La palabra a través del tiempo
Primera de dos
partes.
Como bien sabemos, Esperanza está
de plácemes por la llegada de su X Aniversario: un hecho venturoso que se logra
a base esfuerzo y perseverancia de sus fundadores, es cierto, pero también de
todos aquellos que creyeron en un proyecto noble y trascendente; que se sumaron
a él y, valiéndose de la palabra, esa facultad inherente sólo en el género
humano, envían al mundo su mensaje, bien sea de aliento, de propuesta; un
reclamo, una historia, un poema… pero todo ello haciendo uso de la palabra, que
como nunca antes dispone de cauces ilimitados. De ella; de su majestad la
palabra, trata este artículo.
Para la juventud y la niñez de
hoy en día, es muy difícil figurarse que no siempre fue tan sencilla y rápida
la forma de comunicarse por medio de la palabra escrita. Para ellos resulta por
demás natural enviar un escrito recién redactado hasta los confines del planeta
y obtener de inmediato la respuesta… sin siquiera moverse de casa; un trámite
que en el pasado era muy diferente, dependiendo de la época y el lugar, por
ejemplo: En tiempos de Alejandro Magno, a un mensajero le podía llevar semanas
y aún meses viajar de un extremo a otro del imperio (De Alejandría, en Egipto a
Alejandría Nicaia, en la frontera con
En 1848 un joven recién instalado en San
Francisco, envió una carta a su novia que permanecía en Nueva York, invitándola
a seguirlo y casarse con él. La carta primero fue a parar a los navíos de
De
En México el correo fue
establecido a partir de 1519, cuando Hernán Cortés despachó por Veracruz una
carta que la flota española llevó a través del Atlántico, dirigida a los reyes
católicos. Pero debió pasar más de un siglo para que fuera debidamente
organizado, mediante el empleo de cabalgaduras, correos, peones y carteros que
entregaban las misivas en propia mano.
Así transcurrieron cerca de 500
años --en
Vino también el telégrafo con su
lenguaje de puntos y rayas… y después el teletipo, el fax, y toda esa
tecnología espacio-temporal que sirvió de preámbulo, o como ensayo para la
irrupción de la red global que hoy nos avasalla.
No obstante, la palabra escrita
nunca ha sido ni será desplazada; sigue vigente, vigorosa, incontenible. Por la
red va y viene, y su vigencia será efímera o perdurable, pero nunca podrá ser
vista con indiferencia. Quizá lo que nos falte es tiempo y disciplina para
atender lo realmente importante y saber apartar la paja, lo trivial… el “spam”,
como ahora se le llama.
Y en ese vértigo informativo;
dentro del torrente de palabras, existe un oasis donde siempre podrá abrevarse
de las más bellas obras del pensamiento universal; joyas que dieron
inmortalidad a sus autores y perduran a través de los siglos. Nada, pues, como
los libros viejos; literalmente, oro viejo. Leer sus páginas amarillentas es
como escuchar a sus protagonistas y aún a quienes los escribieron, como
afirmaba el laureado escritor michoacano Rubén Romero: De los anaqueles de mi
biblioteca surgían los personajes de los libros para charlar en sus lenguas de
origen, convirtiéndose la estancia en una torre de babel.
En efecto, esa es la sensación
que deja a los amantes de la lectura un buen libro; un deleite que no se
compara con las opciones infinitas que ofrecen los cauces modernos de la
palabra. El redactor desea hoy franquear el acceso a su estudio a los amables
amigos de Esperanza, e invitarlos a una conversación, al azar, con dos o más de
sus favoritos; con quienes, sin lugar a duda, se identifica plenamente.
¿Cómo no admirar a Erró doto, de
quien sus biógrafos dicen que fue primero viajante que historiador? El llamado
padre de la historiografía que vivió cuatro siglos antes de Cristo, recorrió
desde las colonias griegas de Asia hasta
Esperanzas.
