros tomaban sus
abdómenes con expresión dolorosa, y a la vez niños revoltosos
corrían emitiendo alaridos vivaces colgados por las escaleras a modo de
racimos y atravesando el salón golpeando las puertas cristalero.
-¡Un verdadero
caos! -dijo Sirene a Lemiel.
Y, cuando todo estuvo
en calma, comprendió que esa casa
sólo había
alojado al dolor y a los sufrimientos.
Mientras se continuaba
con el exorcismo, y la purísima mano de Lemiel recorría los
cristales de las puertas de los salones correspondientes a la dirección
o a las autoridades, se veían desplazarse hombres de trajes con aspecto
soberbio y petulante, que probablemente correspondían a los peri-
espíritus de antiguos y corruptos directivos.
La malignidad
llevaría varios procesos, de trabajo para erradicarla. Pero Sirene ya
respiraba la pureza de otros aires y la sensación de paz que le
daba la bondad y la conexión
con DIOS...
Lemiel se retiró
con una suave sonrisa prometiendo volver pronto, dejando a Sirene pensativa, y
un poco agotada.
Decidió
desplazarse al piso superior donde habitualmente descansaba recostada en un sillón
negro del salón de contaduría.
Cuando ascendía
por las escaleras evocando los momentos vivenciados recientemente, el perfume
que dejaba su andar se trastocó con el hedor tipo sulfuroso que emanaba
de las paredes y del vitraux que rodeaban el contorno de la escalera.
Rostros
diabólicos terriblemente malignos, con coletas, y cuerpos serpenteantes,
se desprendían cayendo al vacío y saltando por los escalones
alfombrados.
Estaban emitiendo gritillos roncos, desplazando
sus cornamentas y colas primitivas por los aires. Trataban de aterrorizar a
algún débil o desprevenido.
Sirene,
ignorándolo todo, sólo atinó a continuar con su
deslizamiento hacia arriba. Esta actitud, estaba fortalecida, debido a la
tranquilidad que le daba el contacto anterior con los ángeles y
Los paupérrimos
monstruos del bajo astral, producto de la remoción reciente de las
maldades humanas, se esfumaron rápidamente al sentir la grandiosa bondad
que se había extendido por el salón de abajo.
Sirene continuó
con su andar, en plena paz. Permanecía con las nuevas ideas rondando
sobre su purificada mente algo menos confusa. Ahora, sabía que estaba encontrando los
causales de las últimas angustias,
y lo mas importante… la posibilidad de ayudar a Ana.
CAPÍTULO VI -
En el pasado del
antiguo edificio, los años
transcurrieron en medio de las tristezas que albergaban los corazones de
la familia Esquívela. Fue
cuando finalmente decidieron vender la mansión.
Una institución
dedicada a brindar salud, se desempeñaba como Mutual de
Los socios de aquellos
tiempos de
Acompañaba
además, una Auditoría encargada del control del funcionamiento
médico, y el evitar de los excesos en la salud.
Sin embargo, a esta empresa le esperaba otro destino.
En aquellos tiempos, el
éxito era propicio en esta cooperativa. Esta situación, fue
motivo suficiente para aventar las más caprichosas ambiciones, y
estimular los dormidos sentimientos corruptos de los pobres hombres
débiles. La canasta era muy generosa y lo fue durante mucho tiempo,
permitiendo gozar a numerosas familias de excelente bienestar por años.
Por otro lado, la
mutual recibía también estos beneficios, colmando los bolsillos
de directivos y rebozando de facilidades a los médicos oportunistas de
ocasión.
Durante el transcurrir
de los años, la gama de humanos que transitó por esa casa, fue
muy variada. No todos supieron aprovechar maliciosamente, estos golpes
ocasionales de suerte.
Algunos funcionarios
fueron honestos, y velaron acertadamente por la salud de sus socios, luchando
contra las adversidades y dificultades que esta institución generaba.
Muchos profesionales
amaron sus trabajos y demostraron franca disciplina y ética, dejando a
través de los tiempos un halo de atenuantes en el impacto de las
paredes. Esta minoría de individuos fueron bien recordados por algunos
humanos, pero lo mas importante fue, que ellos y sus acciones, quedaron en el
registro de los ángeles que llevan el Libro de DIOS y están
atentos a todas las actitudes de esas pobres almas que necesitan crecer.
Las comisiones duraban
4 años y podían ser reelectas. Algunos directivos fallecieron en
el ejercicio de sus funciones, cambiando la tónica de los movimientos e
intenciones.
Guardias, turnos,
consultorios en continuo movimiento, desfilar de enfermos sin cesar, enfermeras
en permanente pugna por ejercer su poder y la continua soberbia de todos
sintiéndose indispensables e insustituibles, saturaban cada día
más, los muros pertenecientes, a los ámbitos de los salones.
Muchas veces, el agobio
y la pesadez de los ambientes reinaba intensamente en los estares y
consultorios, quedando un desagradable aroma en su interior. Éstos se
debían, a la mezcla de miedos, enfermedades, malestares, soberbias, disgustos,
celos, ambiciones, en contrariedad, con la ética, las bondades y
generosidades... Esto hacía, que Sirene tuviera que transcurrir largas
noches trabajosas tratando de asear los espacios. Para esto debía
arrojar las negatividades por las ventanas y acomodar las benevolencias
distribuyéndolas equitativamente por toda la estancia.
El personal de
maestranza durante las mañanas, ingresaba temprano alrededor de las
siete, y en varias ocasiones se sorprendía de encontrar un perfume inusual al penetrar en los sectores, y
más aún, que este fenómeno se reiterara durante el paso de
los años.
Solía ocurrir
que Sirene, luego de días muy terribles de bajezas extremas, exageraba
la limpieza y cambiaba los objetos de lugar. Esto lo hacía a veces, de manera muy evidente, como el
trasladar, una balanza pediátrica de una mesita a la otra, o
quizás, dejaba aparecer una camilla retirada de la pared quedando en el
medio de la habitación. En estas circunstancias, Sirene era abruptamente
sorprendida por el amanecer y el ingreso del personal, haciendo que su
velocidad para convertirse en espíritu invisible se pusiera
verdaderamente a prueba.
Luego de estas jornadas
tan trabajosas deseaba poderse retirar tranquila a descansar, llenándose
cada vez mas de conocimientos, de lo que eran capaces las esencias de las almas
humanas.
CAPÍTULO VII -
Él era alto, de
tez muy blanca, con un rostro muy agradable, con sonrisa magnética. Sus
ojos de un celeste grisáceo, transmitían una mirada limpia, sin
vericuetos que esconder, y así todos lo querían, salvo los
envidiosos.
Comenzó a
trabajar como médico siendo llamado por amistad por el auditor de
aquella época.
Se dedicaba a la
clínica médica y ejercía su profesión de una manera
peculiar debido a que la afectividad que les otorgaba a los pacientes dolientes
no fue nunca más olvidada. Y mucho menos por los afortunados que lo
contactaron.
Merina estaba sentada
en el primer escalón de la escalera mientras mantenía
diálogo con Sirene, quien se cobijaba en un rincón del primer
descanso de la misma.
Ambas hablaban del
destino de este misionero de
- Muy corto... - Dijo
Sirene.
- Nunca es corto ni
efímero si se logra cumplir con las instancias con las que prometemos al
encarnarnos en este planeta. - Dijo Merina.
- ¿Qué me
puedes contar de él?...
- Fue un niño
muy amado por su madre, con una infancia más o menos normal, una
adolescencia alegre con varios amigos muy apreciados, pero las cosas se
complicaron un poco cuando al crecer se encontró con las dificultades
que la vida no le escatima a nadie. Luego de varias volteretas de gran
desorientación vocacional, decidió estudiar medicina ingresando
junto a su única hermana a esta noble carrera. Fue por aquellos tiempos
cuando descubrió una dolencia que mas tarde sería la que lo
llevaría a la muerte.
- ¿Tuvo vida
sentimental?
- Sí... en
realidad él nunca se enamoró, tuvo muchos noviazgos y algunos
serios que prometían ser algo definitivo, pero se diluyeron a
través de los tiempos.
Se recibió luego
de los 30 años, y les dio a los humanos sólo 8 ciclos de su vida
en esta profesión. Sin embargo, rápidamente se ubicó en el
medio tan competitivo y hostil ganándose el afecto y respeto de sus
colegas y gran reconocimiento del medio médico.
Hay algo que quiero
transmitirte… Sirene, quiero que comprendas que cuando la energía
emanaba de sus manos, la bondad se cedía en su trato con los enfermos, y
la pureza y sincero amor se entregaba en su acto creativo. Estaba siempre rodeado de ángeles
de suaves tonos verdosos que lo acompañaban e iluminaban…
ángeles de
Su mente y poder
espiritual, por siempre, nunca se dejará de registrar en cada ladrillo
de esta casa, y lo más importante... Su alma inmensa y poderosamente
luminosa, surca, en la actualidad, los infinitos cielos cumpliendo misiones de
salud hacia los espíritus enfermos y sufrientes de los diferentes
astrales.
-Yo sé de
él también, ya que cuando limpiaba los consultorios luego de sus
atenciones, quedaban sembrados por el piso y por los rincones el perfume a
bosque de pinares que dejan los ángeles portadores de prana, y me
encantaba observar la luminosidad burbujeante de la camilla y escritorio que
dejaba la energía peri-espiritual de este enviado.
-Lamentablemente su
vida personal se enturbió severamente cuando el maligno le trabó
el accionar correcto y cegó su elección de esposa. Eligió lo equivocado
llevándolo al abandono de la lucha y la pérdida del
estímulo para reactivar su amor por la vida. Dejó que su
insuficiencia renal le quitara los deseos de luchar.
Su hermana deseaba
fervientemente que su vida tuviera lo que se considera en este planeta como
normal, hijos, un hogar con armonía, y decidió donarle un
riñón, en un gran marco de inmensas dudas familiares...
Ana se preguntaba si
era lo correcto, evidentemente, sólo Dios lo iba a juzgar...
Lo cierto es que
José, nuestro querido facultativo, falleció al mes del
transplante por un terrible error médico, una mala praxis...
-¿¡Mala
praxis!? -Dijo Sirene brutalmente sorprendida.
-Verdaderamente existen
las paradojas en esta vida. En un mundo de salud y dando con intensidad salud,
José no encontró mas que enfermedad irresoluta, no mas que
abandono de colegas irresponsables y dormidos, en un marco familiar absorto.
Todo esto punzado por la maldad y egoísmo de su mujer liviana, superficial
y fútil que propiciaba “escandaletes” teatrales, esperando
con ansiedad la muerte de este virtuoso para obtener así su libertad. Y
además, ella engendro de ponzoña, ambicionaba los bienes
“heredables” y los seguros que creía estaban a su nombre.
Sirene a esta altura
de los recordatorios, se encontraba
acurrucada en el descanso de la escalera, y su halo perfumado había
cambiado de aroma, se había tornado un tanto más agrio, y el celeste
de sus hermosos ojos estaba ensombrecido y con un tinte gris.
Alarmada Merina
exclamó:
- ¡Me
preocupas!... Sabes muy bien que esta mansión está plagada de
historias humanas tristes y más aún, algunas son truculentas.
Además debemos estar felices de saber que José logró
cumplir la misión encomendada y hoy es nada más ni nada menos que
uno más de nosotros.
Sirene le implora a
Merina, que lo contacte y le pida su visita a la casa para ayudarla a limpiar.
Pero Merina le recuerda que esos deseos debe transmitírselos a Lemiel.
Él es el único ángel autorizado para llevar a cabo estas
misiones y de ingresar a los diferentes astrales y ciudades espirituales para
llamar a las almas con permiso de misión.
Merina se
incorporó del escalón, y acercándose a su congénere
le extendió su nívea mano cálida y cariñosamente le
dijo que se retirara a descansar en su compañía. Además,
le aseguró, que no temiera, que la basura espiritual de esos
ámbitos, serían seguramente controlados por ella, con la poderosa
ayuda de Lemiel.
Repentinamente
explotó en el salón de contaduría de la planta superior,
un coro de ángeles con sus liras armoniosas que contentaron y dejaron
plena al menos a Sirene, retirándose por fin, a descansar en paz.
CAPÍTULO VIII -
Bajaba las escaleras,
muy pensativa esa mañana. Algo parecido a la tristeza invadía su
mente agobiada, y sensaciones contradictorias la embargaban, como deseos
repentinos de irse lo antes posible y a la vez, muchísimas ganas de
quedarse y consustanciarse con el lugar y el ambiente.
Ella se daba cuenta que
algo extraño sucedía, porque esa mañana la jornada estaba
calma, y le había parecido vislumbrar un dejo de bondad en los rostros
del personal de enfermería. Evidentemente esta situación tan poco
común le hizo despertar interés en investigar.
Decidió comenzar
por el ordenanza que a esas horas, las 9 de la mañana, se encontraba
regando el césped del jardín exterior.
Ana se acercó al
hombrecillo y lo interpeló, tratando de descubrir en él alguna
sensación de percepción de extrañeza al llegar aquella
mañana. Sorpresa le causó a Ana el descubrir que aquel
hombrecillo relataba con entusiasmo su perplejidad matutina.
Describió
cómo halló una lluvia brillante de pequeñísimas
estrellitas doradas, cayendo desde la planta superior, dándole
luminosidad a cada objeto del salón principal.
Relataba además,
atropellándose las palabras, cómo una fragancia inusual invadía el
ambiente.
Aquel hombre no cesaba
de transmitirle a Ana su experiencia mientras ella lo escuchaba atenta, y no
sólo le demostraba interés, sino que le creía cada palabra
con absoluta fe.
Esta situación,
que aquella mañana el ordenanza vivenció, había tratado de muchas maneras
relatarle a las autoridades de la mutual y al personal de los distintos
sectores, mientras les servía el desayuno.
Lamentablemente,
había sido en vano. Aquel día, todos creyeron que el pobre
anciano había comenzado a demenciarse debido a sus fantásticos
relatos, pero aquella doctorcita estaba dispuesta a escuchar con
atención y gran entusiasmo.
La profesional
entró nuevamente al salón y subiendo las escaleras llegó a
su consultorio algo absorta y consternada por lo recientemente escuchado. Se
podría asegurar que el cambio era tangible en el ambiente
purísimo que se podía respirar. La paz que traspasaba al alma de
Ana, era colosal.
“Únicamente,
que sea cosa de ángeles”, pensó… Eso
explicaría el cambio que ese día hacía diferente por fin
el edificio que por mas de 100 años impregnaba las paredes de maldades
acumuladas.
A esto Ana lo
presentía desde hacía varios años mientras trabajaba.
Sirvió esta
situación para que fuera inevitable evocar el recuerdo dulce de su
hermano José, que muy cerca estaba de todo aquello que tuviera que ver
con la luz, y los aromas a prana de coníferas, al igual que sensaciones
de bondad, ternura y curaciones a los demás con intensos deseos sin
reparos ni ganancias.
Ana también no
pudo evitar llenar sus pensamientos con el recuerdo del amor que desde hacía unos meses ya
tenía para ella explicación karmática, y le había
también hallado, luego de su último sueño, rostro a sus incógnitas.
Amaba a ese hombre con
sublime profundidad, con un amor único que no tenía tiempos ni
espacios lógicos. Su amor traspasaba los poros de la corporalidad al
punto de impactar en todos los espacios del universo infinito, pero… ella
sabía que no le correspondía en esta reencarnación,
entablar con él, algún destino.
Varias veces se lo
había últimamente encontrado en los pasillos. El hombre era un
directivo de la institución. Ambos se amaban en silencio, en un halo de
misticismo donde sólo las miradas eran el punto de encuentro y las
causantes únicas del atrevimiento impúdico.
Las horas
transcurrieron lentamente y no tuvo que examinar pacientes. Fueron pocas
personas las que acudieron a atenderse aquella hermosa mañana de
primavera.
Los pensamientos de Ana
incursionaban por la evocación de sus antiguos sueños en los que
había encontrado por fin el rostro y la consiguiente explicación
a sus sentimientos. También había comprendido que la inmensa paz
que en esos momentos invadía el territorio de los espaciosos dos pisos,
podía significar, esa situación milagrosa, por la que ella
había orado durante mucho tiempo. Además dialogaba en forma de
ruego a su querido ángel, que deseaba fervientemente acabar con sus
angustias agobiantes que la desgastaban y abatían.
Caminaba lentamente por
los corredores, y comprendió que sus oraciones no sólo
habían sido escuchadas, sino que le habían sido concedidas. Ella
sabía que su ángel era magnífico y poderoso, como
así también totalmente capaz de solucionar la terrible pesadumbre
que invadía ese lugar.
Ahora las cosas eran
diferentes, ya se sentía con una alegría interior muy grande, y
sin miedos. Las cosas de la vida terrenal ya no le afectarían
más.
Ana había comprendido con
absoluta certeza que su ángel y seguramente un séquito de
ayudantes gloriosos, serían capaces de protegerla de por vida y la
expansión de su alma ahora sería total…
Sirene observaba con
atención todas las escenas y las respuestas que la limpieza había
causado en los espíritus de la gente. Puntualmente le interesaba el
estar de la doctora, ya que Merina y ella, tenían a Ana como una
constante preocupación. Ambas sabían que esta profesional, era la
clave para solucionar las dificultades que afectaban tremendamente a esa
residencia.
Aunque todavía
faltaba mucho para terminar de purificar los ambientes, ya era otra cosa
desplazarse por ellos…
Evidentemente Lemiel,
el magnifico ángel sabía hacer lo suyo… y además
adoraba a la dulce Ana. También comprendió Sirene que Lemiel iba
a ser capaz de extraer del alma de la doctorcita ese amor que la
entristecía, llevándola a veces a la inercia, y tratar con
Permiso Divino, de transportar ese intenso sentimiento a concretarse en otros
astrales o llevarlo hacia reencarnaciones futuras…
CAPÍTULO IX -
Márquez estuvo con
la institución desde los inicios de la misma, siguiendo paso a paso cada
transformación, sufriendo y gozando cada situación
económica y cada vaivén emocional de los integrantes en turno o
compañeros de ocasión.
Sus funciones
administrativas se fueron modificando a través de los tiempos.
Finalmente acabó haciéndose cargo de los asuntos legales,
monologando en forma reiterada y aburrida las diferentes leyes a las que
debía acogerse la mutual.
