"De parto" habla
de una partida; y partir es parirse a otra dimensión, parirse a una
madurez iniciática con desafíos de ritos tribales y volver al punto de partida parados o
paridos sobre otros pies.
Cecilia Bergoboy
De parto.
Llevaba años esperándola. Casi no podía creerlo pero
era ella, la reconocí a pesar de sus anteojos negros. Era Amanda.
Regresaba
después de tanto tiempo de ocurrido aquel escándalo. Bajó del micro muy
-temprano por la mañana antes de que se sintiera el olor del pan tostado
saliendo de las casas.
Me quedé mirándola sin que me viera.
Parecía tranquila mientras recorría aquellos lugares
familiares. Las zapatillas que llevaba
puestas, ahogaban el sonido de sus pasos sobre el empedrado de la calle
principal. Respiró el aire claro de esa
hora.
Su cuerpo la
trasladó, como sin consultarla, hacia el río. Llegó al camino de tierra, se
llevó una mano al pecho y vi cómo sus ojos se humedecían, aunque no lloró. Sus
brazos se abrieron... me parecían alas. Se mojó con el rocío que aún guardaban
las matas de ruda, que acompañaron nuestra infancia. Con los ojos cerrados cortó una hoja y se la llevó a la nariz.
El tiempo se
quedó inmóvil como posando para mí. Una fotografía en el puro presente.
El ruido de mi
cuerpo contra unas ramas la sacó del éxtasis. Miró a su alrededor como
buscando. Yo quieto, temblaba.
Continuó. Llegó
al sendero de piedras, luego la orilla de barro y arena y por fin el río oscuro
y casi silencioso.
Lo observó fluyendo. Se sentó al borde y dejó caer su
brazo para acariciarlo y mojarse las manos repitiendo una vez más un gesto que
yo conocía tan bien.
La oí suspirar...
Permanecí inmóvil mirándola, mientras sentía el
impulso casi ingobernable de ir a besarla, y a la vez la vergüenza por mi falta
de decisión.
--¿Pero por qué no corrí a buscarla cuando tomó aquel
micro de madrugada? Subió sola con su valija, joven en medio del
silencio...bajo la lluvia. Y yo mirándola partir, mudo, hecho sopa con mi
paraguas cerrado.
Ella se había
detenido en el mismo sitio, con el andar idéntico al de nuestro baile de fin de
curso. Yo temblaba igual que aquella vez, y volví en el tiempo a ese verano y a
nuestra piel de adolescentes, a nuestras Caricias hasta arremolinarnos el
deseo... y el sonido casi silencioso del río allí, impasible, testigo de un
estreno que compartimos.
Amanda acababa de cumplir cuarenta y dos años. Se
había demorado todo ese tiempo para regresar. Sumergida en aquel perfume a ruda
colocó las manos sobre su vientre... El tiempo ya le había alisado la
vergüenza. Permanecía quieta. El río le
hacía compañía. Apoyó la espalda en un
recodo de la orilla y deseé que por fin se sintiera arropada en un regazo.
Cerró los ojos,
el reflejo del sol la hería. Se fue quedando dormida.
Me pareció que
el río la estaba acunando y aproveché para acercarme más a ella hasta casi
rozarla con un beso, pero no lo hice.
Amanda abrió
los ojos, se sentó y miró para todos lados pero yo ya me había alejado. Se puso
de pie. Se sacudió la ropa. --¿Lo habré soñado? Dijo en voz alta. Con agilidad
volvió sobre sus pasos, anduvo por la orilla de lodo y arena, a continuación el
sendero de piedras, y por fin el perfume a ruda.
A unos metros
estaba la calle principal todavía con
pocos transeúntes. La vi entrar a la lechería del vasco. Se sentó a una mesa al
lado de un gran ventanal por el que empezaba a entrar el sol tibio de la
mañana.