Heródoto también era sabio y lo
demostraba siempre que algún poderoso lo interrogaba. A Creso, el rey de Lidia,
que pretendía ser el hombre más rico y más feliz del mundo, le dijo: Un hombre
por ser muy rico, no es más feliz que otro que tiene la subsistencia diaria, si
la fortuna no le concede, gozando de todos sus vienes, terminar bien la vida.
Porque muchos hombres inmensamente ricos son infelices, y muchos con fortuna
moderada, felices. Pero es imposible que un hombre abarque todos los bienes,
como ninguna tierra produce todo cuanto necesita, abundando de unas cosas y
careciendo en otras. Así también no hay una sola persona provista de todo lo
bueno: tiene una cosa y le falta otra; pero el que posee el mayor número de
bienes y muere después con toda felicidad, ese es el hombre ¡oh rey! Que merece
el nombre de dichoso. Porque debemos ver el final de todo asunto, ver cómo
termina.
Otro libro fascinante escrito por
un viajero, éste ya de finales del siglo XIX, es el de Fritz de Graff, un
ingeniero neoyorquino que vivió 84 meses en selvas de Sudamérica, “por puro
amor a la aventura”. Y vaya que las encontró, lo cual le permitió escribir de
regreso a la civilización su fiel testimonio: Cazadores de cabezas del
Amazonas.
De Graff arriba a Panamá en
diciembre de 1894 y de ahí continúa hacia Ecuador, y es una pena que no podamos
seguir aquí paso a paso su fantástica narración. Veamos sin embargo unos
párrafos: recorrimos treinta millas diarias. Al llegar al cuarto día, el camino
atravesaba uno de los paisajes más bellos del mundo: el de la gran cordillera
de los Andes, que rodea la capital del Ecuador, la cual se levanta en la meseta
situada entre la serie de cumbres orientales y occidentales, que son las más
altas de la cordillera, a unos tres mil quinientos metros sobre el nivel del
mar. Vimos el magnífico cono truncado del Antisana, cubierto de nieves perpetuas,
del que dicen los indios que era el más alto de los Andes antes de que la
cumbre fuera destrozada por una tremenda erupción, hace muchos siglos.
Actualmente se eleva a más de seis mil metros de altura; la circunferencia de
su base es mayor que las del Cotopaxi y del Chimborazo y si los lados del cono
se prolongaran hasta su vértice, rivalizaría en altitud con el Monte Everest
(3).
De Ecuador, Graff pasó a Perú y
después a Brasil; navegó por los ríos Marañón, Santiago, Yasuní, Pongo de
Manseriche; el Napo, el Amazonas y otros a los que nadie antes había penetrado.
Y aquí dvierte: Conviene saber, aunque esto parezca imposible a quien ha nacido
en un país totalmente civilizado, que las fronteras de Brasil, Ecuador, Perú y
Colombia en el Amazonas, cuya longitud es de muchos miles de millas, son
puramente imaginarias. En los mejores atlas modernos se ven a veces las grandes
extensiones de aquella región señaladas con la anotación de “sin explorar”. Los
límites de aquellas tierras varían según la procedencia del mapa; así un mapa
brasileño, comprenderá dentro de las fronteras de Brasil vastísimos territorios
que en un mapa peruano constarán como pertenecientes al Perú, y así ad
infinito. (4)
En otra ocasión, Graff y un
compañero llamado Jack, permanecieron una larga temporada dedicados a
recolectar caucho. Al cabo de ella, llegaron a Iquitos con sus dos barcas
colmadas del producto. Con aspecto de ermitaños, descalzos y con la barba de
dos años, lograron vender la carga a un precio razonable, luego de que los
comerciantes pretendían pagarla más bajo. Como en Iquitos no circulaba el papel
moneda, fue necesario el empleo de un carro para llevarse el dinero, que pesaba
ciento veinte libras. “Allí era costumbre ir de compras con una carretilla”,
según Graff.