Su aspecto era
insignificante, como el de un gnomo, pequeño, de talla aproximada a un
metro cuarenta y cinco, trigueño y de un andar cansino, apesadumbrado.
Sus vestimentas, siempre holgadas, profundizaban aún más su
imagen algo empobrecida.
Provenía de una
familia siempre fuera de época, muy correcta, tanto que quedaban fuera
de contexto, desentonando con las realidades del mundo exterior, encasillados
en exagerada modestia y exaltado
realce de valores, haciéndolos ridículos y mediocres.
Él nunca supo de
abrazos amorosos, ni sus ojos jamás pudieron releer escritos de amor de
alguna carta dirigida especialmente a su persona. Nunca vivenció el
abrazo de niños vociferando a viva voz: ¡Papá!...
Su aspecto de hombre
deprimido no le provocaba agrado a nadie, haciendo que inconscientemente los
demás lo subestimaran, la mayoría de las veces, injustamente.
Resolvía con
facilidad las cuestiones legales y gestionaba todos los trámites
inherentes al funcionamiento de la institución en el marco
reglamentario.
Ana lo apreciaba y le
tenía paciencia al escucharlo, ya que respetaba sus conocimientos, su
capacidad de resolver ciertos asuntos y sobre todo, reconocía en
él su honestidad, decencia, y ética, virtudes no valoradas en
esos tiempos por los humanos que lamentablemente la rodeaban.
Debido a la malignidad,
que se cernía en la institución, en los últimos meses Ana
había enviado varios currículums a diferentes centros sanitarios,
hospitales, centros de salud, pre-pagas y gerenciadoras médicas.
Éstas recibieron
de la profesional sus hábiles conocimientos, ampliados en un sacrificado
peregrinar por cursos y jornadas de perfeccionamiento médico. Ella se
dedicaba a la geriatría, especialidad que ejercía con mucha
ternura, debido a que los ancianos le generaban sentimientos de amor poco
común en los médicos jóvenes de la época.
Ya la pesadumbre que
cargaban los espacios físicos del edificio la habían hecho
decidir. Seguramente tras sentimientos de nostalgia que tendría que
elaborar, en algún lugar muy
profundo de su alma comprendía que los tiempos en esa institución
ya habían terminado.
Era evidente para Ana
que su misión en García Lorca ya había encontrado su fin.
Esa tarde estaba
calurosa, había encendido el aire y ya terminaba con los pacientes de la
jornada.
Mientras completaba
algunas historias clínicas sintió el golpear de dos veces a la
gruesa puerta de madera, se levantó sin ánimo a abrirla y
encontró al hombrecillo algo pálido y consternado. Lo hizo pasar
y le ofreció amablemente sentarse. Las manos pequeñas y huesudas
de Márquez temblaban levemente y la voz entrecortada del personaje,
hicieron preocupar a Ana. Trajo y puso sobre el escritorio tres papeles…
Ambos sabían de
qué se trataba, la renuncia de la dulce doctora era un hecho.
A esa altura de los
acontecimientos, ya no cabían más palabras que referir.
El empleado lamentaba
sobremanera que la médica se retirara de sus funciones dentro de la
institución, reconocía su excelente labor como profesional y,
además ella atendía a sus padres ancianos.
Trató de
convencerla, pero ya sabía por la comisión directiva, quienes le
habían comunicado por la mañana, que su retiro estaba decidido, y
había captado el rostro consternado del presidente.
La doctora, por la
mañana, había visto a ese hombre… la autoridad
máxima de
Él le
extendió la mano cálida y algo húmeda, y ella la
estrechó fuertemente y casi en un susurro pronunció:
adiós…
El presidente,
giró media vuelta bajando la cabeza tristemente, y comprendiendo que, no
solo perdían a una excelente profesional, sino que a aquella mujer
imposible en sus planes de vida, ya no la vería nunca mas. Ahora le
quedaría recordarla como a todo aquello que se sueña y que
únicamente pertenece a la imaginación… y además, se
suma a la larga lista de lo intangible…
Ana, esa mañana
luego del emocionado encuentro, bajó rápidamente las escaleras
procurando no ser vista y, salió prontamente al exterior con las
lágrimas desbordando los ojos en medio de pequeños espasmos
contenidos.
Mientras miraba por la
ventanilla del ómnibus que la llevaba a su casa, hilaba ordenadamente su
mente y estructuraba en forma armónica, las ideas aceptando con
voluntad, que el verdadero amor no conoce de tiempos ni de espacios.
Seguramente Lemiel curaría sus dolores con bálsamos de luz y
mieles de las flores de los elevados astrales que este poderosísimo
ángel solía frecuentar.
Varias horas
después, por la tarde, volvió al edificio sabiendo que ya no lo
haría más para trabajar y prefería no despedirse de nadie.
En ese
crepúsculo, tenía enfrente de ella a Márquez, a
aquél hombrecito triste y a la vez asombrado por la decisión de la médica. Ana le
sonrió y le explicó afectivamente que era necesario irse y que
todo en la vida tenía para ella, un principio y un fin, y el trabajo en
García Lorca, había sido solo una etapa de su vida.
Firmó los
papeles correspondientes, y se incorporó tratando de evitar comentarios
que sólo lograrían provocar más angustias y dolor en
ambos.
El individuo
parecía aun más pequeño que nunca, y dándole un
beso en la mejilla a Ana, cruzó la puerta del consultorio a pasos
rápidos y cortos desapareciendo por fin al final del pasillo…
CAPÍTULO X -
Había estado esa
noche muy cálida, el ambiente tenía el aire algo enrarecido y
todavía no había amanecido. A pesar de lo aparentemente
incómodo, Sirene yacía placenteramente descansando en su
sillón, y no demostraba de ninguna manera sufrir por lo tórrido
del alba incipiente. La luminosidad del aura perfumada de este hermoso
ángel envolvía por completo su esencia transparente y buena.
Se desperezó
lentamente y al instante captó que en el salón de
contaduría se percibía algo de rezagos ya vivenciados tiempo
atrás y que le provocaba malestar y algo de angustia.
Se incorporó
rápidamente y tomando el pasillo se dirigió al hall del piso
superior invocando ayuda.
El alivio le
devolvió otra vez la paz al ver la magnificencia y la luz
purísima de Lemiel… La inmensidad bellísima de su ser se
acercó con ternura a Sirene.
-Sabía que me
necesitarías, recuerda que prometí volver a terminar el
exorcismo.
-Ana se ha ido y ya no
volverá jamás…
-Se terminó su
tiempo y ahora todo está en orden. Este edificio está
envejeciendo demasiado.
-¿Porqué
hablas de envejecimiento cuando todos sabemos que hay construcciones mucho mas
antiguas?, incluso centenares de años mas vetustas y no por eso han
terminado su ciclo.
Lemiel se
desplazó suavemente hacia el salón de contaduría.
Mientras trataba de hacerle
comprender a Sirene que ciertos edificios se asemejan a los humanos: cada uno
tiene tiempos diferentes… A este le había llegado la decadencia
involutiva de una temporalidad ya caduca.
Sus manos movían
rápidamente los dedos sobre
los muros de los pasillos y
consultorios del piso superior, que todavía faltaba curar. Sirene seguía
con curiosidad y embeleso, a Lemiel
quien se desplazaba esta vez muy rápidamente, y no quería
perderse ningún detalle de los cambios radicales que pretendía el
ángel mayor realizar.
Cada vez, que se
exorcizaba, todo se transformaba, apareciendo aquellas imágenes
desagradables, que si bien percibía, todavía no le era permitido
visualizar sola… le faltaba evolución, para enfrentar a esas
monstruosidades, con su energía todavía no fortalecida.
Los vidrios de los
ventanales del gran salón de contaduría parecían espejos
luminosos. De ellos brotaban imágenes torturadas de rostros sufrientes y
demacrados, de supuestos personajes del pasado. Probablemente
correspondían a empleados, a directivos o, a pacientes que habían atravesado
situaciones desesperantes y angustiosas tanto familiares como laborales, o
quizás, también
conflictos interpersonales en la relación entre compañeros de
trabajo.
Los rostros aullaban a
semejanza de animales, y se lamentaban, con diferentes vocalizaciones y tonos
en una gama muy variada y exasperante,
emergentes de los bajos astrales.
Sirene se encontraba
perpleja, el brillo maligno y primitivo de algunos ojos con miradas dirigidas
directamente a ella, le hicieron sentir un frío desagradable e
incómodo. Era realmente increíble que ella descansara
tranquilamente durante varias noches en su querido sillón negro de ese
salón, sin embargo estaba observando en esos momentos como se deslizaba
por él una viscosa salamandra rojiza con lengua bífida y ojos que
expedían fuego…
El hedor pútrido
y nauseabundo del ambiente, hacía mas pesado el aire enrarecido y
fétido.
Era realmente increíble
que Lemiel lograra poner en evidencia las maldades y felonías acumuladas
durante tantos años. Mas llamativo aún, era percatarse, de
cómo este poderoso ángel hizo reunir estos bajos monstruos del
alma humana enferma.
Rápidamente,
levantó sus largos brazos de los que emanaba intensos aromas a almizcle
y sándalo, que se despedían de los luminosos rayos que impactaban
enérgicamente sobre estos engendros del mal. Curiosamente éstos
comenzaban a deshacerse, a atenuar sus tonos, a desdibujar sus imágenes,
a aplacar sus aullidos hasta desaparecer completamente.
A esta altura de los
acontecimientos, Sirene se sentía agotada, la intensa situación
le había impresionado mucho.
Lentamente
comenzó a percibirse en el aire respirado, un aroma exquisito a mezcla
de flores, con predominancia a gardenias,
rosas y fresias.
Acompañaba a
esta sensación una brisa muy fresca y reconfortante, que daba lentamente
alivio al perturbado espíritu de Sirene.
-Ya la paz comienza a
reinar en esta casa. Ya no quedan impregnaciones negativas que alteren el alma
de las personas de este lugar… salvo que… (Susurró Lemiel)
- ¿Salvo
que?… ¿qué sucede?
-Sí,
lamentablemente trabajan en estos recintos personas muy bajas, de almas poco
evolucionadas que romperán
el equilibrio y quitarán siempre la armonía no permitiendo
jamás que la pureza se mantenga. Con sus acciones lograrán
avanzar aún más el proceso de envejecimiento inevitable de este
edificio.
-¿Acaso me
insinúas que todavía hay factores perturbadores aquí?
¿Y que ellos deterioran esta limpieza y no permiten que la paz por fin
se establezca de una vez por todas?
-Realmente hay algunas
almas que se retorcían últimamente en los avernos, y se
encarnaron directamente para vivir experiencias humanas en estos tiempos.
Lamentablemente han entrado en esta casa con excusas laborales. Además,
se jactan en forma permanente de torturar todos los días a las
víctimas que contacten con ellas por destino.
El lugar típico
donde estos espíritus pueden expresarse a pleno es en la
enfermería, debido a que la mayoría de las instituciones
sanitarias que tienen este tipo de servicios, hacen de caldo de cultivo para la
proliferación a pleno de maldades, ponzoñas, chismes, calumnias,
degeneraciones y malos pensamientos.
Aquí no es
excepción, recuerda Sirene, el día que exorcizamos la
enfermería y viste salir las alimañas más pútridas.
Hay un alma muy maléfica que deambula por todo este edificio desde hace
poco más de 20 años. Llegó como una débil personita
afligida por las adversidades de la vida, en busca de apoyo económico y
emocional. La tal frágil alma fue lentamente mostrando sus peculiares
artes para el mal, que hasta la actualidad, cubre y disimula con un manto de
aparente ingenuidad…
- Estoy muy
sorprendida, dijo Sirene, pero no voy a negar que cuando mi tarea de la
limpieza de la casa era incipiente, luego de terminar las jornadas y al cierre
de la institución, sentía la frialdad del ambiente de la
enfermería. Las cenizas viscosas malolientes de los rincones, sillas y
la salita chiquita donde las enfermeras se cambian, me han hecho pensar en las
grandes maldades que allí se gestan.
-Tu tarea de higienizar
esta casa, es muy valorada en los cielos, dijo Lemiel. Tendrás que
esforzarte un poco más ahora, porque he limpiado y purificado todo el edificio
y de ti depende que tal magnitud de obra se mantenga sin que el proceso de
envejecimiento avance aún más.
Las maldades de los
espíritus bajos que aquí trabajan, van a impedir y a trabar la paz y la
tranquilidad de poder relajarte y disfrutar de este maravilloso aire perfumado
que respiras ahora. Por eso, te daré protección desde las Alturas
y un Poder Divino de Luz Absoluta que coronará tu mente
elevándote como ángel.
Serás
-¿Ella?
-Sí, Ana. Ella
debe volver, solo ella puede frenar el proceso de envejecimiento y deterioro.
Ambos ángeles estaban
sentados en el primer escalón de la escalera, luego de sus
últimas palabras Lemiel se incorporó pareciendo más
magnífico que nunca. Esbozándole una tierna sonrisa a su nuevo
Ángel custodio de edificios, le extendió sus largos brazos
entregándole una esfera de luz dorada que emanaba poderosos rayos que
impregnaron la testa de Sirene.-Ya no eres más un alma. No posees un
espíritu similar al de los humanos.
Ahora tienes una
estructura energética cuya
densidad y luminosidad, son angelicales. Esto aumenta tus poderes, y tus
condiciones son similares a los Divinos… Tu obra, es claro será
como siempre, con el permiso de Dios … No más.
El flamante
ángel tomó la luminosa esfera con sus temblorosas manos, y llena
de emoción miró con sus tiernos ojos al gran espíritu
inmaculado por
CAPÍTULO XI -
La inocencia encubierta,
era la característica de este increíble personaje.
Tuvo una infancia
transcurrida en un bajo nivel sociocultural, en el campo, con padres
rústicos, con 6 hijos creciendo en la indigencia. Sin embargo, la
ambición y el interés económico perverso, caracterizaba a
esta familia.
La enfermera,
aparentaba, estar envuelta en un perfil, de ignorancia, amoralidad y soberbia.
Estas cualidades, progresaban intensamente demostrando así, no tener prejuicios, ante los ojos de los
demás.
Tuvo un hijo con un
hombre aprovechado de la carne joven y libre, abandonándola al poco
tiempo. Esto, la obligó a buscar distintos tipos de trabajos. Sus
relaciones con su pareja, del ambiente de choferes de
Aprendió
prácticas mínimas, básicas y elementales, las necesarias
como para una atención primaria de la saluden prácticas de
enfermería.
Poco a poco fue
manejando, en forma ignorante pero muy hábil las instancias tratando de demostrar
indispensabilidad, creciendo día a día la soberbia y la toma del
comando de las situaciones.
A menudo se entreveraba
en discusiones y peleas en actitud traidora con sus compañeras.
Con Su nombre de origen,
Maribel, portaba gran
simpatía sin igual. Además, con sus pechos prominentes y
turgentes, y con amplia sonrisa y pícara mirada, atraía a los
hombres con suma facilidad. Poseía un andar provocativo y cabellos
negros con tez blanca.
Lo llamativo de este
personaje, era su habilidad para imbuirse en forma permanente, en
habladurías, calumnias y críticas algo mal intencionadas.
En otras oportunidades,
la envidia que alimentaba en forma permanente por sus semejantes era inaudita.
Las víctimas que se veían afectadas o salpicadas por su
ponzoña, eran las médicas lindas y jóvenes, ya que las
consideraba competencia y a veces, las acariciaba sensualmente demostrando
extraña actitud algo confusa.
También el
dinero era objeto de intensa envidia, desatada dentro de su alma rebelde.
En los momentos libres
donde los médicos buscaban un rato de entretenimiento, se resguardaban
en la enfermería o antigua cocina. Eran esos, instantes bien propicios
para el comentario soez. Aprovechaba para realizar los burdos chistes bajos
sobre sexo y degeneraciones, narradas con detalles sobre las intimidades con su
pareja mas reciente.
Con el entusiasmo de
las risas burlescas y, en pleno jolgorio entre mate y mate, bebida infaltable
en ese recinto, imbuido de intenso aroma a yerba, dejaba escapar un seno en
forma repentina y sorprendente.
Carcajeaba a viva voz una risa
disfónica y maliciosa al ver el rostro sorprendido de Ana, que
boquiabierta observaba la masa gigante de carne, de aspecto lechoso que agitaba
entre sus manos la enfermera, apareciendo mas burda, frente a la opinión de los presentes.
Tales actitudes dejaban
siempre perplejo a unos de los “empleaduchos”, el Sr. Berducci,
algo fronterizo pero habitué de la enfermería. La mente pueril y
libidinosa, de éste, uno de los cajeros, no podía dejar de ser
atraída por esta enfermera tan procaz.
Acto seguido, relataba
sus relaciones amorosas pornográficas tan degeneradas que hasta los
médicos más calaveras y atrevidos se sorprendían.
La mayoría de
sus espectadores reían pero, en sus pensamientos todos guardaban la
percepción de estar frente a una mujer, con fines algo destructivos.
Su dominio fue
creciendo cuando hizo pareja con una autoridad de la mutual, quedando
incólume de sus pecadillos. Esto aumentó su poder de control
sobre el ordenamiento, decisiones y determinaciones… Dentro de lo
elemental, de acuerdo a su nivel, es claro.
La casa comenzó
a perder lentamente el color de su fachada y a descascarársele las
paredes del patio y de algunos consultorios. Cada risa carcageante de Maribel,
hacía deteriorar y trizar la pintura de las paredes y quebrantar las
maderas de los revestimientos.
Los últimos
años los profesionales con mayor criterio, no frecuentaban la enfermería y al igual
que Ana, terminaron por retirarse de la institución, en forma
definitiva.
El sector donde la
enfermera reinaba, era visitado asiduamente solo por los hipócritas
“empleaduchos” que pretendían o creían quedar amables
con Maribel, debido a su relación de convivencia con el presidente.
Los graves
inconvenientes económicos se sumaron a la desagradable estadía
que se vivenciaba durante las jornadas laborales. Por esos tiempos, el personal
administrativo manifestaba malos humores, mientras que la comisión
directiva mostraba sus agresiones y falta de comunicación, tanto entre ellos como con el resto.
