Fichas unidas.
En el aula que llamábamos De Dibujo, nos
dejaban sobre la mesa una gran caja de cartón llena de fichas. De
tamaño similar al de una chocolatina, eran muy ligeras, rectangulares y
tenían cada una seis orificios y seis clavitos, dispuestos de forma que
podrían acoplarse unas con otras.
Así, lo primero que a los niños se nos
ocurría era encajar una en otra y levantar una torre. Pero al llegar a
una determinada altura, la construcción se venía abajo. Era
preciso ampliarla sin elevarla tanto.
El siguiente paso debía consistir en, una vez
levantadas dos torres, colocar una ficha uniendo ambas en la parte superior. El
problema residía ahora en que el resto de las torres quedaba como
separado y continuaba habiendo dificultades para mantenerlas en pie.
Había, pues, que ir ensamblando una torre con
otra a determinadas alturas para evitar el derrumbe. En consecuencia,
determinadas fichas serían utilizadas para unir las paredes de una
casita, por ejemplo.
Ahora levantábamos una pared de dos filas,
unidas con otras fichas, y otra similar que colocábamos formando
ángulo con la anterior. Para que no fuesen construcciones individuales,
debíamos reservar fichas que encajaran uniendo el ángulo que
habíamos formado y dándoles consistencia.
Ya podíamos levantar cuatro paredes; incluso
dejar los huecos de puertas y ventanas, puesto que sabíamos ensamblar
unas fichas con otras y proseguir la tarea de elevarlas hasta la altura
adecuada.
Teníamos, por tanto, cuatro bloques iguales y
correspondía hallar la manera de cubrir el espacio cuadrangular con un
techo. Descubrimos que, si disponíamos una hilera de fichas
acoplándolas en los clavos de la fila interior de los muros y dejando
libre la fila exterior, podríamos luego hacer lo mismo con las hileras
recién creadas. De tal modo íbamos cubriendo aquel espacio con un
techo que no podría caerse.
El resto de la casita sólo requería
aplicar la misma técnica, también para dotarle del tejado
correspondiente, pues en aquella caja encontrábamos también unas
fichas triangulares, en menor número y distintas de las otras.
Todas las fichas eran iguales. Individualmente no
tenían ninguna utilidad, pues sus orificios y sus clavos para nada
servían si no hubiera otra que pudiera acoplarse.
Y al ser todas idénticas, cada una desarrollaba
el papel que el arquitecto les encomendaba, sabiendo que ninguna gozaba de
mayor rango ni preferencia. Todas podrían ser usadas tanto para levantar
una pared, como para ensamblarlas o construir un techo.
Y todas estaban recogidas en una caja de
cartón, dispuestas para servir en cada momento a las necesidades que se
plantearan. Ninguna, aisladamente, superaba a las otras, puesto que la
función asignada hoy a cualquiera de ellas, mañana sería
realizada por otra con idéntica perfección.
Autor: Antonio Martín Figueroa. Zaragoza,
España.