El pasaje más impactante de este
increíble testimonio, es donde se describe el encuentro de Graff con los
jíbaros, los temibles cazadores de cabeza del Amazonas. Este tuvo lugar en la
región de Borja, lo más intrincado de la selva, en las cuencas del Marañón y
del Santiago: “Es preciso que concurra una serie de circunstancias extrañas, en
las cuales no entrará poco la casualidad, para que un hombre blanco pueda ser
testigo de los nosotros presenciamos”.
Tras un enfrentamiento entre dos
tribus enemigas, los huambisas y los aguarunas, el aventurero anotó: “Habiendo
el enemigo abandonado a sus muertos y agonizantes, los vencedores avanzaron
para apoderarse de los despojos más valiosos de la batalla: las cabezas. Con
hacha de piedra, cuchillos de caña de bambú, machetes de madera de chonta y
conchas afiladas en la arena, iban de un cadáver al otro y cortaban sus
horrendos trofeos de victoria”.
Las diez páginas del capítulo
XXII dan cuenta de los pormenores de tan crueles costumbres. Para los nativos
no había tal crueldad, solamente un estilo de vida, según sus conclusiones
“Después de la fiesta los guerreros cortan de las cabezas las cabelleras, que
convierten en trofeos permanentes, llevándolas a modo de cinturones alrededor
de los paños que se ciñen en las caderas. Pero solo los usan en las batallas y
en las fiestas. La posesión de un trofeo así confiere a sus poseedores una
consideración especial. Pero las cabezas desprovistas de cabellera han perdido
ya su valor, como sucede con las perlas muertas y sin brillo. No deja de ser
curioso el hecho de que el fanático celo con que las cabezas se conservan hasta
el momento del festival se convierta luego en una indiferencia absoluta, de tal
manera que se entregan a los niños como juguetes y terminan perdiéndose en algún
río o pantano”.
(Continuará) (5)
NOTAS:
(1)
Sobre el Palacio Postal de la
ciudad de México, está circulando por Internet un excelente video que muestra
la historia y el esplendor del majestuoso edificio, pero lo mismo de su
condición actual, en la que tan poco se le utiliza. Otro archivo de la red, es
un artículo de Ellen Brown, publicado en la magnifica edición argentina El
Peso, en la que se propone el restablecimiento de servicio bancarios dentro del
sistema postal, como ya se hace con éxito en China y Nueva Zelanda. En el
pasado, en México también funcionó la cartilla del ahorro con buenos
resultados. En la actualidad sería estupendo que el Correo ofreciera el
servicio bancario, como una forma eficaz de combatir la usura que practica la
banca extranjera, Elektra, los rentistas como Slim y el comercio trasnacional.
(2)
Heródoto, posiblemente el primer
“pata de perro” de la historia. Saludos Enriqueta Adriana, de Almería, de quien
este redactor está agradecido y se siente orgulloso por haber sido quien la
invitó a ser parte de la gran familia de Esperanza.
(3)
Fritz de Graff, quien no se cansa
de ponderar las maravillas del paisaje ecuatoriano, tal como las vio en el
siglo antepasado. Saludos Luis Eduardo Cueva, de Quito, que en presente nos
deleita con la descripción de las mismas bellezas naturales y las aventuras del
Viejo Aviador y su Correo del Chagra.
(4)
Es asombrosa la concordancia de
los datos de Graff, redactados en una época en que aún no había ni siquiera
máquinas voladoras, y los de la actualidad, disponibles para todo mundo,
captados desde un satélite… “Desde ella se domina el Aguarico, que en aquel
punto tiene una milla de anchura”… Ríos prodigiosos como el Amazonas y el
Paraná. Saludos Clara Sofía, de Paraná, que con cada nueva participación en
Esperanza, colma de satisfacción al reportero que sirvió de enlace entre la
escritora y la revista que dirige Bulmaro Landa.
(5)
Saludos Raúl espinosa Gamboa, de
Cancún por haberme invitado a ser parte de esta excitante aventura del
pensamiento y la palabra. Feliz X Aniversario para todos.
Autor: Francisco Bautista Pérez. Chetumal, Quintana Roo, México.