La permanente
sensación de desasosiego que se percibía en los consultorios y
las crecientes murmuraciones, de las enfermeras alimentadas por Maribel,
hicieron retirarse a la mayoría de los profesionales. El éxodo de
los médicos tenía como certeza el concepto de no volver nunca
más, y no trabajar, jamás, en instituciones tan
problemáticas.
El directivo que
convivía con Maribel, sufría al ver el deterioro paulatino del
edificio y la desgracia económica que se cernía sobre esa mutual.
Captaba que algo anormal sucedía debido a que el fracaso de la
institución no tenía aparentes soluciones por más que el
esfuerzo de la comisión fuera el máximo. Todo se veía mal:
la animosidad del personal deteriorada, los pacientes malhumorados y agresivos,
los médicos retirándose uno a uno, la falta progresiva de
recursos económicos conllevando a una grave situación
financiera. Se sumó, un asalto
el año anterior -que vació la perla de la mutual, su farmacia,
que se había reinstalado con muchísimo esfuerzo. Las plantas de
los jardines estaban secándose y los ordenanzas encargados de la
limpieza rehusándose a concurrir -haciendo que la suciedad aumentara por
todos los rincones y baños-.
La abulia y la falta de
interés por el trabajo iba aumentando cada vez más, sobre todo en
la enfermería donde las doncellas pasaban su tiempo realizando
manualidades (tejiendo carteritas, remeras a crochet, arreglándose
vestidos, lavándose los cabellos, pintándose las uñas,
depilándose los bigotes y las cejas, colocándose barro brasilero
para cubrir las canas, girando sobre un disco para adelgazar la cintura,
tomando mate, comiendo queso con galletas, etc.)…
El directivo, pareja de
Maribel, era nada más ni nada menos que el presidente de la comisión
directiva, la máxima autoridad de la institución.
Su agobio, tristeza,
angustia, desesperación e inercia lo habían invadido.
Sentado en su
sillón ejecutivo y señorial, aparentaba ser un hombre infeliz, su
mirada recorría aquella mañana todos los espacios del
salón privado y la chimenea vacía parecía ridícula.
Se incorporó
para dirigirse a la glorieta y apoyándose en las balaustradas,
quedó mirando el espacioso patio y la playa de estacionamiento, donde
yacía su hermoso automóvil, que era lo único afectivo que
últimamente lo tenía interesado en su vacía vida
egoísta. Sin embargo había un secreto que jamás
sería a alguien revelado, porque él sabía que no
merecía en estos tiempos vivenciar aquella experiencia. Él amaba
en silencio a Ana, a la doctorcita que semanas atrás se había ido
aparentemente para siempre.
Apoyado sobre la
baranda de cemento, respiraba la brisa fresca de la mañana mientras
recordaba el suave contacto con la mano de Ana el día de la despedida.
Evocaba ese momento
donde le deseaba suerte y le escondía la mirada para ocultarle su
inevitable emoción.
Ana sabía
también que ese hombre no era de estos tiempos y que pertenecía a
un pasado muy antiguo de su alma… sus sueños donde se encontraba a
sí misma en un castillo, mirando las barcazas, esperándolo, pero también tenía claro
que su karma con él aún no estaba concluido y que su ángel
protector la ayudaría para encontrarlo en tiempos próximos.
La bruja, conviviente
del presidente, presentía todo lo que sucedía y aumentaba cada
vez más su odio hacia Ana. Envidiaba su belleza, juventud, dulzura,
inteligencia y sobre todas las cosas, el amor platónico que se
dispensaban con su pareja.
A medida que su odio
iba creciendo, el deterioro de la casa iba aumentando hasta hacer aquella
mañana vibrar los cimientos del sótano, logrando despertar de su
letargo a “la madre y su hija”, fantasmas que dormían
tranquilas desde que Lemiel limpiara tiempo atrás.
Últimamente no
había recursos económicos para abonarle a la empresa de
desinfecciones, y las alimañas como cucarachas, ratas y arañas
habían comenzado a invadir los espacios, atraídas por el
magnetismo negativo de la enfermera.
Las artes malignas de
Maribel, brujerías traídas de Brasil desde un viaje de placer que
compartió durante la etapa feliz con su pareja, a casa de un hermano que
residía en Río de Janeiro, habían verdaderamente hecho
estragos los últimos tiempos en el edificio.
Esa noche Lemiel, junto
a Sirene, habían limpiado toda la casa con poderosa pureza bloqueando
toda malignidad posible, enfriando así todo proceso maldito.
Sirene tenía la
misión de no permitir más a partir de aquella mañana, que
alguna fuerza nociva avanzara el deterioro, para luego poder comenzar la
difícil tarea de reconstrucción.
A las 7 horas de ese día en ese inolvidable
verano, ingresaron por la parte trasera de la casa, luego de estacionar su auto
el presidente y su conviviente, con fácil acceso a la enfermería.
La bruja ingresó
por el pasillo, con sus cabellos atados hacia arriba con un pañuelo
transparente a modo de moño, falda larga, amplia y floreada,
dándole un aspecto de gitana y acentuando aún más sus gorduras y su tosco caminar. No había
sorteado dos puertas por la pasarela, cuando sintió un flechazo ardiente
que clavaba su pecho ahogándola, sus piernas tambaleantes no le
respondieron, y un sudor viscoso recorrió todo su cuerpo cayendo
finalmente al piso provocando un ruido estrepitoso. No supo justificar sus
síntomas ante los demás, aduciendo en forma histérica que
se sentía mal por la situación de los últimos tiempos
conocida por todos, pero en su interior, no se podía engañar a
sí misma, captó de inmediato el trabajo de los ángeles, el
poder de
CAPÍTULO XII -
El camino a casa era
largo. Esa calurosa tarde se había vuelto muy agobiante. El sol
caía lentamente sobre la silueta inmóvil de las montañas,
y el rojizo del cielo daba cada vez mas el paso al azul oscuro de la noche
incipiente.
El movimiento
monótono del ómnibus, había adormecido a Ana , quien yacía
recostada sobre el respaldar del
asiento doble de la parte trasera,
del colectivo.
¿Cuántas
penurias y tristezas tenía que recordar, aprovechando la paz que le
otorgaba la soledad?
La vista del camino
había pasado a un segundo plano, y el paisaje tenía ahora un
aspecto totalmente diferente. Ana percibía un intenso aroma a rosas que
le llamó la atención y le hizo fijar la mirada en el horizonte.
Éste no
tenía límites, porque se confundían sus tonos con el
cielo. Delante de ella se abrió en forma repentina un camino sinuoso,
cuyos bordes estaban limitados por un precipicio, que dejaba ver tres tonos
luminosos: blanco, rojo y amarillo.
El sendero presentaba
un descenso a medida que se avanzaba por él, hasta llegar a nivelarse
con el piso que se encontraba cubierto por un tapete verde de pastizales. A
ambos laterales del camino, se definían sobre el perfumado tricolor,
infinitas rosas bellísimas que, en forma tupida cubrían toda la
superficie visible hasta fundirse con el cielo. Allí, legiones de
ángeles formaban coros, de elevada música celestial. Un conjunto
grandísimo de ángeles trompetistas y ejecutores de melodiosas
arpas, se ubicaban formando
alineamientos en grandes columnas, que convergían a lo lejos.
En la infinidad del
horizonte, se mostraba al final de la perspectiva,
Ana sintió
cómo caminaba casi corriendo por el sendero hacia abajo hasta llegar al tapizado de
frescos pastos. Pudo apreciar una hilera de casitas pequeñas como
salidas de un cuento. Caminó luego lentamente dirigiéndose a la
primera de ellas. Observó el formato de su techo curvo que, a modo de cúpula, brillaba con la
luz cenital.
Se sorprendió y
sobresaltó cuando de repente visualizó sobre el portal del
refugio, al ángel mayor: Lemiel, quien la miraba con su habitual
ternura. Sus ojos de verde dorado, e inmensos, le entregaron una paz inusual
Ana ingresó a la
casita y recorrió rápidamente su interior. Se trataba de una
habitación pequeña con una ventana con cortinitas de voile con
voladitos, recogidas hacia el marco. A través de los cristales, se
veía el rosedal plétoro de bellísimas rosas al pié
de
La mesita, debajo de la
ventana, estaba vestida con mantel de cuadritos rojos y blancos. Junto a ella,
una cómoda silla.
El resto de la
habitación contaba con un escritorio con papeles y lápices de
colores para dibujar. Junto a la pared opuesta, una camita de bordes
redondeados, con cobertor blanco.
Lemiel no le
habló, solo atinó a invitarla a sentarse a la mesa, donde
había una tacita de porcelana con bordes ondeados y laminados en oro al
igual que el asa. El ángel le sirvió una bebida caliente de color
rojo bermellón. Comenzó a sorber con fruición
sintiéndola totalmente reconfortante, luego se le ofreció tomar
unos frutos redondos de color castaño rojizo que se encontraban en un
bol de la misma porcelana con bordes dorados. Tomó uno de los bocados
ofrecidos, sintiendo el dulzor inigualable con completa sensación
balsámica de verdadera Paz.
Los recuerdos emergieron y desbordaban fluyendo… Trajo a
colación en completa evocación, un sueño anterior donde su
hermano José le servía en un vaso transparente el mismo
líquido rojizo invitándola a compartir un momento de
alegría. En aquella ocasión despertó, notando sus ojos
llenos de lágrimas al tomar conciencia que había contactado con
su hermano que tanto extrañaba y que le demostraba que estaba feliz en
el espacio dimensional de las almas buenas.
Lemiel le invitó
a descansar. Ana se acercó a la camita y se recostó; Lemiel
extendió sus brazos depositando sobre el cuerpo yaciente una lluvia de
pequeñísimas estrellitas luminosas, haciendo que todos los dolores
del alma y el marcado cansancio de
ella, desaparecieran. Fue así,
adentrándose en un profundo sueño.
Ya era de noche, el
calor continuaba siendo agobiante, el ómnibus terminaba su recorrido y
Ana ya llegaba a destino. Despertó suavemente, y le costó
conectarse con la realidad, pero el embeleso era inevitable, había
comprendido las curaciones de su ángel guardián. Ahora
tenía las fuerzas suficientes para seguir luchando, trabajando, y
esforzándose para ser alegre. Ahora sabía, que su vida estaba en el registro de Dios, en la inmensidad del cielo…
CAPÍTULO XIII -
Esa mañana
había refrescado algo. Por
la noche había llovido bastante y una brisa fresca se había
apoderado del ambiente.
Últimamente
todos estaban de buen humor, y probablemente las cosas habían mejorado
poco a poco debido a las curaciones efectuadas por los ángeles.
Escasos miembros de la
comisión directiva se habían reunido a tratar algunos temas
financieros de la institución.
Comentaban,
atraídos por el cambio último, las novedades sobre el
comportamiento del personal administrativo y profesional.
También opinaron
sobre la ausencia de ruidos y crujidos que a menudo los sorprendía con
caída de revoques, maderas que rechinaban y tablillas que se
partían en los pisos.
Fue tema de comentario
además, la tranquilidad en la enfermería, que era siempre el
sector mas revoltoso.
El dinero, era la
preocupación más grande del grupo. A pesar de la mejoría
del estado de ánimo de toda la gente, el vil elemento no ingresaba y los
recursos se estaban agotando.
Había que
pagarle a algunos acreedores del pasado para poder continuar con las
operaciones bancarias y organizar la administración de la
economía.
Comprendió
Sirene que, siempre sería igual, los beneficiados con las ganancias económicas
serían los que menos habían hecho por la institución, los
que menos compromiso afectivo tuvieron y los que menos cedieron de
sí para alguien del lugar.
Esa mañana, los
miembros de la comisión se reunieron en el salón que les
pertenecía. Este constaba de una alfombra roja algo sucia, una mesa
central muy grande, de madera maciza de petiribí, que contrastaba
absolutamente con unas sillas de caño empavonado, de tapizado de pana
azul completando el mal gusto. Sobre las paredes altas con bellas molduras,
colgaba casi sobre el techo, una acuarela mediocre de algún improvisado
artista.
Se sentaron junto a la
mesa un poco deteriorada y en seguida comenzaron a deliberar.
Sirene los observaba
sentada en un macetón del balcón mientras acariciaba las hojas de
una singonia.
Los hombres, en su
conversación acalorada, demostraron abiertamente su falta de cultura, o
mejor dicho, con una cultura producto de sus vivencias desenvueltas en un marco
social sin estudios, sin acceso a conocimientos mas que los que la vida misma
les había otorgado. Ellos habían amasado un aprendizaje curtido y
rústico.
Sirene contemplaba los
movimientos bruscos de sus manos acompañando las palabras pronunciadas
soeces con chistes burdos, y risotadas alegres y espontáneas enmarcando
la agitada conversación, con una franca demostración de interés
por el poder y el dinero.
Los ojos del
ángel, mas celestes que nunca, rescataron junto a sus oídos, el
registro de una tipología de humanos incultos, creadores de un propio
diccionario de neologismos. En él, se registraban términos
inadecuados como por ejemplo… Desmascarar (por desenmascarar)
Trasversar (por tergiversar)
Haiga (por haya)
Dentrar (por entrar)
Apalear (por paliar – de paliativo)
Abancar (por bancar – sostener una situación)
Sirene se incorporó del macetón comprendiendo que nunca ese
edificio estaría habitado por espíritus refinados.
Comenzó a asimilar que el destino de las hermosas paredes
revestidas, los vitraux coloridos y las bellísimas puertas de madera
lustradas, jamás serían apreciadas por los individuos que
desfilaran por ese edificio.
Las circunstancias habían juntado a un puñado de
humanos, en un marco de
hostilidades acorde con su densidad espiritual y calidad humanas similares.
Pensó en Maribel
quien había buscado oportunamente,
unirse con el actual presidente.
Lo hizo con este jefe
de la institución,
anteriormente jefe de taller de
Sirene se
desplazó lentamente por los pasillos, algo consternada.
Fue sorprendida
repentinamente por una voz familiar que provenía de uno de los
consultorios de la planta superior.
-Hola, Sirene…
-¡Eh!, Merina ¿Cómo estás?
-¿Te encuentro
algo preocupada… o me equivoco?
-No, es que han
sucedido muchas cosas… Estuvo Lemiel…
-Sí, estoy al
tanto de todo, no te preocupes. Nuestro Ángel mayor te ha encomendado
una misión de mucha responsabilidad, pero lo ha hecho porque considera
que eres absolutamente capaz de cumplirla. Todas las almas que transiten por
aquí, no serán siempre tan bajas o primitivas, también vas
a gozar de acciones y actitudes de personas extraordinarias como Ana por
ejemplo.
-Recuerda que Ana se
fue, que nos ha dejado, ya no
vendrá más y hace mucho que no la veo.
-Esa situación
debe cambiar. Por mucho que te esfuerces para mantener purificado este lugar,
sin la presencia de Ana, no
lograrás que el edificio se restablezca y restaure. Debes confiar en el
dinámico movimiento constante de las situaciones y acontecimientos.
-Temo que…
Maribel no lo permitirá…
-¿Crees
todavía en esa bruja?
Sonriendo, Merina
miró con gran ternura a Sirene y continuó diciendo…
-Lemiel le ha quitado
todo poder, solo puede hacerse
daño a sí misma, pero ya no habrán más
víctimas de esa pobre
meretriz.
Luego de estas
palabras, Merina le entregó a Sirene un pájaro dorado cuya luz
iluminó todo el hall. Los brazos extendidos de Merina desprendían
pequeños rayos que cubrieron todo el manto de Sirene.
El pajarillo cantaba
con un angelical trinar que embelesó a Sirene entregándole una
sensación de Paz que jamás había vivenciado.
Posteriormente, Merina giró y se retiró desapareciendo en forma
muy suave, en un perfumado esfumar…
CAPÍTULO XIV -
Día a
día, Sirene se abocaba a la tarea de asear el edificio, y en cada
higiene, aprovechaba la ocasión para hacer una evaluación del estado
de la casa. De esta manera, verificaba que no continuara el deterioro de las
paredes y que el proceso de envejecimiento no avanzara.
Recogía como
producto del aseo, un polvo de diversos colores, la variabilidad de las
tonalidades se debía a la calidad de la jornada vivida durante ese
día. Si el ajetreo era intenso, el polvillo recogido era rojo. Si ese día las enfermedades que
visitaban los consultorios eran muy patógenas, sumado a reacciones
violentas de los asistentes, el tono viraba a los oscuros inclusive al negro
mismo.
Por el contrario, si el
día había estado armónico con el pasaje de gente
bondadosa, con el alma limpia y transparente, con sus cuerpos sanos
concurriendo solamente a control para mantenimiento de su estado, el residuo
que Sirene constataba era celeste azulino e incluso blanco.
Una noche oscura de
luna nueva, algo tibia, estaba rutinariamente desplazándose por los
pasillos hacia los balconcitos para concentrar todo el polvillo y transportarlo
al espacio. Allí los seres elementales, trabajadores con aspecto de
duendecillos, pasaban a llevarse toda la basura producto de la
descamación permanente de los periespíritus humanos. Cuando se
acercó al balconcillo de la comisión directiva, escuchó
voces que le llamaron la atención, porque no eran las habituales. Eran
más cultas, sin malas palabras y con términos propios, de alguna
especialidad humana que no era precisamente la médica.
Dejó a un
costado la escobilla de tallos de fresias y junquillos, y se sentó en su
acostumbrado macetón a acariciar la singonia, y evidentemente a
escuchar.
El diálogo que
llenaba el salón pertenecía realmente, a una raza diferente de
hombres cuya corruptela, era su estado habitual: nada mas ni nada menos que la
raza de los abogadillos.
La sala de la
comisión parecía un buffet, donde se entablaba una
conversación acalorada sobre temas laborales y financieros de la mutual
y
Hablaban de
convocatorias de acreedores, de juicios, de deudas concursales y
post-concursales, de cheques, bancos, síndicos y jueces, demandas,
fondos fiduciarios, fideicomisos, UTE (Unión transitorias de empresas),
cheques rechazados, recorridos o trazas, de las líneas de transportes,
boleterías embargadas, vaciamientos de empresas, costas de juicios,
jueces y síndicos sobornados, esperando las quiebras de las empresas
para apoderarse del edificio, homologación de los concursos,
comités de acreedores, embargos preventivos, levantamiento probable de
los embargos, convenios a firmarse…
Sirene perpleja
vigilaba atentamente los diálogos y los rostros de mejillas rubicundas y
miradas brillantes, rebosantes de ambiciones. Esto hizo alertarla y
preocuparla, temiendo por el destino final del edificio que tenía como
misión cuidar y restablecer.
