Las 200 muertas de Xcalak.

 

 

 

Había transcurrido ya medio siglo desde que La Guerra de Castas estalló en Tepich, cuando el gobierno de Porfirio Díaz decidió intervenir en el conflicto peninsular procediendo a la ocupación armada del territorio maya en la costa del Caribe; una vasta región que se mantenía autónoma aún después de la Conquista y la Independencia de México.

No obstante, en tan solo una década --desde el Tratado de límites entre México y Belice, en 1893 hasta la erección del Territorio Federal de Quintana Roo, en1902--, se sucedieron cambios de enorme trascendencia que, para bien o para mal, marcaron el rumbo de la nueva entidad hacia un estado de cosas que hasta la actualidad perdura.

Cuando Yucatán había fracasado en su intento de ejercer la soberanía en los confines de su estado y tomar el control de la población indígena, el gobierno central emprendió la nueva conquista de la que se consideraba como la región más rica en recursos naturales; sin olvidar que paralelamente la dictadura de Díaz tenía muy poderosas razones para posesionarse del último reducto del pueblo maya.

De tal manera que con toda la información de cuanto venía ocurriendo en Yucatán y Belice, una vez que se firmaron los tratados con la Gran Bretaña, el gobierno federal emprendió en forma expedita las obras materiales y realizó acciones tanto militares como administrativas que habrían de culminar con el decreto del 24 de noviembre de 1902. Entre estos sucesos, ocurrieron hechos que marcaron el fin del aislamiento para la región menos conocida por el resto del país: Fue entonces que el pontón Chetumal arribó a la bahía del mismo nombre; se instaló el Consulado de México en Belice, B. H.; la Dirección de Faros hizo construir en poco tiempo todos los faros de la costa oriental para facilitar la navegación y con la llegada de más de 300 hombres entre soldados, operarios y familiares, se fundó el puerto de Xcalak; quedó establecida la comunicación marítima entre Veracruz y el litoral del Caribe mexicano y por último el Ejercito Federal ocupó las poblaciones de Bacalar y Chan Santa Cruz, a fines de marzo de 1901 y principios de mayo, respectivamente.

En ninguno de los casos hubo resistencia de parte de los rebeldes, si bien las tropas se habían preparado para combatir contra no menos de 10,000 guerreros, tal vez 15,000 o, según los cálculos más optimistas, tan sólo 5,000. Lo cierto era que nadie fuera del territorio maya conocía su realidad y debido a que los informes que se recibían en México eran muy variados y de fuentes que tenían toda clase de intereses, la acción de los militares se basaba en meras especulaciones.

Fue así que en los albores del siglo XX la frontera yucateca con Honduras Británica, hasta entonces bajo el dominio de las tribus mayas, que a su vez se creían un pueblo independiente y tenían mas respeto por el gobierno de la colonia que por el de México, comenzó a poblarse con gente procedente de otros estados, de la propia península y de repatriados cuyos mayores fueron expulsados de Bacalar al inicio de la Guerra de Castas.

Solamente la expedición naval requirió la movilización de cerca de mil personas, integrantes del 2º. Batallón de Infantería compuesto de 600 hombres, 150 artilleros y alrededor de 200 mujeres que acompañaban a los militares de tierra. En el recién fundado puerto de Xcalak se concentraron la corbeta Zaragoza, cañoneros, veleros, pailebotes y vapores para la Flotilla del Sur cuya base estaría en la desembocadura del río Hondo.

Pero ya fueran chicleros, militares o simples colonizadores, en su mayoría se trataba de gente nueva en tierra extraña que habría de enfrentar problemas desconocidos. Por principio, en los altos mandos militares había gran preocupación a causa de las deserciones de elementos de tropa: En diciembre de 1899, desde el campamento San Rafael de Sombrerete se informaba al presidente Díaz de la huida de dos soldados, y cuatro más en grupo en menos de una semana. Mucho me temo, decía el brigadier Ángel Ortiz Monasterio, que ahora algunos, y más adelante muchos deserten en masa se produzca un escándalo dentro y fuera del país.

Más preocupante aún era la precaria salud de la población flotante y el creciente número de bajas a causa de las condiciones insalubres de la región, la escasez de agua y alimentos y sobre todo el paludismo, una condición de la que nadie escapaba: el mismo comandante Blanco. Sobre esto, el propio Monasterio reportaba: “Ha comenzado a alarmarme una especie de cólicos agudos que han venido dándose y atribuimos a los alimentos… Yo también los padecí y aún no estoy bien; pero no he estado de gravedad y ahora los tiene el Primer Teniente Othón P. Blanco quien está de mucho cuidado y temo un desenlace funesto”.

Pronto, sin embargo, la tragedia alcanzó a expedicionarios y acompañantes, sin distinción de sexo ni edad, aunque las víctimas hayan surgido, como suele ocurrir, de entre los más débiles. De ello da cuenta el ingeniero Miguel Rebolledo, el más cercano de los colaboradores de Ortiz Monasterio, y por lo tanto testigo presencial de los sucesos. En su libro Quintana Roo y Belice escribió:

“Cuando las tropas penetraron al interior, y el paludismo se cebó en todos los de la expedición, de las doscientas mujeres no quedó una sola; muchas de ellas, enfermas y sin recursos de vida, murieron de hambre, presas de toda clase de desgracias, hasta la de agusanarse en vida”.

Ciento once años han transcurrido desde aquella tragedia y la historia virtualmente se va olvidando de ella. Recordarla hoy no significa tan solo condolerse de su suerte, sino también ver el pasado con un sentido de gratitud o de reproche hacia los protagonistas, dependiendo de sus actos y de lo que aportaron al devenir y a la consolidación del actual Quintana Roo.

 

 

Autor: Francisco Bautista Pérez. Chetumal, Quintana Roo, México.

Historiador del Estado

bautistaperezf@yahoo.com.mx

 

 

 

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