Cuando tuvo ante sí la taza, hundió su cara aspirando
y dejándose invadir por el aroma del café. Entrecerró los ojos y cuando estaba
terminando... me asomé. Casi me animo a hablarle. Rápido giró la cabeza para
ver quien era, pero ya no había nadie allí, la calle estaba vacía.
Pegué mi espalda a la pared y como un ladrón me
escurrí hasta una puerta lateral. Me quedé quieto conteniendo la respiración.
Recordé cómo le gustaban esas mediaslunas cuando
éramos niños. Escuché que pedía otro
café, entonces me dije: --ahora es mi oportunidad, entro... me siento frente a
ella y la miro a los ojos.... y le pido perdón.
--¿Y si me
rechaza? ¿Y si me odia? Sería natural que me desprecie, la dejé sola con un
embarazo de tres meses...
¿Cómo pude?...
¡dejarla ir con un hijo!... ¡o con una hija!... Si yo mismo me desprecio,
seguro que ella también.
Justo en ese
momento la vasca salió del fondo. Me quedé petrificado.
--Amanda, querida ¿sos vos? ¿será posible? Mi corazón
me lo decía, ¡qué alegría!
Amanda se dio vuelta y vio a la vasca con muchos años
más y la misma sonrisa, saliendo de la trastienda del café; y se encontró arropada
en un abrazo prolongado de pañoleta y harina.
--Ya ves, otra
vez en casa...
--¡Qué bonita estás! Parece que te sentó bien la
distancia... Por aquí todo igual pero sin el vasco, hace dos años ya. Se hizo
un silencio... Estaba por preguntarte... como no lo vi tras el mostrador... No
me imaginé...lo lamento.
--Al final nunca supe si fue nena o varón, dijo la
vasca secándose los ojos con el
delantal.
Amanda buscó unas fotos en su cartera: --esta es
Libertad, mi hija.
--¿Está embarazada? Se la ve muy feliz, se parece a
vos... ¿El muchacho es el esposo?
--Ahora se dice “es su pareja”, y se rieron las dos.
La vasca fue a buscar el mate. Se sentó en la mesa de
Amanda y yo me senté en la vereda, debajo del ventanal, fingiendo leer el diario.
---- ¿Llegaste en el ómnibus de las siete?
- Si, y tuve ganas de ir hasta el río antes de
desayunar. Después de la caminata me dio un hambre bárbaro. Por suerte seguís
abriendo temprano. Tus mediaslunas me recuerdan a mi madre.
--Pobrecita.
¿hace cuanto del accidente?
--Van a ser veintiocho años dentro de dos meses.
--O sea que vos tenías... dijo la vasca, calculando
mentalmente.
--Catorce, cuando los perdí a los dos.
Desde mi lugar oía todo y confirmé que mis cuentas
eran correctas, tenía cuarenta y dos. Yo moría por ver esas fotos, así que
había sido una nena....
Amanda
mientras cebaba le preguntó por mí, y el
estómago me hizo un vacío como cuando tomo esos ascensores modernos.
La vasca comenzó a responder con voz vacilante,
desacostumbrada en ella: --Trabaja en la empresa de ómnibus..., y agregó casi
en un susurro: creo que todavía te espera, nunca se casó a pesar de que la
chica del panadero lo persiguió bastante y...--A ver, mostrame otra vez la foto
de tu hija. Si... es parecida a vos, pero se para del mismo modo que Eduardo y
tiene su nariz, fijate.
--Si, en ella hay un aire que me lo recuerda a veces.
--¿Por qué volviste? No te vi en el velorio de tu abuela
--Nadie me
avisó. Después de que me echó de casa intenté muchas veces hablar con ella por
teléfono, pero cuando oía mi voz, cortaba. Entonces le escribí, Le conté mi
parto y las gracias que hacía la nena, pero jamás me respondió, ni se si leía
mis cartas.