El ángel
captó que se hablaba de un contador en especial, como responsable de
acciones contradictorias. No se
sabía de su tendencia sobre una simpatía definida hacia alguna
empresa determinada, porque los negociados que estos auto-transportes
manipulaban, eran muy corruptos y oscuros.
Morelo, era un astuto
individuo que se dedicaba a los negocios y funcionaba como testaferro de una
gran empresa de transportes cuya base operaba en Buenos Aires. Sus
dueños eran políticos mafiosos que actuaban en forma solapada y
ocultos. Nadie conocía los nombres de los implicados, porque los
presidentes de las empresas eran inalcanzables y solo podían acudir a
ellos algunos que figuraban como representantes dando una imagen de
éxito, triunfo y poder.
Sirene acariciaba
suavemente la plantita del macetón, mientras hilaba en forma ordenada
los pensamientos. Lo escuchado la había impregnado de angustias. Era
todavía ingenua. Desconocía las especulaciones comerciales, las
corrupciones y los hombres interesados por el dinero. Sobre todo, cuando los humanos
sobrepasaban lo profesional al
punto de olvidar por completo que arriesgaban instituciones en las que
trabajaban hombres con familias.
Se incorporó y
se dirigió a su sillón negro a descansar, se sentía
agotada y algo triste.
Lemiel la
despertó, acarició su cabeza para quitarle rastros de dolor o
sufrimiento, y le aconsejó:
-No debes sentirte
así, solo estás aprendiendo algo más del mundo humano.
-No me gusta ya, estoy
algo cansada y quisiera irme… Quizás con Merina a los Astrales,
con ciudades donde las almas son armoniosas, no tan interesadas, con amor y
sentimientos limpios y tan claros que inundan de paz.
-La paz no la vas a
encontrar en ciudades, ni paraísos… La paz está dentro
tuyo. No interesa adónde vallas, tu misión es no solo
encontrarla, sino que tendrás que conseguirla para depositarla en este
lugar. Esta casa está esperando que se la traigas, y cuando impregnes de
paz cada micro-rincón de este edificio, podrás sentirte satisfecha
y con la plena seguridad de que por mucho tiempo reinará la bondad en
estos espacios… Recién en esas circunstancias, podrás
retirarte tranquila al Astral que te corresponda según tu densidad
espiritual.
-Comprendo,
¡gracias! Creo que ya estoy mejor, no te preocupes. Cumpliré mi
misión. Agradezco que confíen en mí para esta tarea en
este mundo de seres entreverados. Aquí sé que es donde se
intercalan los médicos altruistas que aman la humanidad, con abogadillos
del maligno que desprecian al hombre y pretenden apoderarse de todo lo material
posible para luego adueñarse de las almas por siempre.
-Así es…
Ahora me voy, no dejo de protegerte y de cuidarte a pesar de que a veces te
sientes sola. Te daré fuerzas, las suficientes como para que todo salga
muy bien. No olvides la esfera que te cedí… en ella,
encontrarás la renovación de tus energías.
Diciendo esto
último, Lemiel se retiró como siempre dejando su estela luminosa
y perfumada.
Ya era muy tarde,
Sirene recorrió una vez mas los pasillos, salones y consultorios
vigilando que todo estuviera bien. Se iría a descansar definitivamente.
Valoraría su nueva experiencia con la promesa interior de una apertura
diferente, para luchar y limpiar más profundamente, para desarraigar las
maldades, y porqué no… Traer otra vez a Ana…
CAPÍTULO XV -
Esa mañana
estaba fresca, la primavera había hecho florecer los paraísos y
los jardines de los vecinos. El aire estaba inundado de aromas diferentes, una
agradable mezcla a tostadas, café y flores.
Ana era una niña
de 7 años, saliendo por el pasillo de su casa. Vivía en una
casita interna al final de un
pasillo, y hacia adelante, entre
dos casas gemelas opuestas en orientación.
Éstas eran de
dos pisos, cuyos balcones se juntaban. Las rejas de los cierres perimetrales y
los balcones, dejaban escapar entre ellas el desborde de frondosas plantas
cubiertas de flores de diferentes colores. La puertecilla de la casa de Ana,
tenía su dintel debajo de los balcones de donde pendía del marco
superior, un farolito de tulipa ondeada, con fileteado verde cuyos
dibujitos la niña miraba a
menudo mientras jugaba al anochecer.
Siguiendo por el
pasillo, se desembocaba a un patio interno de baldosas rojas, bordeado de
macetas y macetones lleno de gigantescas hortensias. La madre de la chiquita
cuidaba que las hortensias fueran 7, de lo contrario podía quedarse
soltera la niña de la casa.
En ese patio jugaban
José y Ana hasta que los abuelos los llamaran a tomar la leche, como es
de costumbre en todos los hogares de Mendoza.
La modestia de la
familia era preponderante, los abuelos vivían con su hija viuda, que
trabajaba como secretaria de un médico de renombre en un edificio del
centro. El padre de los chicos, había fallecido cuando pequeños
en un accidente de tránsito. Se mantenían con la jubilación
de los ancianos y el salario escaso de Haydée, la mamá de los
niños.
La acequia traía
esa mañana abundante agua, y eso le gustaba mucho a Ana, porque colocaba
barquitos de papel y corría detrás de ellos mientras los
veía alejarse a gran velocidad por la fuerza del agua.
Los cabellos de la
niña eran muy rubios, abundantes, muy largos y con suaves rizos dorados.
Los ojos de un gris muy claro miraban con una transparencia increíble, a
su vez muy dulce y de carácter muy afable. Su personalidad, en formación
aún, hacía que los que la conocían la trataran con mucha
suavidad y cuidado.
Los niños
crecieron en un marco de armonía y respeto, con definidos conceptos de
bondad, honestidad y religiosidad cristiana.
La rama del gran
árbol, era muy alta y cubierta de flores, pertenecía a un
paraíso añoso que emergía entre dos puentes de la vereda
de Ana.
Sentada oliendo, como
siempre, estaba Sirene distraída riendo al ver el movimiento oscilante
de las hojas de diferentes verdes con la brisa. En plena distracción sufrió
un sobresalto al oír su nombre que sonaba desde abajo del árbol.
Miró abruptamente al piso, y al pie
del árbol vio a una niña de cabeza dorada que la observaba
insistentemente…
-¿Cómo
sabes mi nombre y… Quién eres?
-Soy Ana y tienes el
nombre escrito en tu cabeza…
Sirene
desconocía completamente que pudiera ser Vista por los humanos, y
aún más, desconocía
que su nombre estuviera escrito en su frente.
-¿Cómo
puedes verme? Nadie hasta ahora ha manifestado haberse percatado de mi
presencia jamás.
-Lo lamento, solo
sentí ruidos en la copa del árbol y… Entre las hojas te vi.
En realidad… Fue tu luz la que yo vi.
-Te confieso que me
sorprendes. Será porque eres una niña… Aunque no he visto
que los otros niños percibieran mi presencia alguna vez. Quizás
sea porque eres diferente… ¿Puede ser?
-No tengo nada de
diferente, ahora estoy jugando con los barquitos, pero… ¿Sos acaso
mi ángel de la guarda? En la iglesia, y también mi abuela, me han
hablado mucho de ellos.
-No creo ser tu
ángel de la guarda, no
recuerdo que me hallan encomendado esa misión, pero… Tus ojos tan
claros me invitan a transmitirte conocimientos.
-¿Qué
debo saber, qué puedes enseñarme angelito?… ¿Me vas
a hablar de Dios?
-Solo siento que debo
mirarte a los ojos.
Sirene quedó
sentada sobre la rama del paraíso, en un marco de aire puro y aromas de
perfumadas flores. Los ojos de ambas se entrecruzaron en una larga mirada mutua
y profunda. Parte del azul celeste de los ojos de Sirene se trasladaron a los
de Ana.
El día
transcurrió normal pero la niña, pasó la tarde sentadita
en una macetita con florcitas de conejitos, en actitud pensativa y relajada con
pocas ganas de jugar.
A la mañana
siguiente, la abuela los apuraba con el desayuno, se sentó junto a los
niños a mirarlos comer, todas las mañanas gozaba de este acto
llenándose de orgullo al verlos crecer, pero… Ana tenía
algo extraño en su rostro, algo que la abuela no podía dilucidar.
¿Acaso su boca?, ¿acaso su naricita? O… ¡Sus ojos! ¡Estaban
de color celeste cielo!…
Realmente la abuela no
podía comprender lo que había sucedido, cómo esa
niñita había cambiado la coloración del iris de un
día para el otro, ahora además ¡Estaban tan bellos!
Nadie en la casa pudo
jamás comprender lo sucedido, hasta la llevaron al médico donde
trabajaba Haydée, quien no supo darle explicación al asunto.
Los años
transcurrieron y Ana se convirtió en una responsable médica con
gran vocación de servicio, amando cada vez más a los ancianos
carentes de ternura. Había experimentado el maltrato en los centros de salud, a
las personas humildes y mayores abandonados por los familiares envueltos en un
sistema social de carencias económicas y afectivas.
Su físico era
hermoso, era una persona muy bella espiritualmente, y sus ojos angelicales,
desde la transmutación de Sirene, eran únicos en el mundo. Sus
cabellos muy rubios y largos,
acompañaban el andar suave de su grácil y delicada figura.
La alegría que
experimentó Sirene, al percatarse de la presencia de esta doctorcita en
la institución fue inmensa.
Sirene había
llegado a la mutual, meses después del traslado de la institución
a esa casa. Merina se encargó de comunicarle su nueva gestión ,
indicándole su desplazamiento a la mansión, cuando cumplía misiones en una
escuela de barrios periféricos. Al comienzo no captó el sentido
de su tarea nueva, pero al poco
tiempo le apareció otra vez Merina explicándole sus objetivos.
Debía recorrer
los salones de la casa, conocer profundamente sus integrantes, purificar los
ambientes y llenar los espacios de energía luminosa y perfumada tratando
de contrarrestar las maldades humanas que se suscitaren. Con el compromiso de
una misión más compleja más adelante y a medida que se
perfeccionaren sus técnicas y conocimientos.
Luego sobrevino una
mayor definición a sus labores. Lemiel ya le había entregado por
fin su función definitiva.
Pero, por aquella
época, cuando ingresó Ana por primera vez a la
institución, todavía no estaban totalmente claras las
prédicas.
Comprobó que Ana
ya no podía verla, la adultez y el transcurrir por este mundo ingrato, a
pesar de la bondad de la mujer, le era inevitable la pérdida de la
inocencia y algún pensamiento malo hacia los semejantes, sobre todo
frente a la convivencia con las injusticias.
El otro error que
Sirene no se perdonaba a sí misma, y consideraba su inexperiencia como
culpable de lo ocurrido, era el no haber podido evitar el enamoramiento de la
doctora hacia aquel hombre, el presidente. Él no la merecía ni
nunca lo haría.
Como ángel,
captaba la gran diferencia de densidad espiritual entre ambos.
Lo que Sirene
desconocía, era que el error
provenía de una historia muy antigua, de reencarnaciones
anteriores, donde nunca el alma de Ana pudo concretar fusión en vida,
pues no le era permitido… Era necesario que, el hombre evolucionara para
poder concretar una relación verdadera.
Por lo contrario, en
esta encarnación, solo sería atracción entre dos humanos
donde existiría quizás, energía magnética sin
esperanzas de realidad tangible.
Esta ángel no
era la culpable de este sentimiento inevitable. De todos modos, a esa altura de
los momentos, deseaba el retorno definitivo de Ana.
Debía
además, lograrlo,
convirtiéndolo en un hecho.
Ahora su misión
estaba cada vez más a prueba y había que demostrar su fortaleza y capacidad
para tal labor…
Una noche luminosa,
alrededor de las 21 horas, Sirene, estaba sentada en el borde del descanso
último de la escalera.
Compenetrada con el
silencio del gran salón, se encontraba muy pensativa, tratando de
encontrar alguna solución
posible a su última prédica.
Los teléfonos no
cesaban de sonar sobre la mesa de entrada, como así también los
teléfonos de contaduría, y enfermería.
Ya no era hora habitual
de llamadas, lo que significaba era evidente, algo extraño, algo anormal
o fuera de lo común estaba ocurriendo…
Esta situación ya la había
percibido varias veces, sobre todo mientras dormía durante las noches.
Esto hizo sobresaltarla
y preocuparla, debido a que esas energías liberadas a los espacios vacíos del
edificio, no eran buenas.
Se alertó
sobremanera haciendo que se incorporara rápidamente, y sin vacilar, hizo
por primera vez uso de su poder.
La ángel novata
en su nueva condición de curadora
y protectora de los
ambientes de esa casa, sin titubear, elevó sus brazos alargándolos
hacia los techos. Y agitándolos violentamente, despidió de todos
sus dedos, una batería de rayos altamente luminosos que impactaban sobre
las mesas, los teléfonos, las computadoras y cuanto aparato electrónico
o eléctrico existiera.
Vio por primera vez,
que era capaz de provocar fenómenos similares a los que tiempo
atrás habíale enseñado Lemiel. Del aparato de fax del
mostrador, de la pantalla de la computadora, y de los televisores de la sala de
espera, emergían seres oscuros, parecidos a dragoncillos con ojos
llameantes y cornamentas punzantes, producto de las maldades de los
malintencionados que se comunicaban con la mutual.
Afortunadamente, Sirene
logró eliminarlos y sintió de inmediato el alivio vivenciado
tiempo atrás cuando Lemiel limpiaba las instalaciones. Ahora
había aumentado su seguridad, ayudada por la energía que le otorgaba el tener en su poder, la
esfera luminosa que le había entregado hacía muy poco el ángel
mayor para su nuevo trabajo.
Sabía que era
capaz de impedir que las fuerzas negativas se apoderaran de la casa y tal
acción y situación, le dio hartas fuerzas para trabajar sobre el
regreso de Ana.
¿Qué
debía hacer para llegar a tal fin?
Quizás…
cambiar la historia, o… Alejar los impedimentos, todo aquello que
hiciera peligrar el mantenimiento
de la casa y fuera responsable del envejecimiento del edificio.
Miró al
jardín grande de la entrada, y los rosales esperaban con sus botones a
punto de reventar… La llegada de Ana.
CAPÍTULO XVI -
Tanto se había
hablado de él, tanto que el hartazgo lo había sobrepasado al
punto de entrar en un cuadro depresivo.
Su ánimo
decaído no le permitía tomar decisiones drásticas ni
útiles.
Realmente es estrategia
efectiva el lograr que una persona se debilite a través de reiterados
comentarios y rumores deleznables,
tan nocivos y calumniantes.
La situación
financiera de la mutual parecía terminal. El agobio de toda la
comisión directiva era muy evidente, como así también su
inutilidad y la falta total de apoyo al directivo principal. Esperaban de
él toda vía de solución, y estaban molestos lo que el
presidente no les daba respuestas rápidas, como así
también, a modo de aves
rapiñas, estaban colmados de ansiedad por llenarse lo antes posible de
dinero los bolsillos.
Los más
comprometidos con esta repulsiva intención, eran el “fronterizo” Berducci y
el oportunista Sarelli. Ambos empleados de contaduría del sector Caja.
Estaban al pendiente de
cada movimiento que se gestara, en los bancos, y del dinero que entraba o
salía de la institución.
Eran voraces y
mediocres, muy estructurados. No aceptaban ningún pensamiento creativo
que surgiera de sus autoridades, impidiendo el crecimiento de
Las trabas que
ocasionaban, sumado a la abulia y total falta de colaboración,
tenían realmente harto a Aznar, el presidente.
La chusma acrecentaba
cada vez más sus comentarios destructivos, y hasta ellos mismos notaban
que tras las charlas, mate por medio, el deterioro del edificio avanzaba cada
vez más rápido. Veían al principio con asombro, y luego con
costumbre, cómo el revoque de las paredes y las maderitas de los
travesaños del techo caían sin cesar.
Pero, Posteriormente, a
la última curación de Lemiel, y al mantenimiento que realizaba a
diario la nueva ángel guardiana
y custodia del edificio, las situaciones fueron modificándose
rápidamente.
Todos, incluso los
más maliciosos, notaron la atmósfera diferente y la
cesación del deterioro.
La gran limpieza de los
ambientes, el verdor renovado de los jardines, la explosión de brotes de
los pimpollos, el aroma perfumado e inexplicable de los espacios, la
sedación en las conductas, de su inaguantable pareja Maribel… todo
esto le había hecho cambiar un poco la actitud a Aznar.
La renovación le
provocó estímulos suficientes como para decidir determinaciones y
darle un destino final a la problemática.
Maribel se había
encargado de desacreditarlo todo el tiempo que duró su estancia,
los comentarios sobre la vida
privada de ellos, tan procaces, eran mentiras que crecían día a día
con la frondosa imaginación de su alma, que albergaba ese cuerpo pesado,
tosco y desagradable.
El frustrado hombre,
víctima de un puesto apetecible por los ambiciosos del dinero y poder,
se había vuelto un infeliz. Su carácter era agresivo, sobre todo
cuando las injusticias que él creía tales lo acosaban. Le gustaba
dominar, manipular y manejar a los recursos humanos a cargo. Demostraba cierta
inteligencia, y era hábil para las astucias que un zorro necesita para
sobrevivir. Sin embargo débil con Maribel, quien lo manejaba a su
antojo, provocándole escenas permanentes de celotipia con cualquier
médica que le dialogara.
También
ocurría esto con las administrativas que desfilaran por su despacho, haciendo que él
cuidara su accionar y actuara con temor cada vez que ascendía a
contaduría para hablar con las empleadas.
A Aznar le gustaban los
hierros, los talleres de mecánica, la mecánica pesada de barcos,
las carreras de automóviles fórmula uno o cualquiera.
No era muy
simpático, y trataba de crecer culturalmente, debido a que absorbía con rapidez los
conocimientos contables y legales a los que estaba tan obligado y acostumbrado.
También había aprendido bastante de patologías
médicas de tanto sentir comentarios del tema.
