INTERNET O LA LÁMPARA DE ALADINO

 

Lo oí hace pocos días a un grupo de jóvenes estudiantes de finales de secundaria o principios de bachillerato.

-Oye, tío, -decía uno con ese lenguaje coloquial y desenfadado propio de la edad-. De coj…..Me metí en Internet, lo imprimí y ayer mismo se lo entregué al profe.

 

                            -Jo, a mí me ha pasado igual. No veas el pedazo de trabajo que he presentado, es que, tío, venía todo, todo.

 

                            -Está clarísimo –afirmó un tercero-. No me he enterado ni de co… pero el ejercicio está hecho, creo que mejor imposible.

Casi seguro que estos chicos no han leído “Las mil y una noches” –que eso de leer suena hoy a algo cavernario-, ni tan siquiera uno de sus más bellos relatos fruto de la imaginación de la no menos deliciosa Scherezade, la hija del gran visir del atormentado rey persa, quizá el más conocido de todos, o sea, “Aladino y la lámpara maravillosa”.

Para muchas personas eso es precisamente Internet: la maravillosa lámpara de Aladino. Algo mágico, increíble. Que deseo saber cualquier cosa, que cojo al vuelo alguna palabra, frase, personaje o concepto sin tener la menor idea, ¡hala!, ¡a Internet!. “La purga de Benito”, “la piedra filosofal”, “el árbol de vida”, vamos, ¡la ganga del siglo!

Empecé con una conversación entre adolescentes. ¿Qué decir de algunos mayores poco formados, aunque con ansias inusitadas de información? Información, “informática”, ya saben, la eterna dicotomía formación/información, ésta última al alcance de cualquiera en la globalidad actual del mundo en que vivimos-. El descubrimiento de este medio ha sido algo tan fascinante que, de repente, la ciencia infusa penetrando en sus mentes los convierte en abogados, médicos, historiadores…, , con sólo apretar una teclita y, ¡oh milagro de San Google!, ya hay total autoridad, no para opinar, que esto es libre, sino para disertar, asombrar, “enseñar magistralmente”, a  los contertulios y, todo ello, sin formación, sin estudios, sin haber pasado por las aulas…Así que mucho me temo o el paro está servido para estos dignísimos profesionales.

Siempre creí que la verdadera cultura, como cultivo del espíritu, se adquiría mediante reflexiones profundas alimentadas por el estudio, la lectura, las lecciones y consejos de sabios profesores, la observación crítica de los hechos, la propia y personal experiencia… No se trata en ningún caso de buscar erudición a destajo, aquello que ilustres pensadores llaman: “saber cada vez más acerca de cada vez menos..”, antes al contrario, suponía yo que era necesario fomentar la duda razonable y metódica de la que nos habló el gran René Descartes, uno de los fundadores de la ciencia moderna, en su Discours de la méthode, para, así, llegar a conclusiones más o menos acertadas y… vuelta a empezar.

Pero hete aquí que determinados indicios actuales en forma de un uso no muy adecuado –a mi juicio- de ciertos descubrimientos, me hacen dudar por una parte y, por la otra, reafirmarme en mis convicciones.

Llegado a este punto debo aclarar que Internet es un extraordinario, magnífico, revolucionario e imprescindible medio que la ciencia y la tecnología ponen al servicio de la humanidad, ofreciendo posibilidades impresionantes e insospechadas de cara al futuro de “una aldea cada vez más globalizada”. Dicho lo cual se debe afirmar también que dicho medio nos aporta completísima información, para cuya interpretación correcta, es necesario estar bien formados.

Hace cerca de tres siglos que la humanidad occidental empezó a dejar atrás el oscurantismo y la magia de siglos anteriores. No convirtamos a Internet en una “lámpara de Aladino”. Para ello: estudio, formación, experiencia, espíritu crítico razonado y razonable.

Autor: JOSÉ Mª DABRIO PÉREZ. Huelva, Andalucía, España.

jmdabrio@gmail.com

 

 

 

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