--¡Siempre tan chupacirios! –se le escapó a la
vasca--... Que Dios la tenga en su gloria
--No sabés lo que lloré en aquellos tiempos. Nunca me perdonó lo
del embarazo. Cuando me enteré que
estaba enferma intenté hablarle pero ni así. Después dejé de insistir, al
tiempo supe que había fallecido. -dijo Amanda con la voz quebrada, pero se
repuso y continuó:
Volví ni sé a
qué. Creí que podría recuperar...aromas, infancia, alegría,... Ahora veo fantasmas por todos lados. Si no venía al pueblo me iba a morir de
nostalgias. Tengo ahogos, ¿sabés? Pero por favor no me hagas caso,... este
pueblo nunca se caracterizó por guardar secretos, seguramente se me aclarará
todo antes de volverme, esta misma noche. Seguime contando qué fue de la vida
de Eduardo, empezaste a decirme que trabaja en la empresa de micros.
Yo me moría por seguir escuchando. No aguanté y me
empecé a asomar un poco en el afán de ver aquellas fotos, cuando advertí que la
vasca de pie con el mate en la mano me miraba de reojo mientras le preguntaba:
¿lo perdonaste?
--¿Qué tendría que perdonarle?... dijo Amanda
respondiendo con otra pregunta.
y me quedé sin saberlo. Temí que la vasca me estuviera
señalando ante Amanda. Me puse colorado y la transpiración me empapaba la
camisa. De niño me solía sentir así cuando mi madre me descubría oyendo las
conversaciones de los grandes oculto bajo el mantel bordado. Así sentado, me
fui desplazando de costado contra la pared hasta encontrar el umbral,
donde pararme y esperar.
Transcurrió un tiempo muy largo. Amanda salió. Yo la
aguardaba transpirado hasta las plantas de los pies. Al verla la seguí a
distancia.
Salió de la lechería casi al mediodía y caminó sin
rumbo fijo. Era sábado y el centro se agitaba de mujeres con niños, de gente
comprando, de adolescentes oyendo música. Amanda andaba entre ellos. Caminaba
leve y yo, fantaseando: --¿Y si voy corriendo y la abrazo desde atrás? No, qué
bruto, se va a asustar. Mejor la llamo desde aquí... ¿y si me ignora? Tiene sus
motivos, claro.
Desde el otro
extremo de la plaza la vi buscar la sombra de un gran árbol y sentarse a comer un
sándwich que había comprado en la panadería “Los Milagros”. ¡La cara que habrá
puesto Carmencita al reconocerla!
Permanecí
observando su espalda, levanté una mano, la agité y enseguida la volví a bajar.
Me dolía el pecho.
Desde hacía
años iba hasta la estación terminal y me quedaba horas observando a la gente
que bajaba del micro. Años esperándola y ahora... igual que cuando era
adolescente mi timidez me ataba las palabras, la voz se me convertía en
silencio, y me dolía la úlcera. Mi cuerpo se impacientaba conmigo: -- ¿Otra vez
la vas a dejar partir sin decirle nada?
Sin dejar de mirarle la espalda, me fui de la plaza
caminando hacia atrás hasta tropezar con un cantero y trastabillar. Cuando me
enderecé, sentí los ojos de Amanda clavados en mí.
--¿Me habrá reconocido? Ojalá...No, mejor que
no me reconozca. Engordé un poco y tal vez, con los años... pero ella está casi
igual, está más linda todavía.
--A esa
distancia seguro que me vió... No, que me va a ver si la tapa el árbol.
--Capaz que volvió por mí-- pensé deseando que
fuera así o que mejor no.
Una
hora antes de la partida del micro yo
estaba allí retorciendo un pañuelo entre mis manos húmedas. Había hablado con
un compañero para que esa noche me reemplazara. Supuse que Amanda llegaría a la
terminal con bastante tiempo, averigüé cual era su ubicación, acomodé mis
valijas arriba de ese lugar y me senté en el asiento de al lado, sin uniforme y
con mi pasaje estrujado en la mano.
Octubre de
2004
Autora: Cecilia Bergoboy. Buenos Aires., Argentina.