Pero, lamentablemente,
tenía sentimientos encontrados, porque obraba en ocasiones en forma
correcta, pero, no podía evitar su espíritu ambicioso, y en
muchas oportunidades , para él , el fin justificaba los medios . Esto lo
mostraba como un individuo de moral muy dudosa… quizás eso lo mantenía
unido todavía a Maribel.
Una mañana
partió al sur del país decidido a vender el paquete de deudas que
lo tenían acosado. Se había decidido a terminar con las
situaciones engorrosas tanto personales como laborales. Acariciaba el final de
una época de su vida que ya no tenía más sentido.
El basta lo dominaba
por completo. Lo hacía feliz el no saber más de comentarios
absurdos ni de habladurías por fin.
La sorpresa de los
zánganos que lo rodeaban, fue terrible. Ellos vieron perdidas
definitivamente futuras entradas de dinero fácil. Monedillas que sin
esfuerzo alguno obtenían.
Las cosas habían
cambiado y debían mover su osamenta para buscar recursos
económicos para llevarle alimentos a los zanganillos de sus hogares
soberbios. Estaban muy acostumbrados a las cosas cómodas, atenciones médicas sin
cargo, y a las muestras de medicamentos gratis.
El final estaba próximo y se debían
tomar serias decisiones tratando de hacerlas lo mas acertadas posible.
Era sábado,
Aznar había planeado allegarse hasta el edificio cerrado para el público, porque necesitaba ver
unos papeles y pensar…
Abrió las rejas
pesadas de los portones y, al ingresar al palier, cruzando el portal principal
de rejas y vidrios, tuvo una extraña sensación de desasosiego
mezclada con pena y alivio al mismo tiempo.
Recorrió los espacios
oscuros sin encender las luces, y percibió de inmediato, la presencia de
Sirene quien le observaba atentamente. Él no podía verla pero
sí sentir la presencia angelical, lo que hizo contentarlo y recorrer agradecido por la
compañía. Esto le hacía más a gusto el
desplazamiento por los espacios.
Observó
detenidamente el gran vitraux de la
escalera y el rosetón de vivos colores del techo del hall del piso superior.
Permanecía en
actitud mística pensativo sobre las cosas del destino, que lo
habían acorralado y no le habían permitido terminar con su
gestión.
La mañana estaba
cálida, abrió las puertas balcón de su despacho que comunicaban con la glorieta, y se
dirigió al jardín de atrás percibiendo el intenso aroma de los jazmines que
cubrían toda la gigantesca planta.
Miró al cielo
¡tan azul! y, en actitud de ruego, le pidió al Señor que la
nueva etapa que sobrevenía fuera acertada y que los nuevos habitantes de
la casa fueran personas merecedoras
del lugar.
El ruego sincero del
hombre hizo que, en esos momentos finales,
atrajera a Lemiel quien bendijo el ritual y le dio aprobación a
los cambios.
El ángel mayor
buscó a Sirene, y le entregó un manojo de llaves luminosas.
-¿Qué
debo abrir con ellas? Interrogó Sirene sorprendida.
-Cuando el presidente se
retire de estos recintos, ya habrá elegido los únicos que tienen
derecho a quedarse en la casa. Siempre que la elección, sea de su
voluntad, y que ésta sea moral, por supuesto.
Aznar necesita limpiar
sus errores, y para esto debe crecer… evolucionar espiritualmente,
realizando una acertada acción, para el futuro de esta propiedad. Su
Libre Albedrío le hará actuar, pero si lo hace correctamente, le
permitirá subir mas escalones en la evolución…
La casa entonces
estará totalmente saneada y limpia en verdad, hasta las almas que
dormían en el sótano de la madre y la hija ya se han ido
definitivamente.
Junto con la paz que
tanto deseas, Sirene, debes tomar estas llaves para abrir las entradas
libremente a los personajes nuevos que usarán estas instalaciones. Debes
procurar evitar todo ingreso no deseado o inadecuado, para los nuevos
momentos en los que se hará
uso de la casa y se dará paso al rejuvenecimiento.-
Mientras Aznar
continuaba mirando al cielo, el intenso azul le trajo el inevitable recuerdo de
los dulces ojos de Ana. ¿Qué sería de ella?,
¡cómo la extrañaba!, bajó la vista al suelo
comprendiendo que en esta vida que le había tocado, no cabían
ciertos deseos de superación espiritual mas que los que podía
alcanzar según sus posibilidades y circunstancias. Estaba contento de
comprender que una nueva etapa le esperaba, y que alguna vez Dios le iba a
permitir concretar el derecho a alcanzar a Ana.
Caminó hacia su
despacho y, sentado en su sillón comenzó a seleccionar los
empleados que creía conveniente debían quedarse.
Sentía la
energía poderosa del ángel de la casa, ya que evidentemente
Sirene estaba sentada en un sillón observándolo, y dándole
protección y claridad a su mente para la elección adecuada.
Terminado su último trabajo, se reclinó cansado sobre el
respaldar introduciéndose en un liviano letargo, con los ojos cerrados.
Cuando
entreabrió lentamente los párpados, pudo ver delante de él
el brillo de Sirene quien le clavaba la mirada desde su azul celeste,
desprendiendo luminosidades móviles que le llegaban hacia su rostro
provocándole una sensación candorosa… Pero esos ojos…
¿A quién pertenecían?, ya los había visto antes,
claro… ¡Eran los ojos de Ana!
El presidente no se
extrañaba de estar frente a esa ángel, ya la había
presentido varias veces, e inclusive, la había sorprendido algunas
mañanas cuando llegaba muy
temprano y entraba rápidamente al salón de
contaduría. En estas
circunstancias, había alcanzado a percibir su aroma y restos de su manto
luminoso desplazándose rápidamente escapando a ser sorprendida.
Ahora confirmaba su
hipótesis porque coincidían las imágenes y el aroma con
sus recuerdos.
-¿Has venido a
despedirme, ángel?
-Sí, y a darte
fuerzas y a decirte que no temas por tu futuro… Te irá bien, debido a que tu
gestión fue buena, solo que no eras tú solo el que debía
comandar el funcionamiento de este lugar. Además, se ha percibido
en los planos superiores, tu
arrepentimiento, y propósitos de enmienda.
-Si la ves a Ana,
cuídala.
-Presientes que quiero
traerla ¿verdad?
-Sí, leo en tus
hermosos ojos que se parecen a los de Ana, que piensas pedirle a la vida que
vuelva.
-Efectivamente, espero
que este lugar quede limpio por mucho tiempo y no envejezca tan
rápidamente.
Junta fuerzas,
levántate y sé presidente de tu propia vida ahora. Busca buenas personas que te
acompañen por el sinuoso camino del existir , y sobre todo, no pierdas la fe.
Sirene se
levantó del sillón y desapareció tras la puerta que
conducía al salón
principal dejando como siempre su estela perfumada.
Aznar se
incorporó también, tomó el manojo de llaves de los cajones
y armarios, dio una última mirada general a todo, y adquirió una
marcha firme y decidida hacia el exterior… para no volver nunca
más.
CAPÍTULO XVII -
Era muy temprano. El
amanecer estaba muy cálido, el sol ya quemaba cuando Maribel ingresaba,
por la puerta del enfrente.
Había viajado en
colectivo desde Lavalle, el pueblo donde residía. Entraba sola y un poco
temerosa por su destino laboral. El presidente algo le había adelantado
sobre el futuro muy próximo de García Lorca.
Ya era como las 7,45
horas y el revuelo era marcado. El personal ignoraba hasta entonces la
posibilidad de algún cambio, por lo que el salón estaba colmado
de ocupantes discutidores, desconcertados, furiosos, temerosos, angustiados,
envidiosos, mezclados con pacientes consternados e indecisos sobre su destino
en cuanto a cobertura sanitaria a elegir.
Todo estaba a su vez
englobado en un marco de tensión vigilada atentamente por Sirene.
El ángel no se
perdía ningún detalle. Estudiaba y escudriñaba todos los
gestos y actitudes de cada uno.
Acababa de estrenar su
nuevo manojo de llaves, dándole paso a un personaje … perteneciente a la nueva
generación de trabajadores de la nobel Institución … y temía equivocarse.
El hombre estaba
sentado junto a un escritorio, perteneciente a la auditoría, colocado
ahora contiguo a la mesa de entrada en el salón principal.
Vestía traje
oscuro de tela de verano muy liviano, con camisa blanca y corbata de seda con
suaves gofrados del mismo tono. Su rostro impávido, sin expresión
alguna demostraba abiertamente desinterés por todos. Alisaba sus
cabellos rubios que pretendían caer sobre su ancha frente. Portaba una
lista donde se enumeraban los nombres de los empleados elegidos. Dicho informe,
se lo había provisto el ex-presidente, aconsejándole a los
integrantes que valía la pena que continuaran en el lugar y que, no solo
eran recomendables como personas adecuadas por su calidad humana, sino que su
eficiencia para trabajar era impecable.
El nuevo jefe de personal,
hizo caso absoluto a los consejos de la autoridad saliente, y fríamente fue nombrando en
forma calmada, uno a uno con detalle,
quien quedaba y quien se desechaba, mientras hacía
hincapié en que debían pasar el día próximo para su
liquidación e indemnizaciones correspondientes.
La emprendedora empresa
que se hacía cargo del lugar, trataba de una gerenciadora médica
que operaba habitualmente en Buenos Aires.
En Mendoza, tenía sedes en el sur, en los departamentos de
Malargüe, San Rafael y General Alvear.
Pretendían desde
hacía tiempo ocupar espacio en el mercado de la salud en la zona del
Gran Mendoza.
Tal intento no les
parecía fácil, porque tres capitalistas dueños de
clínicas y sanatorios, tenían todo abarcado. Habían aprovechado el espacio que
se produjo al cerrarse dos clínicas debido a una crisis económica
en la obra social AMPI, que cubría las atenciones de los ancianos. Esto
hizo tambalear a Varias gerenciadoras
y UTES perdiendo mercado, y
dejando gran parte de afiliados sin cobertura.
MEDICARSE S.A., estaba
gerenciada por hábiles organizadores de empresas, contadores y abogados,
todos especializados en salud, con staff de auditores minuciosos quienes
contabilizaban sin perder detalles, el ahorro máximo cuidando hasta el último
centavo.
La remoción del
personal, los cambios abruptos sin aviso previo, los celos desatados a nivel
competitivo, generaron energías oscuras de poder maligno que
rápidamente se extendieron por toda la estancia libremente como si no
hubiera impedimento alguno.
Sirene alarmada por la
rapidez de los hechos, se incorporó velozmente y extrajo un escudo
formado por gajos cristalinos de prana obtenida de los bosques de
coníferas del astral de Merina.
Ella le había
llevado muchas armas de diferente tipo para la defensa en caso de luchas con
las fuerzas del mal.
El escudo tenía
además una capa concentrada electromagnética con electrones en
continuo movimiento que se desplazaban en zigzag atacando al enemigo.
Hiriéndolo con la fuerza de todas las bondades de los elevados astrales.
Al escudo lo portaba
con la mano izquierda, y con la derecha sostenía una pesada espada de
rayos luminosos de continuo desplazamiento que atacaban como agujas punzantes a
los demonios desatados.
A medida que el odio
crecía por parte de los rezagados en García Lorca, se cobraba la
forma de serpientes con ojos rojos y lenguas triperinas que chocaban
violentamente con los techos. Inmediatamente eran interceptadas por la espada
de Sirene e impactaban en el escudo de prana.
Maribel estaba
desquiciada, las serpientes trataban de introducirse dentro de su cuerpo,
porque encontraban el modo, estando dentro de ella, de manifestarse mucho
mejor. Fue así cuando la enfermera comenzó a correr
desaforadamente por los corredores gritando a viva voz:
-¡No quiero, no
me voy a ir! ¡Los odio a todos, basuras, hijos de puta, los voy a matar!
Y hurtando una tijera
de la caja de cirugía, levantaba el elemento punzante amenazando e
intentando clavarlo en cualquier pecho inocente.
El pánico y el
horror comenzó a cundir generando caos, gritos, caídas y
atropellos.
El nuevo jefe de
personal, advertido previamente de posibles violencias a desatarse,
llamó con un simple chasquido de sus dedos, a los agentes de seguridad.
Tomaron a la infeliz de Maribel, le aplicaron un chaleco de fuerza y la
depositaron en una ambulancia para su rápido traslado a algún
neuropsiquiátrico más cercano.
Ahí quedó
por tiempo indefinido, no pudiendo evitarlo Sirene, debido a la velocidad con
que acontecieron los hechos.
La ángel no
alcanzó a eliminar tres serpientes del mal que se quedaron dentro de la
enfermera por tiempo indeterminado, quizás hasta que algún otro
ángel pudiera ocuparse de ella y esforzarse por tratar de recuperar su
alma, en un poderoso exorcismo.
Ya era como las 10, 30
horas, y el calor se estaba haciendo insoportable.
Luego de lo ocurrido
con Maribel, quedó en el salón un clima de tensión
desagradable. Hubo un dejo de recapacitación y comenzó a reinar
en el ambiente, un silencio transitorio.
La desazón que
cada uno albergaba dentro de sí, se encontraba en estado quiescente, sin
comentarios ni quejas… No había lugar para ellas ya…
La frialdad con que
manejaba el jefe de personal entrante las cosas, era evidente y molesta. Esto
preocupaba a Sirene, quien sabía que ahora debían sobrevenir
tiempos de bondad. Ya no la concatenación de injusticias y maldades.
Unos de los primeros en
ser despedidos, fueron los ambiciosos y desubicados Berducci y Sarelli.
La sorpresa y estupor
que reflejaban sus rostros marcaron una mayor y extraña sensación
en el ambiente del salón.
Muchos empleados
creían que estos compañeros de trabajo, eran preferidos por la
anterior comisión directiva.
Al captar todos el despido de estos individuos maliciosos, varios comenzaron a
temblar.
Mariela y
Verónica, dos empleadas algo eficientes pero con conducta
característica, muy chismosas, maliciosas, envidiosas, altaneras y
demasiado soberbias, estaban esperando con seguridad el veredicto positivo del
pase al nuevo sistema de trabajo. Les llamaba la atención la demora de
su nombramiento, porque debían según su opinión, ser las
primeras. Ambas se creían las favoritas de Aznar, de quien estaban
enamoradas, y al que trataban a menudo de provocar.
Mariela, de estatura
algo baja, trigueña, cabellos castaños y muy lacios por el planchado
y cara risueña, mostraba una falsa simpatía. Se creía a si
misma, tratarse la más pequeña y mimada del presidente, por lo
que reaccionaba a menudo con berrinches y mal carácter exigiendo su modo
para realizar las cosas. Por otro lado, Verónica, algo mayor, de
carácter muy agresivo, daba incluso órdenes a sus superiores, la
soberbia le hacía perder el criterio.
Ambas sonrientes,
trataban de seducir y conquistar al nuevo jefe de personal, pero, la sorpresa
fue sin igual, cuando pudieron comprobar que el hombre impávido e
inexpresivo, cerraba el registro donde constaban los recursos humanos que iba a
utilizar, y en ningún momento, ellas figuraban ni estaban consideradas.
Sino que por el contrario, sus nombres resonaron con amplio eco dentro del gran
salón, asegurando su irreversible despido.
Como brujas furiosas al
ataque, se lanzaron hacia el hombre con las uñas en garra, pero fueron
interceptadas rápidamente por el personal de seguridad.
Varias serpientes
ponzoñosas y pestilentes, se desprendieron de las cabezas de estas dos
mujeres. Sortearon con velocidad el escudo de Sirene sin que el ángel
pudiera detenerlas. Las bestias demoníacas desprendidas del peri
espíritu de estas dos infelices, llegaron a la planta superior de la
casa y se multiplicaron en centenares de reptiles untuosos y viscosos.
Estos bichos lanzaban
gritillos agudos y desgarradores, haciendo vibrar los cristales de las ventanas
y golpeando las puertas. Levantaron por los aires los elementos de los
consultorios, los teclados de las computadoras, e hicieron girar en
círculo, miles de papeles que terminaron desparramados tapizando todo el
piso.
El caos se había
desatado muy rápidamente, sin que Sirene pudiera evitarlo debido a la
velocidad con que se suscitaron. Merina tuvo que acudir a colaborar en conjunto
con tres guardaespaldas de gestos muy adustos, de alas que al desplegarse eran
inmensas, portaban espadas y garrotes, vestían sayos azulinos ya que
pertenecían al escuadrón de San Miguel Arcángel. Rápidamente
y sin que Sirene se percatara, limpiaron los demonios destrozándolos y
pulverizándolos en partículas diminutas haciéndolos
esfumar definitivamente.
Sembraron todo con
luminosidad de polvo de estrellas del infinito perfumando los ambientes con rociado
de prana y magnolias.
Estas esencias
provenían de los astrales hospitales y niveles de recuperación,
de donde extrajeron también néctar balsámico curativo para
que las personas que quedaran seleccionadas para trabajar, se sintieran
verdaderamente en paz al igual que la casa. Rociaron todo el edificio con el
prana luminoso que traían, sin dejar ningún espacio sin cubrir, y
a pesar de que la arquitectura era antigua, parecía una casa nueva,
recién construida.
El aire que
comenzó a respirarse, tenía un aroma exquisito, y la
sensación agradable del ambiente que empezó a reinar, era ya
tangible. A esa altura del día, como a las 13: 30 del mediodía,
no quedaban mas personas indeseables en el edificio.
Todos los que no
habían sido nombrados por el jefe de personal, sintiéndose mal,
llenos de amargura, y percibiendo la benignidad de la estancia, huyeron
despavoridos. Estaban temerosos del bien porque les molestaba el aire puro que
hería sus pústulas ponzoñosas.
Sirene agradeció
inmensamente a Merina y a su séquito, y sintió alivio al
comprobar la ausencia de todo mal posible. Pensó repentinamente en el
novato que debutaba en el salón principal, y en su antipatía que
contrastaba con la armonía nueva que se había gestado.
Fue una sorpresa
comprobar que el personaje en cuestión, estaba ahora sonriente reunido
en una agradable conversación en el despacho del ex-presidente Aznar,
sentado junto al escritorio charlando con el personal definitivo que se
había resuelto elegir.
Era evidente, que la
dura actitud que había tomado el hombre, era compatible con una
situación tensa de despidos
de personajes, que era bien
sabido, no convenía tener, debido a sugerencia del presidente, para la
paz definitiva del lugar.
Sirene se
desplazó al jardín del fondo, y se sentó en un cantero a
ordenar los pensamientos… Fue poco a poco evocando todo lo vivido en esa
casa, y comprendió lo que le había propuesto Lemiel, debía
traer
La ángel se
incorporó lentamente y desplazó su figura delgada y azulina por
los espacios del patio, sus largos cabellos dorados se confundieron con los
rayos del sol que de a poco pretendía morir en el ocaso...
CAPÍTULO XVIII -
Pasaron varios
meses luego del éxodo de las
almas malditas.
El hombrecito
pusilánime era coincidente con la bondad reinante y trabajaba con
ahínco y alegría, nadie se burlaba de él y era sumamente
respetado y considerado en sus conceptos.
Él se
había enterado algo sobre el destino de Maribel. Supo que se encontraba
internada en un neuropsiquiátrico con medicación para
psicóticos, practicándosele varias sesiones de electroshock,
debido a que su conducta era muy difícil de controlar por los
paramédicos. Amanecía muy violenta, con saliva espumosa
desbordando su boca, vociferando palabras irreproducibles. Llamaba la
atención la mirada maligna pletórica de odio a todos los que la
rodeaban o pretendían ayudarla. Lanzaba manotazos como garras de animal
agresivo y feroz, retorciéndose en el piso como reptil. Las serpientes
que la poseían, no estaban dispuestas a dejarla, y afectaban cada vez
más su salud. Ya había sido necesario aplicarle varias
transfusiones, y reforzar su alimentación. La debilidad la iba
consumiendo poco a poco. Los diablillos apoderados de ella tenían como
objetivo, llevarla a la muerte, y de esta manera, cobrarse los favores
dispensados en su momento de conjuros y rituales diabólicos a las almas
que la infeliz pretendía destruir.
El señor
Márquez estaba preocupado, y en varias oportunidades, se había
comunicado telefónicamente con el ex-presidente para averiguar
cortésmente sobre el estado de
salud de la infeliz.
Le ofreció
alguna posible ayuda, pero Aznar le manifestó en varias ocasiones su
agradecimiento, y le advirtió que cada uno es, en cierta manera,
responsable de su destino final según sus acciones y conductas frente
a las actitudes en la vida.
El Sr. Márquez,
estaba encargado junto con un eficiente equipo de trabajo, de buscar nuevos
profesionales para el rearme estructural del staff que iba a llevar a cabo las
prestaciones médicas y de otras actividades paramédicas. La
flamante institución sanitaria, tenía ahora una conducción
responsable, con dueños deseosos de llevar a cabo un servicio a la salud
de los nuevos pacientes sin burocracias viciosas.
Varias semanas
habían transcurrido ya, y el staff estaba completo. El Sr.
Márquez se mostraba contento. Había realizado un trabajo
satisfactorio, y, ya podía ver la institución sanitaria nueva en
plena marcha, prometiendo futuro y un muy buen nivel de atención. Hasta
el edificio se veía rejuvenecido, pese al aspecto antiguo. Los
reflectores colocados en puntos estratégicos del frente y la vista lateral
sobre las cornisas y molduras iluminadas daban un aspecto soberbio a la
arquitectura hermosa de la esquina.
Amanecía y la
mañana estaba muy fría, el gris del cielo muy plomizo dejaba caer
pequeños corpúsculos de nevisca. El patio de atrás estaba
casi vacío, varias ausencias habían caracterizado esa
mañana alterando el funcionar normal de los consultorios.
-Aunque usted no lo
crea señora. ¡Los médicos también se enferman! Las
anginas en estos días han hecho estragos en todos, y varios
profesionales están faltando… Si usted quiere le damos turno para
la tarde.
-Es que la abuela no
quiere cualquier médico Susana, ella…Estaba acostumbrada a…
-¡Sí, ya
lo sé! La famosa doctorcita esa que todos recuerdan… Yo no la
conocí, considere que hace poco que varios trabajamos aquí, pero
muchos nos hablan de ella y tendrán que acostumbrarse a otro
profesional, hay muchos clínicos buenos a los que pueden recurrir.
-Sí… Pero
nunca será lo mismo…
La paciente bajó
los ojos con tristeza, evocando diálogos agradables con
Sin decir más,
se despidió amablemente, giró media vuelta y se retiró
pensativa.
Susana, una persona
samaritana, siempre dispuesta a ayudar a los demás, había elegido
la profesión de enfermera universitaria y era muy capaz y activa.
Entró a la enfermería comentando el episodio anterior, a Jovita,
otra enfermera eficiente y discreta. Jovita estaba preparando material y
esterilizando las cajas de cirugía, y al ver algo preocupada a Susana,
le ofreció un café caliente con canela.
-¿Quiere,
Susana?, le va a ser bien… Está algo pálida y hace
frío aquí dentro, parece que la calefacción está
algo baja.
-¡Gracias!, Jovita,
es usted muy amable como siempre, se lo voy a agradecer. Hoy me siento algo
triste… Y no sé porqué.
-¿Quizás
porque hay pocos médicos estos días?... O lo que está
frío. Pero le confieso que yo también noto algo
extraño… Como si faltara algo o necesitáramos que suceda
algún acontecimiento
quizás…
Mientras las dos buenas
mujeres dialogaban esa tranquila mañana de invierno, Sirene estaba otra
vez alarmada. Había despertado de un aletargado sueño nocturno,
algo relajada, ya que la bondad reinante le daba poco trabajo
últimamente. A pesar de ello, no dejaba de estar alerta siempre y a la
expectativa de algún peligro acechante. Cuando se desperezó en su
sillón negro predilecto de la sala de contaduría, percibió
de inmediato algo amenazante. ¿Qué sería?... El aire
estaba limpio, sin maldades, pero captó tristezas, congojas, ¡Algo
terrible!
El desasosiego, las
nostalgias, las tristezas, las incertidumbres, son sentimientos peligrosos que
dejan penetrar a los malignos aprovechando estas debilidades y faltas de Fe.
Rápidamente
desplazó su etérea figura perfumada por los salones en
búsqueda del origen de esas penas que habían surgido sin aparente
causa. La atracción fue inmediata, y en un santiamén estaba
apostada en la enfermería.
-¿No siente un
aroma exquisito, Jovita? ¿Acaso un nuevo perfume?
-No me he puesto
ningún perfume hoy, nada más que el jabón con que me
bañé. Yo también lo percibo y… Le digo más,
varias veces he sentido ese aroma en los consultorios cuando he ido a
prepararlos.
-Yo también creo
haberlo sentido en los pasillos y salones… ¿Qué
será? ¿De dónde provendrá?
Mientras las enfermeras
comentaban conjeturas, Sirene despreocupada de haber sido percibidas por esas
buenas mujeres, descubrió que ellas eran las generadoras de los
sentimientos peligrosos.
Tomó con rapidez
conciencia la ángel que algo debía hacer para que esos
sentimientos negativos no cundieran en forma expansiva.
Se sentó otra
vez en el descanso inferior de la escalera, observando las dos plantas de la
casa y se relajó meditando
en Lemiel, quien le había dado la confianza y la gran responsabilidad de
perpetuar la paz del lugar.
Su alma se
tranquilizó evocando en sus pensamientos al ángel mayor y los
recuerdos del pasado se le hicieron presentes, proyectándose en el
espacio vacío la imagen de una niña interrogante que la observaba
con sus enormes ojos grises. Recordó la transferencia y la
comunicación con su espíritu, encontrando la clave
correcta… Los ojos ahora azules celestes de Ana, eran también
suyos, ella era evidentemente la clave para frenar las intenciones de la
entrada del mal.
Habiendo tomado
conciencia de lo que debía hacer, se dirigió a la
administración, buscó al Sr. Márquez y se ubicó
frente a él. El hombrecillo percibió la presencia pura,
sintió de repente una necesidad de orar y de contactar con Dios.
Sirene extrajo la
esfera luminosa que le había entregado Lemiel, la apoyó sobre la
cabeza del Sr. Márquez, y llenó de luz su mente y su alma.
El hombrecillo
parecía más grande, estaba inmensamente feliz, con alegría
contagiosa y pleno de paz e inteligencia mayor.
Mientras que, una
energía poderosa, le
otorgaba carácter suficiente como para dominar a la autoridad si fuera
necesario, en caso de alguna oposición para sus decisiones que ahora tenía
que tomar.
Susana inició el
impulso y se dirigió al piso superior, buscó al Sr.
Márquez y le transmitió la problemática acontecida por la
mañana, el reclamo de los pacientes por la ausencia de algunos
médicos y las reiteradas solicitudes de la gente por una médica
geriatra que trabajaba tiempo atrás.
No podía estar
más motivado el hombrecillo, era el momento oportuno…
-Buenos días
Doctora, ¿Cómo le va?
-¿Quién
habla?... Me parece conocida su voz…
-Sí, Doctora soy
el Sr. Márquez, ¿Me recuerda?
-¡Ah!...
¿Qué es de su vida? Supe de los cambios…También supe
de ese centro médico nuevo, tiene buena reputación.
-Así es
Doctora, y estamos interesados en
sus servicios, ¿Quisiera volver?
- Me toma de sorpresa,
no lo sé, tendría que pensarlo… Además estoy
trabajando en otros centros… Aunque no muy conforme…
¡Qué se yo!... Usted sabe lo que yo quiero ese lugar, Sr.
Márquez.
-Por eso, se lo ruego,
Doctora todos la queremos y la gente la recuerda y la reclama.
-Pero…
¿Quiénes quedan de antes allí?
-Muy pocos, solo los
buenos…No lo tome a mal, le quiero decir… Que ya no hay problemas,
sólo ganas de trabajar y mucho amor a los demás es lo que
caracteriza a la institución nueva… ¡Gracias a Dios!
-Está
bien… Déme 48 horas… Sr. Márquez. Luego de ese plazo
le voy a tener una contestación.
La respuesta de Ana conformó
al hombrecillo. También Sirene estaba satisfecha, sabía que
Lemiel iba a intervenir. Varias veces le había advertido que Ana
debía volver para mantener la bondad en el edificio y evitar el
envejecimiento.
Era evidente… La
luz se acercaba…
CAPÍTULO XIX -
La mañana se
presentaba muy agitada, el gentío había invadido el salón
principal, porque comenzaban las vacaciones de invierno. En estas fechas era
propicio maximizar los tiempos para realizar todo aquello que en las familias quedaba pendiente, entre esas cosas se
incluían los famosos
chequeos, donde la gente pretendía
hacerse todos los controles o el “service”, para quedar, o
por lo menos intentaban quedar, en estado saludable.”
Los empleados de la
mesa de entrada no daban a vasto con los reclamos, las solicitudes, las
preguntas y todo aquello que demandara la impaciencia de la muchedumbre…
Pero en MEDICARSE S.A.,
el personal era atípico, porque la bondad sembrada en forma constante
por Sirene, no permitía ningún exabrupto, ninguna brizna de discordia,
reinando así, una permanente armonía estable.
En esas condiciones
ingresó al recinto Ana, quedando atónita de las modificaciones
ambientales.
El gran salón
estaba recién pintado, con varios spot de luces dicroicas dirigibles,
con mucha luminosidad. Las sonrisas en los rostros eran espontáneas y
daban un marco de seguridad al trato.
Susana y Jovita,
estaban muy atareadas, preparando consultorios, atendiendo a los pacientes y a
los profesionales.
Ana se dirigió a
la enfermería con cierto temor. El comenzar con gente nueva le otorgaba
inseguridad, a esto se le sumaba,
el hecho de haber estado mucho tiempo
ausente, y… lo peor, el terrible recuerdo de la nefasta Maribel,
que tenía la desagradable capacidad
de generar en ella, sentimientos de ira y malestar.
Al traspasar el
pasillo, comenzó a sentir alivio, a disminuirle la taquicardia, cederle
el sudor frío que había invadido su cuerpo, como así
también comenzó a percibir mayor firmeza en sus piernas, que habían
comenzado a temblar.
Le salió
sorpresivamente, al paso, Jovita, quien le sonrió cariñosamente.
En el acto captó de quien se trataba.
-¿Es usted la
médica nueva?
-Sí, comienzo
hoy. Me llamó el Sr. Márquez.
-Sí, por
supuesto, la estábamos esperando. Tiene muchos pacientes en la sala de
espera. Acompáñeme arriba, le mostraré su consultorio.
Mientras Ana
seguía a Jovita, ésta se presentó, y le comentaba,
escaleras arriba, lo fatal del día y de los días que estaban
viviendo últimamente.
A Ana le pareció
agradable y simpática esta enfermera, y comenzó rápidamente
a disminuir su tensión. Jovita la acomodó en el consultorio que
había ocupado tiempo atrás, con balcones a la calle, solo que
estaba transformado. La pintura había hecho maravillas, y estaba todo
decorado con cuadros con figuras tenues, pintadas al pastel, al igual que los
paisajes en acuarela de tonalidades muy suaves, creando junto con la luz
ambiental, un clima de relax ideal para los pacientes mayores. Las obras de
arte, bellísimas y originales, habían sido donadas por un artista
plástico muy cotizado que
estaba agradecido por las atenciones dispensadas por MEDICARSE S.A.
Ana estaba absorta
apreciándolas, y le preguntó a Jovita si valía la pena
colgar esas obras en un consultorio debido a que podían peligrar.
Pero más se
sorprendió cuando la enfermera le manifestó la falta de riesgo
del lugar, y la bondad que todos los pacientes demostraban al ingresar a la
institución, y que además, nunca las personas se habían
exaltado ni puesto fuera de lugar.
Le deseó una
feliz estancia y le ofreció ayuda a ella ante cualquier necesidad
despidiéndose afectivamente.
La jornada fue muy
ardua, tuvo que ver a muchos pacientes, y entre ellos a muchos ya los
conocía, por lo que el reencuentro le alegró muchísimo la
mañana.
Una vez terminada su
labor, comenzó a recorrer las nuevas instalaciones.
Fue en búsqueda
del Sr. Márquez, para saludarlo y dialogar sobre las novedades del
Centro Médico.
Quedó cada vez
más maravillada de las modificaciones que un decorador había
realizado. Evidentemente se tuvo en cuenta el estado psíquico de los
pacientes, también
condescendencia a los humanos que cursaban transitoriamente o en forma
permanente alguna patología. El decorador, consideró la
variabilidad que sufre la esfera mental y espiritual que provoca el enfermar.
En MEDICARSE S.A. se
contempló siempre que la enfermedad significa, en cierto modo, presencia
de miedos, presencia de situaciones irresolutas, que enmarcan a los individuos
como inmaduros para resolver sus vidas, y termina haciendo la crisis en la
corporalidad física y peri espiritual. A pesar de ello, esta empresa
tenía como objetivo provocar el alivio dándoles trato,
ambientaciones, y contención suficientes. Así lo entendieron los
administrativos de esta gerenciadora del bien, y se lo transmitieron a su
decorador, quien interpretó correctamente y trabajó sobre el
edificio convirtiéndolo en el predio de la paz y el bienestar.
Ana mientras llegaba al
salón de contaduría, comenzó a sentir una sensación
extraña, similar a las vivenciadas en sus sueños mágicos
en compañía de su amoroso ángel protector y
guardián Lemiel. Ella sabía a estas alturas cuándo las
situaciones eran cosas de ángeles. Se percibía tangiblemente una
atmósfera cenital de pureza casi extrema en algunos sectores donde
Sirene había hecho ya la limpieza.
Ana no recordaba haber
sentido allí nada igual antiguamente, estaba realmente absorta, perpleja
y en plena fascinación.
Cuando se acercó
al Sr. Márquez se alegró mucho de verlo dispensándole un
cariñoso abrazo, mientras que el hombrecillo mirándole el rostro,
se extrañó al percatarse de que los tremendos ojos azules de la
doctora se abrían sorprendidos haciendo un brusco paso atrás. Ana
no podía creer lo que veía, ya que sobre la cabeza del Sr.
Márquez había una lluvia de diminutas estrellitas doradas que bañaban
su cuerpo en pleno, estando a su vez, rodeado de una luz muy brillante que
acompañaba cada movimiento de sus miembros.
¿Qué le
sucedía a ese hombre? ¿Que sucedía en ese lugar ahora?...
Ana no comprendía los planes, no se sentía informada del paso de
esa casa a otra dimensión del amor.
El Sr. Márquez
le dijo que se tranquilizara, que era bienvenida al arte del curar que se
pretendía pregonar desde ahora en esa nueva misión de la salud,
que olvidara los malos momentos pasados y que él no sabía la
causa pero ya nada era igual.
Luego de invitarla a
sentarse, le comentó sobre las relaciones entre los compañeros de
trabajo, los profesionales increíbles tanto en conocimientos como en
amor a la profesión, y lo más llamativo para él, era que
los pacientes que acudían a la institución eran también
bondadosos, dispuestos a la atención en entrega de confianza plena.
Ya a estas alturas, Ana
había colmado toda la posibilidad de asombro, se sentía tan a
gusto que creía estar en un paraíso terrestre.
Habiendo terminado la
conversación, se despidió en estado de éxtasis, partiendo
rumbo a tomar su colectivo.
Los días
transcurrieron, el movimiento en MEDICARSE S. A. era permanente y continuo.
Hasta constaba de una guardia de 24 hs. de atención para las
emergencias.
Se había
construido un pequeño quirófano sobre el patio de atrás
achicando la playa de estacionamiento. La nueva construcción
tenía dos pisos destinados a cirugías pequeñas y menores
con personal a cargo adecuado y
entrenado para emergencias.
Ana cada vez se sentía
más a gusto y trabajaba con ahínco. Toda su vida había
cambiado, ya que le dedicaba mucho tiempo a las atenciones y se había
perfeccionado en emergencias
ayudando también en las guardias.
Una noche de primavera,
el aire estaba fresco y el cielo muy estrellado, invitando a Ana a salir al
patio a respirar el fresco del aire nocturno. Se sentó en un cantero
plagado de florecillas perfumadas mientras observaba la luna reflejada en una
pequeña fuente de murales de mayólicas. Le gustaba el sonido
tranquilizador del agua circulando por los surtidores de la fuente.
Miraba el recorte sobre
el cielo que hacía el edificio antiguo iluminado. Comenzó a
percibir un aroma que no pertenecía a las flores del cantero
precisamente. A ese perfume ya lo
había sentido en otras oportunidades.
Giró su rostro
hacia el vacío del patio cuando la vio. Estaba algo suspendida sobre la
superficie del piso elevada algo de un metro, sus cabellos estaban en continuo
movimiento, el azulino tenue de su vestido tenía trazas doradas a modo
de rayos luminosos. Sus ojos azul celestes la miraban muy fijo.
-Veo que no te
sorprendes de verme Ana. ¿Es que me recuerdas?
- ¡Claro que
sí! Tu nombre sigue inscripto en tu frente, Sirene. ¿Cómo
estás?
-¡Mas feliz que
nunca!, se logró que volvieras, y no solo eso, sino que tal cual me lo
manifestaron reiteradamente Lemiel y Merina, tu regreso me iba a facilitar el
trabajo de limpieza, debido a que tus servicios a la humanidad en forma tan
bondadosa y desinteresada, han logrado el milagro del rejuvenecimiento de la
casa.
- Querida ángel,
nunca imaginé semejante cosa, y mucho menos, poder serte útil. En
realidad me parece fantástico que se pueda, a nivel humano, servir al
cosmos y dar energía suficiente como para impedir que el mal ingrese y
envejezcan los edificios.
- No cualquiera puede
provocar esos hechos, lamentablemente, son pocos los humanos distribuidos en el
planeta capaces de ser serviciales sin interés mas que el de sentirse a
gusto con el bienestar de los demás. – Continuó diciendo:
- Recuerdo tu infancia,
donde ambas desconocíamos nuestra futura misión.
-Volví sin saber
que me necesitabas Sirene. ¿Estás sola en esta misión?
- No, me ha ayudado a
encontrar este camino, tu ángel nativo Lemiel, quien sabe que
ésta es tu última reencarnación en este planeta y ha
ideado este plan de magnífica gesta para los humanos. Reconoce tu parte
mas terrena como el enamoramiento karmático que vienes atravesando desde antiguos tiempos, pero
en esta vida, tu única función, y muy magna por supuesto, es el
servicio médico, quedando el registro de tal misión en los cielos
y en manos DEL SEÑOR. También me ha acompañado mucho
Merina…
- ¿Quién
es ella?
- Es una ángel
que me espera pacientemente para llevarme a su Astral y a nuevas
actividades espirituales.
- ¿Me quieres decir
que esta es una despedida, Sirene?
- En cierta forma
sí, Lemiel me prometió la bendición de elevarme más
y de ser digna de alcanzar el Astral de Merina, una vez que coloque la paz en
esta casa y lograre traerte a vos, para que trabajes a gusto y puedas realizar
la grandiosa misión de
- Te aseguro, querida
Sirene, que el sacrificio no lo siento, sino que por el contrario, trabajar en
estas condiciones amorosas y en paz con la compañía de mi
inseparable y eterno Lemiel, es lo más cercano a la felicidad que Dios
espera seguramente de nosotros.
- Me alegro Ana, toma
ahora esta Luz que Lemiel me entregó antes de hacerme ángel
custodia de la casa.
Sirene se acercó
a Ana y le entregó la esfera luminosa que destellaba rayos azulinos
dorados. La doctora tomó la esfera algo temblorosa y emocionada,
miró a los ojos a Sirene que la observaba sonriente dándole
confianza. El ángel retrocedió y se esfumó dejando una
estela tenue y transparente muy fragante, quedando Ana subyugada y absorta. Se
sobresaltó cuando estalló un coro magnífico entre las
estrellas del cielo de ángeles con tintineo de campanillas y sonido de
arpas muy afinadas cerrando por fin, el marco de pureza y paz.
CAPÍTULO XX -
Eran cerca de las 10 de
la mañana.
El teléfono
sonaba disfónico y nadie se acercaba a atenderlo.
Susana había
subido a la sala de contaduría a llevar unas fichas de pacientes
fallecidos que se debían archivar.
-¿Quiere que
atienda Sr. Márquez?
-Sí, por favor
Susana, estoy buscando unos datos que debo encontrar y tenerlos listos a las
10, 30 hs.
-¿Hola?
-¡Sí!
¡Quiero hablar con el Sr. Márquez!
Susana le pasó
el teléfono al hombrecillo, un poco extrañada por la agresividad
de la voz.
El Sr. Márquez
tomó el teléfono un poco más tranquilo porque había
encontrado los papeles que necesitaba.
No supo este hombrecito
en qué momento se entabló una conversación tan
ácida y molesta, que sintió cómo de apoco perdía
buen humor. Comenzó a sentirse como en otros tiempos que creía ya
pasados y que nunca volverían.
El personaje en
cuestión, capaz de romper toda magia y armonía, no podía
ser otra que Maribel. Buscaba al Sr. Márquez para llevarle un
currículum y solicitarle trabajo en la enfermería.
Cortésmente el hombre le interrogó de su estado de salud, y sobre
su conviviente. La desgraciada seguía desquiciada.
Los diablillos que
habitaban su cuerpo, se habían ido
transitoriamente, por oscuros planes del averno…
Los médicos,
reunidos en junta en el neuropsiquiátrico, decidieron otorgarle un alta
médica temporal. En unificación de criterios, se llegó a
la conclusión, de que le haría falta a la paciente algo de
contacto con la familia.
Márquez
oía muy atentamente, atrapado por todos estos comentarios de la
enfermera algo ansiosa.
Las hermanas, le
reclamaban. Se la entregaron a una hermana mayor, quien trató, de
convencer a Aznar de recibirla.
Pero, éste se
negó rotundamente. La mujer, se había separado y se victimizaba
buscando lástima para así obtener beneficios.
El Sr. Márquez
se disculpó amablemente, y se despidió con la promesa de que si
se producía una vacante probablemente la iba a tener en cuenta.
Cuando pudo colgar el
tubo, sintió un profundo alivio, por momentos creyó que el pasado
iba a caer despóticamente otra vez sobre el lugar, en una crisis
transitoria de Fe.
Susana se
preocupó al ver al
hombrecillo muy pálido, algo demacrado, y consternado.
Le ofreció
tomarle la presión, un vaso con agua azucarada, o cualquier
atención que modificara su estado insólito de ánimo.
Nunca había
visto antes en ese hombre tal actitud.
Agradecido, el Sr.
Márquez, tomó conciencia de su cambio gestual, y se recompuso.
Pensó en
inventar en el futuro, con la ayuda de Dios, por supuesto, cualquier recurso o
excusa para evitar en forma terminante el posible ingreso de esa enfermera a la
casa.
Fue también
inevitable, el pensar en los otros personajes comprometidos en la historia
oscura que este hombre había vivido en el pasado.
Desde que la paz y el
amor habían ingresado a la
institución, se fue creando una atmósfera alrededor del edificio,
que sólo los videntes, parapsicólogos, y algunos humanos de
espíritu muy sensible, podían percibir.
Desde lejos, se
podía observar una inmensa luz de colores que viraban desde el
liláceo pálido hasta los azulinos vibrantes.
Contenía un
vórtice central arremolinado que enviaba continuos rayos luminosos al
espacio.
Tal situación
llamativa para las fuerzas positivas y negativas, interesadas en la conquista
de las almas humanas, provocó seria conmoción.
Se atrajo la
atención y la participación de poderes desconocidos de bajos
astrales y del fango malévolo. De donde se sintió intenso prurito
por un gran movimiento benigno que no estaba en el registro de sus planes
pútridos.
A pesar de ello, la
flama gigantesca que emitía la casa, ascendía cada vez más
hacia los cielos. Su actividad increscente, era percibida en amplísimo
radio por su benevolencia.
Lamentablemente, Sirene
era demasiado ingenua. Desconocía que no se trataba de lograr misiones
magníficas solamente, y volar rápidamente a los astrales elevados
con toda la confianza de una misión cumplida correctamente. Subestimaba
el futuro y depositaba el continuar con perpetuidad en una mortal, que por
más pura que fuera, en definitiva, se trataba de un humano.
Quizás la
equivocación de Sirene radicaba en confiar en la protección de
Lemiel.
Pero no
interpretó la misión que el ángel mayor le había
encomendado, porque debía
traer la paz al edificio y a Ana.
Pero le faltó
crear el fortín de protección y las armaduras con sus respectivos
escudos y espadas cósmicas. También llamar a los escuadrones de
San Miguel Arcángel. Este grandísimo escuadrón, formado
por legiones de Ángeles bravíos y poderosos, vestidos de azul con
inmensas alas desplegadas en función de lucha y defensa en permanente
alerta.
Unidos son fuerza y
grandiosidad, plenos de Luz Divina avanzando por los planetas arrasando y
aplastando con gloria toda fuerza perversa que pudiera existir.
Lemiel supo
rápidamente de estos disturbios, porque a pesar de sus intensas
actividades y ocupaciones, como estaba al cuidado de Ana, al igual que su
atención sobre el edificio que nunca había decaído,
captó de inmediato la problemática.
Al ver al Sr.
Márquez en conflicto por el llamado de Maribel, y notando el cambio de
ánimo del hombrecillo, cosa que no era benigno para los planes,
averiguó rápidamente quien había librado a Maribel.
Notó cómo el vórtice ya no enviaba sus rayos al cielo, y
el azul del áurea que rodeaba la casa se estaba opacando. Esto
llegó a las profundidades de los infiernos, haciendo que las fuerzas del
mal enviara sus emisarios a los personajes capaces de interferir la estabilidad
armónica y magnífica que se había logrado en la casa.
Para los planes
malignos, lo primero fue quitar del cuerpo de Maribel, las serpientes
introducidas que estaban haciendo estragos en su salud física. En el
nosocomio, las enfermeras notaron mejoría en el semblante con
disminución de la palidez y las ojeras violáceas, poco a poco fue
saliendo de su coma farmacológico, despertando mas alegre y dispuesta a
comer. Su apetito se había vuelto voraz, recuperando sus energías
rápidamente. A los psiquiatras les pareció suficiente y coherente, darle, como lo había
comentado Maribel al Sr. Márquez,
un alta transitoria para contactarla con la familia, a los 15
días.
Por otra parte,
Verónica y Mariela, trabajaban como promotoras de salud, cometiendo
estafas, y haciendo daño.
Les
satisfacía provocar envidias
o instigaciones entre sus amigos, o compañeros de trabajo,
creándoles placer absoluto tales situaciones.
Ambas, enteradas del avance
médico de la institución, comenzaron a buscar relaciones o
conexiones para tratar de entrar nuevamente en la actividad laboral de
MEDICARSE S.A.
No perdieron el tiempo
en hacerse notar, y acercarse al edificio.
El Sr. Márquez
había pasado los días
subsiguientes sintiendo hablar de ellas a través de los diferentes
directivos.
Éstos le
interrogaban sobre las posibilidades de ingresar nuevamente a esos personajes,
aduciendo que sus legajos laborales eran impecables.
¿Cómo
explicaba el hombrecillo que se trataban de personas malas capaces de destruir
el sistema de paz y equilibrio que se había armado los últimos
tiempos?
¿Cómo
explicar que esos monstruos eran
dañinos?
¿Cómo
transmitirles a los nuevos que la angustia, el descrédito, la
lejanía de los profesionales, el deterioro del edificio que
volvería a trizarse y a envejecer, serían propósitos
inevitables si estas fieras ingresaban nuevamente?
El Sr. Márquez
había recibido la iluminación de la esfera de la ángel Sirene, y
ahora sabía qué era lo que le convenía a la
institución y estaba dispuesto a luchar con lo que fuera para proteger
el avance de la misión del bien y la luz.
Sirene había
tenido una jornada muy laboriosa en el Astral Roreba. Debía colaborar
con Merina en los hospitales donde recuperaban las almas todavía
dormidas y en adaptación a su nuevo estado dimensional. Trataba de
aprender a desprender los peri espíritus para que las almas estuvieran
más livianas, libres de restos, de enfermedades y contaminaciones de la
vida terrenal. Además debía aplicarles por un sondaje nasal, los
fluidos azules para ayudarlos a despertar y conectarse con el nuevo ambiente.
Estaba en plena tarea,
cuando una voz familiar algo autoritaria la llamó por su nombre.
-¡Sirene!
-¿Qué
sucede? ¿Por qué me llamas así, Lemiel? –
Provocándole un sobresalto.
-¿Qué has
hecho?
-¿A qué
te refieres, Lemiel?… ¿Porqué estás tan molesto?
- Te dí una
importante misión, todos los cielos estaban esperando este trabajo,
además pusimos las esperanzas y la confianza en ti. ¡Ahora todo se
está echando a perder! ¡Ni siquiera te has percatado de tu error,
ni te has dado cuenta de lo que está sucediendo!
-Pero… ¿Te
refieres a la casa?, ¿Qué sucede con ella? Creí haber
dejado todo en orden, Ana estaba trabajando, y tú la custodias siempre,
por lo cual seguramente la armonía que se consiguió para el lugar
debía ser perpetua…
-Pues lamentablemente
creíste mal, Sirene, no debiste dejar la casa sin la protección
debida. Tu error fue apurarte para estar en este lugar, que no dejo de
alabarlo, ya que aquí se cumplen misiones grandiosas que son importantes
para tu avance y crecimiento, pero debes aprender mucho todavía, y entre
esas cosas está la virtud de la paciencia, la responsabilidad de
concretar las misiones hasta el verdadero final de las mismas, y no suponer
situaciones o subestimar la seguridad.
-¿Qué me
faltó?, ¿Qué le sucedió a la casa?
¿Qué le sucedió a Ana?
-Gracias a Dios no le
sucedió nada a Ana, yo la estoy protegiendo en forma reforzada ahora.
Creaste la atmósfera y el vórtice, pero olvidaste, o al menos no
te informaste, de cómo debes cuidar lo que creas. Cuando se crean
fuerzas o campos de luz, debes conocer lo
que se moviliza. Las del mal no tardan en alertarse, y buscan
rápidamente recursos para destruir. En este caso, no hubo excepciones,
las ponzoñas salieron de sus madrigueras y están acechando. Hoy
he tenido que hacer una limpieza muy drástica, y en este momento hay un
ejército de gnomos y elementales recogiendo la basura espiritual.
-Pero…
¿Qué debía hacer? ¿Quizás debí informarme
cómo continuar la protección?
-Exactamente, debiste
conseguir y alertar al Ejército de San Miguel Arcángel, y llevar
el escuadrón azul con el séquito completo. El maligno no
tolerará que los ángeles progresemos, ni mucho menos, que un alma
humana pura se aproxime a ser una misionera pronta de la luz cumpliendo su
último pasaje por la vida, y prepararse para la etapa angelical. Por eso
debiste buscar todos los medios posibles para dejar custodios de la casa
misionera de la luz.
-¿Cómo
puedo revertir la situación, Lemiel? ¿Quedan esperanzas acaso
aún?
-Deberás volver,
buscar a los personajes a los que les diste los dones de la sensibilidad para
diferenciar los peligros y discriminarlos para descartarlos. Tendrás que
trabajar mucho para retirar los infiltrados, y arreglar algunos asuntillos de
discordia que se suscitaron entre los buenos que se habían deprimido
algo, y limpiar mucho, y sobre todo, arrojar a la calle y para siempre a las
alimañas.
-Está bien,
Lemiel, espero que me perdones, mi inmadurez me hizo cometer hechos que
trataré responsablemente de subsanar, por favor dame esta oportunidad, y
humildemente te aseguro no equivocarme esta vez.
-Está bien,
confío en ti. ¡Ve rápido!
Sirene salió
despedida como un rayo veloz rumbo a la casa terrestre, a salvar el edificio y
a las almas de allí, lo
más importante: desplazar los peligros, y fortalecer a Ana.
CAPÍTULO XXI -
Había cobrado su
parte adeudada por los servicios brindados, gracias a la venta de García
Lorca, y estaba dispuesto a descansar un tiempo para elaborar tranquilo su
próximo destino.
Trató de
reactivar sus contactos anteriores entablando diálogos y reiteradas
comunicaciones con empresas de repuestos de motores navieros.
Pronto recibió
contestación y lo llamaron como gerente general en una importante
empresa extranjera de repuestos, en Buenos Aires.
Se había
separado de Maribel tiempo atrás, ya que sólo era su conviviente,
y al descubrir su maligna locura se decidió por fin a desligarse de los
lazos que lo habían mantenido atrapado por años.
Partió alegre
hacia su nuevo porvenir, dejando atrás los recuerdos desagradables,
dejando atrás a Ana, también… Y eso era para siempre.
Cuando iba en camino,
rumbo a su nuevo destino, no pudo evitar que su mente viajara con
él… Solo que sus pensamientos se movían a su antojo,
volviendo atrás, hacia los recuerdos.
No pudo evitar evocar
imágenes desagradables de un pasado oscuro y triste. Fueron años
muy difíciles en García Lorca, cuando un puñado de
ignorantes violentos tomó la empresa SAT, destruyendo los sistemas
operativos. Lo más desagradable para Aznar, era recordar como estos
energúmenos invadieron con violencia
Afortunadamente, la
fortaleza mental y espiritual del presidente, hizo que la justicia derrocara a
los malintencionados usurpadores, erradicándolos con todo el apoyo de la
ley.
Aznar observaba el
paisaje que ya había aumentado su verdor. Una lágrima rodó
por su mejilla, y comprendió que las situaciones desagradables que hubo
vivido en el pasado, no tenían sentido ya. Era evidente que había
saboreado también experiencias bellas y vivificantes. La vida le
había dado muchas oportunidades de conocer cosas que le provocaron
hechos de crecimiento.
La empresa era muy
grande, el ex-presidente estaba emocionado y algo asustado. Lo recibió
uno de los accionistas, quien le mostró las instalaciones y las plantas
de elaboración. Recorrió todos los sectores y conoció a
todo el personal de los tres turnos por completo, llevándole esto cinco
días.
Estuvo una semana para
elaborar sus planes estratégicos para dirigir la gerencia. Se
sintió muy cómodo con los otros gerentes de sectores quienes lo
respetaban mucho y reconocieron de inmediato sus dones de mandato y autoridad.
Cuando ya estuvo
instalado en su gran escritorio señorial, en su despacho muy amplio,
recibió la visita del principal accionista de la empresa. El Sr. Gordon
era muy alto y corpulento. Vestía traje de corte inglés de verano
color gris topo, demostrando un aspecto muy elegante.
Poco simpático y
pragmático, se le acercó con escaso ceremonial al escritorio. Le
extendió una caja pesada rectangular de aproximados treinta
centímetros por veinte de ancho. La misma era de cuero negro con el
tapizado algo acolchado. Se le indicó abrirla mostrando en su interior
un forro de terciopelo rojo. El contenido brillaba los destellos del bronce
bruñido.
El estuche
contenía cincuenta llaves antiguas de bronce labrado. El cabezal de cada
llave, tenía entrelazadas dos letras iniciales: F. B. que sorprendieron
al ex-presidente y actual gerente.
La dura mirada del Sr.
Gordon, se clavó sobre los ojos del nuevo integrante de la empresa.
-Espero que no defraude
a la familia, Sr. Aznar.
-Trataré de no
hacerlo, Sr. Gordon, pero quisiera que me explicara algo sobre la entrega de
estas llaves. Supongo que cada una de ellas abre las puertas de los sectores
que yo debo gerenciar y controlar, que ya había notado su número…
Son cincuenta. Pero… las iniciales… ¿Qué significan?
-Fon Byting. Nuestra
familia fue, en Europa, la más grande inventora de motores para barcos
que cruzaron todos los mares del mundo. En Alemania, Hamburgo están los
astilleros, con sus más grandes talleres que pertenecen a más de
treinta sucursales de nuestra empresa.
-Fon Byting
estará orgullosa de mí, Sr. Gordon, pierda cuidado.
- Así lo espero,
estaré en mi despacho si me llega a necesitar para evacuar cualquier
duda.
Gordon se retiró
con un paso firme y decidido.
Aznar quedó algo
atónito observando el dorado brillo de las relucientes llaves de aspecto
antiguo con las iniciales que marcaban toda una estirpe y una historia familiar
de verdadera tradición.
Argentina, un
país joven, de pueblos con idiosincrasia cambiante, no manejaba muy bien
este tipo de estirpes, pero Aznar, respetaba con admiración, estos
rituales costumbristas, y consideró con esmero, el símbolo de
aquellas llaves, representativas de los cincuenta sectores de la amplísima
empresa.
Los manojos los retiraba por etapas de
la caja, portándolos en un permanente tintinear que acompañaba su
caminar. Todas las mañanas debía ser el primero en llegar y abrir
los diferentes sectores, contactando con los gerentes correspondientes,
controlando las novedades y dando las instrucciones necesarias.
Nunca imaginó
ser el señor de las llaves, el que abriría cada día un
nuevo destino, una nueva oportunidad, una nueva esperanza que cursaría
en los caminos de las nuevas ilusiones.
Pero… Aznar tuvo
en su poder muchos manojos de llaves, incluso en su anterior paso por García
Lorca, donde portaba siempre un grupo grueso de llaves, donde estaba
representado cada sector del antiguo edificio… pero … ¿Acaso
había encontrado la adecuada para abrir las puertecillas de su interior
y hallar las claves para evolucionar?
Muchas veces
miró esas llaves y se preguntó a sí mismo si
existiría alguna especial que fuera capaz de abrir el armario de su
alma.
Deseaba encontrar en
sí mismo algún
sentimiento definido, o alguna clave para saber vivir con servicio y
desinterés.
Muchas son las puertas
que quiso abrir, algunas por curiosidad, otras para pasar de una etapa a la
otra, pero fueron varias las que no se atrevió a traspasar. Sobretodo
las de la moral.
Quizás pudo abrirlas, pero miró con
timidez los espacios que el destino podía cederle más allá
al atravesar los marcos de su valentía.
Ahora estaba
estructurado. Tenía el encasillamiento de un trabajo metódico que
no debía descuidar. No había tiempo para innovaciones ya. En un
futuro quizás, encontraría un voluminoso manojo de llaves, abridoras de aquellos portales, del castillo misterioso de los secretos
de su alma…
CAPÍTULO XXII -
Amanecía y
asomaba un sol muy tímido, como presintiendo que los espacios
dimensionales harían algún tipo de eclosión y
transformación universal.
Sirene se desperezaba
en su antiguo sillón negro que, con dificultad, había encontrado
arrumbado en el sótano. El polvo se había adherido algo a los
vestidos delicados, y se vio obligada a sacudirse el hollín y la tierra.
Comprendió que tenía mucho trabajo por delante, de limpieza
física y espiritual. Subió por los corredores a evaluar las
situaciones vigentes, estaba decidida a cumplir su misión de una vez por
todas, y pretendía ser totalmente drástica en sus acciones a
desarrollar.
Lo primero fue
dirigirse a la enfermería, donde siempre se volcaban los desagotes
humanos del personal administrativo, médico y gerencial. Encontró
el sector muy limpio, le encantó las almas bondadosas y con verdadera
vocación de servicio de Susana y Jovita. Comprobó de esta manera
que la cosa no era todavía tan grave, y que aumentaban las
probabilidades de salvar las situaciones.
Recordó el
comentario de Merina al salir de Roreba, en el que le hablaba sobre el destino
final que le había esperado
a la bruja de Maribel. Cuando Lemiel realizó la profunda limpieza ante
las contaminaciones que se estaban suscitando por la ausencia de los cuidados
debidos, por la negligencia de Sirene, la bruja se vio perdida ante la
imposibilidad de entrar nuevamente a la casa, y cayó en un ataque de
histeria con auto agresión. Dándole , la oportunidad a las
fuerzas malignas. Esta vez fueron Cinco diablillos morados con ojos de fuego y
bocas lanzallamas, que se introdujeron
rápidamente en su cuerpo.
Ella se retorcía en convulsiones en la sala de guardia del
Hospital Central. El jefe de guardia junto con los practicantes observaron
atónitos cómo se transformaba el rostro de la histérica,
que en plena crisis mientras eliminaba saliva espumosa por su boca, terminaba
con su vida por fin…
Fue sustraído su
espíritu por servidores que prestan sus funciones en diferentes
astrales, retirando las almas que nadie reclama. Encargados de trasladar
aquellos espíritus anónimos, transportándolos donde se les
indique. En este caso, Merina supo que no tenía esta bruja, cabida en su
astral. La pobre no podía acceder a derechos a la recuperación
espiritual. Sería enviada a bajos astrales, donde probablemente
vagaría mucho tiempo hasta que su orgullo y soberbia, disminuyeran,
y se le permitiere apreciar alguna
vez la luz.
Sirene llegó a
la mesa de entrada y encontró al personal muy tranquilo, trabajando en
armonía, y junto a ellos, pacientes agradables en actitud de espera y
entrega confiada.
Comenzó a sentir
un hermoso bienestar de paz y equilibrio amoroso. Se maravilló de los
arreglos y disposición de los decorados, también de la
modernización de los métodos de atención.
Por fracciones de
segundos… Captó absoluta normalidad que le hicieron dudar sobre la
aparente inútil intranquilidad de Lemiel. Rápidamente se
sobresaltó cuando el alerta sonó como una campana de alarma al
engaño en el que se estaba entrampando.
Esto muy típico
de la inteligencia de las fuerzas bajas.
Entonces, no conforme con
las apariencias engañosas, desplazó toda su presencia luminosa y
perfumada desplegando al máximo las alas, movilizando los vestidos
transparentes azulinos y abanicando los largos cabellos rubios levantando la
dorada cabeza al desafío, avanzando hacia los despachos de los gerentes.
Abrió las puertas violentamente, como si un viento huracanado las
hubiera hecho girar.
Encontró dos
hombres hablando sentados junto a un escritorio.
-¡Estoy harto de
tantas trabas! ¿Qué problema hay que estas mujeres ingresen al
plantel?
-Lo que sucede, Sr.
Gerente, es que hay un mensaje de advertencia del presidente de la mutual que
funcionaba antes, el tal Aznar, de que estas personas nunca ingresaren a este
edificio, por la seguridad del funcionamiento de la institución y el bienestar
de la gente que trabaja aquí.
-¡Por favor!
¡A quién se le ocurre esa barbaridad! El ex-presidente
tendría motivos personales, quizás algún odio por razones
íntimas…. Por ejemplo… supe que era conviviente de esta
enfermera que desea volver a ingresar, aunque últimamente está
algo desaparecida. ¿Quién lo impide? ¿Acaso él?,
y… ¿Quién es él?
El diálogo se
estaba tornando algo violento y el empleado, el rubio jefe de personal,
sintió la apertura de las dos hojas de la puerta, y pronunció:
-¡Qué sensación
fría, hay viento! ¿Quiere que cierre la ventana, señor?
-¡No! No hay
ningún viento, no siento nada, no se mueve ni una hoja.
Sirene sonrió
suavemente al ser captada por el hombre algo más bueno, y
comprendió enseguida cómo el maligno había influenciado
sobre este gerente predispuesto debido a sus ambiciones y moral dudosa. Supo
que la solución estaba en interferir en la influencia negativa, impedir
el ingreso de los engendros ponzoñosos a la casa de la manera que
fuera…
Y ¿De qué
manera?
No le había
gustado jamás el adagio: El fin justifica los medios, pero no le quedaba
mas opciones, ya que aquellos hombres habían decidido ese mismo
día llamar a las mujeres pútridas a formar parte del personal
planta permanente. Sus currículum, descansaban sobre el escritorio con
sus nombres malignamente centelleantes… Verónica y Mariela…
Perplejos quedaron los
individuos, con el vaso de soda en las manos, las piernas cruzadas, y ambas
bocas abiertas acompañando con ojos desorbitados. Es que Sirene se les
presenció transformada.
Nunca estos pobres
hombres habían visto un león gigante de aproximadamente seis
metros de largo y cuatro metros de alzada. El rugir estrepitoso del animal
salvaje les provocó un shock dejándolos enmudecidos para
siempre…
Más se
selló la conmoción cuando la bestia agresiva abrió sus
fauces pronunciando sus amenazas. Los instó a terminar con sus
propósitos, y a retirarse en forma definitiva del edificio.
El terror fue tan
atroz, que los infelices huyeron robotizados perdiendo para siempre el habla,
nunca mas los conocidos del medio supieron de ellos, quedando perdidos en el
olvido enmudecidos en un hospicio público como anónimos. Fue
también extraño que nadie les reclamara. Mas aún tampoco que a
ningún personal médico ni paramédico le interesara saber
sobre sus orígenes ni sobre sus destinos, resignados a tenerlos como dos
deficientes mentales mudos
dándoles alimento y albergue estatal hasta el día de sus posibles muertes.
Evidentemente
llamó la atención a los compañeros de trabajo por sus desapariciones, pero el Sr.
Márquez se sintió muy aliviado porque había percibido el peligro, a
través de estos hombres, de que la casa volviera a envejecer.
Medicarse SA,
envió otros gerentes, desde Buenos Aires, para la dirección y
continuidad en los comandos de la benévola institución.
Al perder todo tipo de
conexión posible con la próspera entidad sanitaria, vislumbrando
sus fracasos, Verónica y Mariela se alteraron convirtiéndose en
pesadillas para sus familias.
Éstas tramitaron
en el extranjero sus antecedentes laborales y decidieron deportarlas a Brasil.
Esto preocupó un poco a Sirene, ya que no aliviaba al mundo contra ellas, quienes
seguían vigentes desgraciando humanos por allí.
Volvió el
ambiente liviano al edificio, los perfumes, la armonía, y la tan
preciada paz que tanto pregonaba Lemiel.
Ana se mantenía
a salvo en su misión de servicio constante. Ni siquiera se había
percatado de lo ocurrido, gracias a Dios.
El vórtice
siguió girando con más fuerza lanzando poderosos rayos al espacio
sin fin.
¿Cómo
mantener esta situación estable? ¿Como lograr la permanencia de
Sirene estaba sentada
sobre las barandas de balaustradas del balcón que daba a la calle del
consultorio de Ana. Estaba pensativa mientras observaba el ejército de
elementales y gnomos recogiendo la basura espiritual del día. Esta, se
había retirado y barrido por los ángeles sucesores de ella.
La noche estaba tibia,
y pensaba adónde habría ido a parar a esas alturas de los
acontecimientos su singonia que tanto le encantaba. El aire le acariciaba
suavemente los cabellos con una tenue brisa, los pliegues del vestido estaban
salpicados de mini estrellitas doradas muy movedizas. El ángel
sabía que se pretendía llamar su atención.
Fue entonces, cuando
giró sus enormes ojos azules para visualizar, dando un salto de alegría
sobre el piso del balcón, al percatar el macetón con la singonia
que movía sus frondosas hojas con el ritmo del suave viento.
¡Qué alegría!
Bajó de las
barandas de un brinco, y saludó a su planta con nostalgia.
- ¿Por qué la tristeza,
Sirene? No debes tener sentimientos humanos. Si amas el vegetal, pues recrea
uno similar en tu Astral. Pero… ¿Qué vas a hacer para que
esto que has logrado muy bien, nuevamente se mantenga?
Sirene se
incorporó y dijo:
- Creo que la
única manera que esas fuerzas del mal que están ávidas de
atacarnos, pues están al permanente acecho…
¡Míralas!, nos están observando, están a la espera
de nuestro descuido o distracción, por lo que considero como principio
básico, el estar siempre atentos y con las defensas adecuadas para la
protección.
- Me alegro que hayas
comprendido el mensaje y el verdadero sentido de esta misión. Nunca
jamás debes descuidar el alerta, siempre debes estar atenta a los fines
de Dios, jamás se te permitirá algún tipo de
desvío, no deberás fallar, y no temas, unida al Señor, con
voluntad, obediencia y lucha, no te equivocarás.
- ¡Gracias
Lemiel! llamaré ahora al Escuadrón Azul de San Miguel
Arcángel, que con su dantesco batallón, arrasará toda
posibilidad de interferencia sobre las barreras de luz que rodean a la casa. He
pedido autorización a los jefes de filas, quienes gustosos me aseguraron
guardaespaldas suficientes para toda la casa y diez cuadras a la redonda. No
habrá pérfido espíritu capaz de interrumpir los planes ni
la poderosa misión de Ana en su pasaje por la vida.
-Me has dejado
conforme, Sirene, y además estoy orgulloso de tí. Creo que has
crecido mucho en poco tiempo. Te has hecho merecedora, ahora sí, de
regresar con Merina a Roreba, a curar las almas sufrientes en vías de
recuperación.
Dicho esto, Lemiel se
acercó a Sirene, y le entregó una rosa roja, muy grande y
perfumada, cuyos destellos encandilaron por segundos a Sirene.
-Ella simboliza a las
fuerzas dulcísimas del cielo, simboliza precisamente a nuestra Madre
Sagrada…, a María, nuestra purísima Virgen… a quienes
se le encomendó el orbe para intermediar con los hombres, quienes lamentablemente,
son muy necios y ciegos del alma.
Esta flor, tan representativa, te protegerá por siempre, y acude a ella
cuando el mal te acobarde o cuando te debilites por sentimientos humanos que no
te deben invadir.
-¿Ana
estará bien?
-No debes preocuparte mas
por ella, queda bajo mi absoluta responsabilidad ahora. Si las fuerzas bajas,
captaren tu preocupación por ella, y notan esa veta de debilidad,
buscarán la manera de afectarte como lo hicieron recientemente.
Lemiel desplegó
sus inmensas alas azulinas violáceas con trazas doradas, que a Sirene
les parecieron más gigantescas que nunca, y se elevó en un vuelo
ágil irrumpiendo con su
magnificencia el espacio del aire.
Sirene quedó
absorta mirando la noche clara y la luna llena.
El astro le hizo
recordar su picardía cuando pretendía atravesar los cristales del
vitraux del rosetón del piso superior de la casa. Recordó
también su preocupación de antaño, cuando Merina intentaba su consuelo…
-Cuántas cosas
pasaron, ¿no? ¿Te acuerdas de nuestras dudas sobre la pesadez del
ambiente de la casa, y la congoja que te acosaba?
-¡Merina!
¿Has venido a buscarme?
-Si Sirene, Me enviaron
por ti. Es la hora. Ahora sí llegó el tiempo, debemos irnos. Ya
no es momento para recuerdos ni nostalgias. ¡Toma tu plantita y
vámonos ya!
-Lemiel no me lo
permite, sin embargo me sugirió recrear una singonia similar en Roreba.
-¡Claro que
sí! Allá podrás reconstruir todas las plantas y flores
más maravillosas que la luz de tu mente pueda imaginar.
Sonriendo Sirene
miró por ultima vez a su plantita tratando de impregnar su imagen para
siempre en su memoria
La noche estaba muy
serena, la luna estaba algo oculta por nubes, los gnomos habían
terminado ya su tarea. Ana estaba de guardia, no podía dormir, se
sentó en el cantero de flores, era otra vez primavera. Recordó al
año anterior cuando en una noche similar se le había presentado
ese ángel de su infancia, y tomó su esfera luminosa que guardaba
en una caja de zapatos debajo de la cama en un pequeño armario en la
sala de la guardia. Para que nadie la descubriera, trasladó la esfera en
un bolsillo amplio del guardapolvo. Una vez sentada en el cantero junto al
rumor de la fuente de mayólicas, la extrajo tomándola con las dos
manos. Abrió los ojos al
máximo cuando vislumbró en el centro de la esfera, el rostro de
Sirene que le sonreía diciéndole:
- Debes cuidarte.
Lemiel, tu gran Ángel, no permitirá que nada te afecte. Siempre
te recordaré a través de los tiempos. ¡Hasta siempre, amiga
del alma!
Las luces que
emitía la esfera, estaban en su máximo fulgor, desprendiendo
rayos azules en símbolo de la protección del escuadrón.
Ana comprendió
que la paz de
Atrás
habían quedado los sufrimientos, las maldades de los habitantes de la
casa… Hasta la madre y la hija, espíritus perdidos sin luz, ya
habían encontrado un astral para superarse.
Atrás estaban
los recuerdos… Pero Ana sabía que no debía permitirse
tristezas nunca más, al contrario, sabía que no estaba sola,
sabía que Lemiel, su poderoso ángel guardián, la iba a
proteger y acompañar hasta… hasta que su espíritu se
pudiere fundir en los abismos
profundos del espacio infinito.
FIN
Agosto 2007.
Autora: Renée Adriana Escape. Mendoza,
Argentina